Milei, el autócrata en su laberinto

JUAN RONCORONI

Eduardo Aliverti

Frente al Congreso semivacío que expresó el estado de la democracia, con imágenes únicamente permitidas por la hermanísima, un perrito faldero de intereses foráneos volvió a demostrar que tal definición no es una consigna panfletaria.

Volvió a tropezar en cada oración de una lectura esperpéntica, sin levantar la vista porque ni siquiera puede hilar un concepto fluido por fuera del escrito que le redactan a duras penas para, infructuosamente, reducir los furcios. Una excepción fue el cruce con Facundo Manes, que luego daría lugar a una patoteada amenazadora sin antecedentes.

Volvió a destemplarse en el intento de revelar autenticidad rumbo al mandato de Moisés, hoy zaherido por el mote de estafador.

Volvió a recitar que el combate contra la casta es a matar o morir. Ya no le creen ni los propios aunque eso redundaría accesorio porque no se trata de que le hayan creído realmente, sino de haber sabido vender un producto.

Volvió, nada menos que en el discurso dirigido a ofrecer el balance y panorama nacionales, a ignorar Educación y Salud.

Volvió a colar vómitos efectistas, en lo prioritario sobre “la inseguridad”. Subió la apuesta de una masacre mediático-institucional, cuyo destinatario es el enemigo concreto: Axel Kicillof.

Pero sí hubo la novedad ya registrada al cabo de una semana en que, si es por instituciones y republicanismo, cruzó más límites todavía (además del inclasificable ensayo de parafrasear a Churchill).

Javier Milei habló ya erigido casi formalmente como un autócrata.

Una de las formas aberrantes para diluir el efecto del Criptogate -que como nos permitimos señalar aquí, desde su estallido, tendrá o tendría muchas más consecuencias concretas afuera que adentro- fue la jura a virtual escondidas, por decreto, del nuevo integrante de la Corte Suprema.

Manuel García Mansilla, un ultramontano vinculado al Opus Dei, derrumbó toda la intachabilidad profesional que se le adjudicaba.

Había asegurado frente al Congreso que nunca aceptaría asumir por decreto. El jueves, cuando lo llamaron desde Casa Rosada para que concurriera al acto, pidió que le dieran 15 minutos para llegar a la escena del adefesio.

Son aspectos graves, pero finalmente secundarios, ante la manera en que el Presidente se pasó la Constitución por donde indica su obsesividad con el ano. Y tampoco es cuestión central del nulo o escaso interés que la mayoría de la sociedad le otorga al andar de la aristocracia judicial, al igual que con el nombramiento, también por decretazo, de Ariel Lijo.

Por razones entre las que inevitablemente mandan los negocios y las especulaciones políticas, el Milei desquiciado al que le entró la bala del bochorno con la shitcoin produce cierto quiebre hacia dentro del bloque dominante. ¿Contradicciones secundarias? Sí, o se verá, pero a un extremo que nadie previó de modo tan repentino.

Se junta con ese factor la incertidumbre por el horizonte de un modelo exclusivamente atado a la timba financiera. Es, de nuevo, a corto o mediano plazo y como también resaltamos aquí la semana pasada, esa incógnita de cuánto el FMI y el Tesoro estadounidense respaldarán a su monigote.

Desde el viernes a la tarde circula, sin desmentidas oficiales ni oficiosas, que Caputo Toto solicitó a Gita Gopinath, número dos del Fondo, la concesión de un salvataje urgente. No se detiene la sangría de reservas. El Presidente dijo que el acuerdo con el organismo se hará pasar por el Congreso, pero (aún) no hay arreglo alguno.

Es objetivo que Milei, per se o como vehículo de su núcleo duro, tiene la curiosa habilidad de colisionar contra la casta a que tributa, excepto por los factores de poder internacionales agrupados en la broligarquía del tecno-feudalismo. Pero tiene dos problemas concurrentes.

Uno es que Argentina no juega en las grandes ligas. Y el otro, justo por eso, es que no puede obviar los intereses de las corporaciones locales. Ya se topó con las advertencias de Paolo Rocca en torno al cepo cambiario, las importaciones indiscriminadas y la penetración china, aunque en rigor Techint es una multinacional.

Ahora, todo por el mismo precio, se ganó inquina y sospechas de una buena parte del frente mediático, que continúa comandando otro tanto de la agenda publicada.

En La Nación -el diario, desde ya- están cada vez más lejos de comer vidrio acerca de a dónde podrían conducir las tropelías del imberbe. Clarín se encuentra con que su compra de Telefónica está sometida al tira y afloje con el Gobierno, bajo la truchada de que éste pretende impedir los monopolios de que gusta el Presidente.

Macri no pudo meter baza en el formidable negoción de la denominada Hidrovía, por donde sale en blanco y negro alrededor del 80 por ciento de las exportaciones del complejo cerealero-oleaginoso. Autopista nacional del narcotráfico, claro. Sus terminales en Comodoro Py son demasiado firmes. Y en lo comunicacional algo menos, nada descartables. Huele sangre y ve un resquicio para amortiguar su impopularidad, sin tenerla fácil porque su creación cambiemita se peluqueó.

Así, Milei cuenta con un ejército de felpudos radiofónicos y televisivos que viene de recibir un golpe durísimo. Más la guerrilla digital. Pero dejó de ser un paso orondo. En la noche de este sábado perdieron por goleada la batalla de las redes y la colosal apretada a Manes indujo el milagro de militantes mileístas exacerbados, de ropaje periodístico, queriendo despegarse.

Munido de esas fuerzas y de la sensibilidad harto comprensible que provocan crímenes espantosos, Jamoncito renovó la subida al ring del gobernador bonaerense y lo hizo mediante otra bestialidad declarativa al sugerir que está dispuesto a intervenirle la provincia.

Como sintetizó en un posteo el colega Sebastián Lacunza: ocupó la Corte, da vuelta a diputados y senadores cuando necesita, plagó de agitadores la tele y los streamings, dicta las preguntas a sus entrevistadores, se sirve de los gobernadores marca Jaldo, maneja la SIDE y las armas de Bullrich. Ahora quiere la provincia de Buenos Aires.

Otro colega, Héctor Sosa, editor de Motor Económico, publicó una secuencia de simple y enorme verosimilitud. Un día en la Gestapo de La Libertad Avanza.

A las 10 de la mañana, salen 1790 cuentas de X, relacionadas con Milei, para atacar a Kicillof. A los tres minutos se le agrega el andamiaje de 2 mil trolls, repiqueteando el mismo flyer, la misma info. A los cuatro, repiten en Instagram y Faceboock. A los cinco, entran en cadena los tanques más pornográficos para suscitar la inutilidad de un gobernador que no hace nada contra la matanza de niños. A los 10, la info logra en las redes un alcance de 4 millones de personas que, al final del día, se multiplica por 5. Hacia el mediodía, Milei le da retuit y enseguida se suma Espert para decir que la provincia es ingobernable. Por ejemplo.

La pregunta de los varios millones es qué se esconde, o qué se manifiesta abiertamente, tras esta sucesión de brutalidades ya no radicada sólo en exabruptos, reacciones de adolescente perpetuo, amenazas de perseguir zurdos hasta el último rincón, entrevistas de coreutas, papelones internacionales, encandilamiento como mascota de Washington, promoción a la estafa desde el tecno-optimismo y, quizás, es mejor detenerse aquí porque toda lista, incluso detallada con puntillosidad, resonará incompleta.

¿Fortaleza o debilidad?

Pueden ser las dos cosas. La primera estaría ligada a la persistente atonía de una oposición que, en sus variantes más contestatarias, sigue sin acertar ni en un liderazgo unificado ni en un esquema propositivo capaz de sacudir la indiferencia popular. La segunda consistiría en que los extremistas gobernantes ya generan dudas crecientes, respecto de su solidez conductora, entre los sujetos y objetos del poder económico. O del poder a secas, si se prefiere. Cuando las grietas perjudican negocios o los hacen chocar, porque el infantilismo bien que convencido en sus propósitos ocupa el manejo del Estado, suenan las alarmas.

Concomitante con eso, el sistema político-partidario de los argentinos está en ruinas.

Reiteramos un interrogante ad hoc.

¿Quiénes serían hoy los Alfonsín y el PJ capaces de tripular una estructura que crujiera?

Y entremedio de ese galimatías, los términos. Las palabras.

Idiota. Imbécil. Retardado. Débil mental. No hay ningún error de ningún burócrata en esas categorías empleadas por la Agencia Nacional de Discapacidad, para clasificar a eventuales beneficiarios de subsidios.

Es la consagración del clima habilitado oficialmente.

En todo caso, quien firmó la resolución tuvo un lapsus respecto de sí mismo, del autócrata y de sus acólitos.