El Medio Oriente se libera de Occidente
Thierry Meyssan
La reconciliación entre Arabia Saudita e Irán, los países que liderean respectivamente el mundo musulmán sunnita y el mundo musulmán chiita, abre por fin la puerta a una era de paz en el Medio Oriente. Esta reconciliación se hizo posible, en primer lugar, gracias a Rusia, aliada de estos dos “hermanos enemigos”.
Se negoció después en Irak y en Omán y ahora acaba de concretarse gracias a la mediación de China, que aun siendo aliada milenaria de Irán ha sabido dar prueba de la mayor imparcialidad. La reconciliación entre Riad y Teherán cierra 11 años de guerras y de constante influencia occidental en la región.
Estamos ante un acontecimiento capital cuya importancia no se percibe claramente fuera del Medio Oriente. Arabia Saudita e Irán han firmado un acuerdo de reconciliación… en Pekín. Tres firmas al pie de un documento vienen a modificar radicalmente todo el panorama regional.
Desde el siglo XIX, el mundo árabe se vio, primero, bajo la dominación del Reino Unido y de Francia –instaurada sobre las ruinas del imperio otomano– y, posteriormente, bajo el control de Estados Unidos. Puede decirse que esas potencias trajeron a la región tanto libertad como opresión. Reino Unido se esmeró en dividir a los actores regionales, manipulándolos unos contra otros para explotar las riquezas de la región con un mínimo de implicación militar.
Francia, mientras tanto, se dividió en colonizadores de la peor especie y “descolonizadores” visionarios. Pero, exceptuando el breve momento en que apoyó a los nacionalistas, al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos siempre tuvo una visión imperial del Medio Oriente.
Ese largo periodo de la historia del Medio Oriente parece haber terminado con la llegada de China a la región. Como siempre, China ha sabido observar –por mucho tiempo– antes de comenzar a actuar, lenta y cuidadosamente pero con perenne perseverancia.
Antes de llegar a los acuerdos, hubo largas negociaciones, primeramente en Irak y luego en Omán. Una tercera parte de los iraquíes son musulmanes sunnitas y dos terceras partes son chiitas. Durante la guerra contra Irán, los chiitas iraquíes no dudaron en luchar contra los chiitas iraníes.
En nuestros días, el líder chiita iraquí Muqtada al-Sader tuvo que viajar a Riad para demostrar a sus compatriotas que no estaba “a las órdenes” de Teherán. Más que cualquier otro país de la región, Irak necesita esta reconciliación entre Irán y Arabia Saudita. Omán, sin embargo, no es propiamente chiita ni sunnita. En ese sultanato se practica el ibadismo (ibadiyya), que es una tercera corriente del islam, lo cual facilita y legitima su papel de mediador entre sunnitas y chiitas.
Cuando viajó a Riad, en diciembre de 2022, el presidente chino Xi Jinping no trató de adular a sus interlocutores para obtener precios preferenciales para sus compras de petróleo. Xi hizo más bien lo contrario: recalcó que mientras la región fuese teatro de constantes enfrentamientos no tendría la posibilidad de beneficiarse con el paso de las nuevas «rutas de la seda» ni de desarrollar el comercio.
Xi tampoco trató de defender en Riad lo que sus aliados de Teherán presentan como los “intereses iraníes”. Irán reclama varios islotes del Golfo Arábigo-Pérsico y del Estrecho de Ormuz, Tumb Mayor y Tumb Menor y la isla de Abu Musa, pero el presidente Xi dejó constancia escrita de su apoyo a Emiratos Árabes Unidos en el Comunicado Conjunto que firmó con el Consejo de Cooperación del Golfo [1].
Fue la autoridad que le confirió ese comportamiento imparcial, lo que le permitió asegurar que China es capaz de garantizar que Irán no trate de dotarse de armas nucleares, aun sabiendo que los chinos son aliados de Irán desde hace milenios –en la antigua ciudad de Persépolis abundan las estatuas chinas y a todo lo largo de la histórica Ruta de la Seda la lengua imperante no era el mandarín sino la lengua de los persas, el farsi. Además, China participó en las negociaciones sobre el programa nuclear iraní y Pekín sabe perfectamente que, a pesar de las acusaciones de Occidente contra Irán, Teherán no pretende dotarse del arma nuclear.
En otras palabras, Arabia Saudita, y los países árabes en general, han podido comprobar que la posición de China no depende de sus propios intereses ni de los intereses de sus aliados y que Pekín aplica una política de principios. China se posiciona así como un interlocutor confiable… o al menos más digno de confianza que las potencias occidentales.
Es también digno de resaltar el hecho que Pekín acaba de reconciliar las dos grandes corrientes confesionales del mundo musulmán precisamente mientras que las potencias occidentales acusan a China de martirizar a la minoría musulmana de la región de Xinjiang (o Sinkiang) –afirmando incluso que mantiene en la cárcel un millón y medio de uigures.
Sobre esto último, el presidente Xi recordó la semana pasada ante el parlamento chino que 150 millones de turistas que han podido circular libremente en el país son testigos de que el islam se practica en China como tantas otras religiones y que el país no dispone de una infraestructura carcelaria capaz de encerrar un millón y medio de persones.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos firmó con el rey Ibn Saud, el fundador del Reino de Arabia Saudita, el Pacto del USS Quincy. En ese documento, cuyo texto íntegro nunca se ha publicado, el rey Saud se comprometía a garantizar a Washington el petróleo necesario para sus ejércitos a cambio de protección para su dinastía –no está demás precisar que Estados Unidos no buscaba garantizar el suministro de petróleo a su economía sino a sus ejércitos. En 2005, la administración de George W. Bush prolongó la validez de ese acuerdo.
Bajo la administración Carter (1977-1981), Washington catalogó el acceso al petróleo del Medio Oriente como una cuestión de «seguridad nacional» estadounidense, ignorando así la soberanía de los países productores [2]. Por supuesto, eso implicaba que árabes y persas tenían que aceptar una presencia militar foránea. Y en 1983 Estados Unidos creó el CentCom, el mando regional de sus fuerzas militares en el Medio Oriente.
De esa manera, el «virrey» regional –expresión utilizada en el Pentágono– podía simplemente destruir cualquier Estado que se negara a venderle sus hidrocarburos. Como Estados Unidos pagaba más que los británicos y los franceses, Washington no encontró oposición de parte de los árabes ni de los persas.
Desde el primer momento, esa dominación estadounidense fue fuente de desgracias para los pueblos del Medio Oriente. Ante la “obstinación” antimperialista del ayatola Khomeini, la “tozudez” que expulsó del poder al shah Reza Pahlevi, Washington empujó uno de sus agentes regionales, el presidente iraquí Saddam Hussein, a emprender una guerra contra Irán. Durante 8 años, desde 1980 hasta 1988, Estados Unidos y sus aliados de Occidente armaron a los dos bandos para que se desangraran en una guerra que costó un millón de vidas.
Fue entonces, en 1987, a raíz de graves enfrentamientos registrados en La Meca entre peregrinos iraníes y la policía saudita, cuando Irán rompió, por primera vez, sus relaciones diplomáticas con Arabia Saudita, hasta 1991.
En aquel momento, el objetivo de Washington no era sembrar la discordia entre sunnitas y chiitas sino lograr que los árabes se pelearan con los persas. Pero después de la disolución de la URSS, el Pentágono organizó la guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-1995). Los estrategas del Pentágono ponían allí a prueba la posibilidad de desmembrar un país –Yugoslavia– manipulando para ello a los musulmanes bosnios, además de movilizar a sus aliados contra las poblaciones de cultura eslava –los serbios, los montenegrinos y los macedonios.
Los estrategas estadounidenses pusieron la organización de las fuerzas musulmanas en manos de otro de sus agentes, un saudita llamado Osama ben Laden, quien se convirtió en consejero militar del presidente bosnio Alija Izetbegovic. En aquella época, Osama ben Laden coordinó en el campo de batalla las acciones de las fuerzas sauditas y de los Guardianes de la Revolución iraníes [3].
Los personajes que hacen la historia no suelen verse motivados por sutilezas teológicas, más bien defienden intereses. Durante 3 años, sauditas e iraníes lucharon juntos en Bosnia… mientras que los teólogos sauditas e iraníes mantenían sus disputas. Así que es importante ver la diferencia entre la política y el papel de los clérigos. Al decir esto no me refiero a las religiones sino a los clérigos.
En 2011, el ministerio de Exteriores británico inicia las llamadas «primaveras árabes», siguiendo el esquema de la «Gran Revuelta Árabe» de 1916-1918, orquestada por el agente británico Lawrence de Arabia. Londres no busca otra cosa que derrocar los gobiernos que escapan a su influencia, pero los pueblos tratan de liberarse realmente y las revueltas se extienden más de lo previsto. Algunos revolucionarios se inspiran en el ejemplo del ayatola Khomeini.
Así estalla una revolución en Bahrein, cuya población, mayoritariamente chiita, trata de derrocar la dinastía sunnita. Temiendo por su propia seguridad, la dinastía saudita –también sunnita– envía sus tanques a Bahrein y aplasta la rebelión. Irán apoya a los manifestantes chiitas de Bahrein que enfrentan los tanques sauditas. Es en ese preciso momento cuando el Medio Oriente se divide entre sunnitas y chiitas.
Esa división se profundiza a lo largo de la guerra en Siria. Las potencias occidentales apoyan a la Hermandad Musulmana –lo que busca el Pentágono es generalizar el caos y destruir los Estados, según la doctrina Rumsfeld-Cebrowski–, mientras que el Eje de la Resistencia, reunido alrededor de Irán, se enfrenta a la injerencia occidental.
Pero el plan occidental encuentra dos escollos:
La alianza entre Siria e Irán no tiene absolutamente ninguna relación con los acontecimientos actuales. Esa alianza se inició en la época en que el shah de Irán estaba destinado a convertirse en gendarme del Medio Oriente. La orientación que Reza Pahlevi había recibido de Washington era que debía aliarse con Siria, donde el partido Baas todavía no había llegado al poder, para servir de contrapeso frente a Israel.
A partir de 2015, cuando Siria comenzaba a desfallecer e Irán ya no disponía de medios suficientes para ayudarla, Rusia interviene militarmente respaldando la República Árabe Siria contra los yihadistas.
En 2015, un nuevo incidente en La Meca deja cierta cantidad de muertos, entre ellos varios iraníes, sin que la policía saudita intervenga. En Yemen, Irán apoya el grupo Ansarallah contra los sauditas que tratan de controlar el país para explotar su petróleo [4].
Finalmente, en 2016, la dinastía saudita ejecuta al líder de la oposición, el jeque chiita Nimr al-Nimr, así como a varios yihadistas [5]. Irán vuelve a romper las relaciones diplomáticas con Arabia Saudita.
Hace 7 años que el Medio Oriente sufre de parálisis. Las dos grandes vertientes del islam se enfrentan entre sí, exactamente como querían las potencias occidentales, en un conflicto que Israel alimenta. Hecho revelador, las únicas voces que han expresado indignación ante el acercamiento entre Arabia Saudita e Irán vienen precisamente de Israel.
China negoció el acuerdo irano-saudita sobre la base de la no injerencia en los asuntos internos. Los iraníes podían temer que los chiitas de Arabia Saudita se viesen afectados por el acuerdo. Pero Teherán ha entendido que los tiempos han cambiado. Riad tendrá que respetar su minoría chiita porque la paz favorece sus propios intereses.
La concepción de las relaciones internacionales que Pekín y Moscú están promoviendo no se basa en el enfrentamiento sino en el respeto mutuo. Frente a la división y las guerras promovidas por Occidente, Rusia y China proponen promover el intercambio, el comercio y la cooperación.
* Periodista y activista político francés, autor de investigaciones sobre la extrema derecha, director de la Red Voltaire