La distopía de Nauru

La historia de este pequeño Estado de Oceanía quizá sea el futuro no tan lejano de algunos países que ahora se creen ricos.

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Pascual Serrano – Mundo Obrero

Algunos casos pueden resultar muy ilustrativos para comprender cómo funciona el capitalismo no productivo y con pérdida de soberanía, ese que ahora tenemos en Occidente.

Voy a contar la historia de la República de Nauru, un país situado en el océano Pacífico central, que comprende una sola isla justo al sur de la línea del Ecuador. Tiene solo 21 kilómetros cuadrados y 11.500 habitantes. Nauru es el Estado soberano más pequeño de Oceanía y el tercero más pequeño del mundo, después de la Ciudad del Vaticano y el Principado de Mónaco, así como la república más pequeña del planeta.

A principios del siglo XX, el descubrimiento de depósitos de fosfato llevó a esta minúscula isla a ser el país más próspero del planeta, incluso por delante de los países del golfo Pérsico en términos de PIB per cápita.

Entonces Nauru no era un país independiente, fue colonia alemana hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, cuando pasó a ser un protectorado de la Sociedad de Naciones administrado por Australia, Nueva Zelanda y el Reino Unido. Lograría la independencia en 1968.

El fosfato se utiliza como fertilizante y la mayoría del producido en la isla fue exportado a Australia. Como el fosfato comenzaba a ser escaso, Nauru logró un gran negocio con esta exportación, llegaron a acumular 2000 millones de dólares estadounidenses, invertidos en un fideicomiso. Los habitantes llevaban una vida de lujo porque recibían del Estado una asignación de miles de euros sin necesidad de trabajar. El Gobierno no imponía impuestos y ofrecía educación y salud gratuitas.

En 1981, el PIB anual era de 52 millones de dólares, ojo, con once mil habitantes.

La corrupción y el despilfarro fue generalizado, mientras la degradación del suelo en una isla tan pequeña iba avanzando. La sobreexplotación del fosfato fue tan intensa que dejó el suelo inutilizable, el fosfato se acabó y el 90 % de la parte central de la isla quedó como una planicie no cultivable, una catástrofe ecológica y económica para la isla.

La mala gestión de sus inversiones llevó a los gobernantes a perder todo el dinero estatal invertido. En 2001, la reputación del país era tan mala que ningún fondo de rescate quería prestarle dinero, en 2004 cancelaron todo sus ahorros para pagar la deuda externa.

Los gobernantes de Nauru siguieron descartando hacer algo productivo y en los años noventa pensaron que un buen negocio sería convertir la isla en un paraíso fiscal, vendiendo licencias bancarias. Los clientes ni siquiera necesitaban estar ahí para abrir cuentas o una sucursal. Un plan que nos suena bastante. Pero en 2005, bajo la presión internacional, Nauru prohibió la banca extraterritorial y comenzó a requerir una presencia física para obtener una licencia bancaria. Otro negocio que se les cae.

También en 2002 pensaron que sería buena idea asociarse con Australia para albergar a solicitantes de asilo a cambio de asistencia financiera. En aquellos años Australia puso en marcha centros de detención en varias islas del Pacífico, que se llenaban regularmente con recién llegados.

Pero los emigrantes no podían permanecer encarcelados, no habían cometido ningún delito, debían tener libertad para moverse libremente por la isla, lo que se creó en 2015 un grave problema social y de seguridad en un territorio de veinte kilómetros cuadrados.

Además el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados denunció que las condiciones de los refugiados en Nauru no cumplían con las normas internacionales; en 2016, Amnistía Internacional las calificó de horribles; y en 2018 se exigió la evacuación médica inmediata de todos los refugiados y solicitantes de asilo de Nauru debido a la crítica situación sanitaria.

En geopolítica tampoco estuvieron muy acertados. Establecieron una embajada de Nauru en la República Popular China, pero en realidad estaba bajo control de los Estados Unidos y se dedicaba a gestionar la deserción de científicos norcoreanos y funcionarios a través de la frontera entre China y Corea del Norte. Se conoció como la «Operation Weasel». Aquello le supuso la enemistad con China y EE.UU. nunca les pagó por los servicios prestados.

Hoy Nauru es uno de los países más pobres del mundo, sigue acogiendo refugiados temporalmente, intenta conceder licencias de pesca y montar negocios de juegos de azar para turistas. La población de Nauru sobrevive con la ayuda al desarrollo que le proporciona Australia, especialmente en el sector médico, incluyendo la cesión de médicos.

La historia de Nauru puede ser una distopía cuando se sobreexplotan los recursos naturales, se enfoca la economía en las finanzas y la especulación, y se cede la soberanía a los intereses de otras potencias. Quizás ese futuro no esté tan lejos para algunos países que ahora se creen ricos.

Source Mundo Obrero