Las metas de la COP21 y la geoingeniería

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Silvia Ribeiro

Uno de los temas más álgidos en la reunión global de la Convención de Naciones Unidas sobre el cambio climático que finalizó el 12 de diciembre en París (COP 21), fue la definición de una nueva meta de calentamiento global que no se podría sobrepasar. Países insulares y otros del tercer mundo, desde hace años plantean que no sobrevivirán un calentamiento global mayor a 1, 5 oC, ya que su territorio desaparecería por el aumento del nivel del mar y otros desastres. Razones más que atendibles, que se suman a que esos países no son los que han causado el cambio climático.

La temperatura global promedio aumentó 0,85oC en el último siglo, la mayor parte en los últimos 40 años, a causa de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de dióxido de carbono (CO2) y otros gases, causadas por el uso de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón), mayoritariamente para la producción de energía, sistema alimentario agro-industrial, urbanización y transportes. Si sigue el curso actual, la temperatura aumentará hasta 6 oC a fin del siglo XXI, con impactos tan catastróficos que no es posible predecirlos.

En el proceso hacia la COP21 y hasta su inicio, el texto borrador de negociación contemplaba fijar una meta de aumento global de 2oC hasta el año 2100, cifra que de todas maneras era combatida por los principales emisores.

Sorpresivamente, países del Norte que son los principales culpables del caos climático, entre ellos Estados Unidos, Canadá y Unión Europea, anunciaron en la primera semana de la COP21 que apoyarían una meta global de máximo 1, 5 o C. Según estimaciones científicas, esto implicaría reducir sus emisiones en más 80 por ciento antes de 2030, a lo cual los gobiernos de los países del Norte se niegan rotundamente. Entonces ¿por qué ahora dicen aceptar una meta de 1,5oC?

Como era predecible, sus razones no son limpias y ocultan escenarios que agravarán aún más el caos climático: se trata de legitimar el apoyo y subsidios públicos de tecnologías de geoingeniería y otras de alto riesgo, como nuclear, así como el aumento del mercado de carbono y otras falsas “soluciones”.

Pero cualquiera sea la meta que se fije en el llamado Acuerdo de París, no tendrá costos para los que sigan contaminado. La Convención aceptó desde antes de la COP 21, que los planes de reducción de gases no son vinculantes. Son “contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional”, por lo que cada país declara intenciones, no compromisos obligatorios. La suma de las “contribuciones” que ha declarado cada país hasta octubre 2015, resulta ya en un aumento de la temperatura de 3 a 3.5oC al año 2100. Y esto ni siquiera es lo que realmente harán –que puede ser mucho peor– sino lo que declaran. Por tanto, aunque la meta global sea “baja”, los planes reales están a la vista y la catástrofe sigue en marcha.

Sumarse en el discurso a una meta aparentemente baja, no cambia los planes presentados, pero les da a esos gobiernos “razones” para argumentar que deben apoyar técnicas de geoingeniería, como almacenamiento y captura de carbono (CCS por sus siglas en inglés), una técnica que proviene de la industria petrolera y que presentan como capaz de absorber CO2 de la atmósfera y “secuestrarlo” inyectándolo a presión a gran profundidad en fondos geológicos, donde según afirma la industria, quedaría “para siempre”.

La tecnología existía bajo el nombre “recuperación mejorada de petróleo” o en inglés, Enhanced Oil Recovery. Se inventó para empujar las reservas profundas de petróleo, pero no la desarrollaran porque no es viable ni económica ni técnicamente. Rebautizada como CCS (captura y almacenamiento de carbono), la misma tecnología se vende ahora como solución al cambio climático. Así, los gobiernos tendrán que subsidiar las instalaciones (para cumplir las “metas” de la Convención), las empresas podrán extraer y quemar aún más petróleo y encima éstas podrán cobrar créditos de carbono por supuestamente “secuestrar y almacenar” gases de efecto invernadero.

CCS no funciona en realidad, sólo hay tres plantas operativas en el mundo, fuertemente subsidiadas con fondos públicos, unas cuantas planeadas y otras cerradas por escapes de gas o fallas. No obstante, gobiernos e industrias que lo promueven aseguran que podrán “compensar” con estas técnicas que ni están probadas, el aumento de sus emisiones, para llegar a “emisiones netas cero” o como le llaman ahora “neutralidad climática”. No es para reducir emisiones, sino para seguir emitiendo y compensarlas con CCS, de esta forma la suma daría cero. Aseguran además que si a esto agregan el desarrollo de bioenergía a gran escala, con inmensos monocultivos de árboles y otras plantas para producir “bioenergía”, y además entierran el carbono producido (lo llaman BECCS, bioenergía con CCS), resultará en “emisiones negativas” con lo cual podrían incluso vender la diferencia a otros países. Un muy lucrativo negocio para que los que provocaron el cambio climático sigan emitiendo gases, con mayores subsidios de dinero público. David Hone, de Shell, argumenta abiertamente en su blog en la COP21, la necesidad de lograr una meta de 1,5 grados, para apoyar el desarrollo de CCS, BECCS y otras técnicas de geoingeniería. (http://tinyurl.com/nkaqbcv)

Como estas tecnologías no funcionarán para bajar las emisiones, sino que aumentarán el cambio climático, en unos años nos propondrán otras tecnologías de geoingeniería aún más riesgosas, como el manejo de la radiación solar. Desde ya, tenemos que desmantelar su discurso. No se trata de reducir, no se trata de metas bajas, no se trata de enfrentar el cambio climático. No son falsas “soluciones”. Son mentiras.