Pinochet: marca registrada
ÁLVARO CUADRA | La sola idea de un homenaje al dictador augusto pinochet en Santiago repugna a cualquiera con la más mínima consciencia ética y política en nuestro país. Se trata de una provocación de sectores de extrema derecha que no encuentran su lugar en el Chile de hoy. Sin embargo, el hecho de que sea posible esta aberración entre nosotros muestra, por contraste, las deficiencias de nuestra democracia.
A diferencia de otras experiencias autoritarias, en nuestro país no hemos sido capaces de poner las cosas en su lugar: No es legítimo ni admisible, desde ningún punto de vista, la apología del genocidio ni la celebración de la violencia y el crimen.
Después de más de dos décadas de una democracia de baja intensidad persiste en nuestro medio un soterrado pinochetismo insolente e impune. Mientras los vientos de la historia barrieron las cenizas del sátrapa, sus epígonos insisten obstinados en mantener viva su memoria.
Así, mientras un ex “boina negra”, ex DINA, posa de alcalde en tiempos democráticos, la Armada Nacional bautiza un navío con el nombre del almirante merino y una calle de la capital ha sido naturalizada como “Avenida 11 de septiembre” y muchos ex funcionarios de la dictadura se reciclan como honorables legisladores.
La figura de pinochet ha sido ya juzgada por la historia. Un general que al igual que Judas Iscariote traicionó a quien lo había designado en la comandancia del ejército, sirviendo los intereses de una potencia extranjera y asesinando a sus compatriotas para consolidar su dictadura. El mismo que durante diecisiete años de terror convirtió toda su demagogia pseudo patriótica en un enriquecimiento personal. Una figura que se asocia con traición, tortura, desaparecidos, asesinatos… Un general que ha protagonizado un capítulo vergonzante de nuestra “Historia nacional de la infamia”.
Pinochet se ha convertido, a esta altura, en “marca registrada” de la cual se aprovechan muchos oficiales militares en retiro camuflados detrás de oscuras organizaciones fantasmas, explotando un nicho marginal, pero de alto poder adquisitivo para enriquecerse. Se trata, por cierto, de grupúsculos nostálgicos próximos a la “familia militar” que no se resignan a la porfiada realidad política contemporánea que ha relegado su ideología y su triste epopeya al basurero de la historia. Al punto de que muchos representantes de la derecha, incluido el actual gobierno, se esfuerzan por mantener prudente distancia de ellos.
En este contexto, la pretensión de hacer un homenaje al general pinochet no solo es estéticamente “kitsch”, éticamente inaceptable sino políticamente inquietante. La democracia chilena se ha mostrado débil frente a la amenaza, digámoslo, de corte fascista.
Una democracia sana debe excluir este tipo de manifestaciones antidemocráticas, así se hizo en Alemania tras la experiencia nacional socialista. No es aceptable para una gran mayoría de chilenos que una minoría extremista de derechas se enseñoree en nuestro país enalteciendo la figura execrable de Pinochet y su lamentable legado de muerte.
* Semiólogo. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Universidad de Artes y Ciencias (ARCIS), Chile.