Reed Lindsay: “Lo que sucedió en Bengasi y otras ciudades de Libia del 17 al 20 de febrero fue una rebelión popular”

334

PATRICIA RIVAS Y SANTIAGO ALBA RICO | Reed Lindsay tiene una larga trayectoria como periodista y documentalista. Recorrió América Latina durante diez años, cinco de los cuales los pasó en Haití, donde vivió en un barrio popular de Puerto Príncipe. Ha publicado reportajes en más de 20 periódicos y también ha escrito notas para radio y televisión. De octubre de 2005 a marzo de 2011 trabajó como colaborador de Telesur en Haití y otros países, entre ellos República Dominicana, Honduras, Estados Unidos, Italia, Dinamarca, Egipto y Libia.

Patricia Rivas y Santiago Alba Rico – Rebelión

En 2009, el canal le premió por la mejor crónica del año, por la nota con mejor fotografía y montaje y, junto a sus colegas, por la mejor cobertura especial (durante el golpe de Estado de Honduras). Ha dedicado gran parte de su tiempo al periodismo de investigación, concentrando sus esfuerzos en la injerencia de Estados Unidos en la región. Sus trabajos incluyen un reportaje sobre la intervención de la USAID en Bolivia para influir en las organizaciones indígenas y debilitar a los movimientos populares. También hizo numerosas crónicas sobre los abusos de la misión de la ONU en Haití y sobre las maniobras del gobierno de Estados Unidos para minar la soberanía del país. Realizó asimismo un documental para Telesur sobre la injerencia extranjera en el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras: Detrás del golpe (http://vimeo.com/16215621).

A partir del 28 de enero de 2011, fecha en que se desencadena la revolución egipcia, Reed Lindsay cubrió la llamada Primavera Árabe en Egipto y Libia. Junto a su colega Jihan Hafiz realizó un documental de 52 minutos sobre las primeras semanas de la rebelión en Libia; de título Benghazi Rising, fue emitido por Al Jazeera y otros canales y fue nominado para el Premio Rory Peck (http://rorypecktrust.org/page/3255/Jihan+Hafiz++Reed+Lindsay+. ). Reed Lindsay vive actualmente en El Cairo, donde él y Jihan Hafiz reportan regularmente para The Real News Network.

– ¿Hubo o no hubo una revuelta popular en Bengasi?

Lo que sucedió en Bengasi y otras ciudades de Libia del 17 al 20 de febrero fue una rebelión popular, una revuelta popular, un levantamiento popular; llámalo como quieras, la palabra importante es “popular”. No dudo de que los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de los países europeos estaban activos en Libia antes, durante y después del 17 de febrero. Sin embargo no he visto ninguna prueba de que el levantamiento popular que se dio se debiera a la injerencia extranjera. Al contrario, durante las tres semanas que estuve en Bengasi y otras ciudades en el este de Libia, encontré evidencias abundantes de que fueron ciudadanos ordinarios quienes se levantaron de forma espontánea para tomar el control de la Katiba, el cuartel general del gobierno de Muamar al Gadafi.

– ¿Fue lo ocurrido el 17 de febrero producto de una movilización popular espontánea o una conspiración franco-estadounidense-saudí?

Después de pasar tres semanas en el este de Libia con los ciudadanos que participaron en la revuelta contra Gadafi, estoy convencido de que fue una movilización popular espontánea y no una conspiración de origen estadounidense o de otro país. Durante los primeros días de la rebelión en Bengasi, los libios que tomaron las calles y empezaron a formar un nuevo gobierno y una nueva sociedad rechazaron tajantemente la posibilidad de una intervención extranjera. Decían que habían empezado la rebelión y querían terminarla ellos mismos. Sólo cuando resultó evidente que no contaban con la fuerza militar para resistir al ejército del gobierno de Muamar al Gadafi empezaron a pedir la intervención de la OTAN. Pero siempre la vieron como una alianza táctica y temporal. La mayoría de ellos no se hacía ilusiones sobre los intereses reales de los bombardeos de la OTAN. Mostraban más bien una perspectiva crítica frente a los gobiernos de Estados Unidos y Europa -incluso había entre ellos algunos militantes islamistas que habían luchado contra tropas estadounidenses en Irak y Afganistán-. Pero se vieron obligados a tragarse esta intervención para asegurar la supervivencia de la rebelión y su propia supervivencia. Muchos me decían que sacarían a Gadafi y después se enfrentarían a las fuerzas extranjeras si fuera necesario.

En cuanto al carácter popular de la rebelión que comenzó el 17 de febrero, cualquiera podía constatarlo. Si no hubiera sido popular, nunca podría haber aguantado la represión que sufrió. Cuando una fuerza militar poderosa como la que tenía Gadafi en Bengsi es derrocada por una multitud de ciudadanos ordinarios, sin afiliación política, que toma las calles espontáneamente a partir de su propia voluntad y sin armas, no hay ninguna palabra, salvo “popular”, para explicar y describir ese movimiento.

– ¿Quiénes participaron en ella? ¿Quiénes formaron en la primera hora los cuadros de dirección de la revuelta?

Eran jóvenes, sobre todo estudiantes. Pertenecían a la clase trabajadora y a la clase media y la mayoría de ellos nunca habían sido políticamente activos y nunca, por supuesto, habían participado en una protesta callejera. Tomaron las calles sabiendo que arriesgaban la vida. Lucharon con piedras y cócteles molotov y aunque los balearon a uno tras otro no dejaron de luchar. Me recordaron lo que había visto en la revolución egipcia, pero también a la rebelión popular de Argentina del 19 de diciembre de 2001, una rebelión espontánea que se intensificó y se incrementó con cada acto de represión.

– ¿Estaba o no justificada la revuelta? ¿Era legítimo rebelarse contra Gadafi?

Negar que la revuelta era justa sería justificar que un gobierno mate a su propia gente para mantenerse en el poder. Para citar un ejemplo latinoamericano, durante la Guerra del Gas en Bolivia en Octubre 2003, Gonzalo Sánchez de Lozada perdió su legitimidad como presidente cuando ordenó que su ejército disparara contra un pueblo desarmado matando a 67 personas e hiriendo a 400. La respuesta de Gadafi fue mucho más brutal. Sólo en Benghasi, sus tropas mataron a más de 250 personas en cuatro días y dejaron cientos de heridos. Hablé con numerosos médicos que habían trabajado en zonas de guerra y me contaron que nunca habían visto heridas de ese tipo. Las tropas de Gadafi dispararon a los manifestantes con armas antiaéreas y las heridas se centraron en la cabeza, el cuello y el pecho.

No comenzó como revuelta. Comenzó el 15 de febrero como una protesta organizada por los familiares de presos asesinados en la cárcel de Abu Salim en 1996. Se convirtió en revuelta después de que los soldados de Gadafi empezaran a disparar a los manifestantes. Pero muchos libios dirían que la revuelta no sólo se justificaba por lo que sucedió del 17 al 20 de febrero, sino por la represión que habían sufrido durante décadas.

Cuando uno considera los motivos de los libios que lucharon contra Gadafi, hay que destacar que eran voluntarios, en contraste con el ejército profesional con el que contaba Gadafi. No es por nada que uno arriesga la vida sin ningún interés personal, por una causa que se cree justa, e incontables libios lo hicieron. Muchos jóvenes perdieron sus vidas enfrentando las balas en Bengasi, muchos hombres dejaron sus trabajos para convertirse en soldados voluntarios y luchar en el desierto, muchas mujeres enviaron a sus hijos únicos a luchar en primera línea y lo celebraron cuando se convirtieron en mártires. Estos sacrificios no se hacen sin justificación.

– ¿Se puede comparar la revuelta contra Gadafi con el golpe de estado contra Hugo Chávez en abril de 2002?

Un error presente en muchos comentarios es el de comparar la situación de Libia con la de Venezuela. No se pueden comparar. En Venezuela hay elecciones frecuentes, partidos políticos de oposición, una prensa libre controlada en gran parte por opositores al gobierno y manifestaciones callejeras contra el gobierno. En Libia, bajo Gadafi, había un estado totalitario donde la gente vivía atemorizada y expresarse contra el gobierno significaba la cárcel o incluso algo peor. En Libia bajo Gadafi no había elecciones, ni medios de oposición, ni partidos de oposición, y mucho menos manifestaciones callejeras sin que provocaran una represión feroz. En Libia, no había USAID ni NED ni medios controlados por una oligarquía. Gadafi y sus hijos ejercían un control total en el país y oponerse a ellos era prácticamente imposible.

– ¿Era Gadafi un dictador o un antiimperialista preocupado por la suerte de su pueblo? ¿No se vivía en Libia mejor que en otros lugares del mundo árabe?

Es importante distinguir entre un discurso revolucionario vacío y la realidad, que era muy poco revolucionaria. Por supuesto en Libia la gente vivía mucho mejor que en otros países del mundo árabe, el contraste con las condiciones de vida entre Egipto y Libia, por ejemplo, es notable. Pero es una comparación engañosa. Libia es un país con una población de apenas ocho millones de personas y una riqueza petrolera abundante. Egipto tiene 85 millones de habitantes y poco petróleo. Cuando yo preguntaba a los libios por qué se quejaban si parecían estar en mejores condiciones que los habitantes de otros países árabes, respondían que sería mejor comparar a Libia con otros países petroleros pequeños como los Emiratos Árabes Unidos, e insistían en que sí había pobreza en Libia. En Bengasi todos los días me encontraba con alguien en la calle que insistía en llevarme a un barrio pobre para mostrarme que, a pesar de la riqueza del país, la pobreza era un problema real. Y así pude constatarlo, por ejemplo, en la propia Bengasi, donde visitamos un barrio en el que las familias vivían en un basurero y dependían de donaciones de comida para sobrevivir. Muchos de ellos eran veteranos de guerra heridos mientras luchaban con el ejército libio en Chad y decían que nunca habían recibido ninguna indemnización del gobierno. Sin embargo en Libia, en contraste con Egipto, la mayoría parecía arriesgar su vida, no porque no tuviera nada que perder sino porque sentía que debería tener mucho más. Me hizo recordar la Venezuela anterior a la revolución bolivariana, cuando la gente era consciente de que la riqueza petrolera del país no beneficiaba a la gran mayoría de los venezolanos sino sólo a unos pocos. En Libia muchos, si no la mayoría, de los hombres y las mujeres que luchaban contra Gadafi eran estudiantes universitarios o profesionales de clase media o clase trabajadora, ingenieros, médicos, abogados, farmacéuticos, profesores, pequeños empresarios, burócratas. Se quejaban de servicios sociales inadecuados, una infraestructura caída, una falta de oportunidades y un sistema político y económico corrupto controlado por Gadafi, su familia y sus amigos. Pero más importante aún, el factor fundamental que motivó a los libios fue la falta total de libertad para expresarse sobre estos problemas. Los libios decían que bajo Gadafi vivían bajo un miedo sofocante donde era imposible decir una palabra contra el gobierno.

– Hay una escena de Benghazi Rising especialmente emotiva, y es cuando una mujer rompe a cantar… el himno nacional tunecino, uno de los emblemas de la revolución que derrocó a Ben Ali. ¿Existía en Bengasi, entre los rebeldes, la conciencia de que sus protestas estaban relacionadas de algún modo con las de Túnez y Egipto?

De hecho, la mujer que canta es inmigrante tunecina. Por supuesto estaban relacionados. Lo interesante es que en las primeras semanas de la rebelión, cientos de egipcios, después de derrocar a Mubarak, fueron a Libia a apoyar la revuelta en el país vecino. Un grupo de médicos levantó una carpa para atender a los heridos y otros egipcios enviaron toneladas de comida y materiales. Las distinciones hechas en otros países entre las diferentes revueltas árabes (algunos progresistas en las Américas y en Europa aplauden la revolución egipcia pero denuncian las revueltas de Libia y Siria como conspiraciones extranjeras) no se hacen en los países donde se ha estado llevando a cabo la llamada Primavera Árabe. En Túnez, Libia, Egipto y Siria, la gente no distingue entre un dictador claramente amigo de Estados Unidos (Mubarak) y un dictador cuya retórica es antiimperialista (Gadafi). Los egipcios, por ejemplo, se manifiestan en solidaridad con las revueltas tanto en Libia y Siria como en Bahréin y Yemen. No es que sean ignorantes de las distintas políticas exteriores de los líderes de estos países; lo que ocurre es que ven a todos ellos como dictadores que están oprimiendo a sus pueblos. Desgraciadamente algunos gobiernos latinoamericanos de izquierda mantienen posiciones rígidas basadas en visiones simplistas de supuestas diferencias ideológicas entre los dictadores árabes mientras que ignoran por completo los reclamos de los pueblos árabes.

– ¿Hubo realmente riesgo de una matanza en Bengasi en marzo de 2011? El montaje mediático de los inexistentes bombardeos desde el aire llevó a algunos sectores de la izquierda a poner en duda que hubiese habido ninguna clase de represión e incluso a negar que hubiera imágenes de la misma.

Hubo sin duda riesgo de matanza. Mientras que las tropas de Gadafi se acercaban a Bengasi, antes del inicio del bombardeo de la OTAN y antes de que se supiera que iba a haber una intervención de la OTAN, el miedo en Bengasi fue palpable. Cuando me fui de Bengasi (salí unos días antes del bombardeo), los habitantes de la ciudad se estaban preparando para lo peor. Benghazi Rising termina con la escena de una mujer destruyendo un cartel de Gadafi, y aunque se muestra desafiante y dice estar preparada para luchar y morir, se la ve desesperada y llora mientras otra mujer la abraza. Esa mujer expresaba el sentimiento que se respiraba por toda la ciudad en esos días. Sabían que Gadafi venía en camino y lo que eso podía significar.

La idea de que iba a haber una matanza en Bengasi no fue algo inventado por los medios. Nació de la experiencia de los libios que habían vivido bajo su gobierno durante más de 40 años. Ellos señalaban dos precedentes. Primero, la represión constante que habían sufrido desde hacía décadas, poniendo énfasis especialmente en la masacre de presos en la cárcel de Abu Salim en 1996. Segundo, hablaron de la represión feroz desatada del 15 al 20 de febrero. Durante mi estancia en Bengasi era casi imposible hacer una entrevista sin que el entrevistado hablara de esta represión, hasta tal punto había quedado impresa en la mente de cada habitante de esa ciudad, de la misma manera que la represión en la ciudad de El Alto en Bolivia por parte de Gónzalo Sánchez de Lozada llegó a ser un hecho traumático nunca olvidado por sus habitantes. Llegué a acostumbrarme a escuchar la palabra “14.5 mm”, constantemente mencionada, una referencia al calibre de las balas antiaéreas diseñadas para hacer agujeros en el metal de un avión y que hizo jirones los cuerpos de tantos jóvenes. Los libios se preguntaban: si Gadafi no vaciló en matar a 250 personas al principio de la revuelta, ¿qué haría esta vez con una fuerza mucho mayor de tanques, aviones y artillería que se acercaba a Bengasi y que buscaba aparentemente la venganza? Obviamente no puede probarse que fuera a haber una matanza que nunca se produjo, pero hay muchos indicios que llevan a pensar que podría haber sucedido.

Algunos medios y organizaciones simpatizantes del gobierno de Gadafi hicieron mucho escándalo en torno a las noticias de un supuesto bombardeo de Trípoli por parte de Gadafi el 21 de febrero, lo que habría justificado la intervención de la OTAN. Citan estos reportes como si fueran el hecho decisivo en la guerra mediática contra Gadafi, como lo fueron las imágenes del tiroteo en el puente Llaguno para justificar el golpe de Estado en Venezuela en abril de 2002. Nada que ver. La verdad es que la noticia del bombardeo de Trípoli casi no se percibió en Libia y tuvo escaso impacto internacionalmente. Se ha citado como el hecho más importante para justificar los bombardeos de la OTAN, pero no fue mencionado ni en la primera resolución de Naciones Unidas contra Gadafi (Resolución 1970) ni tampoco en la siguiente (Resolución 1973) que autorizó la intervención de la OTAN. Durante las tres semanas que estuve en Bengasi no escuché a una sola persona mencionar el supuesto bombardeo del 21 de febrero. Lo que sí mencionaban muchos libios, y lo que mencionan las resoluciones de la ONU para justificar las acciones contra Gadafi, eran los abusos sistemáticos contra los derechos humanos, los cuales sí se pudieron constatar.

Es importante destacar que la OTAN sobrepasó su mandato de imponer una zona de exclusión aérea para proteger a los ciudadanos. En algún momento la “Operación Protector Unificado” dejó de ser una misión defensiva para proteger a civiles para convertirse en una misión ofensiva cuyo objetivo primario pareció ser derrocar a Gadafi. La OTAN mató a decenas de civiles, incluyendo mujeres y niños, algo que la OTAN por fin admitió el mes pasado después de que saliera un artículo sobre el tema en The New York Times: http://www.nytimes.com/2011/12/18/world/africa/scores-of-unintended-casualties-in-nato-war-in-libya.html?_r=1&scp=1&sq=libya%20nato&st=cse

– ¿De dónde sacaron las armas los rebeldes en los primeros días de la revuelta?

Sacaron las armas de los cuarteles después de tomarlos al asalto. Durante los primeros días de lucha en Bengasi, los manifestantes se enfrentaban a los soldados de Gadafi en la Katiba con piedras y cócteles molotov, pero sin armas de fuego. Esta situación cambió durante las últimas horas, cuando soldados que habían desertado del ejército lucharon junto a los civiles contra los soldados leales a Gadafi. Cuando tomaron la Katiba y con ella todo Bengasi, se apoderaron de las armas del ejército libio que había en la Katiba y en el resto del este del país. Pero no eran demasiadas. Gadafi sabía que en el este de Libia ya había una historia de revueltas y la gran mayoría de los armamentos, y muy particularmente casi todos los aviones, estaban en el oeste, bajo su control. Sin embargo, en pocos días, la revuelta libia cambió de signo: las manifestaciones callejeras se transformaron en una rebelión armada.

– ¿Qué relación crees que hay entre el petróleo y la intervención de la OTAN? ¿Ha sido el factor determinante?

Yo creo que sí fue un factor determinante, pero no porque los países de la OTAN no se estuvieran beneficiando del petróleo con Gadafi. Yo creo que cuando Estados Unidos y Europa vieron que había una revuelta popular en Libia, divisaron la oportunidad de estar aún mejor posicionados de lo que estaban antes. Por ejemplo, hay un documento de Wikileaks (http://www.mcclatchydc.com/2011/05/11/114040/cable-us-suggests-tough-warning.html ) que indica que Estados Unidos estaba molesto con el gobierno italiano, el cual había firmado acuerdos con Rusia para cederle una parte de sus contratos de producción y exportación del gas natural en Libia. Según el documento, Rusia habría estado buscando aumentar su control sobre la provisión del gas natural a Europa, algo que Estados Unidos pretendía prevenir. Así, uno podría ver la intervención de la OTAN como una oportunidad para Estados Unidos y los países europeos en su propósito de ejercer más control sobre los recursos de Libia y al mismo tiempo de marginar a Rusia y China.

– ¿Crees que el agradecimiento de los rebeldes a Francia y la OTAN significa la aceptación por parte de los libios, más allá de la política del CNT, de un tutelaje occidental sobre el país?

En parte, estas muestras de agradecimiento hacia Francia, Estados Unidos y la OTAN son genuinas. Los rebeldes entienden que nunca habrían ganado si no hubiera sido por esta intervención extranjera. Por otra parte, muchos libios influyentes en la revuelta, especialmente en el Consejo Nacional de Transición, tenían vínculos estrechos con el occidente. Sin lugar a dudas hay muchos intereses compartidos. Pero no quiere decir que estas personas sean representativas de los libios que tomaron primero las calles y después las armas para luchar contra Gadafi. La situación es compleja y hay una gran divergencia de ideas en Libia sobre los países miembros de la OTAN.

Por otra parte, no va a ser precisamente fácil controlar Libia. Tiene dinero y petróleo y no depende económicamente de Occidente. Hay que recordar que había sectores de la derecha en EE.UU. opuestos a la intervención contra Gadafi porque lo consideraban un aliado leal en la lucha contra el terrorismo y temían que la alternativa, posiblemente un gobierno islamista, podía ser peor. Por su parte, los libios son los primeros que recuerdan que desde 2004 Gadafi mantenía relaciones estrechas con Estados Unidos y los países europeos. Lo consideraron un aliado en la lucha contra el terrorismo mientras que su gobierno empezó a implementar políticas neoliberales, abriendo el país aún más a la inversión extranjera.

– “Libia no es Iraq”. Es una diferenciación sobre la que has insistido en tus trabajos. ¿Podrías explicar cuáles son las diferencias entre uno y otro tipo de intervención imperial y el diferente papel que en uno y otro caso desempeña Estados Unidos?

No hay posible comparación entre los dos. En el caso de Libia fue una revuelta popular. En Irak no hubo revuelta contra Sadam Husein. En Libia, la intervención se limitó a los bombardeos; no hubo invasión de tropas extranjeras como en Irak. Irak fue invadido y ocupado durante más de ocho años. Libia no fue ocupado. Los libios sienten que la victoria sobre Gadafi es suya. No fue así en Irak.

– Es posible que al ver Benghazi Rising haya personas que piensen que es un trabajo apologético o justificativo de la intervención de la OTAN. ¿Qué les dirías?

Mi estilo de periodismo no cambió cuando llegué a Libia. Hice lo que siempre había hecho, en Puerto Príncipe, Arizona, Nueva Orleans, El Cairo, Tegucigalpa, Santo Domingo, hablé con personas ordinarias luchando por sus derechos e intenté contar sus historias. Durante las tres semanas que estuve en Libia hablé casi exclusivamente con los libios en las calles y en la primeras línea del frente. Casi no tuve contacto con el Consejo Nacional de Transición, no porque no hubiera valido la pena, sino simplemente porque tenía una cantidad de tiempo limitado y con el tiempo que tenía decidí dar prioridad al pueblo y no al poder.

No me gustaba la idea de hacer reportes que podían ayudar a justificar una campaña militar extranjera contra un país soberano. Pero tampoco me iba a callar frente a una rebelión popular porque el gobierno opresor al que se opuso mantenía buenas relaciones con Venezuela ni porque su líder mantenía un discurso antiimperialista. Percibo una tendencia reduccionista entre la izquierda, tanto en América Latina como en Estados Unidos y Europa, a apoyar ciegamente a cualquier gobierno que se opone a los gobiernos estadounidense y europeos, cueste lo que cueste, sin tomar en cuenta a los pueblos de esos países. El mundo es más complicado y tenemos que distinguir entre gobiernos y pueblos. Como periodista, creo que uno no debe prestar lealtad ciega a ningún gobierno, sino que se debe estar al lado de los que no tienen poder, los pobres y oprimidos, sin excepción. Si el gobierno opresor es el gobierno de Estados Unidos o un aliado estrecho, como en el caso de Egipto, entonces no hay debate porque es obvio que sabemos en qué lado está el pueblo. Pero tampoco era difícil saberlo en Libia. Al llegar a Bengasi, estaba más que claro que lo que se estaba produciendo era una rebelión popular contra un gobierno opresor.