¿Se puede vivir sin fútbol?
Las gigantescas moles de cemento donde multitudes enardecidas aclaman a sus ídolos hoy están vacías y los llamados “templos del fútbol” enmudecieron en casi todo el planeta a raíz del coronavirus.
Si bien es cierto que en el siglo XX el fútbol se paralizó varias veces a causa de guerras, la sensación ahora es que ha desaparecido. Parece increíble, pero muchas personas se dan cuenta de que pueden vivir sin el fútbol.
¿Y si desaparece el fútbol? ¿Acaso sería una tragedia?
Lo que comenzó como un juego y hoy es llamada “pasión de multitudes” hace tiempo que dejó de ser un mero esparcimiento vinculado con el ocio y la diversión.
Millones de personas lamentan ahora no poder ver a su equipo predilecto, pero quienes más lo lamentan son los dueños del negocio. A estos no les importa la pasión por un club o el encuentro festivo que significa para miles de las personas encontrarse en un estadio y disfrutar de un espectáculo deportivo.
Por ese motivo, la pelota debe rodar lo antes posible como en Alemania, aunque los estadios estén vacíos: ya que lo único que importa es el negocio y los derechos adquiridos por la empresas de televisión y las multinacionales que venden la publicidad. Ya ni hace falta que haya público.
Cabe preguntarse entonces para qué y para quién juegan esas 22 personas que corren detrás del balón y son vistas por millones de personas en todo el planeta.
Esta suspensión del fútbol permite que pensemos un poco más allá de lo que es tan visible. Ya nadie desconoce el amaño de partidos, los sobornos a miembros de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) para conseguir la sede de un campeonato de mundo, la existencia de multimillonarios de dudosa procedencia que compran y venden clubes, la utilización política del deporte, el racismo y el nacionalismo exacerbado o el culto a la virilidad, aunque hoy también lo practiquen mujeres, ya que es “políticamente correcto” incluirlas. En el negocio, claro está.
Todo esto sin olvidar la organización de un “espectáculo” en plena dictadura, como sucedió con el campeonato mundial de 1978 en Argentina.
Hace décadas que el fútbol dejó de ser un juego que privilegia el encuentro social y lúdico para ser un simple negocio alimentado por la pasión de millones que miran cómo sus ídolos corren detrás del dinero. Perdón… de la pelota.
El fútbol no se puede enderezar ni reformar porque es un hecho social producto de esta sociedad donde todo se compra y se vende, y donde el cuerpo del futbolista se convierte en una máquina que se exprime hasta el límite en la competencia, para vencer al oponente con una alta cuota de agresividad. Es la supremacía del más fuerte, como en la guerra. Y esto, poco y nada tiene que ver con un encuentro lúdico.
¿Se puede pensar en una sociedad sin fútbol? Claro que sí. Una sociedad que elimine la obsesión por el dinero seguramente generará muchas alternativas, como ha sucedido otras veces en la historia. El “espectáculo” de los gladiadores del circo romano perduró por siglos, pero no existe más y el famoso Coliseo romano es una hermosa joya arquitectónica que engalana a la capital italiana.
La actual suspensión del fútbol -y de los otros deportes hiperprofesionalizados- es una oportunidad para reivindicar el placer del juego como entretenimiento. ¿No les parece?
*Periodista y sociólogo argentino, autor de varios libros sobre temas internacionales y colaborador en publicaciones de diferentes países. Es profesor de sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Director de NODAL y columnista de TV en la cadena argentina C5N y en el programa “En la frontera” de PúblicoTV (España)
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