¿Es el “progresismo” un fenómeno cíclico?

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Nils Castro|
Con más pirotecnia ideológica que examen de los hechos, algunos asiduos articulistas se empeñan en emparejar la llegada de partidos y dirigentes de izquierda a varios gobiernos latinoamericanos con el recién pasado período de alto precio de las materias primas para, enseguida, engarzar ese presunto dúo con la conjetura de que su enlace fue parte de un “ciclo” y sentenciar que este se agotó. Ese esquemático supuesto encierra más simplezas y errores que otras fantasías de su género.

Para empezar, ¿de dónde sacan que el lapso transcurrido desde la primera elección de Hugo Chávez a la probable reelección del kirchnerismo constituye un “ciclo”? Lo reiteran sin sustentarlo. Evaden decir con relación a cuáles otros ciclos previos y probables ciclos subsiguientes, sus formas de sucesión y las conclusiones prácticas del caso. A falta de mejor análisis de los procesos involucrados, pareciera que la palabrita se reitera por el barniz doctoral que le presta al elemental razonamiento que yace tras ese esquema.

Tales articulistas pasan por alto que el boom de las commodities igualmente abarcó México, Colombia o Perú, asociándose a gobiernos del opuesto signo político (y, en Perú, con la traición por la cual el gobierno electo gracias a su programa “progresista” enseguida saltó al otro bando). Además, que en otras naciones, como Honduras o Paraguay, el mismo boom acompañó a sendos golpes de derecha. No hay pues tal vinculación del precio de las materias primas con el “progresismo”. Lo que sí hubo fue un buen aprovechamiento de sus beneficios para resolver problemas sociales allí donde la izquierda gobierna, versus su apropiación privada en los otros países.

El siguiente descubrimiento de dichos articulistas es que la caída del precio de las materias primas anticipa graves problemas, pues afectará las políticas sociales impulsadas por los gobiernos “progresistas”. En consecuencia, su base de apoyo desertará hacia la derecha en las siguientes elecciones. ¿Es que acaso los actuales gobiernos de derecha estarán exentos de consecuencias? ¿Hacia dónde emigrarán sus bases?

Acto seguido, afirman que esta inminente crisis será oportuna para salir del modelo actual, pero no para salir del capitalismo sino del modelo extractivista de prosperar mediante la exportación de commodities. Lo podrá lograr emprendiendo las reformas estructurales no realizadas o iniciadas con demasiada timidez. Pero evitan decirnos cómo esas reformas podrán realizarse y sostenerse en países donde la izquierda llegó al órgano ejecutivo pero carece de control sobre el judicial ni el parlamentario, ni donde ella es minoritaria en los gobiernos locales.

Especialmente, donde ese acceso de la izquierda al gobierno no resultó de un proceso revolucionario, sino apenas del rechazo de muchos electores a las consecuencias sociales de la pasada arremetida neoliberal, y de su repudio a los políticos tradicionales que la implementaron, sin que aún esos electores estén dispuestos a asumir los costos y riesgos ‑‑inmediatos y de mayor plazo‑‑ de un asalto popular al poder.

Los gobiernos “progresistas” latinoamericanos llegaron al gobierno ‑‑que no al poder‑‑ a través de procesos electorales ganados a despecho del sistema político vigente, dentro de las reglas establecidas por el régimen oligárquico y neocolonial. Asumieron gobiernos que estaban en graves problemas financieros, a la vez que comprometidos con sus electores a resolver las mayores urgencias de la población.

Nada fue más oportuno que aprovechar el boom para obtener recursos con qué instrumentar las necesarias inversiones sociales; sabiendo que paralelamente tocaba mejorar las reglas y políticas ambientales y obtener o crear otras fuentes de recursos para impulsar un desarrollo más incluyente y equitativo. Obviamente, de país en país los resultados han sido desiguales, puesto que son realidades y procesos históricos y políticos diferentes. Llamarlos “progresistas” es apelar a un comodín lingüístico que ‑‑como el de “populistas” que las derechas prefieren‑‑ es suficientemente indefinido para abarcar esa heterogenidad. Pero el afán de imponerle una definición común no expresa un interés académico útil sino ganas de enrevesar los términos del asunto y contraponer al “progresismo” con la “auténtica” izquierda, en vez de buscar complementarlos.

Entre esas experiencias no han faltado errores y hasta retrocesos. Pero nadie puede negar los inmensos progresos obtenidos en materia de lucha contra la pobreza, derechos ciudadanos, empleo y seguridad social, etc. Como, asimismo, lo ganado en recuperación de soberanía y creación de mecanismos de solidaridad y cooperación latinoamericana. Sin que tal cosa implique que eso basta, nunca América Latina había sido tan independiente y autodeterminada como ahora. Aunque para esos articulistas esto no satisface lo que ellos reclaman que otros realicen, para la enorme mayoría popular esta ha sido una experiencia extraordinaria.

Por eso mismo hoy confrontamos una poderosa contraofensiva de las derechas y sus mentores transnacionales para desacreditar y remplazar esos gobiernos. Ese esfuerzo ha conllevado multiformes inversiones en renovar los recursos políticos y lenguajes mediáticos de la derecha, incluyendo reciclar los métodos que antes sirvieron para justificar el derrocamiento de Salvador Allende e imponer la contrarrevolución neoliberal en su país. Esa contraofensiva sobresale entre las noticias de cada día en toda Latinoamérica; pero dichos articulistas no la ven o procuran omitirla.