Joe Biden, de salida, juega a la guerra final
Beverly Fanon-Clay
Joe Biden, el otogenario presidente saliente de Estados Unidos, autorizó al régimen ucranio emplear los misiles ATACMS que le ha proporcionado contra objetivos situados en territorio ruso, pese a la advertencia formulada en septiembre pasado por el mandatario ruso, quien consideró la medida como un ataque directo de Washington y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia.
Tras la “luz verde” de EEUU a Ucrania para usar misiles de larga distancia en territorio ruso, el presidente ruso Vladimir Putin aprobó una doctrina que permite una respuesta nuclear a un ataque convencional , que permite que Rusia desarrolle una ofensiva atómica en caso de que se produzca un ataque que suponga “una amenaza crítica para la soberanía y/o integridad territorial” de la Unión Estatal Rusia-Bielorrusia.
Mientras alentaba una conflagración mundial, Joe Biden se convertía en el primer presidente estadounidense en ejercicio que visita la selva amazónica brasileña, antes de su participación en la cumbre del G-20 en Río de Janeiro, a escasos días de que sus políticas ambientales serán revertidas por el futuro mandatario, Donald Trump. Biden aseguró que nadie puede revertir la revolución de energía limpia en Estados Unidos.
Biden pareciera preparar una despedida criminal, poniendo al mundo en las puertas de una confrontación entre las mayores potencias nucleares, un escenario obligadamente catastrófico no sólo para Ucrania, Estados Unidos y la Federación Rusa, sino para todo el continente europeo y para la humanidad.
Lejos de la selva amazónica, Vladimir Putin alertó que la medida tomada por Biden sería considerada como un ataque directo de Washington y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia. Según el mandatario ruso, el personal militar ucraniano carece de las capacidades y condiciones técnicas para operar los ATACMS, los cuales sólo podrían ser dirigidos por especialistas castrenses de Estados Unidos o de otros países de la alianza atlántica.
El pretexto de tal decisión sería la (no un hecho comprobado) de que hay tropas de Corea del Norte reforzando a las rusas, particularmente en la zona de Kursk. Los analistas no dudan que se trata una fabricación más de la “inteligencia” de Estados Unidos para emprender nuevas guerras, como lo fue en 2003 la pretendida posesión de armas de destrucción masiva por parte de Irak, lo que sólo existió en la mente de los fabricantes de propaganda de Washington, pero produjo la destrucción del país.
De confirmarse la autorización referida, el mundo estaría en las puertas de una confrontación entre las mayores potencias nucleares, un escenario obligadamente catastrófico no sólo para Ucrania, Estados Unidos y la Federación Rusa, sino para todo el continente europeo y para la humanidad en su conjunto.
Hace cuatro meses, el 18 de julio, el profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, José Luís Fiori, uno de los más grandes intelectuales brasileños, advirtió que “Hay una sensación generalizada de que el reloj de guerra se está acelerando, y aumenta el número de aquellos que hablan de la inminencia de una tercera guerra mundial, que sería nuclear y catastrófica para toda la humanidad”.
Mientras, el republicano Donald Trump, se ha referido en diversas ocasiones a su determinación de procurar un final rápido para el conflicto entre Kiev y Moscú. Pero a menos de dos meses de dejar el poder, Biden adopta una decisión que dejaría a su sucesor un escenario bélico mucho más violento, complicado y peligroso que el actual.
El bombardeo de objetivos rusos con esa clase de armamento –que tiene un alcance de 305 kilómetros– podría dar lugar a una respuesta devastadora contra la propia Ucrania. Desde la perspectiva de Occidente, el seguir azuzando la escalada militar entre ambas naciones dejó de tener sentido, y aparece como una ruta disparatada, como lo reconocen varios gobiernos europeos y se lo han hecho saber al propio Volodymir Zelensky.
Resulta obligado preguntarse, entonces, si la información comentada es un simple globo sonda –práctica habitual entre los hacedores de política exterior estadounidense– y, en caso de ser cierta, qué propósitos podría tener, fuera de incrementar el riesgo de iniciar una tercera guerra mundial.
La respuesta podría hallarse donde han provenido casi siempre las iniciativas belicistas de Estados Unidos: de su propio complejo militar industrial, siempre ávido de crear y de expandir mercados para sus productos de destrucción masiva y muerte.
* Socióloga estadounidense, profesora universitaria, colaboradora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). Traducción de Victoria Korn.