Un nuevo gobierno para más terapia de choque
JAIME PASTOR | Los resultados de las elecciones celebradas en una fecha tan simbólica como el 20-N han venido a confirmar tendencias que parecían ya anunciadas por muchos sondeos y quizás en pocas ocasiones como ésta ha sido tan corta la distancia entre las predicciones y lo acontecido. Sin pretender hacer un análisis exhaustivo, me limitaré a comentar lo que me parece más relevante.
Empezando por la necesidad de tener en cuenta que ha habido una abstención de cerca de un 28,3 % y un relativo aumento de los votos nulos, en blanco y de la candidatura Escaños en blanco (en total en torno a un 3%) y dejando al margen el Senado (en donde los nulos y en blanco han llegado a sumar 2,1 millones de votos), destacaría varios aspectos sobresalientes: la derrota sin paliativos del PSOE, la victoria electoral del PP, el ascenso de CiU, el retorno al parlamento español de la izquierda abertzale a través de Amaiur y la subida de IU y UPD.
1. Derrota del PSOE, victoria sin programa del PP
El primero es sin duda el más relevante y el más “cantado”: la debacle sufrida por el partido que desde el inicio de la Transición política fue uno de los principales pilares en la configuración y legitimación del régimen actual no tiene comparación alguna con las sufridas en el pasado. La crisis de identidad, de proyecto y de liderazgo que ahora se manifiesta con toda su gravedad no es más que el reflejo del agotamiento de la funcionalidad de la versión “social-liberal” que permitió a la socialdemocracia “alternar” en el gobierno con partidos neoconservadores y neoliberales sin complejos hasta el estallido de la crisis global sistémica de 2008 y la de la eurozona en mayo de 2010. Desde entonces Rodríguez Zapatero fue mostrando su obediencia incondicional a las exigencias de la Troika (FMI, BCE y CE) y de Merkozy-Obama hasta el punto de entrar abiertamente en conflicto con millones de electores que le revalidaron en el gobierno en 2008 y que esta vez le han dado la espalda.
Es cierto que las pérdidas de voto del PSOE han tenido una distribución diversa, pero, dado el limitado aumento de votos del PP, parece muy probable que la mayor parte hayan ido a distintos partidos minoritarios y, sobre todo, a la abstención. En esas condiciones puede que el discurso tímidamente neokeynesiano de Rubalcaba continúe hasta las próximas elecciones andaluzas de marzo próximo, pero no por ello va a dejar de ser muy pronto contrarrestado por las exigencias de contribuir a la “salvación nacional” que Rajoy y los especuladores de “los mercados” pueden ponerle sobre la mesa en las próximas semanas. Y éstos últimos son sin duda quienes más van a pesar en una elite política tan bien relacionada con los grupos de presión más poderosos a través de personajes exhibidos en esta campaña como Felipe González o Carlos Solchaga. Poco cabe esperar, por tanto, del próximo Congreso de este partido más allá del debate sobre qué persona va a liderar la “travesía del desierto” y ser capaz de reconstruir una coalición dirigente que frene tendencias contradictorias en determinadas federaciones. Porque ya ni Patxi López, ahora claramente deslegitimado en Euskadi como lehendakari, ni Carme Cachón, tras los resultados del PSC, pueden aspirar a esa tarea.
Ha sido pues ese enorme retroceso del PSOE el que agranda el triunfo y, gracias al sistema electoral, el número de escaños obtenidos por el PP hasta permitirle alcanzar una holgada mayoría absoluta. Ahora, sin embargo, se plantea el interrogante de qué políticas va a poner en práctica un Rajoy que, junto con promesas vagas con lemas como “primero, el empleo” (que anuncia una nueva contrarreforma laboral), sabe que tiene que seguir el dictado de “los mercados”, de la CEOE y los banqueros, todos ya inquietos por su indefinición, y poner en marcha una nueva terapia de choque, más dura si cabe (algunos cálculos hablan de 18.000 millones de recortes de inmediato según las exigencias de Bruselas), antes incluso de las elecciones andaluzas.Tendrá además que hacer eso a sabiendas de que, pese a los titulares de la prensa de derechas, no goza de ninguna “confianza absoluta” ni siquiera entre sus propios electores y que enfrente tiene un gran rechazo, reconocido en las encuestas preelectorales, que puede transformarse en una contestación social creciente.
A lo anterior habría que añadir que si quiere poner en marcha una “estrategia de compensación” por el desgaste que pueda ir sufriendo en el plano social, deberá medir el alcance y los riesgos de explotar a fondo el discurso de “somos una Gran Nación” tanto ante “Europa” (o sea, la Alemania de Merkel) como, sobre todo, en relación con Euskadi (ya sin la coartada de ETA) y, aunque menos, Catalunya. Es en la confrontación en torno a la línea divisoria nacionalismo español-nacionalismos vasco, catalán y, aunque menos, gallego, en donde el debilitamiento del PSOE reduce el margen de alianzas de Rajoy a la hora de contener sus demandas, aun contando con mayoría absoluta.
Asímismo, tendrá también que medir los tiempos para abordar, además de eliminar la asignatura de Educación para la Ciudadanía, la derogación o reforma de leyes relacionadas con el matrimonio homosexual y el derecho al aborto, pese a la presión ya visible de la extrema derecha mediática y de la jerarquía católica para que no espere ni a los “cien días de gracia”.
2. Nacionalismos varios y recuperación de IU
El tercer dato preocupante tiene que ver con los buenos resultados obtenidos por CiU, con un Durán i Lleida xenófobo y homófobo, formación que sin duda va a utilizarlos para legitimar sus recortes sociales y para hacer valer su exigencia de un “pacto fiscal” en Madrid. Con mayor razón cuando el PSC ha perdido su tradicional mayoría en unas elecciones generales y ni ICV ni ERC han sido capaces de contrarrestar significativamente ese retroceso. Sin embargo, el seguimiento masivo de la huelga general en las universidades catalanas permite tener esperanzas en que las protestas continúen.
El cuarto factor, éste esperanzador, ha sido el éxito alcanzado por la nueva coalición Amaiur en Euskadi y Nafarroa, tras el cese de la actividad armada de ETA, con siete escaños en Madrid. Porque, aunque se trata de una coalición relativamente heterogénea, no cabe duda que han logrado una clara legitimación a su aspiración común de poner en el centro de la agenda política y parlamentaria española no sólo la necesidad de acabar con todas las medidas de excepción adoptadas en nombre de la “lucha contra el terrorismo” sino, sobre todo, el debate en torno al reconocimiento del derecho del pueblo vasco a decidir su futuro. Tendremos, por tanto, la oportunidad de reabrir una cuestión no resuelta durante la transición política y que el propio Rajoy no sólo no quiere abordar sino que pretende incluso dar una marcha atrás respecto a lo que la propia Constitución reconoce en relación a Nafarroa en su Disposición Transitoria Cuarta. Ojalá también esa presencia en el parlamento español sirva para restablecer buenas relaciones con una izquierda radical de ámbito estatal que ha ido contracorriente frente a ese gran “consenso antiterrorista” que tanto llegó a arraigarse en la sociedad española.
El ascenso electoral de IU y los once escaños que ha obtenido junto con ICV y la CHA y otras organizaciones menores muestra que han sido capaces de recoger una parte del malestar y rechazo que ha provocado la política del PSOE. También han llegado a asumir algunos mensajes y propuestas procedentes del 15-M, aunque no tanto las que tienen que ver con una efectiva lucha contra la profesionalización de la política en sus propias filas. Pese a éste y otros “peros” que se puede poner a su campaña (sobre todo allí donde han gobernado con el PSOE, como en Catalunya y en Asturies), es evidente que IU recupera cierto protagonismo en la reconstrucción de la izquierda a escala estatal, con más motivo si tenemos en cuenta el fracaso de Equo en Madrid y los muy magros resultados alcanzados por candidaturas más minoritarias como la de Anticapitalistas.
La urgencia de impulsar la movilización en la calle, junto al 15-M y otros movimientos y organizaciones sociales y políticas, contra los recortes que se están ya aplicando desde gobiernos autonómicos como los de Madrid, País Valencià o Catalunya, será una primera prueba para IU y, sobre todo, servirá para valorar si realmente están dispuestos a presionar a las direcciones de los grandes sindicatos para que cambien de rumbo y apuesten por un sindicalismo de lucha antipactista. También habrá que valorar cómo aborda IU las próximas elecciones andaluzas para ver hasta qué punto deja de ofrecerse como “muleta” del PSOE para gobernar juntos y pone en cambio la centralidad de su actividad en la movilización social y la apuesta por un proyecto rupturista con el sistema causante de la crisis. Otro reto importante es el que tiene que ver con su posición ante conflictos como el vasco: ¿seguirá manteniéndose ambiguo en su concepción de un federalismo que no defiende abiertamente el derecho a la independencia? De cómo responda a estos y otros desafíos depende que la propuesta de “refundación de la izquierda” recupere credibilidad o se vea de nuevo bloqueada por sectores hasta ahora mayoritarios dentro de su aparato dirigente.
Por último, un dato también negativo de estas elecciones ha sido el resultado obtenido por UPyD, especialmente en lugares como Madrid. Este partido, dirigido por una veterana profesional de la política como Rosa Díez, hábil en practicar un oportunismo programático que le permite explotar tanto la lucha contra el bipartidismo y la corrupción como el rechazo visceral a los nacionalismos (periféricos, claro) para pedir una recentralización del Estado, parece haber conseguido calar en un electorado heterogéneo que va desde la extrema derecha de Sáenz de Inestrillas hasta sectores desencantados de izquierda, sin olvidar apoyos mediáticos tan sospechosos como el del director de El Mundo. Habrá que ver cómo va a comportarse en los tiempos duros que vienen, pero la creciente audiencia de esta formación constituye un nuevo obstáculo para las tareas que se plantean en esta nueva etapa desde la izquierda.
Después de este sucinto repaso a lo ocurrido durante la jornada electoral, no debemos olvidar sin embargo la pregunta que todo el mundo se hace: ¿cuánto tiempo le va a durar el sabor dulce de la victoria a Rajoy? Porque la crisis sigue agravándose y ni siquiera los más optimistas ven la salida del túnel en esta “eurozona” en proceso de implosión y sometida a la “deudocracia”. Pero si los de arriba tienen prisa y son insaciables en imponer sus dictados a “los políticos”, los y las de abajo tampoco se van a quedar quietos, como ya estamos viendo con la nueva agitación en el seno del 15-M y otros movimientos como el de la enseñanza, así como con las iniciativas de okupación de edificios, marchas anticrisis o luchas contra las privatizaciones –como la del Canal de Isabel II en Madrid- que se anuncian.
3. Reactivar el 15-M y la lucha en defensa de los bienes comunes
Porque es cierto que el movimiento 15-M no ha estado tan presente en la calle durante la campaña electoral como ocurrió en el momento de su irrupción en mayo pasado, pero sí hemos visto todo un proceso de reflexión y debate en las redes sociales y en cantidad de asambleas y grupos de trabajo sobre las elecciones y las distintas opciones a tomar en función de su relación con las críticas y propuestas que han ido surgiendo durante estos seis meses. Su influencia desde su propia pluralidad (no exenta de confusión) en la denuncia del bipartidismo mediante los resultados obtenidos por algunos partidos minoritarios, los votos nulos y en blanco (sobre todo en el Senado) y la abstención ha sido patente.
Habrá que prepararse, pues, a un proceso de movilización contrahegemónica más amplio e intenso que hasta ahora, buscando la mejor pedagogía política posible para forjar nuevas alianzas sociales en la lucha contra la “deudocracia” que permitan ir deslegitimando las políticas que desde la UE y los grandes poderes transnacionales quieran seguir imponiendo a través del “gobierno” del PP. En estas y otras tareas, tan necesarias hoy dentro de la lucha entre “sentidos comunes” tan antagónicos, la izquierda radical y anticapitalista deberá insertarse mucho mejor de lo que ha hecho hasta ahora.
En nuestro horizonte sería bueno tener ese “Abajo el régimen” que al final de la manifestación del pasado 17 de noviembre alguien pintó en las paredes del Congreso de Diputados. Porque “el problema no es la crisis, es el sistema”, aunque hoy estemos lejos de resolverlo.
Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4578