François Hollande, el sueño y la realidad

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NICOLAS DEMORAND| Alegría. Una alegría inmensa. La alegría de ver que se cierra un paréntesis, que se disipa una maldición. ¡Y de qué modo! François Mitterrand no será una anomalía de la historia, sino el primer presidente de izquierda. Porque a partir de ahora hay un sucesor: François Hollande.
Libération
Para el pueblo de izquierda, 2012 constituye el renacer de 1981, devuelve la vida y los colores a esas imágenes antiguas en tonos sepia que parecían condenadas a los libros de historia. A los recuerdos íntimos de los mayores o de los chavales que éramos entonces algunos de nosotros. 2012 también borra el 21 de abril de 2002, esa quemadura, esa herida. Diez años después se repara el traumatismo de ver, una noche, cómo la izquierda se tachaba del paisaje político francés.

¿Qué significa votar a la izquierda? Significa estar convencido, a pesar del individualismo de las sociedades contemporáneas, de que existe un “nosotros”. Que ideas como la justicia, la igualdad, el reparto y la solidaridad pueden y deben organizar la vida pública. Como esas instituciones y esos bienes públicos, creados por el Consejo Nacional de la Resistencia, que nos preceden y sobrevivirán tras habernos formado.

Que, por lo tanto, es posible ir contra los valores de la época para vivir lo que devuelve en orden, en lugar de seguir la inercia natural de escuchar esa pequeña voz de nuestro interior que nos insta a vivir nuestras vidas únicamente para defender los intereses individuales. En una Francia hundida, que habría podido optar por montar barricadas tras unas fronteras fantasmales dando vueltas a su pasado, la victoria de François Hollande demuestra que el país ha preferido la esperanza.

Que opta por mirar hacia delante y no hacia atrás. Disfrutemos de este momento en el que un pueblo elige esta opción. Y miremos al futuro. Porque así es la tarea que le espera a François Hollande. Reparar el país, por supuesto. Rehacer la sociedad, como es evidente. Reducir las desigualdades del destino entre los franceses, independientemente de quiénes sean y de dónde procedan. Pero para que todo ello se haga realidad, ante todo tendrá que trazar el futuro. Demostrar que Francia no es únicamente un patrimonio, una historia, una grandeza del pasado. Que también puede proyectarse en el futuro y reinventarse.

Esa página en blanco, inquietante por muchos aspectos, apasionante por muchos otros, debe comenzar a escribirse. Con determinación, de forma imperativa, para no decepcionar a ese voto ni a la confianza que aún tiene en la capacidad de la política para cambiar las cosas cuando no hay vida. El trabajo acaba de empezar y será duro, a partir de mañana. Pero hoy, alégrense y vivan plenamente este hermoso mes de mayo.