Trump, torbellino de descalificaciones y ataques contra enemigos y aliados/ Crueldad imperial
David Brooks|
Una constante acompaña a Donald Trump desde el día que tomó posesión como presidente de Estados Unidos: la especulación abierta y pública sobre si acabará o no su cuatrienio. Su equipo hace constantes esfuerzos por controlar su temperamento, entre fuertes rumores de la creciente molestia y frustración del magnate. La imagen, ayer en la Casa Blanca, poco antes de un encuentro con Ricardo Rosselló, gobernador de Puerto Rico, en la que el mandatario se anotó un 10 por la respuesta de su gobierno a la emergencia en la isla por el huracán María
El torbellino de ataques y descalificaciones de Donald Trump contra percibidos enemigos y aliados, incluso contra su propio equipo, sus exabruptos y ocurrencias que toman por sorpresa no sólo a extraños, sino a sus más íntimos asesores, y que a veces sacuden a la cúpula política, económica y militar de este y otros países, provocan un debate constante sobre si existe un método detrás, o si es, sencillamente, locura. La guardería para adultos, es el nuevo término para referirse a la presidencia estadounidense
Hace unos días un ex aliado de Trump, el senador republicano Bob Corker, declaró que la Casa Blanca se ha convertido en una guardería para adultos y ahora ese término lo utilizan muchos para referirse a esta presidencia. Trump, en lo que ha sido su constante, sigue inundando el mundo político con provocaciones y ataques, haciendo que la alteración sea la condición normal en Washington.
Trump asombró este jueves a casi todos cuando se calificó con un 10 por su respuesta a la crisis en Puerto Rico después de los huracanes, al afirmar ante reporteros, con el gobernador de Puerto Rico, Ricardo Rosselló, a su lado: “creo que hemos hecho realmente una gran labor… me daría un 10”. Un mes después del huracán María, aproximadamente 80 por ciento de la isla no tiene electricidad y la mayoría de su población sigue sin acceso a agua potable ni a medicinas.
En los pasados tres días, Trump provocó una tormenta cuando insistió en que él se ha comunicado más con las familias de soldados caídos en operaciones militares que sus antecesores, algo que casi de inmediato fue comprobado como falso por varios medios.
Peor aún, la controversia detonó cuando una representante demócrata que viajaba con la viuda y la tía de uno de los soldados para recibir sus restos en Florida, declaró que Trump, al hablar por teléfono con la viuda, le dijo: sabías que esto podía suceder, pero que aun así, duele, algo que calificó de insensible. La viuda supuestamente estaba más molesta de que Trump aparentemente no recordaba del nombre de su marido, el sargento La David Johnson. La tía de Johnson confirmó la versión de la legisladora y opinó que el presidente mostró una falta de respeto. La reacción de Trump fue contratacar, afirmando que la representante fabricó lo que le había dicho a la viuda, que tenía pruebas de eso (aún no las ha ofrecido) y que todo era una manipulación de opositores políticos.
En otro frente, en medio de otro intento por anular o modificar la reforma de salud de Barack Obama, Trump ha asumido por lo menos seis posturas diferentes ante una nueva propuesta legislativa, lo que ha dejado a casi todos –de ambos partidos– sin idea, hasta ahora, de cuál es la buena.
A la vez, en su incesante ataque contra los medios, esta semana amenazó incluso con retirar la licencia a la NBC, una de las principales cadenas nacionales, por reportar que él había sugerido multiplicar el arsenal nuclear estadunidense (algo que su comisionado de comunicaciones tuvo que descartar). Este jueves, por otro lado, el procurador general, Jeff Sessions, rehusó garantizar la plena libertad de prensa. Al preguntarle durante una audiencia en el Senado si se comprometería a no encarcelar a periodistas por hacer su trabajo, respondió: No sé si puedo comprometerme ciegamente a eso, e indicó que tal vez lo haría si fuera necesario.
Mientras tanto, como ha sido el caso desde el inicio de su presidencia, Trump ha descalificado, se ha burlado y hasta atacado a varios integrantes de su propio gabinete. El caso más reciente es el del secretario de Estado, Rex Tillerson, quien mientras anunciaba que estaba estableciendo vías de interlocución con el régimen norcoreano para calmar tensiones hace un par de semanas, Trump publicó en un tuit que su canciller “estaba perdiendo el tiempo. Trump había amenazado con destruir totalmente a Corea del Norte, país con 25 millones de habitantes. El pasado domingo, Tillerson, procediendo como si nada, afirmó que los esfuerzos diplomáticos continuarán hasta que caiga la primera bomba.
Al mismo tiempo, Tillerson negó que los tuits de Trump minaran su trabajo, pero no desmintió que hubiera llamado al presidente imbécil durante una reunión por la sugerencia de éste de multiplicar el arsenal nuclear. Y en respuesta a comentarios de su aliado, el senador Corker, de que Trump había castrado a su canciller, Tillerson comentó: revise, estoy plenamente intacto.
Por otro lado, al mismo tiempo que Trump amenazaba con anular el acuerdo nuclear con Irán, el secretario de Defensa, James Mattis, declaraba ante el Congreso que el pacto debería permanecer intacto.
Sobre el Tratado de Libre Comercio, o el caso de los inmigrantes jóvenes conocidos como dreamers, entre tantos temas más, las señales de Trump han sido tan incoherentes que nadie puede adivinar su objetivo real, si es que existe.
Y mientras amenaza con una guerra nuclear, deportar a jóvenes migrantes, y autoelogia su respuesta a los desastres naturales, entre otras cosas, Trump se ha obsesionado con ordenar a los jugadores de futbol americano profesional a que permanezcan de pie durante el himno nacional, en respuesta a que algunos se han arrodillado durante las ceremonias patrióticas antes de cada partido en protesta por la violencia policiaca contra los afroestadunidenses.
Cada semana los medios reportan que fuentes dentro del gobierno advierten que el comportamiento de Trump es cada vez más preocupante para su propio equipo y figuras influyentes de su propio partido ya expresan su alarma públicamente.
Este jueves, el ex presidente George W. Bush, quien se ha mantenido al margen de la política, ofreció un discurso en el que, sin mencionar su nombre, reprobó a Trump. Bush declaró en Nueva York: Hemos visto nuestro discurso degradado por la crueldad causal. Agregó: Hemos visto al nacionalismo distorsionado en nativismo y hemos olvidado el dinamismo que siempre ha traído la inmigración a Estados Unidos.
El senador y héroe de guerra, John McCain, quien nunca ha sido aliado de Trump, ha intensificado sus críticas al mandatario y a principios de esta semana condenó el nacionalismo espurio en Estados Unidos, con la advertencia de que el país estaba por perder su posición de liderazgo mundial como consecuencia. Trump, en respuesta al mensaje de McCain, advirtió que suele contratacar, y que no será bonito.
El senador Corker, después de anunciar que no se presentará a la relección el próximo año, se ha vuelto portavoz de un amplio círculo de sus colegas que aún no se atreven –por posibles consecuencias electorales– a expresarse contra Trump. Hace unos días, advirtió, en entrevista con el New York Times, que él no entiende que podríamos estar encaminados hacia la tercera guerra mundial con el tipo de comentarios que está haciendo. Corker es el presidente de Relaciones Exteriores de la cámara alta.
Entre tanta distracción generada por Trump, algunos legisladores se quejan de que no han podido impulsar varias iniciativas que supuestamente son prioridades del presidente. De hecho, en los nueve meses de su presidencia, Trump y las dos cámaras del Congreso, controladas por su partido, no tienen un solo triunfo legislativo mayor hasta la fecha.
A la vez, no hay semana en la que no haya un reportaje que, citando fuentes internas del gobierno, insinúe algo como inestabilidad mental del presidente, su creciente molestia y su frustración con todos a su alrededor, y los esfuerzos de su equipo por tratar de controlar su comportamiento. Todo ello alimenta algo inusual en Estados Unidos y que ha acompañado a Trump desde su toma de posesión: la constante especulación abierta y pública sobre si acabará o no su cuatrienio.
*Corresponsal de La Jornada enEEUU
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Trump ante Puerto Rico: la crueldad imperial
Editorial La Jornada| El maltrato, la insensibilidad y hasta la grosería con que el presidente estadunidense, Donald Trump, ha reaccionado ante el desastre causado el mes pasado en Puerto Rico por el huracán María retratan, sin duda, al individuo que ejerce la jefatura de Estado en la nación vecina y confirman que su ciudadanía tiene sobrados motivos de preocupación por la personalidad y hasta por el estado mental del mandatario. En efecto, Trump ha demostrado, sobradamente, tanto en el plano individual como en el institucional, que no tiene los atributos que cabría esperar del jefe del Ejecutivo del país más poderoso del mundo, entre otros, sentido de Estado, cultura e información, claridad de ideas, prudencia, sensibilidad, tolerancia, veracidad, precisión en las palabras y buenos modales.
Las lagunas referidas se han puesto de manifiesto en muy diversos asuntos internos y externos, desde la incapacidad del mandatario para coordinarse de manera eficaz con los dirigentes y legisladores de su propio partido, el Republicano, en puntos tan cruciales para el programa del actual gobierno como la liquidación del Obamacare, hasta los exabruptos vertidos en tuits que con frecuencia llevan a Trump a chocar con los principales integrantes de su equipo, pasando por los procaces ataques en contra de los medios y de los informadores y las bravatas belicistas que representan, sin duda, un peligro para la precaria paz mundial.
Resultan particularmente agraviantes los actos y los dichos del actual habitante de la Casa Blanca frente a una situación de catástrofe como la que enfrenta Puerto Rico. Cabe recordar, entre otras cosas, que en los peores momentos del paso del huracán, Trump, en lugar de enviar a los puertorriqueños palabras de aliento y empatía, les reprochaba el endeudamiento –ciertamente desmesurado–, además, Washington se ha negado a suspender temporalmente la Ley Jones –que prohíbe atracar en la isla a cualquier barco que no tenga bandera estadunidense– para hacer posible la llegada de ayuda humanitaria y, en su primera visita al país caribeño después del meteoro, el presidente Trump arrojó rollos de papel higiénico a la audiencia que acudió a recibirlo.
El jueves pasado el mandatario profirió una nueva ofensa: ante el gobernador puertorriqueño, Ricardo Roselló, se atribuyó a sí mismo una calificación de 10 en la reacción de su gobierno ante la catástrofe y aseguró que había hecho un gran trabajo, a pesar de que a un mes del paso de María, cerca de 80 por ciento de la red eléctrica de la isla sigue destruida y que la mayor parte de la población aún carece de agua potable y de medicamentos. En suma, como lo refirió la alcaldesa de San Juan –la capital puertorriqueña–, Carmen Yulín Cruz, la respuesta de Washington hasta la fecha resulta inaceptable, es inmoral y francamente ya está rayando en violación de derechos humanos.
Pero, más allá de los impresentables desfiguros de Trump, debe reconocerse que la condición de Estado Libre Asociado que Puerto Rico ostenta ante Estados Unidos –o, en términos llanos, el hecho de que sea una colonia de la superpotencia– no sólo da margen a las crueldades, humillaciones y groserías del magnate neoyorquino, sino que explica el desdén de todo el aparato administrativo estadunidense y, en última instancia, la vulnerabilidad económica, la precariedad de la infraestructura y la dificultad con que la isla debe hacer frente a la tragedia.
Sería impensable, en efecto, que los círculos del poder político estadunidense exhibieran un comportamiento semejante ante las afectaciones sufridas por Florida –estado de pleno derecho en la Unión Americana– por el paso del huracán Irma, unas semanas antes. En suma, la situación presente obliga a recordar que para Estados Unidos los puertorriqueños son ciudadanos de segunda.