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Acuerdo: Nadie gana todo

Lepoldo Puchi|

En la dimensión geopolítica del conflicto venezolano, el pulso entre Estados Unidos y Venezuela ha venido escalando. En un momento se pensó que la iniciativa de Oslo, que reunía las partes del enfrentamiento político interno, sumada al encuentro en Estocolmo de países de la Unión Europea y de Rusia, China, Cuba y el Vaticano, conduciría a la construcción de una fórmula consensual en la que nadie ganara todo.

El Departamento de Estado declaró que el diálogo promovido por Noruega podía rendir frutos, y Elliott Abrams publicó un artículo en el Herald Tribune donde omitía poner como condición previa a cualquier acuerdo la salida de Nicolás Maduro de la presidencia, lo que incrementaba las posibilidades de éxito de las gestiones escandinavas.

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Ya que el intento inicial de una eyección de Maduro del poder sin que mediara un acuerdo político había fracasado, en particular con los sucesos del 30 de abril que mostraron que no se contaba con suficiente apoyo militar para un golpe, se comenzó en mayo en Washington un proceso de consultas para reajustar la línea.

En diferentes círculos, se estimó que se produciría un cierto viraje en la política estadounidense, aunque se mantuviera el objetivo de “cambio de gobierno”, de modo que se aceptaría un entendimiento de largo plazo entre las partes, una alternancia electoral acordada y solo de forma discreta se intentaría mantener la doctrina Monroe.

El Flujograma
Sin embargo, el flujograma elaborado para la nueva ronda reproduce los elementos esenciales del diseño que comenzó a ejecutarse en enero. El encargado en el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) del hemisfério, Mauricio Claver-Carone, informó que la posición de su país era que Maduro debía abandonar la presidencia como paso previo a cualquier entendimiento, lo que se vio como un llamado de atención a los delegados de la oposición en Barbados, que al parecer estudiaban opciones distintas.

Espacio Aéreo
De manera que los vectores de la estrategia inicial no solo se mantienen, sino que se han reforzado: en territorio de EEUU las decisiones favorables a un “poder dual” se incrementan y se pide a la UE que haga lo mismo; las sanciones se hacen más duras y empeoran cada día más las condiciones de vida de la población y, en el terreno militar, no solo no ha desaparecido la posibilidad de una intervención sino que ya se ha conocido de incursiones regulares de aeronaves militares en el espacio aéreo venezolano y en medios como el Foreing Policy se mencionan probables acciones encubiertas.

Como efecto de la acción de estos vectores, el NSC espera que en Barbados se firme una capitulación y no un acuerdo de coexistencia negociada. Pero igual se ha conocido que el sector gubernamental no acepta esa opción. Por el pulso que escalará, lo más sensato es insistir en un acuerdo negociado en el que “nadie gane todo”.

El desgaste

Maryclen Stelling|

El diálogo ocupa y copa espacios políticos, económicos, sociales, culturales y hasta domésticos. La anhelada salida política racional y calculada, ha pasado a ser un ámbito de dudas, desesperanza y desgaste.

El ansiado y cacareado diálogo ha sido sometido a un proceso de deterioro que se expresa en la erosión de las negociaciones cupulares; en el agotamiento del discurso culto y el reduccionismo argumental elitesco; en el desgaste de los relatos mediáticos bélicos polarizantes, aunado a la perdida de legitimidad del discurso radical proveniente de los polos políticos.

Aun cuando, en estos extremos impera una percepción diferencial de las causas de la crisis multidimensional, la profundización y duración de la misma, ha penalizado la gestión de Gobierno. La sumatoria de todas estas expresiones de desgaste es, a la vez, causa y efecto del progresivo declive que experimenta la radicalización y polarización política.

Curiosamente, de la desesperanza y desilusión; de la pasividad, impotencia y desamparo; de la resignación e indefensión emerge en la sociedad la creencia de que “si hay salida”. Paradójicamente la propia crisis engendra un proceso gradual de transformación y cambio en las reglas de juego. Un proceso social que conduce o empuja hacia un “centro político” despolarizado más no despolitizado. Fenómeno político espontáneo de reencuentro en un centro de expulsados y expulsadas por la radicalización y polarización imperante. Espacio que no supone un destierro, desarraigo o extrañamiento.

Allí, la solución no reside en la radicalización ni en la eliminación del adversario, tampoco en los partidos políticos. La solución descansa en el reencuentro y reconocimiento del otro; en la configuración de nuevas relaciones sociales y en la búsqueda de consensos; en la constitución de un nuevo tejido social y, especialmente, en un proceso de exploración de negociaciones pragmáticas a nivel local para enfrentar la crisis multidimensional.

Emergen entonces nuevos actores sociales; brotan nuevas relaciones socio-económicas en la procura de solventar problemas tales como la producción, el desabastecimiento de alimentos, la crisis eléctrica. Se construyen espacios despolarizados de microdiálogo, desde donde se inicia un largo camino hacia la consolidación de la democracia popular y protagónica.