No a la derecha histérica

ROBERTO LANZ | Mientras usted lee este artículo relajadamente, en algún lugar—generalmente oscuro—sectores que no creen para nada en eso del juego democrático están maquinando las maneras de adueñarse del poder. Esto se los digo no por un arrebato de imaginación jolibundense, sino por el manejo de información privilegiada de los servicios de inteligencia. Sabemos quiénes son y lo que traman. No hay nada nuevo bajo el sol. Son los mismos grupos de siempre. Juegan todos los juegos y si las cuentas no cuadran, apelan al “Plan C“.

“Los jefes comunistas actuales pertenecen, en realidad,
al mismo tipo de hombres. Después de muchas piruetas
y acrobacias, han descubierto de pronto las ventajas del
oportunismo, al que se han convertido con la frescura de
la ignorancia que los caracterizó siempre”.
LEÓN TROTSKY: La revolución traicionada, p. 222

La derecha que juega limpio (con todas las precauciones de esta expresión) sabe que es mal negocio la aventura de los caminos verdes para preservar sus intereses. No porque se haya convertido repentinamente en “santa”, sino porque en cualquier hipótesis ajustarse a las reglas de juego es el único camino para que el negocio funcione. La derecha pragmática, aquella que tiene mucho dinero y pocas ideas, saca sus cuentas y al final puede dormir tranquila si no se pasa de la raya. Pero en su seno persisten los grupos que se desesperan y no atinan a acomodarse a las nuevas reglas de un país que apenas si les pide que aflojen sus pretensiones, que administren su avaricia, que no se  crean los “amos del valle”, que suspendan los abusos y atropellos como forma de hacer negocios. Con ese sencillo manual de urbanidad pueden fácilmente incrementar su capital en cualquier área de actividad (sin excepción)

¿Por qué cree usted que estas facciones de la derecha histérica no saben sacar cuentas? ¿Qué curioso impulso los lleva a suicidarse en primavera? No tengo la explicación, lo que sí parece claro es que tales grupúsculos existen, que están actuando en los albañales de la política, que pueden interferir la agenda de la derecha republicana y que su capacidad de hacer daño es muy grande. Esa derecha fscistoide trabaja afanosamente en la creación de climas de ingobernanza, en el bochinche inducido, en el aprovechamiento de descontentos diversos, en el encadenamiento de eventos aislados que pueden dispararse en recursividad negativa (espirales de violencia aparentemente inconexas que se vuelven impredecibles). Para ello no hay que contar con grandes organizaciones ni con demasiadas ideas. Allí lo que vale es una buena dosis de odio disociado y un buen sponsor que pague la factura. Precisamente por esta elementalidad de base es por lo que resulta relativamente fácil que ciertos grupos económicos jueguen en varios tableros: en la superficie guardan la compostura de correctos ciudadanos y en el subterráneo traman sus fechorías. Esto ha sido así desde siempre. Ocurre aquí y en todas partes del mundo. La cuestión clave es generar las condiciones para que estas facciones de la extrema derecha sean objetivamente neutralizadas. No me refiero solamente a la acción preventiva de las instituciones que de eso se ocupan. Importa mucho más el compromiso explícito de los múltiples sectores del mundo democrático por desligarse claramente de las aventuras y provocaciones de esta derecha histérica.

Cada incidente de violencia y atropellos en el marco del frenesí electoral abona de algún modo para el lado de estos grupos delirantes. Sabemos que el control de estas facciones—una vez que se desatan—es muy costoso. Por eso es tan importante la concertación política (mucho más que la acción de marcaje de los órganos del Estado), la apuesta por las reglas del marco democrático, la neutralización política (junto con la neutralización operacional). Pero por encima de todo, la seguridad de que las aventuras de esta derecha fascistoide conduce al derrape de todos los sectores democráticos que adversan al gobierno.

La consigna podría ser: amarren a sus locos. Pero por si acaso, es bueno saber que están pillaos.