El rompecabezas Nisman

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Andrés Fidanza y Sonia Budassi – Revista Anfibia

Cuando lo policial y lo político se mezclan, en la batalla mediática por el verosímil, quizás triunfe la operación mejor orquestada. El caso Nisman genera enormes consecuencias sobre la política y la campaña electoral. La muerte del fiscal saca del clóset a un actor cada vez más influyente desde la vuelta de la democracia: los servicios de inteligencia. Su estrecha relación con sectores de la justicia federal queda al desnudo. De esa trama oscura y de un hombre solo habla esta investigación de Revista Anfibia.

A la sala más moderna y amplia de Comodoro Py le dicen sala AMIA. Se esperaba que el juicio por el atentado que dejó 85 muertos durara como mucho 6 meses. Terminó a los 3 años, en 2004. Ubicada en el subsuelo, sin señal de celulares, con aire acondicionado, micrófonos, vidrio que separa a los asistentes de los jueces, es la que mayor cantidad de gente puede albergar.

En cada audiencia, frente a los testigos y al lado de los imputados, uno de los querellantes se sentaba junto al fiscal Alberto Nisman. Todas las mañanas, antes de empezar,el fiscal le mostraba orgulloso una carpeta llena de recortes periodísticos con todo lo publicado sobre el juicio: un clipping. Al abogado le impresionaba lo pendiente que estaba ese hombre de la repercusión del proceso.

Cuando le tocaba hablar ante los jueces, Nisman era verborrágico y apresurado.

—Hablá más despacio, Alberto, ni yo que me conozco la causa completa te entiendo —le decía el abogado.

En las primeras audiencias, Nisman se ubicaba junto a los otros fiscales: Eamon Mullen y José Barbaccia. Los tres habían firmado, en la primera instancia, el requerimiento de elevación a juicio en el que se aseguraba que la Bonaerense extorsionó a Carlos Telleldín para que vendiera la camioneta Traffic a los autores del atentado. Se movían en bloque. Cuando se empezaron a hacer evidentes los testimonios falsos, las imputaciones arbitrarias y las pruebas plantadas, Nisman se fue alejando de sus colegas. Lo único visible de la alianza de aquel equipo eran los escritos firmados en conjunto.

El 13 de abril de 2003, los jueces Gerardo Larrambebere, Miguel Pons y Guillermo Gordo ordenaron que Barbaccia y Mullen fueran apartados de la causa. Dijeron que sabían y ocultaron que Telleldín, acusado como “partícipe necesario”, recibió 400 mil dólares en 1996 para declarar contra policías bonaerenses. Barbaccia no estaba presente. Mullen se levantó en silencio. Nisman permaneció sentado.

Quienes defienden la figura de Nisman, recuerdan que el día que Telleldín firmó la declaración falsa el fiscal aún no se había sumado al equipo que investigaba el atentado a la AMIA. Quienes lo cuestionan, aceptan que eso es real pero recuerdan que el fiscal comenzó a trabajar junto a Mullen y Barbaccia en junio de 1997: o sea, que acompañó sus presentaciones y actuaciones hasta que se precipitó el final.

Nisman ingresó a Comodoro Py signado por esa escena histórica en la que sus pares pasaron al cadalso jurídico. Unos y otros se preguntan por qué Nisman no quedó marcado por el encubrimiento, por qué no apeló la acusación a Mullen y Barbaccia si sostuvo la misma acusación hasta lo último.

En el ámbito judicial, por ese hecho y por su estrecha relación con los servicios de inteligencia, a pesar de su dedicación permanente a la causa AMIA, Nisman era visto con reservas por la mayoría de sus colegas.

Tras la muerte del fiscal, Mullen publicó un texto en la sección fúnebres del diario La Nación.

* NISMAN, Alberto, Z.L. – Nich, rezo por vos. Mis sinceras condolencias para Sandra, Iara, Kala, Sara y Mario. Eamon Mullen.

Algunos allegados a Nisman interpretan el aviso como un último mensaje de reconciliación.
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La mayoría de las 24 fuentes judiciales consultadas por el equipo de Anfibia dan por real y por conocida la relación estrecha entre el fiscal y la Secretaría de Inteligencia. Ese fue el pacto desde el inicio, cuando en 2004 el entonces presidente Néstor Kirchner impulsó la investigación poniendo a la Secretaría de Inteligencia al servicio de la flamante UFI AMIA, a través del espía que luego se convertiría en enemigo del kirchnerismo, Antonio “Jaime” Stiuso. Siempre en estricto off the record, las fuentes admiten que el caso Nisman deja al descubierto una zona de convivencia admitida, normalizada e histórica: la de los servicios de inteligencia con la justicia federal. Once personas que trabajan en altos puestos de la justicia federal, cuatro que trabajaron en la fiscalía con Nisman, tres querellantes, seis ex funcionarios importantes de Justicia o Seguridad lo admiten y describen. En este punto crucial, veinte de ellos –casi todos—están de acuerdo: esa relación es carnal. Los únicos que no lo confirman, tampoco lo niegan: prefieren –aclaran ante las preguntas– no hablar del tema.

Un ex compañero de Nisman y dos jueces federales se animan a decir (protegiéndose siempre en el off the record) que Nisman era “un agente” de inteligencia. Cuando se los interroga para que definan con precisión a qué supuesto servicio reportaba, dos de ellos aseguran que a la central norteamericana, la CIA. Mientras que la tercera fuente lo considera un agente del Mossad, el servicio secreto israelí.

Es difícil evaluar las afirmaciones de estas fuentes calificadas. En las entrevistas sobre servicios de inteligencia, cuando se intenta profundizar este tipo de hipótesis el límite es la palabra clave: secreto.

—Si te sale bien, sos procurador o presidente del Congreso Judío Mundial. Si te sale mal, te mandan un arma. Alberto no era solamente un fiscal —dice un ex funcionario de Seguridad vinculado a Nisman por el caso AMIA.

Es fácil de comprobar que, varias veces, el nombre de Nisman sonó como candidato para la Procuración General.

Un fiscal federal y un juez federal escucharon a Nisman hablar sobre las lujosas camionetas negras que lo esperaban cada vez que pisaba Estados Unidos. Consultado al respecto, el fiscal dice:

—Siempre me lo hice de la CIA: alguna vez compartimos un curso patrocinado por ese servicio secreto. Estaban Nisman y (María Romilda) Servini de Cubría.

Y luego reflexiona sobre el lugar donde fue enterrado Nisman, en el cementerio judío de La Tablada.

—Lo pusieron frente al monumento a los muertos al servicio de Israel. Y él no era un religioso convencido y practicante.

Fuentes ligadas al cementerio confirmaron este dato: la tumba de Nisman está muy próxima al “Monumento de recordación a los caídos por la defensa del Estado de Israel”: mucho más cerca que la manzana donde están enterradas algunas de las víctimas de la AMIA.

—Si dividís al mundo entre la gente de reflexión y la gente de acción, Nisman era de los segundos. Le gustaba más la actividad secreta que ser fiscal.

El ex Director Ejecutivo de la DAIA, Jorge Elbaum, afirma que Nisman se suicidó y, sin el pudor de otros, acusa al fiscal muerto de haber armado la investigación según las necesidades de la CIA y el Mossad.

—A su camioneta se la alquilaba una empresa manejada por la CIA.

En este dato coinciden en “off”también un fiscal federal y un juez. Elbaum dice que a partir de 2009, quiso“operarlo”a él y a Sergio Burstein: Irán tenía que ser culpable.

—Lo usaron hasta el último minuto, le prometieron una gran recompensa, y de pronto Nisman se encontró sin nada.
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Cuando lo policial y lo político se mezclan, los casos se convierten en una cuestión de fe: la realidad llega al extremo de lo subjetivo; en el barro mediático, quizá triunfe la operación mejor orquestada. Es la batalla por el verosímil. En el caso Nisman, la trama jurídica se enreda con traiciones íntimas y lealtades corporativas. El rompecabezas de la muerte del fiscal reúne al terrorismo internacional y a la omnipresencia de la CIA, al gobierno, a la oposición culpando del crimen a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner; a las lecturas sobre el trabajo de Nisman, su obsesión y su vanidad personal. Los conflictos históricos se vuelven estridentes: la autonomía de algunos sectores de la Secretaría de Inteligencia (SI); las relaciones entre la justicia y los servicios. Mientras la evidencia lo permita, se exaltará o disimulará la importancia de cada pieza. Más allá de que la fiscal Viviana Fein descubra qué pasó el domingo 18 de enero dentro del baño del departamento de Le Parc, la “zona opaca”transitada por juristas e Inteligencia está quedando expuesta.

Los vínculos entre un funcionario judicial y los servicios secretos no se generan de un día para otro. Se basan en la construcción de una relación personal que incluye sociales amenas y hasta escenas de tiempo libre. La amistad suele teñir la relación profesional.

Un fiscal federal dice que un ofrecimiento para formar parte de una operación surge de una conversación cualquiera, quizá tomando un trago con el amigo espía. El otro deja caer la propuesta.

— Si no lo frenás en el acto, les estás mandando un mensaje ambiguo y las propuestas van a seguir llegando. A mí me dijeron: “Si nosotros te hiciéramos saber una información que te llevaría a investigar a la presidenta, ¿vos qué harías?”. Yo respondí que no me interesaba. “No me voy a hacer socio tuyo para desequilibrar a un Gobierno democrático”.
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A los 24 años, Nisman se peinaba con raya al costado y tenía un bigotito a lo Clarke Gable, que le daba un aire policial. Hijo de Sara Garfunkel, propietaria de una farmacia, y del empresario textil Isaac Nisman, su situación económica lo ubicaba uno o dos escalones por encima del resto de los abogados de su edad que trabajaban en el juzgado provincial Nº 7 de Morón, a cargo del juez Alfredo Ruiz Paz. El secretario era Santiago Bianco Bermúdez, el mismo que ahora es el abogado de Antonio Stiuso.

Entre el calor asfixiante de esa construcción con algunos techos de chapa y su rol subalterno en el escalafón judicial, Nisman estaba eximido de la formalidad de usar traje. A pesar de que viajaba apretujado en el tren que iba de Once hasta Morón calzaba saco y corbata casi todos los días. Era flaco y le gustaba jugar al tenis. No era un judío religioso practicante, pero su apellido lo volvía una notoria excepción en un mundo católico.
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Sus colegas de aquellos tiempos, los que lo estiman y los que no, coinciden en que ya entonces era vanidoso y audaz. “Mirá, es una vip del Cielo”, le mostró a un ex compañero. “¿De dónde la sacaste, Ruso?”, quiso saber el otro, también interesado en entrar a la zona exclusiva de la disco. “Me la conseguí chapeando con la ayuda de un policía amigo”, se jactó.

Un ex compañero que compartía los viajes en tren desde Morón lo describe impiadoso.

—Siempre, desde el comienzo, fue competitivo.

Pronto, de ese juzgado provincial Nisman saltó al juzgado federal de Morón.

—Ahí, dejó de saludarnos.

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En el Itamae de Puerto Madero, Nisman siempre pedía lo mismo: sashimi de salmón, sashimi de atún rojo, un roll New York de salmón y palta, y un niguiri de langostinos sin cola. Eso, más una botella de agua de medio litro y un juego de palitos de madera con elástico. Se sentaba solo en alguno de los box más apartados. Prefería los que dan al río.

Cada domingo al mediodía mantenía ese ritual junto a sus dos hijas, Iara, de 15 años, y Kala, de 7. Las chicas guardan las selfies que allí se sacaban los tres.

Desde hacía diez años, a diferencia de los demás fiscales federales, que manejan cientos de causas, el único trabajo de Nisman era investigar el atentado contra la AMIA, ocurrido en 1994.

El viernes 16 de enero al mediodía, menos de 48 horas antes de su muerte, llegó al local ubicado a cuatro cuadras de su departamento, en las Torres Le Parc, y pidió su menú habitual. Si bien solía pasar desapercibido dentro del restaurante, ese viernes ya se había convertido en una especie de celebridad de la política, luego de su denuncia por encubrimiento del atentado contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. A dos metros de su box, un hombre le comentó con cierto orgullo a la camarera: “Ese es el fiscal Nisman, el que denunció a Cristina”.

Al día siguiente, a las dos de la tarde, 20 horas antes morir, mandó al policía federal Rubén Benítez, de particular bigote ancho, a Itamae, con su pedido de sushi detallado en un papel. De los diez agentes que se turnaban en parejas para cuidarlo, él era el que tenía más antigüedad y, sobre todo, mayor confianza con el fiscal.

—Picante no le pongas, que no le gusta.

A los 10 minutos el suboficial Benítez estaba de vuelta en el restaurante.

—Agregame el wasabi, por favor —le pidió a la camarera.

El domingo de su muerte, los responsables de custodiarlo eran los suboficiales Armando Niz y Luis Miño. El día anterior, Niz le había pedido franco porque tenía pautada una operación de riñón para el martes siguiente, pero Nisman, quizá por miedo, se lo negó.

Niz y Miño llegaron a Le Parc a las 11 de la mañana, tal como habían acordado con el fiscal. Desde entonces según el relato que hicieron ante la fiscal Viviana Fein los policías esperaron, tocaron el timbre, llamaron a la secretaria de Nisman y finalmente a la madre, Sara Garfunkel. Entraron al departamento pasadas las 22.30, con la ayuda de un cerrajero. Niz fue el primero en encontrar su cuerpo: Nisman todavía tenía el arma de Lagomarsino en la mano derecha. Una semana después su muerte, el jefe de la Federal, Román Di Santo, pasó a disponibilidad a Miño y Niz: resulta inexplicable que tardaran casi doce horas en ocuparse de verificar si el hombre al que custodiaban diez policías estaba en peligro. Y mucho más, que nunca avisaran a ningún superior de lo que estaba pasando.

En el expediente hay un lapso de media hora que se mantiene como un agujero negro dentro de la causa, infomó la agencia Infojus Noticias. El misterio es qué pasó durante dos momentos clave: desde que la madre y Niz encontraron el cuerpo y se constató la muerte, y desde el llamado al 911 –hecho por Swiss Medical– y la llegada del primer policía. En ningún momento los custodios comunicaron a sus jefes que el fiscal yacía sobre un charco de sangre y con una pistola en la mano dentro del baño de su departamento.

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El 23 de enero de 1989, el Movimiento Todos por la Patria (MTP) asaltó el Regimiento de Infantería Mecanizada 3, de La Tablada. La operación liderada por Enrique Gorriarán Merlo terminó con 39 muertos (entre civiles, policías y militares) y cuatro militantes desaparecidos.

El juez Larrambebere llegó al Regimiento poco después que el presidente Raúl Alfonsín, cerca de las 10 del martes 24 de enero. En la Oficina de Logística, sobre los fondos del cuartel de la Tablada, hizo un reconocimiento rápido de los detenidos. Estaban semidesnudos, atados y boca abajo. Al día siguiente constituyó el juzgado en el cuartel y comenzó a tomar declaración a todos los militares.

Nisman, que en esa época tenía 26 años, veraneaba en Florianópolis. Había viajado con un amigo de la adolescencia a quien, años más tarde, le dio un contrato generoso en la UFI-AMIA. Cuando se enteró del copamiento de La Tablada por televisión adelantó la vuelta de sus vacaciones. Larrambebere necesitaba un secretario más que lo ayudara en la instrucción del copamiento: el puesto sería de Nisman.

Larrambebere, jefe de Nisman, investigó el copamiento y la denuncia por apremios ilegales presentada por los militantes del MTP detenidos fuera del cuartel; y la supuesta desaparición de Iván Ruiz y José Díaz.

Sobre las torturas y maltratos, el juez dijo no haber encontrado elementos para imputar a nadie. En el caso de la desaparición de Ruiz y Díaz, le encargó a Nisman seguir su pista junto a los hombres del Ejército que los habían tenido bajo custodia. Según ellos, Ruiz y Díaz lograron salir de la Guardia de Prevención, saltando por una ventana cuando el techo se desplomaba por el fuego que consumía la estructura.

Nisman convalidó el increíble relato oficial: que los dos guerrilleros lograron escapar desarmados y heridos, después de combatir durante ocho horas, en un cuartel rodeado de policías y militares.

Hace tres años, como parte de su investigación para el libro La Tablada. A vencer o morir. La última batalla de la guerrilla argentina, Pablo Waisberg y Felipe Celesia pidieron una entrevista con Nisman, que ya encabezaba la UFI-AMIA.

Después de anunciarse ante los dos prefectos de la recepción, y ante otros tres a la salida del ascensor, se encontraron con Nisman. Elocuente y amable, parecía más interesado en escucharlos que en dar su versión de Tablada. Estaba acostumbrado a tratar con periodistas. Los recibió en el salón de reuniones de la fiscalía —una mesa larga, sillas de madera y una bandera argentina clavada en un rincón—, en el séptimo piso de Hipólito Yrigoyen 460, justo en diagonal a la Casa Rosada.

Le preguntaron por la causa judicial de La Tablada, donde operaron desde el minuto uno los servicios de Inteligencia del Ejército y hasta de la SIDE, y en especial preguntaron por los guerrilleros Ruiz y Díaz. Nisman dio una respuesta sugestiva y que hasta hoy se ignoraba:

—¿Entendieron o sintieron que los militares les habían mentido?

—En ese momento, no tanto; bastante después, sí, como que en definitiva a esos tipos los habían sacado del cuartel con vida. Estaban los que opinaban que evidentemente los sacaron y los mataron, y los que no creían para nada en eso. Algunos decían que en el fragor del combate, cotejando con otras declaraciones que los militares habían hecho con anterioridad, más o menos cerraba que hubieran muerto en combate. No te digo cincuenta y cincuenta, pero legalmente se llegaba a ese punto. La duda pasaba por un tema de convicción, pero no basado en prueba del expediente.
nisman_5_izqFoto: Mario Sayes
El caso Tablada marcó un punto de inflexión en su carrera. Nisman consolidó su perfil judicial: pasó a ser secretario y después Fiscal General ante los Tribunales Orales en lo Criminal Federal de San Martín. Ahí estuvo casi tres años, antes de ser convocado como ayudante de Mullen y Barbaccia, el siguiente gran trampolín de su trayectoria. En San Martín, una vez que ascendió a fiscal, le tocó lidiar con una jueza de orgulloso linaje progresista: Lucila Larrandart. Trabajó la paciencia y no tuvieron peleas que desbordaran el trato ameno y profesional. Pero la decoración de la oficina de Nisman hablaba por sí misma: un mapa de Malvinas debajo del vidrio de la mesa ratona; plaquetas de la Policía Federal, un plato de la gendarmería y una gorra de la DEA colgada en un rincón.

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Desde el quiebre con Mullen y Barbaccia se convirtió en un paria ante los ojos corporativos de la familia judicial y cuando en 2004, por iniciativa de Kirchner quedó al frente de una fiscalía dedicada exclusivamente al caso AMIA —junto a Marcelo Martínez Burgos—, su condición de “extranjero” se potenció. Se mudó desde el noveno piso de Comodoro Py a un piso frente a Plaza de Mayo, y así redujo al mínimo su roce con los otros fiscales y jueces federales.

Uno de los pocos fiscales que estimaba a Nisman, y que además destaca su “valiente denuncia” contra el poder político, opina que “a lo largo de diez años, uno se infecta con una investigación. No haber trabajado con alguien que le diera perspectiva o una segunda mirada fue un error de él”.

Nisman intentó sumar esa suerte de mano derecha que le faltaba. En 2005, llamó al actual fiscal general de la Cámara Federal de Casación, Javier De Luca, y le ofreció trabajar con él en la fiscalía del caso AMIA.

—Disculpame, Ruso, pero no me quiero encerrar en una sola causa—le respondió.

Si bien sus colegas envidiaban el presupuesto, estructura y la enorme autonomía de que gozaba Nisman, no había muchos dispuestos a incorporarse a una investigación tan compleja, atravesada por operaciones y la presión de los familiares de las víctimas que, desesperados, cansados, buscan justicia y aún no perdonan los manejos del juicio anterior. A más de diez años del atentado, era imposible dar con pistas nuevas, y casi ningún fiscal de prestigio estaba dispuesto a hacer una apuesta tan riesgosa. En 2007 su compañero en la unidad, Martínez Burgos, envuelto en un escándalo por supuesto tráfico de influencias con un abogado de iraníes, renunció. Así fue que Nisman concentró todo el poder y la información de la UFI-AMIA. Así fue que empezó, en términos de un amigo suyo, más que a trabajar, “a vivir” esa causa. Sergio Burstein, quien siempre fue crítico con Nisman, cuenta que, como él, se levantaba a las 6 y media de la mañana. “Tenía carácter fuerte. Te quería convencer a toda costa, era una catarata de palabras. En eso, éramos parecidos”. Su amigo, el fiscal Raúl Plee, organizador de la marcha del silencio del 18 de febrero, dice: “si tenía que trabajar 10 horas, lo hacía. Era como un caballo de calesita”.

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Cada jueves a la tarde, en el gimnasio de planta baja, Nisman empieza a calentar en la cinta. Su entrenador le recomendó aprovechar el tiempo.

—¿De qué le iba a servir que yo lo vea caminar?

Meticuloso, sólo una vez llega tres minutos tarde; se disculpa varias veces. Daniel Tangona le sugirió dejar de correr, y no usar carga en las sentadillas. Para aliviar los dolores lumbares, le cambió aquella rutina por gimnasia funcional. A las dos semanas, el fiscal le escribe un mail agradeciendo: las molestias desaparecieron.

Si hace calor, Nisman va a una de las tres piletas de Le Parc. En cueros, traje de baño azul y con los lentes de contacto que resaltan sus ojos celestes, se recuesta a leer en una reposera; siempre con su Nextel y los dos celulares al lado. Solo.
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La UFI-AMIA es una especie de fiscalía VIP: para 2015 el presupuesto era superior a 31 millones de pesos. Empleaba a 45 personas, de las cuales diez eran contratadas y no pertenecían a la planta permanente. Monotributistas con sueldos más altos que la media de la Procuración General, manejaban su día a día con total flexibilidad. El propio Nisman cobraba 100 mil pesos en mano, casi 40 mil más que el promedio de sus pares.

Sin la obligación de presentarse en la fiscalía, los contratados le reportaban directamente a Nisman. De ese grupo de diez, el más célebre a la fecha se llama Diego Lagomarsino, tiene 35 años, es técnico informático y trabaja desde 2007 para Nisman.

Lagomarsino facturaba 41.280 pesos por mes y fue quien, el sábado 17 a las 20.30 le prestó a Nisman la pistola Bersa .22. En el ranking de ingresos le sigue Claudio Rabinovitch, con 32.400 pesos. Abogado y periodista, su tarea era armar resúmenes de prensa y asesorar en comunicación. A Nisman no le alcanzaba con el trato personal que él mismo lograba tener con un grupo de periodistas especializados en el tema AMIA, ni tampoco con una consultora externa. Porque para mejorar el perfil mediático que siempre quiso darle a su trabajo, en 2009 también había contratado los servicios de una agencia de prensa y comunicación rutilante en el mercado. Su propietaria es una relacionista pública eficiente y célebre por organizar cocktails en los que se mezclan el mundo del arte y la cultura con el de la política y la economía. Entre sus cuentas además de la de Unidad Especial AMIA se destacan Papel Prensa, Grupo Clarín, diario La Nación, Revista 23 y marcas como Cartier, Baume Mercier y Estée Lauder Companies.

Tanto a Lagomarsino como a Rabinovitch la Procuración de Gils Carbó les rescindió los contratos el lunes 9 de febrero.

Las otras personas son ocho mujeres. Todavía no está claro qué rol cumplían para la UFI-AMIA. Ninguna de ellas supera los 35 años: Marina Pettis (licenciada en nutrición, cobra 28.780 pesos), Felicitas Mas Feijoo (20.525 pesos), María Victoria Buigo (17.700 pesos), Magalí Dietrich (16.225 pesos). La fiscalía gastaba en este tipo de sueldos 2.541.660 pesos al año.

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En 2013, en la enorme sala de sesiones de las Naciones Unidas, Sergio Burstein, ex esposo de una víctima, se acomodaba junto a su hija Rita sobre un palco. Esperaba el discurso de Cristina Kirchner sobre el memorandum con Irán. Su nextel sonaba cada 15 minutos. Siempre era Alberto Nisman.

—Contame qué va a decir.

Lo mismo había hecho en 2012 y 2011.

—Alberto, no me rompás las pelotas, te dije que no tengo idea. ¿Te pensás que me adelantan los discursos a mí?

—Basta papá, por favor, estamos acá, dejá de discutir—le pedía su hija, sentada al lado.

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Las políticas de seducción de la SI sobre las que hablan con los personajes del poder judicial son varias y dependen del fiscal, del magistrado o de la necesidad de los servicios.

Las técnicas más intensas pueden consistir en una invitación a un bar, a una fiesta privada. Y, en un determinado momento, un ofrecimiento de drogas. Al otro día, al invitado le llegan las fotos comprometedoras, y quizás una amenaza o un pedido. Y esa persona, “ya no tiene paz”. El juez Norberto Oyarbide acusó extorsiones de agentes de la Side en el affaire que protagonizó en 1998.

No siempre es así. Muchos frecuentan lugares de socialización pacífica: asados en la curia donde se juntan quienes de jóvenes fueron compañeros en colegios católicos y hoy trabajan en distintas profesiones. Cenas en círculos policiales. Cócteles en embajadas.

Varios fiscales federales aseguran que todo depende de la ambición del influenciado: algunos se contentan con viajes a congresos, otros con dinero en efectivo. También, claro, hay quienes están por fuera de los arreglos y viven con su sueldo y su auto oficial con chofer. No se involucran. Tres fuentes dicen que “hay muchos ‘servicios’ que no trabajan de servicios’. Trabajan como legisladores, fiscales, funcionarios o periodistas”. La estrategia de la red incluye actores que “son parte de los servicios sin saberlo”. Operan en un eslabón específico de un plan general. Llevan sobres, hablan con gente para influenciarlos pero ignoran el objetivo último. “Prestan armas con inocencia”, dice un funcionario judicial que conoció a Nisman. Es probable que a un juez federal, que lleva muchas causas, sólo se le pida que influya en un par, asume. Con el resto, tendrá libertad absoluta. Nisman estaba solo y dependía de las investigaciones de Antonio Stiuso. A eso se limitaba su libertad, concluye.

 

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Hasta hace pocos días Stiuso era un agente secreto: aún el director de Operaciones de la SI. A Stiuso le dicen Jaime o Ingeniero e investiga el caso AMIA desde 1994, aunque su intervención fue variando con el tiempo. Su nombre ahora se repite casi tanto como el de Nisman. Hasta 2004, antes de que Gustavo Beliz mostrara su rostro en televisión —aún no se cerró esa causa por violar un secreto de Estado—, unos pocos periodistas judiciales conocían sus rasgos. Que tuviera una relación con Nisman era lógico: en causas de terrorismo internacional, el servicio de inteligencia es el encargado de investigar. A Stiuso lo echaron de la Secretaría de Inteligencia el 18 de diciembre de 2014. Nisman lo llamó varias veces el 17 de enero, antes de morir.

Al especialista en Inteligencia en América Latina y profesor de la UBA, José María Ugarte, no le sorprende demasiado el caso Nisman, que reflota internas entre sectores de la SI. La conducción política de la Secretaría no es real, dice. Quien conduce se limita a transmitir las necesidades del poder político del momento. “Hacia abajo, Stiuso sí representaba una conducción más efectiva, aunque hacia adentro siempre hay margen para hacer operetas políticas menores”. Ugarte fue miembro del grupo redactor de la Ley de Inteligencia, sancionada 18 días antes del estallido social del 20 y 21 de diciembre de 2001, cuando la SIDE pasó a ser la SI.

Un legislador experto en el tema dice que durante el menemismo la SIDE era corrupta pero la conducción política era clara con Carlos Vladimiro Corach y Hugo Anzorreguy. El kirchnerismo no intervino políticamente en su dirigencia; dejó a la gente de la gestión anterior, sin un líder claro. La relación entre servicios y poder judicial se había vuelto intensa en los años 90 y creó una serie de hábitos. Se aumentaron los fondos reservados: se desviaban para pagar sobresueldos a jueces y funcionarios.

A la estrategia se le suma una motivación más pedestre, casi sindical. Durante la democracia, los agentes aprendieron sobre los vaivenes del gasto público dedicado a su área. ¿Cómo hace un jefe si de pronto un gobierno decide recortarle el presupuesto? ¿Qué pasa con los infiltrados en la Triple Frontera que investigan contrabando cuando se les paga por mes y no por trabajo? El reclutamiento para tareas específicas se realiza en diversos grupos sociales. Muchas veces, personal de limpieza recibe un plus por mirar mientras barre, cuenta un ex funcionario que intervino ayudando a desmantelar grupos inorgánicos. La solución está en usar fondos para otros emprendimientos económicos: ilegales, como los denunciados por Lorena Martins, pero también legítimos para, en caso de crisis, mantener la estructura de recursos humanos. En este mundo de opacidades, nadie duda de que Stiuso o los jefes desplazados de la SI no tengan problemas económicos.

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—Nisman también era un tipo nervioso.

El abogado de ojos y barba negrísimos dice tener manchas en la pierna, de psoriasis, parecidas a las que tenía Nisman en la cabeza y por las que debía aplicarse cremas. Cuando empezó a trabajar con el caso AMIA, el abogado andaba afeitado y de traje y estaba al tanto de cada detalle de la causa. Hoy, más relajado, de chomba y zapatillas de cuero repite lo que se escucha en Comodoro Py: “Yo lo veía todo el tiempo con Stiuso”, quien había convencido a todos de que “iba a investigar de verdad”. Y este hombre, ahora lejos de Comodoro Py y de la unidad AMIA, no acordaba con el fiscal Nisman: estaba –y continúa estando—convencido de que los pasos que la SI lo hacía dar en su investigación eran un “escenario armado por la SIDE, dirigido por la CIA y el Mossad. Nisman era su ejecutor”.
nisman_8_derFoto: Claudio Fanchi/Telam

El abogado solía decirle a Nisman, después de reuniones fuera de la oficina:

—Stiuso te va a mandar a tocar timbre donde él quiera.

El testimonio del ex funcionario judicial resulta creíble no por su convicción sobre las relaciones entre el fiscal y el espía, sino porque al tiempo que critica a Stiuso por su coerción a la justicia, lo describe con elogios masculinos: un tipo “genial”, “muy inteligente y sencillo”; “súper carismático”. “Jamás se pone corbata, anda en zapatillas y con toda la plata que maneja, vive como un tipo humilde. Y realmente piensa ocho pasos más adelante”, lo piropea.

—¿Qué vas a esperar? ¿Que un tipo de inteligencia sea buena persona? Eso no. Pero es realmente brillante. Lograba que le tengas respeto.

El vínculo local con el Mossad y la CIA en el caso AMIA es, desde luego, previo al trabajo de Nisman en la fiscalía y a veces excede las reglas permitidas de la cooperación. El abogado y los querellantes recuerdan que se dio autorización al secretario de una fiscalía israelí para viajar a entrevistar a Telledín en la cárcel. Todo se hizo sin dejar registro de las conversaciones como indica la ley, sin presencia de un fiscal o un juez, como consta en el fallo del Tribunal.

Aparentemente, el hombre no trabajaba para ninguna fiscalía israelí.

—Era del Mossad.

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Nisman vivía paranoico. Denunciaba cada amenaza que recibía, por inverosímil que sonara. A raíz de ese estrés, había cambiado las sesiones de psicoanálisis por una terapia más pragmática: El Arte de Vivir. Su maestra de respiración era la coordinadora en Latinoamérica, Beatriz Goyoaga. Por recomendación de un juez federal, también visitaba a un acupunturista en la calle Santa Fe. La primera vez, le vio cara conocida: el hombre de ambo tendría su edad. Era un excombatiente de La Tablada. No le guardaba rencor.

La primera denuncia de Nisman por supuestas amenazas fue a mediados de 2010 contra el juez federal Claudio Bonadío, el ex ministro del Interior, Carlos Corach, su hijo Maximiliano y el ex comisario Alberto “Fino” Palacios. Por mail, recibió un documento que enumeraba supuestas reuniones de los Corach, Palacios y Bonadío para apartarlo de la causa AMIA. El 12 de julio de 2010 se presentó ante una fiscalía y los señaló a los cuatro.

“Nunca me citaron, no escuché ni sabía nada”, asegura sorprendido Corach junior, hoy presidente de la junta comunal de Palermo por el macrismo. Activo tuitero y dirigente del staff de Horacio Rodríguez Larreta, jura que desconoce la trama que lo vincula con las amenazas.
nisman_9_izqFoto: Claudio Fanchi/Telam
Luego, Nisman explicó en la fiscalía 10, de Diego Iglesias, que “integrantes de la agrupación Quebracho verían con agrado llevar a cabo dichas intimidaciones”. Por su historial violento y su simpatía con Irán, para Nisman el grupo era la representación del miedo.

El sábado 17 de enero de 2015, mientras repasaba carpetas y resaltaba papeles con marcador flúo, refiriéndose a su exposición de la denuncia en el Congreso le dijo por chat a un periodista: “Espero que el gobierno no deje entrar a Quebracho”.

La causa de 2010 quedó en la nada. “Se intervinieron los teléfonos de un dirigente de Quebracho y de su familia, pero no surgió absolutamente nada”, dicen en la fiscalía. Hasta el momento de su muerte, Nisman estuvo pendiente de esa investigación, convencido de que pretendían atacarlo.

Meses después, Nisman denunció a Agustín Zbar, un dirigente de la comunidad judía. Candidato a presidente en las elecciones de la DAIA. En agosto de 2010, aseguró ante el juez federal Ariel Lijo que Zbar, ex funcionario porteño de Jorge Telerman, lo había llamado para amenazarlo.

La presentación ante Lijo se coló en las elecciones de la DAIA, al punto que Zbar tuvo que declinar su candidatura. “A fin de evitar un papelón que su ego no podría soportar, Zbar decidió bajarse y encontró la excusa justa”,le dijo entonces Nisman a la Agencia Judía de Noticias. El juez Lijo, quien a su vez maneja la causa por el encubrimiento al atentado a la AMIA, sobreseyó a Zbar el año pasado: las supuestas amenazas eran “inextrincables”.

“Rusito dejá de joder con el Mossad”, “Rusito estás marcado”, amenazaban los mails que Nisman dijo recibir en agosto de 2012, en noviembre y en marzo de 2013. Otra vez, Nisman denunció. Y su denuncia se incluyó como parte de una del Ministerio de Seguridad, a raíz de una sucesión de hackeos a ministros y diputados que se conoció como Leakymails, una especie de wikileaks nacional y con tono a acciones de algún sector de los servicios de Inteligencia.

En medio del divorcio entre Nisman y la jueza Arroyo Salgado, su ex mujer investigó una importante red de espionaje, con varios puntos en común con las denuncias de su ex. En 2012, procesó al ex jefe de la SIDE menemista, Juan Bautista “Tata” Yofre, al general retirado Daniel Reimundes y al titular de Seprin por pinchar e-mails de funcionarios. A los periodistas Carlos Pagni y Roberto García los acusó de “encubridores”. Un combo entre representantes de la SIDE, el ejército y los medios. La jueza está ahora a punto de tener que evaluar la elevación a juicio oral presentada por el fiscal de esa causa.

Salvo en la cruzada contra Zbar, ante cada denuncia de Nisman, “Jaime”Stiuso aparecía de inmediato para revelar amenazas casi idénticas en su contra. Los jueces, a pesar de los pedidos del agente, intentaban ponerlas en una causa aparte.

La última que recibió Stiuso incluía foto del domicilio de su hija mayor y de la obra de sicarios mexicanos, “como una forma de demostrarle lo que podían hacer”, explicó en el cuarto piso de Comodoro Py un secretario que vio el expediente de la investigación macro de hackeos y pinchaduras. Por la presentación de Stiuso sus hijas tienen custodia, incluida la que trabaja en uno de los juzgados federales de Comodoro Py.

En febrero de 2013 Nisman presentó un nuevo escrito en el juzgado 9. A las pocas semanas también apareció Stiuso como denunciante, junto a otros agentes de la Secretaría de Inteligencia. Los mails recibidos por el fiscal y por el ex SIDE eran casi un calco, y solo variaban en el nombre del amenazado: Nisman o Stiuso.

“Respira, inspira, ignora y vive”, recomienda un mantra de El Arte de Vivir. Y esa fue la frase que Nisman puso como estado de whatsapp, el viernes previo a su muerte. Según uno de los instructores de esta exitosa organización, el consejo de ignorar refiere a “las actitudes dañinas de las demás personas”.

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Después de almorzar en La Recova, el bar del patio del Cabildo, donde solía juntarse con un abogado querellante de la causa, Nisman caminó media cuadra y volvió a su despacho. En esas comidas jamás tomaba vino: siempre Coca ligth.

Detrás de sus secretarios, la puerta de vidrio y madera blanca del despacho de Nisman casi siempre estaba cerrada. Antes de las reuniones, solía hablar sobre su hija Iara, con quien viajó a Ámsterdam, París y Madrid en enero, regalo por sus 15 años. En general, excepto cuando trabajaba junto al fiscal Martínez Burgos, recibía a los familiares de las víctimas del atentado a la AMIA solo; el escritorio impecable, sin un papel, los biblioratos en fila.

—¡Decime dónde están los avances! ¿Te das cuenta de que no estás haciendo nada?—le dice una mujer de pelo ya blanco. A su lado el abogado querellante, Sergio Burstein y dos familiares más asienten en silencio.

Nisman se levanta de su sillón con seguridad. Los gritos y los modales de la mujer no lo alteran.

—Claro que hay avances—responde y abre la puerta para gritar—. ¡Martín, traé la carpeta que te di ayer por favor!

Cada vez que sucede algo así, Nisman no se pone nervioso ni se achica. Llama a sus colaboradores para que muestren información extra, argumenta una y otra vez y les da a los familiares esperanzas de nuevas pistas. Quienes participaban de aquellas reuniones coinciden: “No lo hacía de mala fe”.

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“¿Cómo, no lo conocés a Jaime?”, se sorprendió Nisman ante el periodista Santiago O’Donnell en 2011. Quería charlar sobre los cables de la embajada estadounidense que el periodista había publicado en el libro Argenleaks. A diferencia de la reunión con Waisberg y Celesia, a O’Donnell lo invitó a su oficina con vista a la Plaza de Mayo.

Los WikiLeaks publicados por O’Donnell prueban que la línea de investigación promovida por Washington, a través de su embajada en Buenos Aires, empalmaba con la de Nisman: culpar a Irán. Algunos cables lo muestran en una actitud de acatamiento pleno a la voluntad estadounidense.

“Los oficiales de nuestra Oficina Legal le han recomendado al fiscal Alberto Nisman que se concentre en los que perpetraron el atentado y no en quienes desviaron la investigación”, informa un cable del 22 de mayo de 2008. Y otro agrega: “Nisman nuevamente se disculpó y se ofreció a sentarse con el Embajador para discutir los próximos pasos”. En la charla con O’Donnell, Nisman no negó esa información: se mostró amable y prometió adelantarle una exclusiva sobre los próximos pasos de la causa. Se sorprendió, eso sí, cuando el periodista confesó que no conocía a Stiuso.

Nisman afirmaba que “Jaime” Stiuso era el que más sabía sobre la causa AMIA. En una entrevista con la revista Noticias, durante ese frenético tour meditático desde su vuelta de Europa, que incluyó notas con Lanata, Jorge Rial, Ari Paluch y dos veces con TN, el fiscal confesó:

— Con Stiuso discrepábamos en muchos aspectos. Él venía con informes que a veces parecían muy verosímiles y yo le decía: “Perfecto, ¿y las pruebas?”. Y Stiuso me respondía: “Es de un informante que tengo infiltrado en tal lugar”. Esas personas no podían declarar y por eso muchas pruebas no se judicializaron. Pero acá no hay ninguna operación.

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La maquilladora de TN lo sacó de su limbo mental de fojas, escuchas, fechas y detalles sobre la denuncia contra el gobierno. Con Nisman ya sentado en el estudio, tuvo que apurarse: “Como no tuve la intimidad de la sala, sólo le puse un poco de polvo porque tenía la cara demasiado brillante”. Eso recuerda de su última entrevista televisada. “Me agradeció y me fui, nada raro. Sólo lo vi un poco ansioso cuando la cámara lo enfocaba mientras entrevistaban a los demás invitados”, relata la maquilladora, que hasta esa noche no lo conocía.

Fuera de cámara, lo esperaba el enfant terrible de la escuela periodística de Jorge Lanata: Nicolás Wiñazki. “Venite al programa a las 23, si podés”, le había dicho por wathsapp esa tarde. Por esa vía solía comunicarse de forma muy fluida con los periodistas de su confianza: uno de Infobae, uno de La Nación, uno Clarín y uno de Página/12.

“Estaba re seguro de su denuncia. Me dijo que Luis D’Elía estaba hasta las manos, pero fue muy cuidadoso en no identificar a los agentes de inteligencia que figuraban en la presentación”, dice Wiñazki. El periodista de Clarín opina que Nisman sospechaba que el gobierno —a través de la Procuradora Alejandra Gils Carbó— lo iba a correr de la fiscalía.

Esa versión pretende explicar el apuro del fiscal por adelantar su vuelta de las vacaciones europeas y presentar la carpeta de casi 300 páginas durante la feria judicial. Sin embargo, la Procuración negó esa hipótesis, y Nisman podría haber hecho la acusación desde afuera de la UFI-AMIA. Incluso, su denuncia y hasta él mismo se hubieran cotizado mucho más desde el rol victimizante del fiscal expulsado.

Después del largo reportaje de Edgardo Alfano en TN, Nisman caminó hacia el panel de control para chequear en los monitores cómo había salido. No le importaba lo que había dicho, porque de eso estaba absolutamente convencido: el fiscal fue a controlar cómo salía su imagen en HD.

Esa tarde, en una sesión de fotos para La Nación había mostrado la misma inquietud. Primero en el lobby y después en el jardín interno del complejo de tres torres, le pidió al fotógrafo: “A ver, ¿salgo con ojeras o con cara de cansado? Estoy enloquecido de trabajo y encima esta noche salgo en TN. Te pido por favor: cuidame”.

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Nisman había sudado, pero su remera dry fit blanca lo disimulaba. Le pidió a su personal trainer sacarse una foto. A pesar del calor de aquel día de diciembre de 2014, Nisman se sentía contento y vital. Para terminar la clase, Daniel Tangona le tiró una propuesta nueva: hacer box para liberar tensiones. A Alberto Nisman le fascinó mucho más que el arduo momento del balance sobre el bozu, esa suerte de tortuga de goma sobre el que hay que pararse durante unos segundos con un pie y mantener el equilibrio; típico ejercicio de gimnasia funcional. Antes de despedirse, exhausto y eufórico, Nisman buscó su celular— que lo tuviera apagado era una condición impuesta por el profesor—. Lo encendió, se enfrentó al espejo y abrazó a Tangona. En la foto sonríe. No se mira al espejo como sí hace su entrenador; se ve a través de la cámara.

Fuente: http://www.revistaanfibia.com/cronica/el-rompecabezas-nisman/