Trump según NYT: Un fracaso que demuestra el triunfo de la incompetencia

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Nicholas Kristof-NYT|

Uno de los pocos puntos fuertes del presidente Trump ha sido su habilidad para proyectar una imagen de competencia. Desde su elección, el índice bursátil Dow Jones se disparó 2200 puntos, en parte debido a que los inversores creían que Trump podía aplicar una reforma impositiva y aumentar el gasto en infraestructura.

¿Y adivinen qué?

El gobierno de Trump va manifestando a cada paso una pasmosa incompetencia, y eso es lo que se desprende del fracaso del proyecto de ley de salud de los republicanos en el Congreso. El gobierno no da pie con bola: tras siete años de execrar públicamente hasta el cansancio el Obamacare, su propuesta de derogación-reemplazo fracasó después de 18 días.

A veces la política premia a los fanfarrones, y Trump es un farolero de clase mundial. Prometió que su plan de salud sería “increíble”, “hermoso”, “fantástico”, “más barato y mucho mejor”, con “seguro de salud para todos”. Pero es pésimo a la hora de cumplir, porque la simple verdad es que Trump es un político eficaz, pero un gobernante absolutamente incompetente.

Suele decirse que los políticos hacen campaña con poesía y gobiernan en prosa. Trump hizo campaña con fanfarronadas y ahora gobierna con fanfarrias.

Más allá de la opinión de cada uno sobre los méritos de Trump, esta falta de competencia despierta serias inquietudes sobre el rumbo de Estados Unidos. Si el gobierno no puede derogar el Obamacare ni manejarse en buenos términos con aliados como México y Australia, ¿cómo haría para lograr algo tan complicado como una reforma tributaria?

El fracaso y la debilidad también se alimentan a sí mismos, y con el precedente de la debacle de la ley de salud ahora a Trump le será más difícil la aprobación de otros temas en el Congreso. Cuando la gente empieza a darse cuenta de que el emperador está desnudo, la espiral descendente se acelera.

Uno de los problemas de fondo es la tendencia de Trump a elegir funcionarios que son incomprensiblemente malos, éticamente cuestionables o ambas cosas a la vez. Mike Flynn quizá sea el mejor ejemplo.

Pero también está Sebastian Gorka, asesor en antiterrorismo del presidente. De origen húngaro, en 2007 Gorka fundó un partido de ultraderecha en Hungría, y la revista The Forward ha publicado artículos denunciando que Gorka tiene vínculos con la derecha antisemita húngara y que es un miembro confeso de un grupo filonazi de Hungría llamado Vitezi Rend.

Los miembros de la organización usan una “v” minúscula como inicial intermedia, y The Forward recuerda que Gorka se presenta como Sebastian L.v. Gorka.

El historial de Gorka podría haber sido un problema cuando inmigró a Estados Unidos, ya que el manual del Departamento de Estado consigna que a los miembros de Vitezi Rend “se los presume inadmisibles”. Karl Pfeifer, un periodista austríaco especializado en asuntos húngaros, me aseguró que es incuestionable que Gorka trabajó con los racistas y antisemitas de Hungría.

Ni Gorka ni la Casa Blanca aceptaron mis requerimientos al respecto. Pero Gorka le dijo al sitio web The Tablet que nunca había sido miembro del Vitezi Rend y que usaba la “v” en honor a su padre. Gorka tiene férreos defensores que dicen que jamás ha evidenciado ni una pizca de racismo o antisemitismo.

Como tuiteó la estratega republicana Ana Navarro: “Donald Trump atrae a las personas más turbias, oscuras y tenebrosas que lo rodean”.

Para ser justos, Trump también ha nombrado a mucha gente capaz: Jim Mattis, Elaine Chao, H. R. McMaster, Dina Powell, Gary Cohn, Steven Mnuchin y otros más. Y el candidato de Trump para la Suprema Corte, Neil Gorsuch, es un abogado de primera línea.

Pero en su conjunto los nombramientos de Trump evidencian un total desprecio por la capacidad y la experiencia. No puedo asegurar que sea “el peor gabinete de la historia norteamericana”, como escribió un columnista de The Washington Post, pero está en carrera. Los últimos dos secretarios de energía fueron científicos reconocidos, uno de ellos premio Nobel, mientras que Trump eligió a Rick Perry, que una vez no pudo recordar el nombre correcto de la cartera a su cargo.

Como embajador en Israel, Trump designó al abogado de quiebras David Friedman. Eligió a otros de sus abogados, Jason Greenblatt, para negociar la paz en Medio Oriente. Y nombró como su asistente a Omarosa Manigault, famosa por su participación junto a Trump en el reality The Apprentice y por haber inflado su currículum más de una vez.

El director de operaciones del Salón Oval es Keith Schiller, un ex guardaespaldas de Trump, más conocido por haber aporreado a un manifestante. Y como chaperón en el Departamento de Trabajo el equipo de Trump nombró a un ex voluntario de campaña que, según el sitio web ProPublica, se recibió de la secundaria en 2015.

Así que hay que ver la derrota de la ley de salud republicana desde una óptica más amplia: el proyecto fracasó no sólo porque era pésimo -una rebaja de impuestos a los ricos que se financiaba dejando sin cobertura de salud a los más necesitados-, sino que también falló al convertirse en el mejor ejemplo de la incompetencia del gobierno de Trump.

Los demócratas pueden respirar aliviados, ya que la ineptitud podría impedir que Trump lleve a término algunas de sus peores iniciativas. El problema es que no poder construir no le impide destruir: mucho me temo que ahora su “plan” de salud sea matar el Obamacare de a poco, dejando de aplicar la ley que exige contratar un seguro de salud, para luego aducir que el fracaso del Obamacare era inevitable.

De todos los políticos norteamericanos que he conocido a lo largo de décadas, Trump tal vez sea el menos interesado en el gobierno y las políticas públicas. Es alguien que simplemente está absorbido por sí mismo. Y lo que ahora vemos con mayor claridad es que ha creado un equipo de gobierno a su imagen y semejanza: banal, narcisista y peligroso.

*Publicado en The New York Times. Traducción de Jaime Arrambide para La Nación