Nunca sentimos odio

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REINALDO ITURRIZA | El 11 de abril de 2002, la rebelión popular que barrió con la brevísima dictadura dos días después, los helicópteros aproximándose a Miraflores la madrugada del domingo 14, son de ese tipo de historias que definen una vida, y que parecen hechas para ser contadas a los hijos. En mi caso, a Sandra Mikele, para que no olvide cuánto nos ha costado lo que hoy tenemos.

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Recién ayer hablábamos de la historia: de la importancia de conocerla, para saber qué tierra pisamos, qué cúmulo de circunstancias nos han traído hasta aquí, quiénes han peleado antes que nosotros.

Gracias al trabajo de mi amigo Enrique Hernández, hoy puedo mostrarle el testimonio gráfico de la participación de su padre en aquellas jornadas. Convencido de la inutilidad de adoptar el tono severo y austero de libro de ciencias, intento hablarle de aquello como si se tratara de una historia de aventuras. Nada como un libro de aventuras con ilustraciones. Por eso, en el momento adecuado, apelo a la fotografía.

Pero la memoria me traiciona. La circunstancia no alcanza para relatarle aquellos hechos en un tono que pudiera malinterpretarse como frívolo. La fotografía en cuestión retrata un momento muy temprano de la contienda, cuando la marcha antichavista arribaba al centro de Caracas, y una avanzada intentaba llegar hasta Miraflores, flanqueándolo por el Viaducto Nueva República.

Allí aparezco al lado de mi amigo Ociel López, justo sobre el hombro derecho del hombre en primer plano, con franela negra del Che y boina roja. Estuvimos juntos casi todo el tiempo, durante horas y hasta el anochecer, cuando decidimos marcharnos a nuestras casas, exhaustos. El gobierno ya estaba caído y no lo sabíamos. Pero todavía faltaba mucho trecho por recorrer.

Recuerdo claramente la llamada de Moisés, al día siguiente, muy temprano por la mañana, cuando salía de mi casa rumbo al trabajo. Me hablaba de protestas en numerosos barrios de Caracas durante la madrugada y me aseguraba que el comandante no había renunciado. Recuerdo la tristeza de los amigos, la llamada de mi padre, solidario, sacando fuerzas para explicarme que la vida seguía, que debía pensar en mi familia, en mi hija, de poco más de un año.

Luego, el sábado 13, desde el mediodía instalado frente a Fuerte Tiuna, a donde llegamos en el viejo Mercedes Benz de mi primo Jorge. La incertidumbre, los mensajes por teléfono, radio bemba. Pequeños grupos se formaban para escuchar las pocas noticias que transmitían por la radio. Fe y Alegría diciendo la verdad. Por allí se apareció Iris Varela, y desde entonces le guardo un gran respeto. Carmona renunciando y un estallido de abrazos. Algún recóndito impulso nos indicaba que debíamos permanecer allí, y así lo hicimos, hasta la medianoche, cuando nos dirigimos a Miraflores a esperar al comandante. Antes, hicimos parada en Plaza Venezuela, y llamé a mi esposa desde un teléfono público. Lo habíamos logrado. Los habíamos barrido. Algo jamás hecho. Aquello era una gigantesca fiesta colectiva. Los helicópteros aproximándose a Palacio, una alegría infinita, la experiencia de alegría infinita más genuina y más hermosa que he vivido en toda mi vida.

Porque nunca, hija mía, nunca, en ningún momento, y te hablo con toda propiedad, porque tu padre estuvo allí, nunca sentimos odio. Y eso es algo que no podrán arrebatarnos.

Fuente: http://saberypoder.blogspot.com/2012/04/nunca-sentimos-odio.html

Foto: Enrique Hernández