Suramericano, argentino, peronista e hincha de San Lorenzo, pero fundamentalmente hombre de la Iglesia
JUAN GUAHÁN| La Iglesia Católica, Apostólica y Romana, lleva el sello del europeísmo en su propio nombre. Es la iglesia de Cristo desparramada por el mundo a partir de su alianza con el Imperio Romano. En los últimos 1250 años todos los papas fueron europeos. Bergoglio, ahora Francisco ó Francisco I es el primer Papa latinoamericano y obviamente el primer argentino que llega a esa función.
El Papa es Obispo de Roma, ese carácter le permitió a Bergoglio hacer el primer comentario de su vida papal señalando el hecho llamativo que los cardenales fueron a buscar al Obispo de Roma al “fin del mundo”. Este dato encierra la primera contradicción de su mandato.
Es un Obispo de Roma, pero pertenece a un lejano país que está fuera de Europa, esa es la novedad. Pero todo eso fue dicho en idioma italiano, la lengua de Roma. Si bien la tarea del Papa es universal el futuro nos dirá si prima, en su accionar, la lejanía de su origen territorial, la lengua en la que se expresó o si se trata de alguien capaz de evangelizar culturas actualmente ajenas a esa milenaria historia.
La designación del Papa responde a las lógicas internas de la propia Iglesia. Resulta claro que al momento de nombrarlo son tenidas en cuenta las características de la situación externa y las personales de quien es elegido, pero siempre lo será desde la óptica de las necesidades de la Iglesia. Es de público conocimiento que Bergoglio es suramericano, argentino, peronista e hincha de San Lorenzo. Pero fundamentalmente es un hombre de esta Iglesia.
El teólogo brasileño Leonardo Boff. Un reconocido militante de la Teología de la Liberación publicó que había anticipado que Francisco sería el nombre que tendría el nuevo Papa. Considera que de esa manera se volverían realidad las palabras que llevaron a la conversión a aquel Francisco de Asís cuando escuchó el mandato de “Francisco, ve y restaura mi casa, mira que está en ruinas”. Considera que el cardenal Bergoglio eligió el nombre de Francisco “porque se dio cuenta de que la Iglesia está en ruinas por la desmoralización de los diversos escándalos que afectaron lo más precioso que ella tenía: la moral y la credibilidad”.
Siguiendo esa “lógica interna” la Iglesia tiene que salir de su incómoda situación actual. Acorralada por múltiples denuncias de abuso sexual infantil y pornográficas muestras de riqueza y ataduras con los poderes de turno, se encuentra en dificultades para mantener su grey, incapacitada para ampliar su mensaje y mucho menos llevarlo a otros territorios y culturas. En estos pocos días, el Papa Francisco ha dado muestras que piensa atacar estos fenómenos para mantener y amplificar la vigencia de la institución que le toca gobernar. La propagandizada exhibición de su reconocida austeridad; la prohibición de entrar al Vaticano al Arzobispo de Boston, acusado de apañar pederastas, y el pedido a sus compatriotas que no viajen a Roma para su acto de asunción, donando a los pobres ese dinero, son muestras de ello. Así da señales que aspira salir de la encerrona actual y volcar los esfuerzos de la Iglesia en la evangelización. Es posible que el poblado mundo asiático, con China a la cabeza, sea el principal objetivo de su paso por el Vaticano. Eso explicaría el masivo apoyo cardenalicio recibido por Bergoglio. Su nacionalidad corresponde a un país que, por su escasa presencia internacional, no genera grandes desconfianzas en otros sistemas de poder.
No son pocos los que se preguntan las razones por la cuales un jesuita, el único presente en la reciente elección cardenalicia, fue puesto ahora, por primera vez en la historia, al frente de la Iglesia. Los jesuitas, no obstante su juramento de fidelidad al Papa, muchas veces han estado en los bordes de la Iglesia. Ni hablar de las persecuciones por parte de diferentes gobiernos. Desde su fundación por Ignacio de Loyola en el siglo XVI han sido perseguidos en muchos países y en diferentes períodos históricos. En nuestro país es recordada su expulsión de las misiones guaraníticas en 1767.
Al día de hoy, con unos 18 mil miembros, es la orden religiosa más importante de la Iglesia. Es conocida la disciplina jesuítica. No olvidemos la opinión que tenía de ellos el poderoso Napoléon “Los Jesuitas son una organización militar, no una orden religiosa”. Es posible que la Iglesia esté buscando en ese tipo de disciplina los antecedentes de una conducción para estos difíciles tiempos.
Desde otros puntos de vista, emparentados con lo dicho, es muy probable que el Papa Francisco ratifique los aspectos más conservadores en el aspecto moral y cultural, pero simultáneamente plantee definiciones sobre temas sociales que lo coloquen en la línea de las encíclicas de León XIII y su Rerum Novarum (1891), Juan XXIII (Mater et Magistra – 1961) y el Concilio Vaticano II (1965). Los temas de la pobreza, la exclusión y los niños han sido temas recurrentes en las definiciones pastorales de Bergoglio.
Respecto a los efectos más mundanos, contemporáneos y políticos de su designación caben algunas reflexiones. Algunos creen que su nombramiento puede estar vinculado a una política que frene el avance de la tendencia a la unidad de los países suramericanos. Asimilan esta designación con la producida, años atrás, de Juan Pablo II, el Papa polaco que contribuyera a la desarticulación del mundo comunista y la Unión Soviética. Las condiciones parecen ser muy distintas, estos procesos suramericanos poco y nada tienen que ver con aquel comunismo. En este sentido parece muy acertada la respuesta de Nicolás Maduro, el venezolano que ocupa la presidencia de su país después de la muerte de Hugo Chávez, al decir que “Chávez está frente a frente a Cristo, alguna cosa influyó para que se convoque a un Papa suramericano”.