El misterio del pueblo palestino

(Xinhua/Rizek Abdeljawad)
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Jorge Majfud – Rebelión

Los palestinos no existieron como pueblo cuando reclaman sus derechos humanos. Sí existieron como el pueblo Amalek hace tres mil años, cuando hay que masacrarlos.

Los palestinos son gente muy rara. Como las partículas subatómicas, según la física cuántica y según los sionistas, tienen la capacidad de existir de dos formas diferentes y en distintos lugares al mismo tiempo. Son y no son.

No existen, pero hay que “matarlos a todos”, como dijo la congresista Andy Ogles en Washington. “Borren toda Gaza de la faz de la Tierra”, insistió la congresista israelí Galit Distel Atbaryan; “cualquier otra cosa es inmoral”. El ministro de defensa israelí, Ben-Gvir, fue claro: “¿Por qué hay tantos arrestos? ¿No puedes matar a algunos? ¿Qué vamos a hacer con tantos arrestados? Eso es peligroso para los soldados”. El ministro de finanzas de Israel, Bezalel Smotrich, dijo en una reunión televisada de gabinete: “Rafah, Deir al-Balah, Nuseirat, todos deben ser aniquilados” según orden de Dios: “Borrarás la memoria de Amalec debajo del cielo”. En diferentes ocasiones, el primer ministro Benjamín Netanyahu, refiriéndose a los palestinos repitió: “Debes recordar lo que Amalec te ha hecho, dice nuestra Santa Biblia”. El profesor de Estudios Judíos Motti Inbari aclaró las palabras de Netanyahu: “El mandamiento bíblico es destruir completamente todo Amalec. Y cuando hablo de destruir completamente, estamos hablando de matar a todos y cada uno de ellos, incluidos los bebés, sus propiedades, los animales, todo”. El miembro del Likud Danny Neumann declaró en la televisión: “En Gaza todos son terroristas. Deberíamos haber matado a 100.000 el primer día. Muy pocos en Gaza son seres humanos”. El ministro de Patrimonio, Amihai Eliyahu propuso ahorrar tiempo y arrojar una bomba atómica sobre Gaza para cumplir con el mandato divino.

Palestinos desplazados en Jabalia, en el norte de la Franja de Gaza. (Xinhua/Mahmoud Zaki) 

En los primeros siete meses de bombardeos, 40 mil hombres, niños y mujeres han sido destrozados por las bombas, sin contar desaparecidos, desplazados, afectados por la hambruna, las enfermedades, las mutilaciones y los traumas irreversibles. Pero desde Netanyahu hasta el presidente Joe Biden, “lo que está haciendo Israel no es genocidio; es defensa propia”. Si un grupo armado responde con violencia (algo reconocido como derecho por la ley internacional), pues se trata de terroristas.

Quienes no se dejan matar son terroristas. Quienes critican la matanza, como los estudiantes estadounidenses, son terroristas. Por eso, en Europa y Estados Unidos, a las protestas contra la masacre en Gaza se las reprime a palos con la policía militarizada, mientras los violentos ataques sionistas y los desfiles nazis son observados con respeto. Porque los poderosos son así de cobardes. Sin poderosas armas, sin medios dominantes y sin capitales secuestrados no son nadie. El brazo duro para el saludo fascista y la mano temblorosa para cuestionar una masacre contra la humanidad de quienes no puede defenderse.

Según los sionistas, Palestina nunca existió y los palestinos nunca existieron. Cuando, por el acuerdo de los sionistas con Hitler, los palestinos inexistentes debieron recibir a los refugiados del nazismo en Europa, los inexistentes eran la abrumadora mayoría de la población desde el río hasta el mar. Los barcos que llegaban “con buen material genético” según los sionistas, llegaron en barcos con banderas nazis y británicas. Cuando en 1947 el Exodus, con 4.500 refugiados se aproximaba a Haifa, el capitán británico les advirtió a sus pasajeros que serían arrestados al llegar, porque el Imperio Británico no permitía la inmigración ilegal. “Si se resisten al arresto, deberemos usar la fuerza”. Al llegar a Palestina, los refugiados desplegaron un cartel que rezaba: “Los alemanes destruyeron nuestras familias. Por favor, no destruyan nuestras esperanzas”. Muchos refugiados permanecieron detenidos, pero un cuarto de millón logró entrar en Palestina, al menos 70 mil de forma ilegal y por la fuerza.

Niños palestinos vistos acarreando agua, en la ciudad de Khan Younis, en el sur de la Franja de Gaza. (Xinhua/Rizek Abdeljawad) 

Pronto, una parte (no sabemos qué porcentaje) de las víctimas de Europa se convertirían en los victimarios de Medio Oriente. El plan sionista fue apoyado por una campaña de atentados terroristas en Palestina con bombas que volaron hoteles, estaciones de policía y masacraron cientos de palestinos. Folke Bernadotte, el diplomático sueco que posibilitó la liberación de varios cientos de judíos de campos de concentración nazis en 1945, fue asesinado en Jerusalén dos años después por Leji, grupo sionista que se autodefinía como terrorista y como “luchadores por la libertad”. Leji, una facción de otro grupo terrorista, Irgun, había negociado con los nazis alemanes la creación de Israel como estado totalitario aliado al Reich de Hitler. Cuando esta alianza no prosperó, intentaron con Stalin, con el mismo resultado. Uno de los (ex)terroristas de Irgun, el bielorruso Menachem Begin, se convirtió en primer ministro de Israel en 1977. Lo sucedió uno de los (ex)terroristas de Leji, también bielorruso, Isaac Shamir, quien se convirtió en Primer ministro de Israel en 1983. Naturalmente, todos cambiaros sus nombres y apellidos de nacimiento.

Desde antes de la creación del Estado de Israel, los inexistentes habitantes de Palestina comenzaron a ser despojados de sus casas para recibir a los refugiados. Algunos refugiados judíos y algunos inexistentes palestinos se resistieron al despojo y al exilio, por lo que hubo que recurrir a la fuerza, a una forma especial de derecho a la existencia no reconocida al resto de la humanidad y a la ira de un dios impiadoso, temido por el mismo resto de la humanidad. A principios del año 2024, la directora de cine israelí Hadar Morag recordó: “Cuando mi abuela llegó aquí a Israel, después del holocausto, la agencia judía le prometió una casa. Ella no tenía nada. Toda su familia había sido exterminada. Esperó mucho tiempo, viviendo en una tienda de campaña en una situación muy precaria. Luego la llevaron a Ajami en Jaffa, a una maravillosa casa en la playa. Vio que sobre la mesa todavía estaban los platos de los palestinos que habían vivido allí y que habían sido expulsados. Regresó a la agencia y dijo ‘llévame de regreso a mi tienda, nunca le haré a nadie lo que me han hecho a mí’. Ésta es mi herencia, pero no todos tomaron esa decisión. ¿Cómo podemos convertirnos en aquello que nos oprimió? Ésta es una gran pregunta”.

Algunos de los inexistentes palestinos recibieron a los judíos refugiados cuando ni en Estados Unidos los querían, cuando hasta un presidente como Roosevelt envió de regreso en el St. Louis casi mil judíos refugiados a morir en los campos de concentración de Europa. Cuando en 1948 la ONU creó dos Estados, Israel y Palestina, Israel decidió que ni Palestina ni los palestinos existían, aunque para que ocurriese el milagro cuántico debieron robar sus casas y sus tierras, debieron desplazarlos en masa y matarlos con alegría. Al mismo tiempo que se lamentaban del trabajo sucio que debían hacer. “Nunca les perdonaremos a los árabes por obligarnos a matar a sus hijos”, dijo la inmigrante ucraniana y luego primer ministra Golda Meir. “Los palestinos nunca existieron”, dictaminó en 1969. “Fui palestina de 1921 a 1948 porque tenía un pasaporte palestino”, agregó un año después. Como decir que Alemania es un invento de Hitler y von Papen o que Gran Bretaña es Prusia porque su himno (“Dios salve a la Reina”) es suena igual que el himno de Prusia (“Dios con nosotros”).

Niños palestinos vistos en un campamento de refugiados temporal, en la ciudad de Khan Younis, en el sur de la Franja de Gaza. (Xinhua/Rizek Abdeljawad) 

Las referencias a los árabes y palestinos como animales o subhumanos no es algo nuevo. Es un género clásico del racismo supremacista sionista que a nadie en el mundo imperial y civilizado ofende. Ese mismo mundo civilizado que no tolera escuchar la palabra negro pero no quiere recordar ni reconocer (menos indemnizar) los cientos de millones de negros masacrados por la prosperidad de sus pueblos elegidos. Como hicieron los nazis con los judíos, antes de masacrarlos sin remordimiento necesitaron deshumanizar al otro.

En 1938, uno de los líderes del grupo terrorista sionista Irgun, el bielorruso Yosef Katzenelson, afirmó: “Debemos crear una situación en la que matar a un árabe sea como matar a una rata. Que se entienda que los árabes son basura y que nosotros, no ellos, somos el poder que gobernará Palestina”. En 1967, el diplomático israelí David Hacohen afirmó: “No son seres humanos, no son personas, son árabes”. En noviembre de 2023, el ex embajador de Israel ante la ONU, Dan Gillerman, declaró: “Estoy muy desconcertado por la preocupación constante que el mundo muestra por el pueblo palestino y que de hecho muestra por estos animales horribles e inhumanos que han cometido las peores atrocidades que ha visto este siglo”. Pero si alguien nota que esto es racismo puro y duro, es acusado de antisemita, es decir, de racista.

Los palestinos no existen, pero si se defienden, son terroristas malos. Si no se defienden, son terroristas buenos. Si se dejan masacrar, son terroristas inexistentes. En Gaza “cualquier persona mayor de cuatro años es partidaria de Hamás”, dijo el ex agente del Mossad Rami Igra a la televisión estatal. “Todos los civiles en Gaza son culpables y merecen enfrentarse a la política israelí de castigo colectivo, que impide recibir alimentos, medicinas y ayuda humanitaria”. Se le cayó la nota sobre los bombardeos sistemáticos e indiscriminados que todos los días decapitan y destrozan decenas de niños, incluso menores de cuatro años, que vendrían a ser subhumanos, animales, ratas, pero todavía no terroristas graduados.

Israel sí tiene derecho a defenderse, el que incluye cualquier otro derecho humano y divino: derecho a desplazar, derecho a ocupar, derecho a secuestrar, derecho a encarcelar y torturar sin límites a menores de edad de un pueblo inexistente.

Derecho a que nadie critique su derecho.

Derecho a considerarse un pueblo superior, por gracia de Dios y por gracia de su naturaleza especial, de su espíritu superior hasta donde los goys nunca llegarán.

Derecho a llorar por las victimas que ocasiona esta superioridad étnica y derecho a llorar por las víctimas que le ocasionan los subhumanos, las ratas humanas.

Derecho a comprar a presidentes, a senadores, a representantes y a jefes de redacción de otros países, como Estados Unidos.

Derecho a arruinarle la carrera y la vida a cualquiera que cometa la osadía de cuestionar algunos de estos derechos bajo la acusación de antisemitismo.

Derecho a masacrar cuando lo considere necesario.

Derecho a matar hasta por diversión cuando sus soldados están aburridos.

Derecho a bailar y celebrar cuando diez toneladas de bombas masacran decenas de refugiados en un campamento lleno de gente hambreada.

Todo porque los palestinos son y no son. Según este cuento supremacista y mesiánico, los palestinos nunca existieron como pueblo cuando reclaman sus derechos humanos. Sí existieron como el pueblo Amalek hace tres mil años, como habitantes de un pueblo que había que desplazar y exterminar “hasta que no quede ni uno” de esos seres ficticios, inexistentes.

Ahora, si no crees este cuento, sólo repítelo una infinidad de veces y entenderás que es la pura verdad. Una verdad que si te atreves a cuestionarla te conviertes en un terrorista, como la mujer de Lot se convirtió en una estatua de sal por su osadía de desobedecer y mirar hacia atrás donde, dicen, Dios estaba masacrando a un pueblo por la orientación sexual de algunos de ellos.

Source Rebelión