BRICS, G7 y OTAN como expresiones de la reconfiguración geopolítica global

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Jorge Elbaum| CLAE

El viernes último el presidente argentino Alberto Fernández participó en la inauguración de la Cumbre de los BRICS, acrónimo que refiere a los cinco países fundadores de esa asociación de cooperación internacional que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. El Presidente argentino también participó como invitado de la reunión del Grupo de los Siete (G7), el club que agrupó a Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido.

Los 18 mandatarios con presencia virtual en la Cumbre de los BRICS

La Argentina participará de ambas reuniones con la esperanza de poder privilegiar sus intereses sin que se le exija tomar partido. Sin embargo, en las dos puntas de ese periplo, entre Beijing y el castillo de Garmisch-Partenkirchen, en Baviera, donde se llevan a cabo las deliberaciones del conglomerado atlantista, se instituyen formas alternativas de cooperación global. En el caso de los BRICS, partiendo del principio de soberanía, y en el caso del atlantismo, consagrando un globalismo verticalizado, coordinado por la lógica de las trasnacionales, basadas en la razón financiera.

Los cinco países del BRICS representan el 41% de la población mundial, expresan el 24% del PIB mundial y el 16% del comercio global, y son responsables de un tercio de la producción mundial de cereales. El quinteto que conforma el bloque se diferencia de otras alianzas por el hecho de que no exige a sus socios una orientación política o ideológica determinada, ni les reclama un formato gubernamental específico. Asume, como principio incontrovertible, la no injerencia en los asuntos internos de cada uno de los integrantes, privilegiando la cooperación para el desarrollo común, basado en el interés mutuo.

Mientras la Unión Europea y el G7 pretenden homogenizar al resto de los países según reglas propias, ajenas a las tradición histórica de cada una de las entidades nacionales, el sur global asume como prioridad la superación de la pobreza, la equidad, el desarrollo y la necesidad de establecer una nueva arquitectura financiera global capaz de superar el endeudamiento sistémico, la fuga de capitales y la especulación. En esta XIV cumbre anual, además de sus cinco fundadores, participaron los jefes de Estado de 12 países, entre ellos la Argentina, Indonesia, Egipto, Tailandia, Argelia, Malasia y la República islámica de Irán. La alianza se conformó inicialmente en 2009. Sus integrantes fundacionales fueron China, Rusia, Brasil y la India. En 2011 se unió Sudáfrica.

La maratón de encuentros orientados a configurar a los dos bloques geopolíticos continuará con la reunión de la OTAN en Madrid entre el 29 y el 30 de junio, donde se buscará estrechar el cerco sobre Moscú y Beijing. Un mes después, el 25 de julio, Alberto Fernández visitará a Joe Biden para insistir sobre el endeudamiento externo, la superación de las prácticas injerencistas y la soberanía de las islas del Atlántico Sur. El mandatario estadounidense, por su parte, le exigirá abandonar los vínculos con el Nuevo Eje del Mal (Moscú, Beijing, Teherán y Caracas) y regresar al mundo civilizado de Occidente.

Para persuadir a Fernández se le expondrán, en tanto presidente pro tempore de la CELAC, los flamantes peligros que sufre América Latina y el Caribe en relación con quienes se diferencian del atlantismo: la semana pasada, los jefes de los Comandos Norte y Sur –generales Glen VanHerck y Laura Richardson, respectivamente– advirtieron, en una sesión del Comité de Servicios Militares del Senado, que el Kremlin viene desplegando oficiales de inteligencia en Latinoamérica y busca tener acceso a los Estados Unidos desde su frontera sur:

“La agencia de espionaje militar de Rusia (GRU) tiene en estos momentos desplegados en territorio mexicano más oficiales de inteligencia que en cualquier otro país del mundo con el objetivo final de influir en las decisiones que toma Estados Unidos”, expresó VanHerck.

En septiembre de 2021, VanHerck afirmó que “Rusia es la principal amenaza militar para mi patria. No es China, es Rusia”. En marzo del presente año, Laura Richardson señaló que “China y Rusia están expandiendo agresivamente su ascendencia en nuestro vecindario (…) China continúa su marcha implacable para expandir la influencia económica, diplomática, tecnológica, informática y militar en América Latina y el Caribe, y desafía la influencia de Estados Unidos en todos estos dominios”.

 Ahí vienen los rusos

Vladimir en el XXV Foro Económico de San Petersburgo, del 15 y el 18 de junio.

En forma coincidente, el embajador estadounidense en la capital azteca, Ken Salazar, declaró luego de que se inaugurara el grupo de amistad entre ambos países en la Cámara de Diputados de México que “el embajador de Rusia estuvo ayer [en el Congreso] y dijo que México y Rusia son cercanos, eso nunca puede pasar”. Al día siguiente, Andrés Manuel López Obrador respondió al diplomático estadounidense: “No somos colonia de Rusia, ni de China, ni de Estados Unidos”. La neutralidad manifiesta de México respecto al conflicto bélico en Ucrania y la decisión de no concurrir a la Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles han encendido las alertas del Pentágono y de los servicios de inteligencia de Washington.

En ese mismo marco de demonización, los voceros oficiosos del Departamento de Estado en Buenos Aires exhibieron su disgusto luego de escuchar el discurso de Alberto Fernández en la teleconferencia del viernes, en el que se abstuvo de condenar a Vladimir Putin y convocó a instaurar una mesa de negociaciones de paz, escena que Washington desestima dado que pretende ver desacreditado y debilitado a Moscú antes de darle fin a la etapa bélica.

Mientras que el atlantismo busca ubicar a Moscú como un paria de las relaciones internacionales –tanto a nivel político como económico y comercial–, la teleconferencia organizada por Beijing le brinda a Vladimir Putin una atmósfera alternativa a la que pretende imponer el G7 con sus reglas deshistorizadas. La Estrategia para la Asociación Económica, conocida como BRICS 2025, se propone como una plataforma para la conformación de un escenario multipolar capaz de respetar las particularidades nacionales y las soberanías.

El programa, que fue recalcado por Xi Jinping en la inauguración de la Cumbre, consta de tres ejes centrales: la seguridad concertada, el desarrollo global sostenible y el comercio justo sin proscripciones ni sanciones.

Respecto a la primera dimensión, se propone instaurar un concepto de seguridad común, integral, cooperativa y sostenible que respete la integridad y autonomía territorial de todos los países.

El proyecto, que se titula Iniciativa para la Seguridad Global (ISG), pretende establecer modelos multilaterales de negociación, ajenos a la lógica vertical impuesta por el G7, y refiere a la solución de conflictos –entre ellos el de Ucrania– en los que ningún país puede garantizar su seguridad a costa de una tercera entidad nacional soberana. Ese ha sido el designio de Kiev: insistir en el emplazamiento de aparatología bélica en la frontera con Rusia financiada por Washington y la OTAN.

El segundo eje remite a un desarrollo global sostenible y está basado en la exitosa experiencia china de crecimiento e inclusión. Propone reforzar la coordinación de las políticas macroeconómicas con la ayuda del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) y el aporte de los Acuerdos de Reserva de Contingencia (ARC). El ARC buscará garantizar un esquema de protección financiera mundial para contener la volatilidad de los mercados ante la retirada de inversiones, fuga de capitales o ataques especulativos sobre monedas nacionales.

Por su parte, el NDB buscará paliar los déficits de infraestructura. Su esquema para los próximos cuatro años contempla la asistencia financiera para los países miembros por un total de 30.000 millones de dólares, o su equivalente en una potencial canasta de monedas de los países miembros.

La tercera dimensión es la del comercio, orientada a superar los esquemas de discriminación basados en sanciones unilaterales y consideraciones político-ideológicas. “Los hechos han demostrado una y otra vez –señaló Xi Jinping durante la Inauguración del Foro Empresarial de los BRICS el último 22 de junio– que las sanciones no son más que bumeranes y espadas de doble filo. Los que politicen, instrumentalicen y armamenticen la economía mundial, e impongan a su antojo sanciones valiéndose de su posición predominante en los sistemas financiero y monetario internacionales, sólo terminarán perjudicando los intereses propios y los de los demás, y harán sufrir a todos”.

El cuarto eje se relaciona con la institucionalización y la expansión del bloque que incluye la incorporación de nuevos Estados, mediante una hoja de ruta aprobada durante la conferencia, y la configuración de áreas de cooperación en ciencia, tecnología, innovación productiva y problemáticas ligadas al medio ambiente.

El fracaso de las sanciones a Rusia supone un duro golpe para el atlantismo.

Soberanías y sanciones

La cumbre virtual de los BRICS, organizada por China –que ocupa la presidencia pro tempore–, estuvo orientada además a reorganizar las cadenas de suministro global sobre la base de una estabilidad ajena a la lógica injerencista, generadora de sanciones unilaterales y destructivas de los lazos de cooperación horizontal.

Con ese objetivo se buscará el desarrollo de un sistema de pagos diferente del dólar y alternativo al modelo de comunicaciones financieras entre bancos conocido como SWIFT. En forma antagónica, el G7 debatirá la diversificación de los proveedores –hoy ofrecidos por empresas chinas y rusas– para debilitar la infraestructura de exportación energética de Moscú y la exportación e innovación productiva de Beijing, como por ejemplo los microchips asiáticos.

La secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, se adelantó a los temores de las trasnacionales –con sede atlantista– al advertir que no se intentará un reshoring (con el regreso de toda la producción a nivel doméstico) sino a un friendshoring, basado en relocalizaciones corporativas en países aliados y confiables. Según datos del Centro de Geoeconomía del Atlantic Council, en 2021 la mitad de las grandes corporaciones decidieron diversificar sus proveedores para garantizar la cadena de suministros, en el marco de la guerra comercial contra Rusia y China.

En el foro de empresarios del BRICS, dos días antes de la cumbre de jefes de Estado, Putin advirtió que “el libre mercado con Occidente solo existirá para quienes resignen su soberanía (…) ya que los socios occidentales omiten los principios de base de la economía del mercado, del comercio libre”. Semanas antes, en el foro de San Petersburgo para el Norte y el Sur Global, el mandatario ruso subrayó que “la ruptura con Occidente es irreversible y definitiva.

Ninguna presión de Occidente lo cambiará. Rusia se ha renovado con su soberanía. El reforzamiento de la soberanía política y económica es una prioridad absoluta. La UE ha perdido por completo su soberanía política. La crisis actual muestra que la UE no está preparada para desempeñar el papel de un actor independiente y soberano. Es solo un conjunto de vasallos estadounidenses privados de cualquier soberanía político-militar”.

Joe Biden señaló el último martes que la reconfiguración global se está decidiendo en Ucrania: “La guerra se convertirá en un juego de paciencia: lo que los rusos pueden soportar [frente a las sanciones y las pérdidas militares] y lo que Europa está dispuesta a resistir”. Los historiadores de Rusia se encargaron de responderle de forma unánime: quienes fueron educados en la experiencia identitaria de la batalla de Stalingrado, y en la toma de Berlín, no conocen la palabra capitulación.

Los nuevos bloques geopolíticos se encuentran en pleno proceso de estructuración en el marco de la encrucijada planteada por el Presidente estadounidense: muchos analistas internacionales ya conjeturan su desenlace.

*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)