Héctor Magnetto, nuevamente al extremo

CARLOS VARGAS | Cuando se movía con soltura, en la impunidad total de los grandes empresarios vinculados a la dictadura genocida, Héctor Magnetto no se privaba de ningún recurso para favorecer sus negocios.

Rebelión

Lo supo Lidia Papaleo, viuda de David Graiver y heredera de la única fábrica de papel para diarios del país, cuando, treinta y seis años atrás, sintió estremecer su cuerpo ante la mirada fría y la voz imperiosa del hombre de Clarín: “Firme la venta de Papel Prensa, si no quiere poner en riesgo su vida y la de su hija”.

A partir de esa apropiación, Magnetto armó un potente grupo de medios gráficos. Combinando el manejo monopólico del precio y la distribución del papel para diarios con la dosificación de las noticias desde la Agencia DyN (“el que no se suscribe, no recibe papel”; y, “el que no pone hoy en tapa lo que le indica DyN, no recibe papel mañana”), logró adueñarse de los principales diarios del país y condicionó a todo el resto. Posición hegemónica que le permitió imponer la agenda política, social, cultural, a la sociedad y a los poderes institucionales.

Con métodos mafiosos similares, sirviéndose del control absoluto de la transmisión de los torneos de futbol y otros recursos de “gigante come todo”, se apoderó de unas 300 licencias de cable y de radio, hasta convertir a su grupo, también, en la principal corporación de medios audiovisuales del país.

Además, mediante el control de Impripost, empresa que administra archivos e imprime resúmenes de cuenta y facturas de los principales bancos, tarjetas de crédito y compañías de servicios públicos y privados, se aseguró el acceso a mucha información sobre patrimonio y gastos de las personas. Fuente ésta imprescindible para hurgar en el tren de vida de jueces y fiscales federales, funcionarios del ejecutivo, legisladores, etc., que, en más de un caso, por no tener las manos limpias, son presa fácil de la presión o la extorsión directa, para favorecer los intereses de la corporación mediática.

Mucho poder acumuló Magnetto a partir de aquel estratégico despojo a la familia Graiver. Todo el poder que le hacía falta para trascender incólume la caída de los genocidas; para decirle al presidente Raúl Alfonsín “usted, ya es un estorbo” y obligarlo a renunciar seis meses antes del fin de su mandato; para señalarle a Carlos Menem, en plena negociación por cuestiones de privilegio empresarial, “el suyo es un puesto menor”, cruda manera de recordarle (y recordarnos): no se confunda, presidente, el que manda acá soy yo. Todo el poder necesario para proteger a Duhalde y construirle una imagen de “estadista”, mientras éste le daba alas a la maldita policía, manchaba sus manos con sangre reprimiendo al pueblo, y saneaba las finanzas del grupo con la famosa “ley Clarín”. Todo el poder, en fin, emanado de aquello que, “con cuatro tapas, Clarín pone y saca presidentes”.

Hasta que llegó a la presidencia Néstor Kirchner, y luego Cristina. ¡Y mil tapas en contra no torcieron su compromiso con el voto ciudadano –que creció, del 22 por ciento inicial, al 44 en el año 2007, y al 55 en 2011-! Pero hubo aún algo peor para Magnetto. El gobierno de CFK aportó todo el peso de su voluntad política hasta convertir en ley de la República una demanda democrática de larga data que, en lo que se refiere a la comunicación audiovisual, obliga a los grupos mediáticos a desmantelar sus estructuras hegemónicas. Todo esto, mientras la justicia investiga, por presunto delito de lesa humanidad, el denunciado despojo de Papel Prensa a la familia Graiver.

Hoy, Magnetto, se encuentra contra las cuerdas. Debilitado en el frente político, tras varios y frustrados intentos de amañar una unidad electoral opositora al kirchnerismo. Y cada vez más cerca del desahucio en el plano judicial, dónde quema sonoros cartuchos sin más expectativa que prolongar temporalmente el desenlace de tener que adecuarse, inexorablemente, a las leyes republicanas.

Pero no se resigna a ceder. Rechaza la regulación estatal sobre su corporación monopólica. Y, nutrido del enorme poder económico que amasó en décadas de impunidad, opera nuevamente al extremo. A todo o nada. Apuesta a la carta reaccionaria de “cuanto peor, mejor”. Violenta la relación comercial con su socio, en la principal empresa del grupo (Cablevisión). Violenta la justicia, al amañar procedimientos, corromper jueces, abusar de cautelares y promover el alzamiento de una instancia inferior ante la máxima autoridad judicial. Violenta la convivencia democrática, instigando a la ciudadanía a ocupar la calle con ánimo destituyente, a celebrar el linchamiento mediático de la presidenta o el balazo virtual en la frente de Guillermo Moreno. Violenta las páginas de sus diarios y sus emisiones radiotelevisivas, ocultando información, inventando mentiras, sembrando el miedo y el desánimo por doquier, destilando ingobernabilidad y descontrol en cuanto conflicto surge (o puede ser provocado deliberadamente) en algún sector de la sociedad.

Se alinea con Inglaterra, en contra de los derechos argentinos sobre las Islas Malvinas. Se alinea con los fondos buitres internacionales, en contra de la exitosa política nacional de desendeudamiento. Se alinea con los devaluacionistas, en contra de la sana regulación estatal del mercado de divisas y el cuidado de las reservas. Se alinea con los que promueven el congelamiento de los salarios, en contra de las paritarias y la justa redistribución positiva de la riqueza.

A Héctor Magnetto le urge provocar un clima de caos, de crisis política terminal. Necesita arrastrar a la oposición, y a la ciudadanía influida por ella, a desestimar el juego democrático y atraerla hacia una salida destituyente, un golpe blando, institucional, que eyecte a Cristina Fernández de Kirchner del gobierno. Salida que ilusiona a la derecha conservadora (en todos sus matices) desde aquellos meses de 2008, en que cortaron rutas y ganaron masivamente las calles de las ciudades hasta impedir la aplicación de las retenciones móviles a las exportaciones de granos: “Los conflictos estallan con violencia creciente en el espacio abierto de la calle. En esos conflictos, el ejercicio de la soberanía del pueblo se proyecta sobre dos planos; en uno prevalecen las elecciones y el régimen representativo; en el otro, las implosiones, la rebelión social, la protesta directa” –comentaban sus editorialistas por esos días-. Y agregaban: “Esas implosiones derivadas de las protestas pueden ser tan eficaces para tumbar gobernantes como las elecciones para desplazarlos pacíficamente. Los golpes institucionales se ubican en estas encrucijadas”. Mientras Eduardo Duhalde, enfatizaba: “En nuestro país, estos procesos se dan muy rápido”. Y los medios concentrados extranjeros editaban: “Ya no es cuestión de si los Kirchner van a ser derrocados, sino de cuándo lo serán”.

Es este contexto el que permite comprender el sentido político esencial no sólo de las manifestaciones del 13 de septiembre en la Plaza de Mayo y el 8 de noviembre en el Obelisco, que tuvieron sus réplicas simultáneas en varias otras ciudades del país, sino también el verdadero objetivo de algunos “episodios extravagantes” (*) ocurridos últimamente.

Como sucede con las brujas, se dice de las clases sociales que no existen, pero que las hay, las hay.

Un sector de la sociedad argentina, minoritario pero poderoso, que reúne a los más grandes empresarios del agro, la industria, las finanzas, el comercio exterior y los medios de comunicación, ve con preocupación cómo se consolida el rumbo del proyecto kirchnerista. Y es que ese bloque, aún cuando ocupa una posición dominante en la economía nacional, está en problemas. Desde la crisis de 2001 y la debacle del modo de acumulación con hegemonía del gran capital financiero, no logra consensuar una salida “a su imagen” ni destacar entre sus componentes al sector capaz de ejercer nuevamente el liderazgo. Magnetto, patrón del gigantesco Grupo Clarín, trata de llenar esa vacante y erigirse como vanguardia de los intereses políticos y económicos conservadores.

Enfrente, cerrándole el paso, el gobierno nacional, sólidamente caracterizado por una activa gestión de políticas públicas que amplía los espacios democráticos ciudadanos, impulsa la industrialización, mejora la distribución del ingreso a favor de las mayorías, dignifica la soberanía nacional y promueve la integración latinoamericana. Un gobierno que se nutre de las adversidades, para redoblar las apuestas en beneficio de los intereses populares.

Las cartas están echadas. A las ciudadanas y ciudadanos que nos identificamos con los intereses del pueblo trabajador, de la nación argentina y la patria grande latinoamericana, nada puede resultarnos más precioso, en la hora actual, que fortalecer el desarrollo y la profundización del proyecto nacional, popular y democrático que conduce Cristina Fernández de Kirchner. ¡Vamos por más unidad, mejor organización y una muy amplia solidaridad de todo el pueblo argentino! ¡Vamos por más!

Buenos Aires, 20 de diciembre de 2012.

– Carlos Vargas, Prensa OCTUBRES.