Los amargos y extraños frutos del fascismo

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“No hay distinción más fundamental entre los hombres, psicológica y moralmente, que la que existe entre los que aman la muerte y los que aman la vida, entre los necrófilos y los biófilos”

Erich Fromm.

No me dio tiempo en aquella ocasión de comentar la imagen entre otras cosas porque la tomé más bien como analogía, viendo y previendo lo que ya en ese momento era y finalmente vimos en lo que se terminó convirtiendo, la reacción del mundo oposicionista ante dicho crimen.

Se trata de una reacción esperable, por más lamentable que sea decirlo. Lo único que en realidad hace es agregar un nuevo nivel de bajeza dentro de la descomposición moral a la que la militancia oposicionista ha sido llevada de mano de su dirigencia, ésta última, una siniestra mezcla entre gente con intereses más que macabros e indolentes de conciencia de la peor clase.

Ya habían celebrado la muerte de Otaiza y la del presidente Chávez. Así como las de todos los militantes del chavismo –más de trescientos- que han muerto en los últimos quince años. Pero más allá de eso, incluso han hecho uso proselitista de muertes dentro de sus propias filas, las cuales por lo demás siempre se demuestra que fueron provocadas por ellos mismos. Y de casos como los de la actriz Mónica Spears y su esposo, tan extraños y oportunos a sus intereses como otros tantos que se han cometido.

¿Pero qué tiene de particular esta foto y por qué traerla a colación a propósito de lo que estamos viendo?

Empecemos por lo obvio. Se trata del linchamiento y posterior ahorcamiento de dos hombres negros en el sur de los Estados Unidos. Para los efectos, fue un hecho ocurrido hace menos de cien años, específicamente en agosto de 1930 en un pueblo de Luisiana llamado Marion.

Marion era y es el típico pueblo sureño norteamericano. Elegante, con ese aire romántico que generaciones enteras adoran de Lo que el viento se llevó. Pero se trata del mismo sur donde hasta los años 60 había baños, bebederos, paradas, escuelas, buses, iglesias y aceras separadas para blancos y para negros. El mismo sur que peleó contra la abolición de la esclavitud en el siglo XIX. Y en consecuencia, el mismo sur en el cual durante décadas, buenos y elegantes hombres blancos que durante el día asistían a misa, vendían pan, atendían sus lavanderías, paseaban con sus familias, enseñaban en las escuelas y demás hábitos civilizados, durante la noche se cubrían con mantas y capuchas negras y armados con rifles, cuchillos, mecates y antorchas salían a cazar negros.

La foto en específico retrata el linchamiento de Thomas Shipp y Abram Smith, dos hombres que fueron acusados –injustamente, como se comprobaría después- de asesinar y robar a un hombre blanco y violar a su esposa. Hubo un tercer acusado, James Cameron, quien afortunadamente pudo escapar de la turba y años más tarde se convertiría en un líder de la lucha por los derechos civiles y fundador del Museo del Holocausto Negro de América, en Milwaukee, Wisconsin, dedicado a los linchamientos raciales de Estados Unidos.

Como se puede observar en la imagen, tanto Shipp como Smith se encontraban esposados al momento de su ejecución. Y es que en efecto, la turba los sacó de la cárcel donde encontraban sin que las autoridades –blancas, por supuesto- de la misma opusieran resistencia. Luego de ser salvajemente golpeados fueron colgados. Y posteriormente sus cuerpos exhibidos como advertencia a los otros negros de todo lo que los buenos ciudadanos de Marion estaban dispuesto a hacer para “defenderse”.

Pero si hasta aquí la historia ya es sórdida más sórdido es saber que otros usos tenían este tipo de fotos en el viejo sur norteamericano. Y saberlo ayuda a entender en buena medida los rostros de quienes posan junto a los cadáveres. Y valga decir que decimosposan porque evidentemente están posando. O sea, no están allí parados por casualidad. Están parados sonrientes, blancos y elegantemente trajeados, bien peinados y cortados, posando para el fotógrafo con la misma naturalidad con que lo harían en misa, un matrimonio o cualquier otra celebración.

Los extraños frutos del fascismo venezolano: durante la guarimbas ahorcamientos alegóricos de chavistas se vieron por varias urbanizaciones del país. Esta corresponde a la entrada de la UCV.

Y es que en aquellas épocas, linchar negros no era la única barbaridad a la que se dedicaban los civilizados habitantes del sur norteamericano. También eran afectos a intercambiar, comprar y vender suvenires de los linchamientos, entre las cuales los menos siniestros eran las fotos, pues había quienes gustaban coleccionar órganos y partes de cuerpos mutilados a las víctimas. Como se puede ver en estas imágenes de la exposición Sin refugio: fotografías de linchamientos en los Estados Unidos organizada por el Centro Nacional por los Derechos Civiles y Humanos y la galería Autograph de Londres en 2011, los linchamientos era eventos sociales para disfrutar en familia a los cuales asistía en pleno lo mejor de la sociedad sureña norteamericana. Y como todo evento social que se precie, dejarse retratar era parte de la gracia lo mismo que llevarse un recuerdo.

Un comentario aparte merecen los titulares de prensa de la época. ¿Cómo titulaban los diarios de la época tales acontecimientos? Pues veamos: “Negrata linchado en Texas: le arrancaron el corazón después de ser capturado por hombres armados“. “Cinco blancos llevan a un negrata al bosque. Lo matan, acusado de mezclarse con mujeres blancas“.

No solo celebrar sino justificar era la labor de la prensa racista de entonces. Desde este punto de vista, el linchamiento era doble: el físico, que quitaba la vida a las víctimas, y luego el comunicacional, que lo justificaba. Así las cosas, “mezclaser con mujeres blancas” podía ser razón suficiente para arrancarle el corazón a alguien o mutilarlo. Motivo por el cual, entre otras consecuencia, los victimarios podían dormir tranquilos. No habían hecho nada malo, tan solo “justicia”

Un último detalle de la foto: ninguno está lleno de sangre, ninguno luce como victimario. Esto muy probablemente se deba a que la mayoría de hecho no participó del linchamiento, directamente al menos. Pero también a que muy probablemente los que sí se asearon y cambiaron primero para posar, ¿cuál de los dos casos es peor? ¿quién es más inocente que quién?

Para quienes no la conocían, les comento que esta foto es un documento histórico. Pero no porque yo lo diga si no porque sirvió para movilizar lo que años más tarde sería el gran movimiento por los derechos civiles de la población afro-descendiente de los Estados Unidos. Es decir, aunque fue una foto salida de y entre la barbarie del racismo, terminó resultando un documento de concientización de lo mejor de la humanidad.

Cuenta la historia a este respecto que un hombre blanco al cual le llegó a sus manos la foto quedó tan impactado que duró días sin dormir. Este hombre blanco era un profesor universitario de origen judío, militante del Partido Comunista norteamericano, llamado Abel Meeropol.

Meeropol, criado en el Bronx neoyorquino, adoptó el seudónimo de Lewis Allan para publicar un poema dedicado a la imagen y en memoria de las víctimas en el periódico del sindicato de profesores de Nueva York. Lo tituló de Bitter fruit (Fruta amarga). Luego cambió bitter (amarga) por strange (extraña),

El poema Strage fruit tiene solo tres estrofas, profundas, dolientes: “De los árboles del sur cuelga una fruta extraña. / Sangre en las hojas, y sangre en la raíz. / Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña. / Extraña fruta cuelga de los álamos./Escena pastoral del valiente sur. / Los ojos saltones y la boca retorcida. / Aroma de las magnolias, dulce y fresco. / Y el repentino olor a carne quemada. Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos. / Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire, para que el sol la pudra, para que los árboles lo dejen caer./ Esta es una extraña y amarga cosecha”.

Meeropol más tarde escribió una sencilla melodía para el poema. Su mujer fue la encargada de cantarla, siempre en reuniones de amigos y familiares. Hasta que un día le dieron la canción a la cantante negra Laura Duncan, que la interpretó una noche de 1938 en el Madison Square Garden. Entre el público se encontraba Robert Gordon, trabajador del Café Society, sitio de reunión de la izquierda y la bohemía neoyorkina de la época donde la gran Billie Holiday solía actuar. Gordon le informó del descubrimiento al dueño del Society, Barney Josephson. Y este luego se la hizo conocer a Holiday.

Holiday narra en su biografía Lady Sings the Blue que la primera vez que se interpretóStrange fruit, segundos antes de terminar la canción, cuando pronunciaba las dolientes últimas palabras (“esta es una extraña y amarga cosecha”), las luces del Café Society neoyorquino, con capacidad para 200 personas, se apagaron. Instantes después se encendieron, pero la cantante había desaparecido: estaba vomitando en el pequeño aseo del local, sobrecogida después de su estremecedora interpretación. Había nacido la primera canción antirracista de la cultura popular del siglo XX. Todo un gesto de dignidad humana en medio de la ruindad del fascismo y la barbarie.

Una celebración de lo mejor en medio de la descomposición. Un ejemplo de valor en medio de la cobardía supremacista. Como el de Jesse Owens arruinándole sus olimpíadas a Hitler en 1936. El de Tommy Smith y John Carlos con los puños arriba del black power en las olimpíadas de 1968, luego de ganar medallas de oro y bronce en atletismo. O como el de Melvin Blanco en el Caracas Rock Festival el fin de semana pasado:

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