La ira de dios: Brasil, pastores y política/ Dos semanas dentros de las redes de whatsapp de Bolsonaro
Jorge Elbaum|
La segunda vuelta electoral en Brasil tiene como protagonistas a pastores de grupos neopentecostales. El último miércoles, los dos candidatos, Fernando Haddad y Jair Messias Bolsonaro, compartieron actividades de campaña con grupos religiosos integrados a redes evangélicas de diferente origen. Fe y política se entremezclan en la campaña electoral con niveles crecientes de disputa, en el marco de un clima neoliberal que excluye de toda espiritualidad y lazo social a quienes más requieren esperanza.
Amplios sectores sociales, sobre todo los más vulnerables, tienden a refugiarse en rituales y en sus respectivas redes emocionales, que otorgan un salvoconducto frente a la irracionalidad, la violencia y las carencias cotidianas que ofrecen los modelos económicos imperantes.
La restauración conservadora en América Latina se insinúa como una reacción exasperada contra la inclusión de amplios sectores populares y los concomitantes cambios en las relaciones sociales que estas mutaciones generan. Los sectores hegemónicos, acostumbrados a disfrutar de privilegios históricos, se han visto desafiados en las dos últimas dos décadas por iniciativas políticas impulsadas por organizaciones progresistas que han empoderado a numerosos grupos subalternos.
En ese marco, las derechas del subcontinente más desigual del mundo (América Latina) han decido ajustar y coordinar todo su armamento cultural y simbólico para evitar la continuidad de unas alteraciones que rechazan por considerarlas como antinaturales: para estos sectores reaccionarios la inequidad debe ser garantizada, como expresión del orden y única garantía del crecimiento económico. Para cumplir ese objetivo todas las contribuciones son válidas. Incluso aquellas que provienen de las confesiones religiosas.
La profusión de pastores e iglesias en América Latina muestra la clara diferencia entre los modelos pentecostales, nacidos a principios del siglo XX, y las versiones neopentecostales que irrumpen a mediados del siglo XX. Estos últimos grupos reivindican una teología de la prosperidad individual a cualquier costo, alabando la desigualdad y endiosando el dinero. Por el contrario, para los pentecostales tradicionales, no hay prosperidad posible en el egoísmo ni en la celebración del becerro de oro, ejercicio que consideran la síntesis de una comunidad envilecida.
Sus modelos organizacionales también difieren: en el caso de los pastores que apoyan a Bolsonaro, que son mayoritariamente integrantes del movimiento neopentecostal, su feligresía se estructura mediante un mecanismo piramidal. En ese marco, cada líder carismático controla un territorio mediante la colocación de subalternos que deben rendir pleitesía (y recaudación) a sus jefes obispales superiores.
El ex capitán del ejército mantiene un estrecho vínculo la Iglesia Universal del Reino de Dios, propietaria de la cadena de radio y televisión Record, dirigida por el obispo Edir Macedo, quien ha hecho campaña por el ex militar. Otro de los pastores vinculados con esa red de apoyo a Bolsonaro es el diputado y pastor brasileño Marco Feliciano, quien en una recordada misa celebrada en 2017, explicó que los tres balazos recibidos por John Lennon por parte de su asesino, Mark Chapman, tenían inscriptos en sus casquillos los nombres de la santísima trinidad: el padre, el hijo y el espíritu santo.
https://www.youtube.com/watch?v=8yDtZhQdnB0
Video de Marco Feliciano en el que explica las causas teológicas del asesinato de John Lennon
Las políticas de inclusión social implementadas por Lula, el kirchnerismo, Rafael Correa, el chavismo, Michelle Bachelet y el Frente Amplio en Uruguay, han desatado los demonios exasperados de las elites autoritarias y conservadoras. Empresarios como Macri, Piñera o Duque ven cómo Jair Messias Bolsonaro converge con ellos con la particularidad del exacerbado discurso militarista dictatorial (de los años ’60 y ’70 del siglo pasado), ofrecido como solución a la crisis neoliberal producida por la hegemonía financiera, de la que los únicos beneficiarios son los conglomerados trasnacionalizados.
El anarcocapitalismo, basado en la desregulación del mercado de trabajo, las aperturas externas asimétricas y la priorización la inversión extranjera por sobre el ahorro local, ha generado profundos niveles de desestructuración social. La correspondiente incertidumbre cotidiana (acompañada por la volatilidad de los mercados) brinda pingües ganancias a quienes han logrado blindarse mediante el acceso a divisas.
Su contracara son los constantes estados de desesperación que sobrellevan los trabajadores, que sufren la precarización laboral, la amenaza de desocupación, la flexibilidad o la sobreocupación. En el marco de esa dramática incertidumbre cotidiana se superpone el fantasma de la violencia urbana. Frente a esa situación, uno de los mecanismos de defensa colectivo al que han apelado los sectores más castigados es la participación en redes de contención emocional dispuestas a proporcionar una clara esperanza compartida.
En Brasil las iglesias neopentecostales ganaron adeptos en las últimas décadas gracias a dos factores convergentes. El primero: la progresiva reducción y desaparición de las comunidades eclesiales de base vinculadas a la iglesia católica, otrora instaladas en las barriadas populares de las grandes urbes, expresivas de una teología de la liberación. Estos agrupamientos se habían multiplicado en América Latina como continuidad a la labor de los curas obreros europeos y el empuje recibido por la Conferencia Episcopal Latinoamericana, realizada en Medellín en agosto de 1968.
En ese cónclave se convocó a los sacerdotes y a las feligresías a realizar una opción por los pobres de la tierra. La otra motivación de la ocupación territorial de los grupos pentecostales se explica por el vacío dejado por el Estado y las redes de activismo social, que exhibieron gran dificultad (o ineptitud) para hacerse presentes en los sectores poblacionales más vulnerables, que conviven con redes mafiosas que además son cómplices de organismos de seguridad.
Esta realidad obliga a los sectores progresistas a acciones yuxtapuestas: impedir el etiquetamiento homogeneizador que amontona a todo el pentecostalismo en una misma esfera indiferenciada, y recapacitar acerca del rol de la espiritualidad (religiosa o no) como un soporte de construcción de esperanzas, pasible de ser utilizado en la disputa política. Sería ingenuo dejarle la fe a quienes hacen de ella un negocio al servicio de los poderosos.
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) . Publicado en elcohetealaluna.com/
Dentro de las redes del fascismo: dos semanas entre los grupos de Whatsapp de votantes de Bolsonaro
Sebastián Valdomir-ladiaria|
A diez días para la segunda vuelta de las elecciones en Brasil, se divulgaron algunos detalles de la estrategia y funcionamiento de los grupos de mensajería digital de la campaña de Jair Bolsonaro. El tema ya venía siendo ubicado como pieza relevante de su campaña por algunos analistas políticos y de comunicación en medios escritos, pero sin mayores repercusiones. Este miércoles The New York Times publicó una columna sobre el funcionamiento de la divulgación masiva de contenidos falsos por grupos de mensajería, y finalmente el jueves el diario Folha de Sao Paulo le dio cobertura a la conexión entre empresas y financiamiento de la estrategia de divulgación de noticias falsas.
Llamar ahora la atención sobre el tema no es menor. Pero la reacción ante su incidencia en el proceso electoral llega demasiado tarde, sobre todo porque se trata de una estrategia que se viene implementando por lo menos desde hace tres años.
Ingresar a los grupos de Whatsapp y Telegram de Bolsonaro no es difícil. Sobre todo en los que fueron activados para la segunda vuelta y que tuvieron como eje la agitación digital en los estados y ciudades del nordeste donde el candidato perdió contra Fernando Haddad en la primera vuelta.
Uno de los grupos a los que ingresé fue creado en enero de 2017, es decir, un año y medio antes de estas elecciones. Otro, en este caso de Telegram, tuvo una media de 8.400 mensajes diarios, con 3.500 miembros estables. A partir de los resultados de la primera vuelta del 7 de octubre, cuando se confirmó que el nordeste fue la región en donde más se resistió el embate de Bolsonaro, se pudo monitorear por lo menos 26 grupos de Whatsapp, atendiendo diferentes estados y puntos urbanos de esa región. Como Whatsapp tiene un límite relativamente pequeño de integrantes por grupo, los activistas los segmentaron hasta generar centenares de nuevos grupos. Además, pasaron a emplear Telegram, que permite armar mega grupos con varios miles de usuarios.
Es importante tener claro que la etapa de rápida masificación de la estrategia de mensajería de Bolsonaro está bastante alejada en el tiempo de la etapa de implantación de la estrategia. Todo indica que el inicio del trabajo de generación de contenidos coincide en el tiempo con hechos como las movilizaciones de 2015 en paralelo al proceso de impeachment a Dilma Rousseff, el transcurso de la investigación Lava Jato y la huelga de camioneros.
Es decir, primero hubo un aprovechamiento de los grupos de mensajería en teoría “no políticos” pero que estaban fuertemente activados en demandas o campañas de movilización contra el gobierno, para transmitir un mensaje de descontento político. Una vez instalado el proceso electoral, la “migración” desde esos grupos “no políticos” a grupos de apoyo a Bolsonaro fue casi instantánea.
La estrategia les dio buenos resultados. Luego del ataque con una puñalada en Juiz de Fora, Bolsonaro no participó en actividades urbanas. Si se considera, además, que el candidato casi no tuvo presencia en el horario electoral asignado en televisión abierta, y se compara su rendimiento del 7 de octubre con el de Geraldo Alckmin, del Partido de la Social Democracia Brasileña, que tuvo la segunda mayor asignación de minutos en el horario electoral, el contraste no puede ser más chocante. La decisión de no utilizar la mediación de los canales tradicionales para transmitir su mensaje le generó innumerables beneficios al candidato del Partido Social Liberal. Pero para que ello fuera posible, estos dispositivos debieron ser desarrollados con mucho tiempo de antelación respecto al momento específico de las elecciones.
¿Lo peor es que sea fake?
La reacción de los últimos días en Brasil apunta que estos canales se utilizan para diseminar contenidos falsos y fake news. Sin embargo, el problema mayor no es este. En general, la izquierda –y tampoco especialistas de comunicación política, académicos o periodistas– no tiene muy claro dónde radica lo más grave del asunto. Un análisis del funcionamiento y de los diferentes tipos de mensajes pueden dar algunas pistas, pero hay que tener claro que sólo eso no proporciona mayor información sobre lo que está detrás de la estructura de emisores, receptores y mensajes.
Los grupos vistos en las últimas semanas son más que nada espacios de agitación y difusión de memes, videos variados (que van desde los tópicos clásicos del “marxismo cultural”, la Escuela de Frankfurt y el psicoanálisis hasta consejos de “supervivencia urbana”) y propagación de consignas. Una menor cantidad de mensajes refieren a posteos más “clásicos” con comentarios o análisis de una nota, la campaña en general, propuestas de los candidatos, etcétera. Algunos grupos especializados en debates evitan los videos y las imágenes y se centran en pulir frases para los diferentes temas de la campaña electoral, y en cómo rebatir argumentos de otras personas.
Entre los centenares de mensajes diarios, se pueden identificar patrones de organización bastante sencillos, así como los roles que juegan algunos usuarios que pasan de ser simples adherentes. Con relación a lo primero, usualmente los grupos amplifican los mensajes de tipo “Tarea del día”, que indican alguna acción digital concreta para realizar de forma bastante simple y automática luego de que llega el mensaje. Por ejemplo, una de ellas era ingresar al sitio del Senado y cliquear en la opción de “Plebiscitar la revocación del Estatuto de Desarme Civil”. El resultado a las pocas horas fue medio millón de votos por el “Sí”. Y así, muchas otras “tareas”, como reenviar videos a los contactos particulares, intervenir en discusiones en Twitter o Facebook, hostigar a algún analista “del otro bando”.
Los mensajes, en general, tratan de ser muy sencillos. Sin embargo, no es el contenido del mensaje en sí lo que resalta, sino la rapidez con que se plantean respuestas ante los temas del día o incluso, de momentos exactos. Otro aspecto es que en casi ningún caso se trata de construir argumentos para una discusión racional, sino de un énfasis en la repetición, la instantaneidad y las respuestas preelaboradas, lo que indica una lógica instrumental pero no comunicativa.
El hecho en sí termina constituyendo un hecho comunicativo, pero no la lógica detrás del funcionamiento de estos dispositivos de respuesta rápida. Lo más creíble no es lo más divulgado ni aceptado. Mensajes absurdos –cuando no directamente grotescos– dan paso a múltiples respuestas y reacciones que preparan a los usuarios para eventuales interacciones cuando son reenviados a otros grupos que funcionan en la periferia de la política (grupos familiares, de amigos, en el trabajo, etcétera).
No existe posibilidad alguna de establecer un canal de diálogo por fuera de toda esa racionalidad instrumental. Muchos videos comienzan con la muletilla de reconocer el derecho a cada uno de elegir su candidato, para luego dar paso a la seguidilla de que optar por Haddad es darle el voto a un payaso que defiende bandidos y, por ello, quien lo defienda es otro bandido, un gay, una puta o un cínico, en los tonos más despectivos e insultantes posibles. El interés mayor no es convencer al otro, sino derrotarlo. Todo en 15 segundos de tensión y aceleración total.
El eje no parece estar planteado entre lo verdadero y lo falso, sino entre la adhesión y el rechazo, entre la aceptación y el odio. Lo importante es que la máquina funcione y no tanto lo que produzca.
Aunque Bolsonaro no puede jactarse de su productividad a lo largo de su carrera como parlamentario, en junio de 2017 presentó dos proyectos relacionados al uso de Whatsapp. Uno de ellos era una enmienda constitucional que apuntaba a agregar un inciso al artículo 102, indicando que el uso de servicios de mensajería, como la mencionada, solamente podía ser limitado por una decisión del Supremo Tribunal Federal, y no por jueces de primera o segunda instancia.
Frenar un dispositivo tecnológico puntual no resolverá el problema, porque como se ha mencionado, existen varios más para cumplir su función. El estudio de los mensajes analizados por The New York Times estimaba que 56% de los contenidos más compartidos analizados eran engañosos. Poner el acento sobre un contenido en particular –falso o no–, no modificará la esencia del problema.
Hubo fraude, hay fraude, habrá fraude
Llama la atención cómo los adherentes y miembros del “movimiento” comparten la idea que todo el sistema político, el conjunto de actores políticos y diferentes instituciones –incluido el Tribunal Electoral– están contra Bolsonaro. Se engaña el que piensa que solamente hay críticas a los llamados esquerdópatas –izquierdistas afines al Partido de los Trabajadores (PT), al Partido Comunista, a Lula; en Uruguay el término que se le asemeja es el de focas, con el que se procura ridiculizar a los adherentes del Frente Amplio–, sino también a figuras de partidos tradicionales de la centro-derecha brasileña como Fernando Henrique Cardoso o José Serra. Otro foco de crítica es la cobertura que hacen de Bolsonaro los medios de prensa escrita (sobre todo Folha de São Paulo), pero también la cadena Globo de televisión y la iglesia católica.
Este abanico le termina impregnando a todo el asunto un carácter de gesta, de rebelión brutal contra el status quo. La interacción no deja de ser un tránsito entre la tragedia, bajezas repugnantes y caricaturas de debates extremadamente serios. Armas, aborto, anticomunismo ferviente, el reconocimiento de derechos para personas LGBT, todo pasa por el tamiz de un sentido de urgencias, de un “esto no da para más” más impostado que verosímil.
Más fingido incluso es el “hacer de cuenta” que pueda ser cierto que si no gana Bolsonaro solamente se deberá al fraude del PT y no a la unificación de todo un espectro democrático para frenar el fascismo. Brasil es demasiado festivo como para el “que se vayan todos” pero está expresando de esta manera que si no gana Bolsonaro el caos será el titular del día siguiente.
En los diferentes grupos, la reacción a la denuncia de las notas mencionadas fue de épica: el bolsonarismo inquietando a los medios más influyentes del mundo. En definitiva, terminó reforzando el mecanismo de “todos contra nosotros” y la idea de que, con los celulares como única herramienta, “el pueblo está bancando la campaña del Capitão”.
El resultado de la segunda vuelta no alterará en lo fundamental estos vasos comunicantes de una porción significativa de la sociedad brasileña. Tampoco alterará la composición del Congreso. Después de todo, las corporaciones más importantes de la estructura económica y social de Brasil reforzaron su presencia en el Parlamento. Las bancadas religiosas, militares, de ex policías y del agronegocio podrán imponer al próximo gobierno sus líneas sin grandes dificultades. Proyectos como el régimen penal para menores infractores, la liberación del porte de armas, el fin de demarcación de tierras para comunidades indígenas, negras y campesinas, podrán ser impuestos como moneda de cambio entre el próximo Ejecutivo y el Congreso.
En los grupos se expresa lo más superficial de esos temas; de hecho llama la atención la marginalidad de lo económico y lo laboral entre los miles de mensajes cruzados. Nadie habla de la crisis económica o del recorte del gasto público para políticas sociales o de la reforma laboral implantada por el gobierno de Temer.
Tal vez sea demasiado pronto para afirmar que las redes sociales cambiaron la política para siempre, tal como dijo recientemente José Roberto De Toledo, un periodista de la Revista Piauí, cuando dijo que “Whatsapp es el cementerio de la democracia”. Lo que sí parece claro es que salir ahora a las apuradas a intentar contener el impacto no tiene mayor sentido. Incluso hablar de este tema en este tramo de la campaña también puede tener un efecto de cáscara de banana para lo que resta del sistema político democrático.
De hecho, como si fuera una macabra bienvenida al mundo del bolsonarismo, otros temas muy importantes denunciados esta semana quedaron tapados, como la denuncia publicada en Carta Capital el pasado lunes, sobre la interceptación y seguimiento del equipo de campaña de Haddad por un sector de la inteligencia del Ejército.
*Sociólogo uruguayo, dirigente del Movimiento de Particiopación Ciudadana (MPP-FA). Publicado en ladiaria.com.uy. Ilustraciones de Ramiro Alonso-ladiaria