La hipoteca de México
Salvador González Briceño
Este lunes 11 es la coronación “liberal” desde el poder presidencial, tras poner en charola de plata a una de las empresas energéticas más codiciadas en el mundo, Petróleos Mexicanos, por el poder trasnacional de los oligopolios gringos del petróleo, particularmente empresas texanas.
La paraestatal mexicana Pemex era la joya de la corona para los presidentes reformadores alumnos de universidades estadounidenses, estudiosos de Friedman mejor conocidos como Chicago boys, y empleados al servicio de Washington y su tríada: la Reserva Federal, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, particularmente desde el gobierno de Carlos Salinas de Gortari a la fecha.
Desde ese presidente reformador —más bien deformador— del Estado mexicano que mejor aplicó la estrategia neoliberal de vender un gran número de empresas otrora paraestatales (el destripamiento de una economía de Estado bajo la otra tesis de que el estado obeso no funciona); bajo los preceptos neoliberales, pues, todos los demás le habían traído ganas a Pemex porque simplemente esa era la consigna de presidentes e instituciones financieras cuya sede está en el país vecino.
Sí. Entre muchas de las falacias con las cuales se manoseó siempre la intentona de modificar la Constitución Política mexicana estaba aquella que Pemex era una empresa obsoleta. Que no era capaz de enfrentar la necesaria “modernización”; que cada vez operaba con números rojos, y carece del capital necesario para invertir en una industria que exige cada vez mayores recursos para la extracción y exportación del crudo, verbigracia, de aguas profundas.
No se ha valorado suficientemente, eso sí, que a Pemex se le retira un elevado porcentaje de su presupuesto. Que no se invierte en “modernizar” a dicha industria. Que Pemex se ha manejado con un elevadísimo índice de corrupción e impunidad y que nunca gobierno alguno se ha sobrepuesto a las presiones de Washington (ninguno: Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y ahora Peña Nieto), para la construcción siquiera de una refinería para procesar el barril de crudo en los cientos de derivados, entre los cuales están las gasolinas, ese auténtico negocio del cual ni se habla en México pero representa el negocio para las trasnacionales petroleras gringas.
Entre los engaños y las mentiras está que las gasolinas se abaratarán para los consumidores mexicanos, y que la empresa se modernizará ahora sí como ha sucedido con otras industrias energéticas como Petrobras.
Pero las secuelas serán a la inversa. Se ha retrocedido en materia de control de los recursos energéticos del país, poniendo al descubierto y abriendo de par en par las puertas a la violación de la seguridad nacional de México. Se ha modificado la Constitución como último reducto protector del nacionalismo mexicano, ese que ha aspirado siempre a la búsqueda de un sendero propio en materia no sólo energética sino nacional como lo tienen otros de Latinoamérica. Y porque sólo con un mínimo de desarrollo autónomo se está lejos de la órbita imperial de los Estados Unidos que tiende a apoderarse de todas las reservas de México con las menores retribuciones para los mexicanos y sí los mayores beneficios para sus empresas.
¿Hacia dónde se encamina México? Hacia el peor de los escenarios; ese trazado por las tesis neoliberales que tienen a México en la postración. Hacia la infiltración de su seguridad nacional. Alguien tiene que responder al juicio de la historia. El Congreso de la Unión, en primerísimo lugar de la lista.
– Salvador González Briceño es Director de El Día en 2009. Director de Reporte México. Correo: [email protected]