El “informe Aram” y la democratización de la comunicación

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Álvaro Verzi Rangel|

 En momentos en que nuestros comunicólogos y la prensa popular (alternativa, comunitaria) parecieran abstraerse de la realidad del mundo, los progresos tecnológicos y la cada vez más fuerte concentración mediática, flagelándose con la automarginación, el uruguayo Aram Aharonian nos invita a debatir sobre “Qué significa hoy democratizar la comunicación”.

El autor alerta que estamos escenificando nuestras peleas en campos de batalla equivocados o perimidos, mientras se desarrollan estrategias, tácticas y ofensivas en  nuevos campos de batalla. “Seguimos aferrados a los mismos reclamos, reivindicaciones de un mundo que ya (casi) no existe”, señala.

Ya antes el autor nos había hecho pensar con su insistencia en la necesidad de vernos con nuestros propios ojos (y no con miradas extranjeras y extranjerizantes) y con sus investigaciones sobre la guerra de cuarta generación y el terrorismo mediático.

A Aram le llama la atención que operadores mediáticos, que se autodefinen como radicales de izquierda, sigan repitiendo viejas consignas y léxicos que no corresponden a las realidades reales y tampoco a las virtuales, en aferrarse al pasado, lo cual es por demás retrógrado. Y la pregunta es si esto sucede por impericia o porque así se hace más fácil la dominación mediática.

Académicos europeos señalaban hace una década que los ciudadanos pasaban de ser receptores pasivos a ser, mediante el uso masivo de las redes sociales, productores-difusores. Hoy la realidad nos muestra que poco a poco los ciudadanos quedaremos condenados a ocupar la casilla de consumidores, sin participación alguna en la producción de contenidos.

Durante años nos quisieron convencer que la comunicación alternativa era sinónimo de comunicación marginal. En Vernos con nuestros propios ojos, el mismo autor señalaba que había dos formas de masificar los mensajes: uno, con medios masivos, otro, con redes de medios populares, compartiendo contenidos y exponenciando el impacto de los mismos. Sabemos que la única forma de plantear la batalla cultural, de las ideas es con una estrategia comunicacional masiva.

Se trata de cambiar los paradigmas liberales, y tomar conciencia de que la objetividad, imparcialidad y neutralidad que se nos exige, simplemente no existe: todo medio tiene su línea editorial y lo inmoral, lo antiético, es disfraarse de “objetivo” para imponer sus intereses económicos, políticos o religiosos.

Hasta Marshall Mac Luhan parece fuera de lugar con su “el mensaje es el medio”, que popularizara en el siglo XX. Hoy todo comunica: pantallas, formatos, plataformas, que están a la disposición gracias a tecnologías digitales de compresión, codificación, almacenamiento y transporte. Hoy Facebook y Aloja et (antiguo Google) concentran un poco mas de 50% de la publicidad en el mercado digital, que representa el 35% de la torta global, a punto de superar al segmento de la televisión

Hoy no se puede hablar de democratización de la comunicación sin tener en cuenta el big data, los avances de la inteligencia artificial, los fake news (información falsa, basura) y en el campo más político, la plutocracia. Y, sin leer el libro que anuncia y apenas releída su presentación, cabe poner algunos temas en claro: 

Uno. La redistribución equitativa de frecuencias radioeléctricas, uno de los planteos principales en las exigencias de democratización de la información y la comunicación, entre los sectores comercial, estatal o público, y popular no garantiza la democratización ni impide la concentración mediática. Si los medios populares accedieran a un tercio de las frecuencias, no tendría contenidos para tal cantidad de canales y radios.

Dos. El problema sigue siendo la concentración oligopólica, donde seis trasnacionales dominan los principales periódicos, revistas, estaciones dinternet espionaje33e radio, televisoras, editoriales y la producción de contenidos tanto audiovisuales como para juegos cibernéticos. O sea, seis corporaciones manejan el imaginario colectivo mundial. Quienes controlan los sistemas de difusión, cada vez más inalámbricos, eligen, producen y disponen cuáles serán los contenidos, monopolizando mercados y hegemonizando la información ante nuestra mirada pasiva.

Tres. Hay una nueva agenda mediática donde destacan la integración vertical de proveedores de servicios de comunicación con empresas productoras de contenidos, que llegan directamente a los dispositivos móviles, la trasnacionalización de la comunicación, los temas de la vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza en internet, el “ruido” en las redes y el video como formato a reinar en los próximos años. ¿Esta es la agenda que manejan los escasos comunicólogos y los medios populares?

Cuatro. Siguen vigentes en la agenda dos temas cruciales: la vigencia de la guerra de cuarta generación y el terrorismo mediático

 Cinco. De producirse la anunciada fusión de ATT&T con Warner-Times, la megacorporación controlaría el acceso a Internet de cientos de millones de personas, así como el contenido que miran y escuchan, socavando la cacareada neutralidad de la red.

Seis. Todo está en las nubes. Hoy Apple y Google y todas las Siri en el teléfono, usan la inteligencia artificial. El Big Data permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones. Nuestra preocupación debiera ser lo fácil que está siendo convertir la democracia en una dictadura de la información, haciendo de cada ciudadano una burbuja distinta.

Siete. La dictadura mediática (que ya suplantó a las dictaduras militars del siglo pasado), en manos de cada vez menos corporaciones, ya hizo el lanzamiento global de la guerra de cuarta generación, dirigida a las percepciones y emociones (no al raciocinio) de los usuarios digitalizados a lo largo y ancho del mundo (salteándose los medios tradicionales), con formas novedosas de implantar hegemónicamente imaginarios colectivos, realidades virtuales, narrativas, discursos, verdades e imágenes únicas.

medios comunitariosOcho. El tema básico son los contenidos. Es imprescindible desde el campo popular crear bancos de contenidos, de calidad, que pueda difundirse por las redes de medios populares, en momentos en que comienza en el mundo el apagón de las frecuencias moduladas de radio para trasladarlas a las plataformas digitales. Mientras, también los latinoamericanos están pasandodel uso lineal de televisión hacia un consumo en diferido y  a la carta, que bien puede optar el dispositivo fijo (el televisor) y una segunda pantalla (computadora, tablet, teléfonos inteligentes).

Nueve. La llamada posverdad es el arma de desorientación masiva de la opinión pública que emplean los grandes medios de comunicación y casi todos los líderes políticos. Se basa en frases que se sienten verdaderas, pero que no tienen ninguna base real, mentiras se van imponiendo en el imaginario colectivo. Hay que aprender a detectarlas inmediatamente, y desarmarlas.

Diez. Seguimos ciegos de nosotros mismos, seguimos viéndonos con ojos extranjeros, copiando formas y contenidos, invisibilizando a las grandes mayorías, la pluralidad y la diversidad de nuestras regiones, absteniéndonos de recuperar nuestra memoria histórica y nuestras tradiciones. “Un pueblo que no sabe de dónde viene difícilmente sepa a dónde ir y así el destino siempre será impuesto desde afuera”, señalaba Aram en Vernos

Hoy sabemos que de nada sirve tener medios nuevos (y populares) si no tenemos nuevos contenidos, si seguimos copiando las formas hegemónicas, si seguimos colonizados culturalmente y no creemos en la necesidad de vernos con nuestros propios ojos. Lanzar medios nuevos para repetir el mensaje y la agenda del enemigo, es ser cómplice del enemigo.

Este quisiera ser un llamado al debate: a seguir leyendo el Informe Mc Bride de 1980, pero con los pies en esta tierra que tanto ha cambiado en los últimos siete lustros… y seguirá cambiando. Mientras, no sigamos repitiendo las mismas letanías, como dice el creador de Telesur.

*Sociólogo venezolano, investigador del Observatorio en Comunicación y Democracia.