Jesús Soto
Luis Britto García
Un muchacho nacido en 1923 en Ciudad Bolívar, que alguna vez soñó con ser camionero, recala en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas y luego se va a París, con una efímera beca que pronto deja de llegar. Completa el pasaje vendiendo su guitarra, y en el barco conoce a un violinista que le regala otra. Tocándola se gana la vida en un medio desconocido y hostil, hasta que logra el milagro de que la pintura, como la música, conquiste el tiempo y el espacio.
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La pintura rupestre es ágil, pero en las primeras grandes civilizaciones estratificadas tanto ella como la escultura devienen hieráticas, sin tratar de expresar el movimiento mediante el volumen o el trazo. Los griegos son los primeros en romper esta parálisis, dejando atrás la simetría para plasmar seres que combaten, gesticulan y danzan.
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Pero en la Edad Media las dos dimensiones de la pintura restablecen una rigidez perfecta para representar santos, ángeles y dioses para los cuales el tiempo no transcurre.
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En el Renacimiento, dos técnicas añaden a la pintura la tercera dimensión ilusoria de la profundidad. La perspectiva agranda o disminuye los objetos a medida que se alejan o acercan a un punto de fuga situado en el infinito. El claroscuro finge la lejanía superponiéndoles el espesor de las capas de aire. El manierismo perfecciona ambas técnicas hasta hacer indistinguible la representación de lo representado. Lo pintado parece escapar del cuadro; el exterior simula adentrarse en éste, sin lograr otra cosa que acentuar la parálisis de una imagen situada fuera del tiempo.
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Apenas el impresionismo perfecciona la representación del movimiento plasmando sus temas más mudables: nubes, olas, luminosidad de la atmósfera y de la luz de gas. Entre 1892 y 1894 Claude Monet pinta 30 veces la catedral de Rouen desde el mismo punto de vista, para demostrar que su aspecto varía según la hora y la estación. Así anticipa la secuela de imágenes sucesivas que originará el cinematógrafo. El colorido impresionista de manchas borrosas o puntos de colores primarios es vibrante: el ojo y la mente lo reelaboran, recomponiendo el resultado de manera incesante. El trazo nítido inmoviliza: la borrosidad impresionista, al igual que la fotografía “movida” de los futuristas, sugiere dinamismo.
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A partir de 1950 los venezolanos integrantes del grupo parisino “Los Disidentes” hacen un aporte trascedente a la plástica abstracta. Desde fines del siglo XIX las ciencias físicas señalaron que la percepción de los fenómenos en el nivel de las partículas subatómicas depende del observador, pues éste los altera con sus instrumentos de medida. Tal concepto es sustento teórico de numerosas tendencias subjetivistas: en literatura las obras de Marcel Proust y de Dujardin; en pintura, las variantes del impresionismo, el expresionismo y el Action Painting.
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El abstraccionismo, con su aparente alejamiento de la representación de lo cotidiano, apunta a expresar simbólicamente los objetos, fuerzas y realidades fuera del alcance de nuestros sentidos reveladas por la investigación científica avanzada. Pero al abstraccionismo de las primeras décadas del siglo XX le faltaba expresar que el mundo entrevisto por los científicos es poderosamente dinámico y además modificable por los observadores. Varios de “Los Disidentes” intentan justamente expresar la mutabilidad de ese universo con técnicas que serán bautizadas como cinetismo.
Carlos Cruz Diez, Osvaldo Vigas, Genaro Moreno y sobre todo Jesús Soto animan la inmovilidad de la obra abstracta valiéndose de las vibraciones producidas por geometrías agresivas y colores contrastantes. Soto es uno de los que más avanza en esta animación de lo inanimado, aprovechando el movimiento del propio espectador. Para ello crea obras tridimensionales, en las cuales se superponen efectos de rejillas o de moaré, e incluso selvas de varillas con las cuales el público puede jugar a voluntad cambiando de posición e incluso ingresando en la propia obra. Así, expresará en entrevista para Hernández d´ Jesús: “La gente dice que soy escultor, no, no, yo no soy escultor, yo soy pintor. Lo que pasa es que yo pinto utilizando el espacio-tiempo como valor principal. La pintura antes imitaba el espacio-tiempo, lo fijaba, era un camino al revés, pero las necesidades siguen siendo las mismas” (Unión Libre N.12. Editorial La Draga y el Dragón. 5 de junio de 2011).
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Gracias a Teresa, la hermana de Pedro León Zapata, conozco a Soto en París en 1981, en el vetusto edificio de cuatro pisos de Les Halles que le sirve de taller y residencia. En dos décadas el guitarrista que sobrevivía tocando con otros artistas plásticos en los cafés es artista plástico mundialmente reconocido. En 1973 se inaugura en su ciudad natal el Museo Jesús Soto, proyectado por Carlos Raúl Villanueva, y al cual el pintor dona 700 obras suyas y 130 de otros artistas internacionales.
Sus trabajos figuran en la Exposición Universal de Montreal en 1967, en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1986, en el MOMA, en el Guggenheim, en el Pompidou, en el Teatro Teresa Carreño, en la Torre BBVA, en los espacios públicos. En 1968 ha recibido la Orden Francesa de las Artes y de las Letras; en 1990 la medalla Picasso de la Unesco. No olvida su devoción musical. Sigue estudiando guitarra clásica, ahora con el maestro Alexander Lagoya. Toca y canta para los amigos. En muchos de sus trabajos en los que predomina la horizontalidad se podría entrever el cordaje de la guitarra, el rayado del pentagrama, sobre los cuales la mano, las notas musicales o las formas plásticas divergentes trazan la contrastante dimensión del tiempo.
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¿Está ausente la naturaleza de la obra de Soto? La pintura, al igual que la literatura, recurre válidamente a la metáfora. En los múltiples trabajos donde predominan la horizontalidad y la transparencia es posible discernir la alusión a los grandes cauces de agua de Guayana. En la superposición de tramas diversas que el movimiento del espectador recombina, reencontramos los celajes que se divisan en los follajes selváticos, en las telarañas. La verticalidad de las varillas de los penetrables alude a las ramas colgantes de los bejucos, a las gotas de lluvia: entre todas ellas se puede pasear, alterando apenas el medio. Pero las obras de Soto no son remedos: son alusiones a fenómenos visuales, reconstituciones de su esencia. De tal manera el abstraccionismo, que en su versión primaria plantea el divorcio con lo natural, regresa a la naturaleza mediante la reconstitución lírica de los efectos de ésta. Contrariamente a la propuesta de algunos expatriados, situarse dentro de la contemporaneidad no era renunciar a lo telúrico.