Libia, un país que se desangra

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Leandro Albani – Barómetro Internacional

El país que vio florecer el desarrollo –pese a los errores cometidos por el propio Gaddafi– y que alcanzó el pleno empleo y albergó miles de puestos laborales para inmigrantes que llegaban desde Medio Oriente, en la actualidad vive sumergido en el caos y la muerte de pobladores, atravesado por fuertes divisiones tribales y territoriales, sin lograr un mínimo de estabilidad institucional (la misma que los países miembros de la alianza atlántica dijeron que llevarían a territorio libio), con milicias desparramadas en las ciudades que controlan.

Libia, exportadora de petróleo a nivel mundial, ahora también se luce en uno de los principales puestos para exportar mercenarios a Siria e Irak, que integran agrupaciones terroristas como el Frente Al Nusra o el Ejército Libre Sirio (ELS). Y estos son los mismos mercenarios que combatieron codo a codo junto a la OTAN para derrocar a Gaddafi y dejar al país devastado, con una cifra indeterminada de civiles muertos y una infraestructura estatal desmembrada, salvo por los pozos petroleros, controlados por los mercenarios desde el inicio del conflicto.

Bernardino León, representante de Naciones Unidas para Libia, declaró ayer que en el país la única solución es política y remarcó que “los esfuerzos encaminados a resolver la actual crisis y reanudar el proceso político no podrán progresar en un contexto de combates continuos”. El funcionario alertó que “a pesar de las reiteradas llamadas a un cese inmediato de las hostilidades, incluido desde el Consejo de Seguridad (de la ONU), la situación sobre el terreno sigue siendo extremadamente volátil y precaria”. A este panorama, León declaró que en Libia operan miembros del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) y Al Qaeda.

Las palabras de León, en representación de la ONU, ya fueron pronunciadas, pero nunca escuchadas. Al inicio de la guerra de agresión contra Libia, el propio Gaddafi denunció en reiteradas ocasiones la presencia de milicianos de Al Qaeda, situación también revelada por el gobierno ruso en 2011. Aunque Moscú permitió el ingreso de la OTAN en Libia, al poco tiempo comenzó a criticar los masivos bombardeos contra la población. En abril de ese año, el canciller ruso, Serguei Lavrov, alertaba en una reunión la OTAN que “Al Qaeda y otros terroristas pueden aprovecharse de la situación que se vive en Libia, por lo que debemos prestar la máxima atención a lo que se hace y se dice”.

A principios de 2014, Massoudou Hassoumi, canciller de Níger, nación fronteriza con Libia, manifestó que el país vecino se había convertido en “una incubadora de terroristas”. A mediados de agosto de este año, el Parlamento libio (integrado en su mayoría por quienes impulsaron el derrocamiento de Gaddafi), llamó a la comunidad internacional a “proteger a los civiles” de las milicias que operan con total impunidad en el país africano.

La tensión crítica en Libia aumentó cuando Egipto y Emiratos Árabes Unidos, aliados incondicionales de Washington, realizaron operaciones militares aéreas contra las milicias islamistas, Fajr Libia en Trípoli, la capital del país. Más allá de las confirmaciones y desmentidos que rodearon este ataque, el hecho muestra la fragilidad en que vive el pueblo libio.

Por otra parte, se encuentran las fuerzas encabezadas por el general retirado Jalifa Haftar, quien en mayo de este año intentó perpetrar un golpe de Estado y en la actualidad levanta las banderas de combate contra los grupos islámicos armados. Aunque en sus declaraciones Haftar pueda remitir a cierto nacionalismo panafricano, su postura es bastante diferente. El ex militar tuvo un pasado junto a Gaddafi y dirigió la guerra contra el Chad en la década del 80, en la cual murieron más de 75 mil libios. En esa conflagración, Haftar fue capturado y hecho prisionero. Al regresar a Libia, rompió con el líder de la Revolución Verde y conformó el opositor Frente de Salvación Nacional (FSN). Al poco tiempo, se radicó en Estados Unidos, y para no perder el tren de la victoria, se mudó a una casa situada en los alrededores de la base central que la CIA tiene en Langley, cerca de Washington. Desde ese lugar y por veinte años, el ex general mantuvo “reuniones, contactos y conspiraciones” contra el gobierno de Gaddafi, como señala el diario de la derecha española El País. Con la invasión de la alianza atlántica a Libia en 2011, Haftar regresó al país pero no logró comandar el “nuevo” Ejército. Ahora el ex militar forma parte de la lucha interna por el poder y su postura “antiislámica” y sus vínculos con la inteligencia estadounidense lo vuelven una pieza importante en el tablero político libio.

Muerte y desgobierno

A casi cuatro años del inicio de la desestabilización en la nación del norte de África, seis administraciones asumieron el poder y tuvieron que renunciar ante la falta de unidad. Liberales aliados de Estados Unidos, grupos islámicos vinculados a los Hermanos Musulmanes, y los clanes tribales de diferentes regiones del país luchan hoy por el poder. Y ninguna de las tres opciones busca mejorar la situación en el país o retomar la senda del desarrollo y el crecimiento.

Recientemente, el primer ministro libio, Abdulá Al Thinni, acusó a Qatar de enviar a Trípoli tres aviones cargados de armamento para las milicias islámicas, denuncia rechazada por la monarquía qatarí, que mantiene fuertes relaciones con los Hermanos Musulmanes y financió abiertamente a los grupos irregulares que derrocaron a Gaddafi.

Un recorrido por los meses de agosto y septiembre muestra, de forma descarnada pero real, en qué situación se encuentra Libia:

En combates registrados el 2 de agosto en los alrededores del aeropuerto de Trípoli, más de 20 personas murieron y 72 resultaron heridas, cuando las milicias islámicas intentaban controlar el lugar.

– El 13 de agosto cinco personas murieron en medio de combates entre diferentes milicias que intentaban tomar el control de la capital del país. Las personas fueron alcanzadas por cinco cohetes en la zona occidental de Trípoli.

– Cinco milicianos islamistas fueron abatidos el 18 de agosto luego de un avión caza bombardeara campamentos del grupo Escudo Central Libia (ECL). El mismo día, las fuerzas de Hartar reconocieron ser los autores de este bombardeo. Un día después de este hecho, milicianos islámicos dispararon misiles Grand contra los barrios Al Andalus y Gargaresh, en Trípoli, donde tres personas perdieron la vida.

– El 22 de agosto, Amnistía Internacional (AI) denunció la ejecución de un hombre de origen egipcio en un estado de fútbol en la ciudad de Derna (este del país). El grupo que llevó a cabo este asesinato se denomina Consejo de la Juventud Islámica de Shura (CJIS), que podría tener vínculos con el Estados Islámico de Irak y el Levante (EIIL). “Este asesinato inmoral aviva los temores de la ciudadanía libia, que se encuentra atrapada entre los despiadados grupos armados y un Estado fallido”, aseguró la subdirectora de AI para Oriente Próximo y el Norte de África, Hasiba Hadj Sajaoui.

– Al menos 13 muertes y 75 heridos fue el saldo el 1 de septiembre luego de los enfrentamientos entre milicias islamistas y fuerzas de Haftar en Bengazi, ubicada en el este de Libia. Tres días después, helicópteros pertenecientes a Hartar bombardearon posiciones de los grupos islámicos en la ciudad, cuando intentaban tomar el aeropuerto.

El petróleo es, sin dudas, una de las razones de los intensos combates entre fuerzas islámicas y las tropas comandadas por Haftar. En el medio de estos enfrentamientos y bombardeos, el pueblo libio continúa sobreviviendo bajo la sombra del silencio mediático y la indiferencia de los mismos gobiernos que pusieron todo su empeño militar y financiero para derrocar a Gaddafi.

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