Los avatares del Kirchnerismo y el crecimiento de las izquierdas

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Guillermo Almeyra

Néstor Kirchner, al igual que su esposa, cuando era gobernador de Santa Cruz, era menemista, o sea partidario firme del libre mercado y de las llamadas “relaciones carnales” con Estados Unidos. Menem, durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, no fue a la cárcel como debería haber ido. Por el contrario, como senador contribuyó a darles mayoría a sus sucesores.

Néstor Kirchner, una vez presidente, rompió con sus mentores (Menem y Duhalde) e hizo su propia política. Su esposa siguió el mismo camino. El presidente Kirchner, sin embargo, concilió con la burocracia sindical y con la derecha peronista y eligió como vicepresidente al exmenemista Daniel Scioli, hoy gobernador de la provincia de Buenos Aires y candidato presidencial oficial y, como vicepresidente de Cristina, al radical Julio Cobo, de centroderecha. La presidente Cristina Fernández, a su vez, escogió como vice a Amado Boudou, proveniente de la derecha neoliberal que había apoyado a la dictadura militar, al cual ella definió “un cheto de Puerto Madero” (un pirruri del barrio más caro de Buenos Aires) y lo protegió en sus procesos por diversos delitos financieros. Ella se apoyó también en varios gobernadores del Opus Dei, que en sus provincias respectivas se niegan a aplicar las leyes sobre el aborto y mantienen la enseñanza religiosa -por más que ambas cosas sean anticonstitucionales- y cambió a su Ministro de Relaciones Exteriores nacionalista (Taina) por el embajador en Washington que tiene viejos lazos familiares con el Departamento de Estado y con Israel.

A diferencia de Néstor, Cristina Kirchner ninguneó a la burocracia sindical y la dejó de lado y prescindió del Partido Justicialista creando su propio aparato de jóvenes funcionarios dependientes de ella para instaurar una presidencia a la Bonaparte por encima de todos.

Ante la imposibilidad de la reelección de Cristina Fernández, pues no tuvo los números para imponerla en el Parlamento, para las elecciones presidenciales de octubre hace ahora su juego para irse pero quedando tras bambalinas como la Eminencia Gris del régimen. En un primer momento, para confrontar al gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, un peronista muy conservador con demasiados lazos con los bancos, los grandes industriales y los soyeros, prohijó la precandidatura presidencial del Ministro del Interior y de Transportes, Florencio Randazzo también proveniente del menemismo, también antiobrero y conservador, pero fiel a ella. Pero en cierto momento tuvo que optar por el candidato con más posibilidades de ganar (Scioli) o por el más fiel, pero perdedor (Randazzo) y pasó a apoyar a Scioli de la noche a la mañana, tirando a la basura a su ex candidato Randazzo. Para tratar de controlar a Scioli, sin embargo, le impuso como candidato a vice al secretario técnico de la presidencia, un ex militante maoísta convertido al menemismo kirchnerista, Carlos Zannini, y además la continbuidad de la mayoría de los ministros actuales.

Pero, como prueba la experiencia, el vicepresidente no influye para nada (Perón tuvo como vices a un radical oscuro, Jazmin Hortensio Quijano, buen hombre pero ininfluyente y a un almirante (Teyssaire) del cual decía que era “puto y falopero” (drogadicto) y, por último, a Isabel Martínez, una bailarina que encontró en Panamá, que le sucedió tras su muerte y gobernó teledirigida por el gurú de Perón, el “brujo” fascista López Rega.

De modo que Scioli gobernará por su cuenta aunque le pongan de vicepresidente al papa Francisco (otro peronista de derecha, ex miembro de la Guardia de Hierro).

En el otro campo, el candidato a presidente por la derecha ardientemente neoliberal y amiga de Washington, el alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, cuenta con una sólida mayoría en el electorado de la Capital Federal, Buenos Aires, pero su candidato –un cómico televisivo grosero y misógino-perdió en la provincia de Santa Fe y en las demás provincias importantes Macri tampoco cuenta. Para colmo, a meses de las elecciones, se está peleando con sus aliados de la derecha de la Unión Cívica Radical y con la apocalíptica cristiana de derecha “Lilita” Carrió.

Es muy probable, por lo tanto, que Daniel Scioli, saque más del 33 por ciento de los votos, logre la primera minoría en las Cámaras y la presidencia de la República y que los “factores de poder” (léase financistas, evasores de impuestos, soyeros, Unión Industrial Argentina, grupos periodísticos empresariales) cambien de caballo, dejen de un lado a Macri y busquen una alianza con Scioli. El kirchnerismo, que fue un intento fallido de superación del peronismo clásico, terminaría así su involución con un gobierno antiobrero y proempresarial cercano a Washington y enfrentando duras resistencias de los trabajadores.

Las huelgas generales o parciales que se suceden presagian una fuerte acción gremial contra todo retroceso en el nivel de vida y en las conquistas. La propia burocracia sindical corrupta y millonaria que convoca los paros generales busca con ellos unirse y prepararse para contrarrestar la inevitable presión empresarial sobre Scioli. En muchos gremios importantes –alimentación, metalúrgicos, transportes, por ejemplo- se desarrollan además oposiciones sindicales combativas. En las sucesivas elecciones provinciales crecen también los votos del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) e igualmente, como en Rosario, la segunda ciudad del país, los de una izquierda anticapitalista independiente. Si se sumasen los votos de las diversas expresiones de la izquierda no capitalista, ésta llegaría al 10 por ciento del electorado pero su influencia en los barrios populares y en las fábricas es muy superior. Se puede asegurar por lo tanto que, a menos que los sucesores del kirchnerismo recurran masivamente a métodos dictatoriales, la izquierda crecerá en la juventud obrera y popular. El mayor poder de atracción electoral del FIT reside en su contraste con las candidaturas de las dos derechas –oficialista y opositora- que se enfrentan entre sí y que el FIT enfrenta.