Europa busca nuevos senderos, aunque por ahora lo hace a tientas

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Gabriel Fernandez

Europa siente la sacudida de las imposiciones bélicas. Las economías de sus países necesitan presencia estatal, inversiones productivas, dinámica de mercado interno, compradores externos potentes, crédito para las franjas que realizan bienes de producción y consumo.

Desde hace bastante tiempo -2008–2010 al menos- y muy radicalizadamente en este intenso 2022, en lugar de priorizar esas zonas confluyentes, los recursos que sus sociedades originan y sus fiscos catalizan, van a parar al salvataje de las entidades financieras y a las aventuras guerreristas impuestas por un supra gobierno que nadie escogió.

Esto va originando cuestionamientos políticos que, por el momento, se manifiestan deformadamente. Pueblos doblegados por la propaganda de los medios concentrados son forzados a mirar una imagen del presente que se parece demasiado a la de dos décadas atrás. El mundo, empero, ha cambiado. La presión sobre el continente se dirige a privarlo de los combustibles rusos y el poder de compra chino. Las «sanciones» repercuten sobre quienes las imponen y el concepto de aislamiento se invierte, abriendo un sendero plagado de dificultades.

Ante imposibilidad de unificar una política común y mientras bregan con la intensa presión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) destinado a disciplinar la Unión Europea (UE), 44 países –iniciativa francesa mediante- se congregaron los últimos días de septiembre en Praga para formar la Comunidad Política Europea (CPE). Es pertinente mirar con claridad para intentar aprehender el sentido de la novedad.

De qué se trata. En principio, de una entidad que no releva a las anteriores pero busca integrar a quienes vienen quedando fuera por discrepancias más político económicas que administrativas. Es evidente que los intereses aplastados por las decisiones virulentas de las corporaciones financieras intentan desplegarse de algún modo y retomar, aunque más no sea parcialmente, el control de los propios territorios.

Vale recordar que la sede, la República Checa, ostenta la presidencia del Consejo de la UE. Surge allí un  interrogante: su designación ¿es un intento de hilván o un desafío? Por lo pronto, entre los invitados se observaron el agua, el aceite, la cal y la arena: Reino Unido, Turquía, Ucrania, los Balcanes occidentales, Armenia y Azerbaiyán. Con razonable espíritu contenedor, el objetivo declamado por el presidente Emmanuel Macron es  “fomentar el diálogo político y la cooperación” y “reforzar la seguridad, la estabilidad y la prosperidad del continente europeo”.

La idea de la Comunidad Política Europea es proyectar un bloque más amplio, que incluya a países que no están en la UE, ya sea porque están esperando entrar (como Ucrania), porque no quieren entrar (como Turquía) o porque se han ido (como el Reino Unido) para que debatan temas vinculados con “el clima, la energía, la migración, la paz o la seguridad”. Es probable que los ítems 2 y 5 configuren la verdad en medio de una formulación borroneada. Si de enunciación se trata, los anhelos sólo reproducen otros, ya formulados en el Consejo Europeo y la misma UE.

La iniciativa había surgido el 9 de Mayo –Dia de Europa-. Por entonces, Macron sugirió gestar una organización más vasta que la existente para articular una nueva estructura política. Este periodista menciona la fecha pues no es inocua. La celebración se remonta a 1950, cuando Robert Schuman, entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, pronunció su declaración en la que proponía que Francia y Alemania -dos naciones con una larga y sangrienta historia- unieran su producción de carbón y acero. Es decir, el nuevo llamado vindica el histórico eje franco alemán.

En este presente, ambas naciones son las más damnificadas por el alineamiento a que se han visto forzadas ante la extraordinaria canalización de recursos hacia el conglomerado rentístico con el argumento de bregar por alguna libertad de Ucrania. Aunque ya lo sabían, los ataques norteamericanos al gasoducto Nord Stream resultaron disparadores de nuevas desavenencias. De hecho, varios analistas internacionales admitieron que las acciones ameritan catalogarse como “actos de guerra de los Estados Unidos contra Alemania en principio, y el continente en general en segundo término”.

“Para reunir a nuestra Europa en la verdad de su geografía, sobre la base de sus valores democráticos, la Unión Europea no puede ser la única respuesta. Para estructurar políticamente nuestro continente, deseo iniciar una reflexión sobre una Comunidad Política Europea”, declaró Macron ante el Parlamento Europeo.

Enseguida saltó la liebre: el Consejo Europeo debatió la propuesta y advirtió  que el foro “no sustituirá a las políticas e instrumentos actuales de la UE, en particular la ampliación, y respetará plenamente su  autonomía decisoria”.

Es importante reflexionar serenamente. La UE de rodillas no pudo impedir la nueva formación pero logró que se desarrolle como un mero espacio de debate ya que las propuestas que se alcancen no tendrán ningún poder vinculante. Así están las cosas. En cualquier caso, el emerger de la CPE contiene tantas contradicciones y cruces que los avances serán casi imposibles. Es sabido que una organización internacional necesita que todos los miembros que la conformen estén de acuerdo en los objetivos comunes para los que se crea. Entonces, nuevo interrogante, ¿para qué?

Para lograr, aún en discrepancia y aún en contraste, alejar la influencia de la OTAN. El profundo control alcanzado por la entidad belicista sobre la UE ha dejado inermes a los estados políticos, les ha diluido la territorialidad, les ha impedido acciones financieras soberanas, los ha privado de los mejores socios comerciales externos y los ha obligado a traspasar recursos originalmente destinados a sus mercados locales rumbo a la “Defensa”. Que no es otra cosa que un eufemismo para sostener las algaradas violentistas.

Es probable que la nueva entidad se encuentre, el año venidero, ante disyuntivas semejantes a la UE. Deberá optar por independizarse o aceptar los lineamientos conocidos. Los medios occidentales vienen haciendo esfuerzos singulares para tensionar sobre los protagonistas y recordarles quién manda. Al “informar” descuentan que la CPE respaldará el hostigamiento a Rusia –aunque varios de los invitados originales no participan de las sanciones- y que persistirán en las políticas económicas destructoras que se les han impuesto –pese a que los convocantes, en especial Francia y Alemania, son los perjudicados-.

El rompecabezas está planteado. Las naciones enojadas con la UE han utilizado a sus analistas para deslizar, en comentarios periodísticos, que “hay que incluir a Rusia como un vecino más del continente europeo”. Claro: para hacer lo mismo que hasta ahora, con los resultados a la vista, mejor seguir con la institucionalidad raída pero vigente. Pero las complicaciones están expuestas pues el tablero es muy complejo. ¿Cómo piensa Macron articular los planteos del Reino Unido y Turquía, Serbia, Armenia, Azerbaiyan?

No será fácil gestar un diálogo. Por un lado, claro, está la guerra en Ucrania. Por otro, el vínculo entre el Reino Unido y la UE desde el Brexit. Por otro, las exigencias de Turquía sobre el ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN, sus acuerdos con Rusia e Irán en materia de seguridad y comercio. También, el litigio en Nagorno Karabaj (narrado en ediciones previas de esta secuencia), la región considerada azerí pero de población mayoritariamente armenia. Y hay más: Serbia, cuyas recientes decisiones la presentan más cercana a Moscú. ¿Y que resolverán sobre Transnitria, la zona de Moldavia que mantiene décadas un gobierno prorruso semi independiente? Realidad semejante a la de Osetia del Sur y Abjasia, los dos estados pro multipolares que preocupan a Georgia.

La Comunidad Política Europea tiene sus antecedentes. Macron se inspira en varios proyectos barajados en otras ocasiones pero nunca llevados a término. La Comunidad Europea de Defensa es uno de ellos, también impulsada por Francia y por otros cinco países fundadores de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), el embrión de la actual UE. La idea también se asienta en la Confederación Europea, un proyecto lanzado sin éxito por otro jefe de Estado francés en 1989, François Mitterrand. En este caso, el objetivo era organizar Europa tras la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética. Esa idea pretendía integrar a Rusia.

Colas de hambre en Europa, más allá de los sueños de grandeza

Si limpiamos la declamación, podemos ver que Macron ha crecido como referencia al aprender de las exigencias electorales recientes, cuando Jean-Luc Melenchon y Marine Le Pen lo complicaron con posturas anti OTAN. Es probable que estime la CPE como un lugar de acumulación de poder político con base económica real que le permita mostrarse, andando el tiempo, como el representante de la Europa productiva frente a la ruina que promueve la UE sojuzgada. En cierto punto, ese lugar lo había labrado Angela Merkel, pero su mandato terminó en el momento clave.

Las puertas de la historia ya están abiertas. Algunos, las recorren con determinación. Otros, aguardan a ver el desarrollo de los acontecimientos. Se asoman a ver qué les espera. Varios efectúan un esfuerzo singular por cerrarlas.

* Periodista argentino, director de La Señal Medios, del Area Periodística Radio Gráfica, colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)