La derecha aprendió de sus derrotas y aplica nuevas estrategias golpistas y antidemocráticas

Lugo y Zelaya
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RAFAEL CUEVAS MOLINA| La derecha latinoamericana, las clases y grupos sociales que la componen y sus aliados internacionales, tienen un amplio bagaje de ejercicio del poder y saben aprovecharlo con ductilidad, adaptándolo al tono que le marquen los tiempos. Han sufrido derrotas pero aún son fuertes.Presidente AUNA-Costa Rica
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Los golpes de Estado en Honduras y Paraguay dejan muchas lecciones para comprender cómo se mueve la derecha latinoamericana en nuestros días pero, seguramente, una de las enseñanzas más claras que nos dejan es que la derecha aprende pronto; es decir, no se queda pasmada cuando sufre algún revés, sino que encuentra la forma de volver a hacer lo mismo de siempre pero, ahora, acorde con el nuevo espíritu de los tiempos.

Habiendo sido para ella exitoso el golpe de Estado en Honduras, no dudó un instante en aplicarlo en Paraguay. Sabe que inicialmente se le viene encima un vendaval, pero que con el tiempo se atempera hasta diluirse, pues existe una institucionalidad continental que, mal que bien, le sigue siendo proclive aunque haya voces discordantes que expresan su rechazo y condena.

Ha aprendido, también, a utilizar otras herramientas que antes eran prácticamente patrimonio de la izquierda. Es el caso de las organizaciones no gubernamentales, algunas de las cuales se han transformado en verdaderos puestos de avanzada de la reacción latinoamericana. Financiadas desde Estados Unidos y Europa, tienen una agenda a la carta para cada país, saben identificar fisuras, contradicciones y debilidades, y se insertan hábilmente con reivindicaciones y reclamos  que levantan simpatías y muchas veces dividen y enfrentan entre sí al movimiento popular.

Tiene otra ventaja importante la derecha latinoamericana: un programa claro. En efecto, conocen con precisión la hoja de ruta que debe seguir y lo que desea conseguir. Se trata de implementar el modelo neoliberal que no solo no ha muerto como algunos proclamaron hace un par de años, sino profundiza sus “reformas” en algunos lugares. Ha visto, incluso, las ventajas que acarrea unirse en torno a premisas ideológicas comunes, como ha sucedido con el ALBA, y ha impulsado alianzas propias como la Alianza del Pacífico. La izquierda, mientras tanto, busca y, como dice Tzvetan Todorov: “(…) se atrevieron a decir que el rey está desnudo pero no saben cómo vestirlo”.

Como muestra la derecha venezolana, ha aprendido incluso que el programa del progresismo latinoamericano, atrae hacia sí la simpatía de a los sectores populares siempre marginados y vilipendiados y, entonces, lo copia; o dice no solo que lo mantendrá sino que lo profundizará. Miente, claro está, pero ha aprendido que lo que ella piensa e impulsa provoca el rechazo de las mayorías y por eso se camufla, lo que quiere decir que sigue siendo ella misma pero disfrazada.

Siendo, como es, camaleónica, parece volverse contra ella misma; es decir, finge alejarse de los hechos que ella misma ha protagonizado en el pasado y se presenta como otra cosa, como algo distinto, como una etapa nueva en la que ella se supera a sí misma. Lo hace mediante estrategias electorales dirigidas por gurúes del marketing político que saltan de un país a otro convirtiéndose, en cada lugar al que llegan, en la mano derecha o el poder detrás del trono.

Y cuando no puede con todo ese arsenal de la simulación y el malabarismo golpea fuerte y contundentemente, sin miramientos, y se planta en sus trece. Saben que tienen detrás suyo todo el aparato norteamericano que dorará un poco la píldora con una que otra declaración equivalente a fuego de artificio, pero que al final de cuentas estará con ellos.

La derecha latinoamericana, las clases y grupos sociales que la componen y sus aliados internacionales, tienen un amplio bagaje de ejercicio del poder y saben aprovecharlo con ductilidad, adaptándolo al tono que le marquen los tiempos.

Han sufrido derrotas pero aún son fuertes. Están agazapados y saltan en cuanto tienen posibilidad de hacerlo. Del otro lado de la acera queda forjar la unidad profundizando los cambios que desarticulen a esas clases y grupos sociales; las medias tintas detienen los procesos, lo que equivale a retroceder y, finalmente, como muestra el caso paraguayo, fracasar.