Rafael Correa en su via crucis

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Aram Aharonian – Miradas al Sur

Con movilizaciones de movimientos indígenas sobre Quito y paro de trabajadores sindicalizados, todo parece indicar que el gobierno ecuatoriano ha perdido la iniciativa política y sólo se dedica a responder los hechos políticos que genera la oposición.

Se detecta un desgaste evidente en todos los ámbitos que, de a poco, también fue afectando al presidente Rafael Correa. Cierta arrogancia y prepotencia provocada por la seguridad de que el gobierno es invencible, en algunos casos; desinterés en el proyecto político, en otros, y la burocratización y cuidado del puesto, en muchos, hizo perder la perspectiva política, señala el ex vicecanciller Kintto Lucas.

Todo esto se fue agudizando a partir de las elecciones de alcaldes y prefectos de marzo de 2014, cuando el gobierno no supo ver los errores que llevaron a derrotas electorales locales, que se fueron acumulando, generando malestar en la Sierra, en particular en Quito y en la clase media, lo que fue aprovechado políticamente por sectores de oposición, algunos claramente desestabilizadores, como bien puede verse en estos días de intentos de golpe blando.

Sin fusibles, Correa se fue desgastando defendiendo él solo cada acción política, respondiendo a la oposición, repitiéndose en el discurso, al punto que el canciller Ricardo Patiño debió encargarse del reordenamiento y movilización de las fuerzas propias.

Alianza País, el partido oficial, no logró en estos ocho años convertirse en una organización sólida y al gobierno pareció no interesarle sumar aliados, quizá pensando que con publicidad se convencía fácilmente al ciudadano.

El gobierno centró su confrontación con sectores y organizaciones de centro e izquierda y ahora sufre el escenario de desestabilización que se ha creado con la alianza entre el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, el de Quito, Mauricio Rodas (al que la derecha prepara para suceder eventualmente a Correa, pese a su mal gobierno en la capital), y Paúl Carrasco, prefecto de Azuay.

Hoy se hace patente una soledad política del mandatario. Es un momento político complicado que no lo podrá superar con mercadeo publicitario, con consignas sobre la paz o el diálogo, con conversaciones con empresarios, firmando el TLC con la Unión Europea para contentar a algunos sectores de poder económico o retirando definitivamente las leyes de Herencia y Plusvalía, dos de las más progresistas que haya presentado.

Además de la hegemonía simbólica, el gobierno está perdiendo la hegemonía discursiva. Éste es un momento para replantear el diálogo desde abajo y con las organizaciones. Pero si no se muestra voluntad clara de acuerdos –por ejemplo, sobre la ley de tierras–, las organizaciones con las que se puede construir alianzas y hoy están movilizadas en la vereda de enfrente, no van a creer en diálogos.

Éste parece ser el momento de dar un giro real y simbólico para retomar la iniciativa.

Más allá de lo negativo enunciado, hay un hecho positivo fundamental que Correa debería potenciar y aprovechar políticamente: su credibilidad y reconocimiento en los sectores populares y su capacidad electoral actual: la derecha no está preparada para ir a unas elecciones inmediatas ni tiene candidato.