Una pregunta obligada

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REINALDO ITURRIZA | Un par de meses atrás, exactamente el 10 de septiembre de 2012, tuvo lugar uno de los actos centrales de la campaña electoral de Capriles Radonski: la presentación de su plan “Primeros 100 días para tu progreso”.

Saber y Poder

Aunque no ha pasado tanto tiempo, nunca está de más recordar algunos elementos de contexto: el acto, celebrado en la exclusiva Universidad Metropolitana, fue concebido como un intento por cubrir los flancos débiles del candidato de la oligarquía: la casi nula confianza que inspiraba a las clases populares, su origen de clase, su programa de gobierno de corte neoliberal, etc. Por entonces, y afincándose en estos aspectos, el comandante Chávez lograba imponer los términos del debate electoral, y su adversario histórico intentaba reaccionar con alguna mínima eficacia, huyendo hacia adelante, prometiendo esto y aquello, pero fundamentalmente haciendo un denodado esfuerzo por proyectar una imagen de candidato preocupado por lo social.

Aquel día, más que hacer alguna promesa novedosa, Capriles Radonski se limitó a reunir en un solo discurso lo que había venido planteando de manera desperdigada: creación de empleos, reparación de escuelas, dotación de hospitales, recuperación de vialidad, titularidad de viviendas, etc. Todo esto aderezado de una “defensa” en extremo demagógica de las Misiones, que estarían siendo “eliminadas” por el gobierno nacional (particular manera de responder al hecho cierto de que nunca se tomó en serio la posibilidad de darle continuidad a las Misiones creadas por Chávez). Visto en retrospectiva, tal parece que su equipo de campaña depositó excesiva confianza en el “impacto” que habría de tener el anuncio de un aumento del salario mínimo a hacerse efectivo el 10 de enero de 2013, el improbable día de la toma de posesión del “nuevo” Presidente. Capriles Radonski ofrecía como “nuevo” lo que Chávez no ha dejado de hacer desde que llegó al poder, ni siquiera luego del mayor atentado que ha sufrido la economía venezolana en su historia: el paro-sabotaje petrolero.

En fin, aquel día, el candidato de la oligarquía volvió a demostrar que su pretendida “oferta social”, con la que intentaba que desviáramos la mirada del contenido de su programa real de gobierno, así como todo su discurso, no eran más que una versión desmejorada de la obra de gobierno de Chávez y de las ideas-fuerzas que movilizan al chavismo.

Pero además, una gran contradicción estética saltaba a la vista. Había algo en la puesta en escena que no encajaba. Seamos serios: ¿quién hace una exposición de las líneas maestras de su oferta social de gobierno desde la Universidad Metropolitana? Capriles Radonski, que es lo mismo que decir el sifrinaje metido a la política, quizá el candidato más genuinamente mantuano de los últimos cien años en Venezuela, y cuya campaña fue concebida para recorrer la retaguardia territorial del chavismo y así “conectarse” con lo popular, se replegaba de las calles de los pueblos olvidados por Dios y el gobierno nacional, para reunirse con los suyos: un auditorio integrado por una muestra representativa de lo que es su base social de apoyo.

Esta circunstancia, y no otra, es lo que explica la tibieza con la que el auditorio recibiera cada una de sus propuestas. Un auditorio para el cual la referencia al salario mínimo era una referencia lejana, ajena, no apta para ser incluida en un pliego de demandas sociales. La misma circunstancia explica el hecho, que pasó desapercibido, de que lo más aplaudido, rabiosamente aplaudido y celebrado, fuera la promesa de no “regalar” más petróleo a Cuba, un tópico caro al antichavista promedio, que en materia de política petrolera es al mismo tiempo militantemente chauvinista y vergonzosamente cipayo.

Un auditorio, por cierto, particularmente sensible a los discursos sobre la “inseguridad”, y fue por eso que Capriles Radonski comenzó el suyo hablándole a las madres de los jóvenes asesinados. Entre otras generalidades, anunció su disposición a iniciar un programa de desarme: “El que tenga un arma ilegal o la entrega o vamos por ella”; y la reasignación de escoltas y funcionarios policiales: “Este gobierno llegó prometiendo que no iban a haber escoltas”.

Pero más allá de los discursos y de la demagogia, está la realidad: es un hecho indiscutible que Capriles Radonski ha sido sobradamente incapaz de enfrentar el problema de la criminalidad violenta. Al llegar a la Gobernación, el estado Miranda presentaba un índice de 49 homicidios por cada 100 mil habitantes. Ese índice es hoy de 79 homicidios por cada 100 mil habitantes.

Para más colmo, el mismo Capriles Radonski que tanto se quejara de la supuesta estrategia del chavismo consistente en atribuirle intenciones que no eran las suyas (aplicar, en caso de triunfar en las elecciones presidenciales, el programa neoliberal que suscribió ¡públicamente! el 23 de enero de este año, por ejemplo), declaró este 25 de octubre, en una reunión con funcionarios policiales en Valles del Tuy, y refiriéndose a la victoria de Elías el próximo 16 de diciembre: “En el caso de Miranda… se los digo responsablemente a nuestros funcionarios: aquí vienen es… a cerrar la policía”.

¿Seguirá repitiendo Capriles Radonski que se le “insulta” cuando se le llama por su nombre y apellido: incapaz y mentiroso?

Ya para terminar, una pregunta obligada: ¿será cierto que Capriles Radonski ha dispuesto una cantidad no determinada de funcionarios de la Policía de Miranda para escoltar a políticos antichavistas, incluso fuera de Miranda? Es algo lo suficientemente grave como para pensarlo e indagarlo.

“No se entregarán más regalos a otros países, los recursos petroleros deben dirigirse a atender los problemas de los venezolanos”, exclamaba Capriles Radonski en aquel acto del 10 de septiembre, y el auditorio aplaudía entusiasta.

En caso de ser cierto aquello de los policías escoltas, ¿ese mismo auditorio no estaría llamado a exigirle al gobernador que la Policía de Miranda se encargue de lo que le corresponde?