De París a Berlín: Cuatro lecciones geopolíticas a 80 años de la Victoria en la Gran Guerra Patria
Introducción
Es casi de aceptación universal en las Ciencias Políticas que un Estado tiene tres ingredientes indispensables: territorio, población y gobierno. Pero, esta sistematización de conocimientos que busca explicar el comportamiento de las organizaciones políticas, ha estado bajo la influencia determinante del occidentalismo eurocentrista y ha obviado ciertos aspectos que son fundamentales. Al conmemorar 80 años de la Victoria de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria sería preciso recordar que existe otro ingrediente en esta receta para que ese Estado satisfaga a la nación o naciones que lo conforman: la consciencia de su historia. Es ese conocimiento e interpretación del pretérito lo que nutre la memoria colectiva y guarda profundas lecciones al mostrar las consecuencias de las decisiones humanas a lo largo del tiempo. Cuando, con propósitos infames esa historia es deformada, se corre el riesgo de repetir nuevamente los errores del pasado, solamente que, en esta nueva ocasión, con desenlaces inimaginables.
Es precisamente esa historia deformada la que trató de mostrar al mundo occidental, que el Desembarco en Normandía el 6 de junio de 1944 fue más importante para la derrota del nazifascismo, que la victoria soviética en Stalingrado. Y con esa misma perspectiva diletante, se ha menospreciado el sacrificio realizado por mas de veinte millones de soviéticos que murieron cuando la Alemania Nazi y sus aliados, cometieron el catastrófico error de llevar a cabo la Operación Barbaroja contra la Unión Soviética a partir de 1941. Y así como en 1814 soldados rusos marcharon sobre la París napoleónica apenas dos años después de la ocupación de Moscú por parte de los franceses, en 1945 los soviéticos fueron los principales protagonistas en la derrota del Tercer Reich y los indiscutibles vencedores de la Batalla de Berlín.
Sorprendentemente, apenas 80 años después de estos acontecimientos que enlutaron a la especie humana, vuelve a estar el planeta a las puertas de un conflicto de proporciones incluso mayores, ignorando algunas lecciones que, me atrevería a llamar, de carácter geopolítico. La primera de ellas, es que las relaciones entre los Estados no pueden ignorar las fuerzas profundas de las naciones que los conforman. La segunda, que un reacomodo de poder multipolar trae consigo también nuevos riesgos; la tercera, que las demandas de seguridad de grandes poderes políticos internacionales como Rusia o China, no pueden ser ignoradas, y por último, que una de las mayores garantías de paz es el equilibrio de poder. Son estas reflexiones las que quiero precisar en el siguiente escrito que comparto al celebrar otro aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria, en circunstancias estelares para el futuro de la humanidad.
Sobre las fuerzas profundas
Aquellas fuerzas profundas explicadas por Renouvin, vienen dadas por la vida económica y social, la evolución demográfica y las “tendencias en la psicología de los pueblos”.[1] Esta última a su vez está compuesta por la fuerza de las tradiciones nacionales, la consciencia de los intereses nacionales y la cohesión moral en el seno de la población del Estado. Las tres están inextricablemente vinculadas a lo que yo llamaría una fuerza profunda que “todo lo puede”: el patriotismo.
Esta virtud política que es consustancial al honor y que se nutre de la historia, bien puede entenderse como la anteposición de los intereses de la Patria a los personales. Bien lo expresó Nicolás Rostov en la pluma de León Tolstoi antes de partir a la Guerra Contra el Ejército de la Francia Napoleónica: “Nada fuera del honor, podría retenerme aquí, pero ahora, antes de empezar las hostilidades, me consideraría deshonrado no sólo respecto a mis compañeros, sino ante mis propios ojos, si prefiriera mi propia felicidad al deber y al amor de la Patria.”
Fue el patriotismo lo que llevó a los rusos a trazar una estrategia de tierra arrasada en 1812 para diezmar a los franceses; de la misma manera que llevó al pueblo soviético a resistir más de 800 días de sitio en Leningrado entre 1941 y 1944. Ahora bien, por las particularidades de la nueva forma de hacer la guerra en este conflicto cuya finalización hoy conmemoramos, hemos de detenernos.
La primera mitad del siglo XX para Rusia fue sinónimo de grandes conflictos. La Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), la participación del imperio ruso en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y las guerras civiles después de la Revolución (1916-1927), hicieron más consciente al pueblo de la nación euroasiática de la importancia de la unidad nacional y de la paz. Por ello, para el momento en que Hitler concreta parte de sus planes expansionistas en Europa central, los soviéticos aceptaron firmar un pacto de no agresión con la Alemania Nazi; el tratado Ribbentrop-Mólotov del 23 de agosto de 1939. Este tratado, cabe acotar, se ha intentado demonizar por la anglósfera para atacar a la historia de Rusia. Recientemente el Parlamento Europeo llegó incluso a aprobar una resolución en la cual aseguraron que la II Guerra Mundial se inició con la firma de dicho tratado.[2] Ante estas “deformaciones de la historia” el presidente Vladímir Putin afirmó atinadamente en una entrevista:
Stalin, no importa lo que pienses de él, es un tirano, etc…, pero no se manchó con contactos directos con Hitler, y no hay una sola firma Stalin-Hitler. Pero Hitler y el Primer Ministro de Gran Bretaña, Hitler y el Primer Ministro de Francia, ahí están. Hitler y el líder de Polonia: sí. Y trabajaron con él, con Hitler, se reunieron con él muchas veces y entregaron Checoslovaquia. Polonia, junto con Hitler, dividió Checoslovaquia y, esencialmente, acordó con ellos introducir tropas en Checoslovaquia.[3]
Además, la Rusia soviética no estaba siendo atacada en los primeros años de la contienda. ¿No esperó Estados Unidos un ataque directo de Japón para ingresar al conflicto? Estos son solo varios ejemplos de la historia deformada que se ha tratado de presentar al mundo desde el momento bipolar (1945-1990) en los países alineados con las potencias occidentales, y por supuesto, con mayor alcance a partir de la caída del Muro de Berlín.
Dichas alteraciones, lógicamente, se facilitan con las limitaciones temporales que se establezcan para estudiar la historia. Por ello, el presidente Putin nos invita a no ver los acontecimientos a partir del año 1939, sino por el contrario, desde 1918 y 1919, en este último, cuando se firmó el Tratado de Versalles. En esta oportunidad, por cierto, Rusia no fue considerada, ni tampoco otros aspectos que bien se pudieran considerar como fuerzas profundas, que terminarían llevando al mundo a otro conflicto de escala planetaria. Dicho acuerdo internacional, en lugar de alcanzar una paz duradera, “supuso el caldo de cultivo perfecto para el ascenso del Partido Nazi y el eventual estallido de la Segunda Guerra Mundial.”[4]
Las primeras granadas del conflicto en Europa detonaron en la madrugada del primero de septiembre de 1939, cuando el Acorazado Schleswig-Holstein que se encontraba de visita en Polonia, disparó sus cañones para atacar posiciones defensivas en el puerto de Danzig. En menos de un año, casi toda Europa estaría bajo el dominio y/o influencia del tercer Reich y sus aliados.
Asegurado el dominio nazi en el continente luego de ocupar Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Francia, Yugoslavia y Grecia, el OKW (Oberkommando der Wehrmacht) decidió enviar apoyo militar al esfuerzo bélico que realizaba la Italia fascista en el norte de África contra los británicos, también con el fin de poder asegurar su demanda energética de hidrocarburos.
Para 1941 la situación en el norte de África se había tornado favorable para las potencias del eje, gracias a los éxitos en la guerra del desierto protagonizados por el General Erwin Rommel y su Afrika Korps. Sin embargo, el envío de refuerzos británicos a Oriente Medio dificultaban una victoria definitiva que les permitiera asegurar el tan preciado suministro energético. Además de la necesidad de hidrocarburos, los alemanes consideraban el potencial agrícola de Rusia vital para mantener el esfuerzo bélico, llegando a asegurar que “la guerra solamente podría continuar si la Wehrmacht era alimentada por Rusia.”[5]
Con estas consideraciones, Hitler decide atacar a la Unión Soviética, no solamente por la importancia de los yacimientos petrolíferos y su potencial agrícola, sino también para cumplir con su tesis del espacio vital (lebensraum) que imperaba continuar la expansión del Tercer Reich hacia el este. Aunado a ello, los alemanes tenían el recuerdo de la actuación de Rusia en la Primera Guerra Mundial, conflicto que había sido extremadamente impopular en Rusia y que no fue enfrentado desde la unidad nacional. Esta vez, sería otra la historia.
A diferencia de Europa Occidental que sucumbió en apenas un año, los alemanes no lograron conquistar Moscú ni Leningrado, a pesar del brutal asedio contra esta última. De igual manera, para febrero de 1943, las fuerzas soviéticas ganaban definitivamente la Batalla de Stalingrado, la cual, fue sin duda el punto culminante que precipitó la derrota del nazifacismo.
Después de esta decisiva victoria, los rusos tomaron la iniciativa con la Operación Bagration, destruyendo porcompleto al Grupo de Ejércitos del Centro y alcanzando el objetivo político de derrocar al régimen nazi que se había instalado en Rumania.
Habían ignorado los alemanes las fuerzas profundas que ahora llenaban el pecho del pueblo ruso y que llevaron al Ejército Rojo a realizar las acciones más heroicas para defender su territorio y continuar su marcha hacia Berlín. Ahora bien, más allá de realizar un recorrido por el genio táctico y estratégico demostrado en estos episodios, el saldo en vidas humanas de este conflicto impera analizar el contexto mundial que llevó a la humanidad a esta guerra total, apenas dos décadas despuérs de haber finalizado la Primera Guerra Mundial. Ambas tienen algo en común: una distribución de poder multipolar antes de iniciarse los conflictos.
La multipolaridad y sus retos
Para finales del siglo XIX el globo terrestre pasó a estar en una situación que Mackinder llegó a considerar como un sistema cerrado; la mayor parte de la superficie del planeta había sido descubierta y los espacios habitables habían sido reclamados u ocupados por algún Estado. De esta manera, para que una potencia adquiriera un nuevo territorio, debía arrebatárselo a otra, o negociarlo. Fue en este contexto que algunos poderes europeos se repartieron África y las grandes potencias a nivel mundial iniciaron la construcción de hegemonías regionales. Mientras tanto, Estados Unidos en América, profundizó la puesta en práctica de la Doctrina Monroe desde circunstancias mucho más ventajosas al haber vencido a España en la Guerra Hipano-Estadounidense. Paralelamente, la Gran Bretaña reforzó sus posiciones en enclaves marítimos y su flota para garantizar su hegemonía marítima global. Fue en este contexto que el mundo se dividió en dos bloques principales previos al inicio de la Primera Guerra Mundial, por un lado la Triple Entente y por el otro, la Triple Alianza.
El imperio Austrohúngaro amenazó intereses rusos en los balcanes, al mismo tiempo que los rusos le disputaron cada vez más espacios al imperio Otomano. No había un Estado con un poder militar y económico preponderante en el mundo (distribución unipolar) ni mucho menos dos actores principales con intereses antagónicos (distribución bipolar) sino que por el contrario, existían varias potencias con capacidades económicas y militares similitares, disputándose entre ellas el establecimiento de hegemonías regionales. En esta situación de distribución de poder multipolar, de acuerdo a Kenneth Waltz, es cuando se produce el mayor riesgo de “errores de cálculo” que pueden desencadenar un conflicto.
Bien podría hablarse de “errores de cálculo” tanto en la Primera como Segunda Guerra Mundial, pero el propósito es llamar la atención de que el mundo actualmente está ante una nueva distribución de poder multipolar; esta vez desequilibrado. Sin embargo, países como Rusia, China, India e Irán, en lugar de fijar objetivos hegemonistas e irrespetuosos de la autodeterminación de los pueblos, solo buscan afirmar su soberanía y el puesto que les corresponde en el escenario mundial de acuerdo a sus capacidades, como bien lo explicó el presidente Nicolás Maduro Moros en su discurso en la última cumbre de los BRICS en octubre de 2024. Y esta es la gran ventaja de la actual distribución multipolar que tiene el reto de construir un Nuevo Orden Mundial, sin pasar por un conflicto bélico previo, pues en caso de que este ocurra, el riesgo de una escalada nuclear estaría latente, y ya no habría espacios, territorios o normas internacionales que negociar.
La permanencia de un momento unipolar era inviable y perjudicial a los intereses de la humanidad. Por ello en 1996 los Gobiernos de Rusia y China firmaron una declaración conjunta en la cual hacían votos por un orden mundial pluricéntrico que estuviera fundamentado en el respeto al derecho internacional, la paz y la integración. Lamentablemente, aquella unipolaridad globalista que se niega a morir, está dando pasos peligrosos para tratar de prolongar sus últimos suspiros, y nuevamente, 80 años después de la Victoria en la Gran Guerra Patria, el mundo esta volviendo a observar a tanques alemanes ardiendo en las las estepas de Rusia. Y pensar que el nuevo conflicto en Ucrania se pudo haber evitado brindando el respeto que merecen las potencias emergentes…[6]
Seguridad, equilibrio y paz
La seguridad en el sistema internacional a veces es percibida por los principales actores políticos como un bien finito. Es decir, interpretan como imposible que un Estado mejore sus capacidades de seguridad, sin representar una amenaza para los Estados vecinos, cuando existen intereses contrapuestos. Parte de este dilema es lo que algunos han interpretado como la Tragedia en las relaciones internacionales. Ello se traslada incluso al aumento de las capacidades de los Estados para disuadir, lo cual, también puede generar una especie de trampa que acarree nuevos conflictos bélicos. Sin embargo, en estas profundas contradicciones teóricas, la humanidad encontró una especie de equilibrio que garantizara la paz al menos entre las grandes potencias, cuando se pensó que no habría ganador en caso de que se produjera una guerra total entre ambas. Esto creó el equilibrio y la paz bajo el paraguas de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD) la cual buscaba que la Guerra Fría, no pasara a ser Caliente entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Al producirse la disolución de la Unión Soviética y con ello la peor catástrofe geopolítica en palabras del presidente Putin, es bien sabido que el mundo entró en un momento Unipolar que trató de perpetuarse desde las distintas administraciones en la Casa Blanca para el resguardo de sus intereses. Nuevamente, cometieron el error de no considerar las fuerzas profundas que impulsan a las naciones. Era imposible contener a civilizaciones milenarias como China, Irán, India y Rusia, que paulatinamente fueron recuperando su camino buscando una posición justa dentro del Sistema Internacional.
Hoy el concierto de las naciones no se encuentra dividido en bloques de poder, sino que por el contrario, se producen procesos de integración respetuosos de la soberanía de los pueblos y que están terminando de enterrar el momento unipolar. Y si resulta difícil lograr un balance de poder entre dos actores, es un mayor reto realizar tal balance entre más de dos potencias que no se están alineando en bloques bien definidos. La clave podría encontrarse en evitar hegemonías regionales estableciendo los respectivos contrapesos que deben negociarse. Recientemente el presidente Vladímir Putin aseguró que sería una estupidez, no considerar la influencia de Estados Unidos en el mundo en materia de relaciones internacionales, y desde Venezuela suscribimos esa afirmación. Pero sabemos, que la consolidación de un sistema monroista en este hemisferio podría traer una hegemonía completamente desequilibrada susceptible a escalar en nuevos conflictos.
Ahora bien, si echamos una mirada en el globo podremos precisar tres puntos neurálgicos donde este equilibrio, ya se está produciendo. Por un lado, el inevitable ascenso de la República Popular China ha frenado la pretendida preponderancia anglosajona en el Indo-Pacífico y en el mar de la China Meridional, donde en un mediano plazo, será necesaria una negociación para evitar “errores de cálculo” y respetar el poder de la milenaria China en la región y en las rutas marítimas. En segundo lugar, en lo que respecta al Mar Mediterráneo, el Mar Negro y Europa Oriental, el fortalecimiento y el cumplimiento de las demandas de seguridad de Rusia juegan un rol estelar para que se consolide una paz duradera y ¿Por qué no una nueva integración geoeconómica entre Rusia y Europa? Idea que por cierto ha sido tan temida por Estados Unidos e Inglaterra desde principios del siglo XX. Por último, en nuestro continente, especificamente en el Caribe, las naciones antiimperialistas aliadas de las potencias emergentes, representamos el único contrapeso a los intereses norteamericanos en la región.
Realizadas estas reflexiones desde la tierra de Bolívar y Chávez, en las circunstancias antes descritas, felicitamos a la Federación de Rusia y demás países que jugaron un papel heroico para vencer al nazifascismo hace ocho décadas y extendemos la invitación a la humanidad a no olvidar las lecciones, tanto las que llevaron a tropas Rusas a París en 1814 y a Berlín en 1945, que tantos sacrificios han costado.
El autor es ministro de Defensa de Venezuela.
[1] Pierre Renouvin, Historia de las Relaciones Internacionales. Siglos XIX y XX. Editorial Akal, Segunda Edición, 1990. Tomo II.
[2] https://actualidad.rt.com/actualidad/352539-como-paises-occidentales-sustituir-papel-ejercito-rojo-victoria
[3] https://putin.tass.ru/ru/o-75-letii-pobedy/#translation
[4] https://www.abc.es/internacional/abci-cien-anos-tratado-versalles-acuerdo-quiso-sellar-pero-desato-guerra-peor-201906280159_noticia.html
[5] https://www.e-ir.info/pdf/9590
[6] https://www.lavanguardia.com/internacional/20220122/8005505/jefe-armada-alemana-pide-respeto-putin.html