Guerra económica
LUIS BRITTO GARCÍA| Contra todo proceso que inicie alguna modificación progresista, sea reformista o radical, se desata la guerra interna y externa, sucesivamente comunicacional, económica, diplomática y estratégica.
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Así sucedió contra las revoluciones burguesas de Inglaterra y de Francia, contra las Independencias americanas, contra la revolución agrarista mexicana, contra las socialistas soviética, china, cubana, nicaragüense y vietnamita: contra todas las que en el mundo han sido, son o serán. Toda revolución quiere ser pacífica: sus enemigos la ponen en el trance de defenderse o morir.
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Todas las formas de guerra están íntimamente relacionadas. Conocemos de sobra las variantes de agresión mediática contra Venezuela: sistemática falsificación de noticias, falsas acusaciones de ausencia de libertad de expresión, agavillamiento informativo de oligopolios externos e internos. Sabemos de la guerra diplomática: andanada de demandas temerarias en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias sobre las Inversiones (CIADI), ante la Comisión y la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, ante todos los organismos a los cuales cedimos nuestra soberanía otorgándoles el poder de juzgarnos y condenarnos, y de los cuales no nos retiramos a tiempo.
Intento de sabotear el Alba, Unasur, la Celac: todos los organismos de integración latinoamericana en parte animados por Venezuela. Intento de extraer declaraciones condenatorias de gobiernos y organismos internacionales; adopción de políticas hostiles de Estados vecinos y de integrantes de bloques regionales, como la Alianza del Pacífico.
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¿Qué podemos esperar de la Guerra Económica? La imperiosa demanda de hidrocarburos en el mundo ha impedido que Venezuela sea víctima de un bloqueo en forma como el que se tendió contra el azúcar cubano. Cómo la iniciada contra el Chile de Allende, la Guerra Económica contra Venezuela incluye cercos en la distribución de bienes de primera necesidad, escaseces estratégicas, pánicos mediáticos sobre el desabastecimiento, sobreprecios usurarios y especulativos impuestos premeditadamente por el sector privado importados y distribuidor. También incorpora escasez disparada por el contrabando de extracción.
Bloqueos en las comunicaciones, como los emprendidos por las aerolíneas con pasajes abusivamente caros y reclamaciones descabelladas. Ataques informáticos contra las redes digitales y los sistemas de producción de las industrias básicas, como los perpetrados por INTESA contra PDVSA y por hackers desconocidos contra el Consejo Supremo Electoral y otros organismos públicos. Medidas de confiscación contra las reservas internacionales, como las que intentó la Exxon contra los fondos que Venezuela no había retirado de bancas internacionales. Congelación de cuentas privadas en el exterior.
Masivo financiamiento de ONGs que desembozadamente actúan como agentes de la USAID y de la NED. Desangramiento intensivo de la economía a través de los inconstitucionales Tratados contra la Doble Tributación, en virtud de los cuales las transnacionales no pagan impuestos en el país donde obtienen sus beneficios. Otorgamiento masivo de dólares preferenciales a empresas fantasmas que los invierten en importaciones ficticias.
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La Guerra Económica es modalidad infaltable en todos los conflictos. El único remedio contra ella es la adecuada respuesta de los agredidos. La Revolución Inglesa reaccionó con medidas proteccionistas y la creación de una New Model Navy que convirtió a Inglaterra en la primera potencia del mundo hasta 1939. La Unión Soviética planificó un crecimiento económico y científico que la llevó a ser la segunda potencia global hasta 1990. China implementó reformas revolucionarias en la agricultura y la industria que la ponen en camino de ser la primera potencia del planeta. Cuba alcanzó los mayores logros latinoamericanos del siglo pasado en salud, educación y seguridad social, y perfeccionó una defensa que ha resultado invulnerable durante más de medio siglo. Venezuela debe articular su propia respuesta, no sólo para sobrevivir, sino también para prevalecer.
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En guerra, más peligrosas que las fuerzas del adversario son las debilidades internas. Dos fatales enfermedades acechan nuestros procesos económicos: el endeudamiento imprudente, que invita a creer que lo prestado no ha de pagarse nunca, y los juegos cambiarios, que tientan a multiplicar dinero cambiándolo de categoría. No es la primera vez que en Venezuela un desbarajuste cambiario desestabiliza a un gobierno.
Allá en mis mocedades, cuando gobernaba el accióndemocratista Lusinchi, también se estableció para la venta de dólares un Régimen de Cambio Diferencial (Recadi) a tasa preferencial de 7,50 para importar artículos de primerísima necesidad, otra de 14,50 para artículos de necesidad mediana, y mercado negro para el resto. El gobierno publicaba detallados informes sobre los dólares que asignaba, los cuales analicé en mi revista alternativa Profetariado.
El resultado fue devastador. En 1987 se asignaban dólares preferenciales para importar calzados italianos, corbatas de seda, whisky fino, y misteriosos productos como “raíz de Mandrake” (jengibre vulgar) y cloruro de sodio (sal común, que se producía en Araya). Para la indispensable insulina, sólo había mezquinos dólares a 14,50. La francachela terminó en desastre, sin más víctima aparente que el misterioso “Chinito de Recadi”. Pero el legendario partido Acción Democrática, contra el cual nos inmolamos infructuosamente las izquierdas, encontró en Recadi su cristiana sepultura. Toda catástrofe devora a sus autores.
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Nada tan mágico como el juego cambiario. Con una ruleta por el estilo estrenó Carlos Andrés Pérez su segunda presidencia en 1989. Los bolívares de un fondo particular los convertía en dólares a tasa preferencial, los cuales vendía a precio de mercado negro para obtener bolívares que volvía a cambiar en dólares preferenciales.
A las pocas vueltas de este tiovivo multiplicador pueden ustedes imaginarse los efectos. Todo sucedía mientras se fusilaba al pueblo en las calles por protestar contra el Paquete Neoliberal. Esta vez no bastó con un chinito de Recadi. Con todas sus ínfulas de Gran Demócrata Latinoamericano, el Inquieto Muchacho de Rubio fue a parar a un calabozo de la cárcel de Los Teques, y su partido al basurero de la Historia.
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En nuestro blog http://luisbrittogarcia.blogspot.com escribimos el domingo 15 de junio: “El sector privado opositor culpa al gobierno de la Escasez, a pesar de que los negociantes obtuvieron del Estado según el presidente Maduro unos 60.000 millones de dólares preferenciales para importar bienes esenciales, y los fugaron aplicándolos a importaciones fantasmas de empresas de maletín.
En el juego de la Escasez hay compras nerviosas incentivadas por los medios, estratégicas desapariciones y reapariciones de productos, especulaciones ultra usurarias con los precios. No parece tampoco el sector público haber desarrollado una campaña para sindicar a los verdaderos culpables de la escasez. Dentro de ellos, quienes alegremente otorgaron esa catarata de dólares preferenciales sin exigir garantías de fiel cumplimiento de las importaciones ofrecidas ni prueba de la solvencia de los favorecidos; quienes retardan las sanciones y confiscaciones del caso, quienes postergan el paso trascendente de asumir directamente las importaciones para no depender de una oligarquía que las utiliza para asesinar al proyecto socialista”.
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El Caballo de Troya de la Guerra Económica entra entonces por un boquete en parte abierto por los propios troyanos. Los errores ocurren, pero quien los oculta los comparte. Como ciudadano de a pie, me pregunto: ¿Quién entregó 60.000 o 25.000 millones de dólares, según la fuente, a empresas de maletín? ¿Quién omitió comprobar la existencia real y solvencia de éstas? ¿Quién recibió esas magnitudes sin prestar garantías de fiel cumplimiento?
¿Quién propone como remedio para tantos males continuar proporcionando dólares preferenciales a un sector privado parasitario que seguirá fugándolos en importaciones ficticias? ¿Quién retiene las listas de funcionarios y empresas (al parecer, algunas públicas) responsables? ¿Quién omite emprender acciones contra tantos quienes?
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Una crisis estalla cuando aparecen los Yonofuís despedidos echándole la culpa a otros. La crisis termina cuando alguien proclama: “Soy responsable”.