Aportes para entender el laberinto argentino
Alfredo Serrano Mancilla
Comenzó en Argentina todo lo que habitualmente ocurre luego de una cita electoral. La batalla del día después se inició desde antes que acabara la mismísima jornada electoral. Todos se proclamaron ganadores. Sergio Massa (Unidos por una Nueva Argentina), que alcanzó el tercer lugar, se asumió ganador porque era la primera vez presente en una cita electoral presidencial y obtuvo un buen resultado, el 21,34%. El segundo, Mauricio Macri (Frente Cambiemos), con el 34,33%, se ve con posibilidades de ser primero. Y el primero, Daniel Scioli (Frente para la Victoria), con 36,85%, forzadamente alegre, porque en definitiva no le quedaba otra que celebrar por ser quien más votos sacó a pesar de estar lejos de lo deseado.
Con este panorama, lo que sí se puede afirmar es que hasta el momento todavía no hay Presidente. La primera vuelta solo sirvió para abrir el debate de la segunda. En Argentina, solo se gana en primera vuelta si ocurre que: 1) se obtiene más del 45% de los votos, o 2) se obtiene más del 40% y se tiene una diferencia de 10 puntos respecto al segundo. Ninguna de estas dos situaciones ha tenido lugar. El país ya piensa en una segunda vuelta, por primera vez en la historia, para el 22 de Noviembre: la disputa será entre el candidato oficialista Scioli y el conservador Macri.
La mayoría de las encuestas volvieron a demostrar su incapacidad para acertar las preferencias electorales en un país donde la sociedad ha cambiado drásticamente en pocos años. No hubo ninguna encuesta que se atreviera a prever un margen tan estrecho entre ambas alternativas luego de que hace pocos meses, en Agosto, en las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias), Scioli obtuviera el 38,67% frente al 30,12% de Macri. ¿Qué pasó entre los resultados de las PASO y lo acontecido en esta contienda electoral? ¿Qué ha ocurrido con estos más de 8 puntos de diferencia que ahora se han convertido sólo en 2? ¿Qué ha pasado con el 54% que obtuviera la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) en las pasadas elecciones presidenciales del 2011?
Algunas razones para dar respuesta a estas cuestiones son las siguientes:
1. Lo principal, indudablemente, es que Scioli no fue el mejor candidato del proyecto kirchenerista. Durante estos meses el oficialismo pretendió instalar la idea de que “el candidato es el proyecto” como fórmula para conjugar la figura de Scioli con lo que venía haciendo el kirchnerismo. Todas las valoraciones de la política K y de la Presidenta venían siendo muy positivas (por encima del 50%) en los últimos meses. Tanto fue así que la táctica electoral opositora no se caracterizó por la confrontación. La campaña no se centró ni en la estatización de YPF, ni de Aerolíneas Argentinas, ni en la reestructuración triunfante de la deuda externa, ni en las políticas públicas garantizadoras de derechos sociales. Scioli intentó capitalizar todo ello pero no lo logró. Procuró ser la candidatura del proyecto pero no lo consiguió. Demasiada diferencia entre el candidato y el proyecto. Scioli no se escribe con K.
2. CFK no quiso (o no pudo) ser determinante a lo largo de la campaña. La Presidenta estuvo de retirada desde incluso antes que se definiera que Scioli iba a ser el candidato. No participó apenas en la campaña. Tampoco logró construir un candidato más a su medida, más afín a la centralidad K. No dio esa pelea; o la dio pero la perdió; o creyó que no tenía un candidato ganador en sus filas; o se confió creyendo que podría pensar en la siguiente contienda presidencial sin haberse ganado todavía ésta. Esta “distancia” de CFK con las elecciones ha tenido un alto coste. La figura del Vicepresidente, impuesta por la Presidenta, Zanini, parecía por momentos ser un candidato de otro partido. Más un aliado que un compañero de fórmula. La propuesta K para la Provincia de Buenos Aires, Aníbal Fernández, tampoco fue acertada a la luz de los resultados: se perdió el bastión peronista a manos de la macrista María Eugenia Vidal. En suma, se puede afirmar que la Presidenta no sumó lo esperado. Tanto fue así que por ejemplo su organización más simbólica e importante en estos años, la Cámpora, ni siquiera acudió al cierre de campaña de Scioli. En política, cada detalle cuenta. Y esta “actitud de lejanía” de CFK con Scioli ha restado y seguramente erosionado más de lo que estaba previsto.
3. Scioli lastra una gestión de ocho años en la Provincia de Buenos Aires (36% del padrón electoral), con sus aciertos pero también con sus errores. Tiene un perfil presidenciable pero muy alejado de la épica, de la emotividad, del relato K. Scioli no logra identificarse con la impronta juvenil que tanto ha caracterizado al kirchnerismo en estos últimos años. Es demasiado siglo XX, tal vez, para la política del siglo XXI. Su discurso es seguramente propio de un peronismo más obsoleto que aquel que ha venido moldeando el kirchnerismo. Además, Scioli optó por apenas confrontar: prefirió hablar como si ya hubiese ganado. Aceptó así fácilmente el campo propuesto por los asesores de Macri (especialmente de Durán Barba) de evitar embarrarse en el ring de boxeo. Y en política, en el juego electoral democrático, para ganar, hay que bajarse a la arena, y combatir dando y recibiendo, con respeto pero también arrinconando al rival interpelándolo en cada propuesta. Seguramente, así será el Scioli que veremos desde ahora hasta el final de la campaña de esta segunda vuelta. Más vale tarde que nunca.
4. La derecha argentina ha sabido reinventarse. Aquello que pareciera un intento aislado con Macri como líder en la capital, se ha convertido a día de hoy en un movimiento con presencia en todo el territorio. El macrismo fue de a poco: sumando a lo largo y ancho del país. Aglutinando en una primera etapa a personajes conocidos alejados de la política tradicional. Pero luego, en un segundo momento, comenzó a tejer alianzas con la vieja política (particularmente con el radicalismo) para dotarse de estructura territorial. Macri ha venido usando un lenguaje muy de siglo XXI, con el nuevo tono de la derecha de la buena onda. Evitando constantemente la confrontación; alejándose de su propio pasado de apariencia neoliberal; sabiendo realzar todo lo avanzado por el contrincante político. Apenas ha propuesto nada nuevo a pesar de haberse querido presentarse como el adalid del cambio. Su vacío programático fue repleto de marketing político. Esta es la nueva estrategia de la derecha regional que acata con deportividad y resignación que el nuevo sentido común es característico de un cambio de época en Argentina y en buena parte de América Latina. Así Macri ha logrado colarse en una segunda vuelta con opciones reales de ganar. Esta elección le suma; parte con viento a favor. Pero su capacidad real de victoria dependerá en gran medida de cómo se encuentre en un cuadrilátero contra Scioli. Hasta el momento, un escenario no deseado ni por uno ni por otro. Veremos qué pasa desde ahora en adelante.
5. El tercero en discordia, Massa, logró quedarse adentro a pesar del duelo a dos. Massa, de pasado K, y ahora más anti K que Macri, supo sortear lo que supone la importancia del voto útil en este tipo de situaciones electorales. Se coló en la fiesta para quedarse. Su discurso tuvo un movimiento pendular: de derechas-conservador en todo lo referente a las penas contra la inseguridad y liberal en todo lo económico. Fue más crítico con el rol del Estado que Macri. Buscó la confrontación hasta el extremo, lo que le sirvió para expresar con notoriedad su propuesta política. Desde luego que sacar un 21% de los votos le permite constituirse en llave para la segunda vuelta. En su discurso de anoche, se puso precio: se vendió al mejor postor. Aunque todo parece indicar que acabará de aliado de Macri, tampoco hay que descartar que se ofrezca también a Scioli (es anti K pero no está tan claro que sea anti Scioli); o quizás no se decida por ninguno de los dos en forma explícita pensando más en lo que pueda pasar de aquí a cuatro años.
6. Por último, siempre está una clave que conlleva la máxima dificultad a la hora de explicar lo sucedido en una contienda electoral: es eso que llamamos pueblo. En Argentina, en estos años, la mayoría social no es ni por asomo aquella que salía de la crisis, del corralito, del hambre y de la miseria. El cambio es cambio en toda su plenitud. Y por tanto, también se transforma lo que la sociedad piensa, demanda, imagina, exige, vota. Lo que hace una década fue una demanda social, hoy (afortunadamente) es un derecho naturalizado. La gente quiere más; tienen nuevas preguntas, y ello requiere nuevas respuestas. Lo popular y plebeyo no puede ser en absoluto concebido como una categoría estática. Este es sin duda uno de los ejes fundamentales de estos años futuros en disputa, entre el intento de restauración conservadora y el proceso de cambio que está en curso.
Son éstas algunas líneas para entender lo sucedido en este nuevo mapa político-electoral argentino tras las elecciones. No queda otra que esperar a la siguiente cita electoral para saber quién será Presidente a partir del 10 de Diciembre de este año. A partir de ahora, comienza otra campaña que nada tiene que ver con la anterior. Seguramente, el desenlace final dependerá más de la estrategia kirchnerista que de lo que pueda hacer Macri. Lo que el kirchnerismo se proponga y lo que Scioli decida hacer serán las claves para lo que se viene. Pero eso ya es otro cantar.
*Director de Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG).