El PT conquistó la alcaldía de San Pablo: un triunfo de Lula y Dilma

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ERIC NEPOMUCENO| Al conquistar la alcaldía de San Pablo, la mayor ciudad brasileña, principal reducto electoral y financiero del país, el Partido de los Trabajadores, el PT de Lula y Dilma Rousseff, impuso una derrota implacable a su mayor adversario político, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), y confirmó su pleno predominio en el escenario político del país. Los once puntos de ventaja frente al adversario dieron a la victoria de Haddad un sabor de revancha personal para Lula.

Página 12

No se trató solamente de la mayor derrota histórica de José Serra, el Candidato del PSDB a la alcaldía de San Pablo. Tampoco de una victoria tan histórica como oportuna de Fernando Haddad, del PT. No: computados los votos, los once puntos de ventaja frente al adversario dieron a la victoria de Haddad un sabor de revancha personal para Lula da Silva. El triunfo confirmó una vez más la increíble intuición política del ex presidente y reordenó el tablero, no sólo frente a las presidenciales del 2014, sino también frente a la alianza de base del gobierno de la presidente Dilma Rousseff.

El resultado significa, en primera instancia, el funeral político de José Serra, el ex dirigente estudiantil, luego exiliado, que tuvo los cargos de secretario provincial, diputado, senador, dos veces ministro, alcalde de San Pablo, gobernador de San Pablo. Serra fue además dos veces derrotado por el PT en sus aspiraciones presidenciales. Luego de una campaña electoral rabiosa, plagada de posiciones conservadoras que contradicen su propia biografía, Serra, que a principios de la campaña aparecía como franco favorito, terminó siendo derrotado de manera indiscutible por Haddad.

El ganador, en cambio, viene de una trayectoria opuesta: profesor universitario, funcionario en niveles menores durante el primer gobierno de Lula, surgió a la opinión pública cuando fue nombrado ministro de Educación. Tuvo una gestión marcada por varias polémicas, fue acusado de poco eficiente, y sorprendió a todos cuando Lula impuso su nombre para disputar la alcaldía de San Pablo, neutralizando a la ex alcaldesa, ex y actual ministra y senadora Marta Suplicy.

La imposición de su nombre por Lula causó profundo malestar en el partido, despertó la vena crítica más virulenta de los adversarios, y abrió espacio para que se pusiese bajo sospecha la proverbial intuición política del ex presidente, configurándose, hasta las mismas vísperas de la primera vuelta, como el diseño exacto de un fracaso retumbante. Luego de haber surgido en los primeros sondeos con 3 por ciento de los votos, de haberse estacionado largamente en la marca del 10 por durante casi toda la campaña, a última hora logró pasar a la segunda vuelta, pero perdiendo frente a José Serra. A partir de ese punto, para Lula y para el PT ganar en San Pablo pasó a ser algo crucial.

Tanto Lula como su partido sufrieron derrotas significativas en Recife, capital de Pernambuco, ciudad natal del ex presidente, y en Belo Horizonte, capital de Minas, ciudad natal de Dilma. En Porto Alegre, capital de Rio Grande do Sul, tradicional reducto del PT, el candidato del partido amargó un humillante tercer lugar, con menos de 10 por ciento de los votos, en una marca histórica. Siquiera el consistente crecimiento del electorado del partido (4,5 por ciento en la primera vuelta) parecía suficiente para aplacar el sabor de derrota en aquellas ciudades.

Haber pasado a la segunda vuelta en San Pablo fue una victoria personal de Lula y un consuelo para el partido, pero sólo de forma parcial. Si a eso se suma el desarrollo, en plena campaña, de un juicio por corrupción en la Suprema Corte que desangró a figuras históricas del PT, en especial a José Dirceu, el cuadro sólo parecía poder ser revertido con una muy difícil victoria en San Pablo. Y más: frente a Serra y al PSDB. Y fue exactamente lo que ocurrió.

Bajo control de los auto intitulados social demócratas, en los últimos muchos años, San Pablo es, además de muchas otras características, un bastión del conservadurismo en Brasil. Al imponer el nombre de Fernando Haddad, que jamás había sido elegido para nada, Lula corrió un riesgo de dimensiones olímpicas. Su argumento no convenció a nadie, dentro o fuera del partido. Decía que era hora de renovar, de buscar nombres nuevos y descartar figuras harto conocidas, como la misma Marta Suplicy. Había intentado la misma jugada una vez, y con éxito indiscutible: Dilma Rousseff tampoco había disputado elección alguna y derrotó al mismo José Serra en 2010.

Las diferencias, sin embargo, eran visibles. Dilma disputó la sucesión de Lula cuando Lula estaba en la presidencia y en el auge de su popularidad. Pero, en la ciudad de San Pablo, fue derrotada por Serra. Ahora, lanzar el nombre de Fernando Haddad sin Lula en la presidencia, y en la ciudad que lo derrotó hace dos años, sería una temeridad casi suicida en términos políticos. En 2010, y con la fuerza que tenía, se decía en Brasil que Lula lograría elegir hasta un poste. Y ese poste llamado Dilma logró elegirse. Ahora sería el intento de elegir otro poste, pero en otras condiciones. La respuesta del PT a los críticos más ácidos ha sido corta y directa: de poste en poste Lula iría alumbrar el país.

No es para tanto, desde luego. Pero lo de ayer ha sido una victoria personal incontestable de Lula, una reivindicación del PT luego del desastre que es el resultado esdrújulo del juicio en el Supremo Tribunal Federal, y una lección clara a la oposición. Y a los aliados que se sintieron fortalecidos por los resultados en la primera vuelta, cuando al PT parecía restarle nada más que conquistar San Pablo o evaluar todo otra vez, el resultado les sirve como alerta y advertencia.

Finalmente, a la oposición, que reside esencialmente en los grandes conglomerados de Brasil, le queda un aviso: se puede manipular la información a grados de indecencia inauditos. Pero no siempre funciona. Lo de San Pablo es una prueba clara de eso.