Creencias sobre el adversario

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Maryclen Stelling

Continuamos reflexionando sobre la polarización, sus causas, efectos y consecuencias, igualmente en el reconocimiento y respeto del otro, en la aceptación de la diversidad política, y, por supuesto, en el tan necesario y urgente proceso de dialogo.

Hoy vamos a abordar las creencias que manejamos sobre el adversario y la imperante necesidad de que dejemos de percibirlo como enemigo, suerte de sustrato afectivo-valorativo que afecta nuestra percepción, lectura de los hechos y la propia convivencia. Divide y justifica la partición entre buenos y malos, víctimas y victimarios.

Debemos partir y aceptar que los conflictos políticos no acontecen en el vacío, menos aún son asépticos cual quirófano. Por el contrario, ocurren en un contexto sociopolítico contaminado, alimentado y sustentado por una batería de creencias que los justifican y normalizan, hasta llegar a cubrirlos de un manto de legitimidad. Por ende, nos liberan de toda culpa por cuanto la responsabilidad recae en el “otro”, dado que se construyen identidades excluyentes y consecuentemente, devenimos en inocentes víctimas políticas.

Se erige entonces un discurso de auto exculpación que redireciona toda responsabilidad hacia “el otro” y, por ende, legitima el conflicto. Suerte de estrategia de liberación y de grave auto exculpación que fortalece el conflicto, aleja la posibilidad de que las partes impulsen “un proceso de paz” y exploren escenarios de soluciones negociadas. Expertos en el tema alertan que las partes en conflicto desarrollan imágenes negativas sobre el adversario y los señalan como responsables exclusivos del conflicto, se victimizan y justifican las acciones realizadas contra el “otro”, deslegitimando además al oponente.Las elecciones vuelven a dividir a los adversarios de Maduro

Representaciones cognitivas que a la larga son útiles a las partes en conflicto e igualmente para afrontar y justificar los costes políticos, económicos, sociales y psicológicos asociados precisamente al conflicto.

Las partes están obligadas a superar la perversa y poderosa dinámica legitimadora del enfrentamiento que alimenta y justifica el conflicto, por cuanto contribuye a construir el discurso confrontacional. Igualmente a promover un proceso de paz que no ocurrirá mágicamente. Está en nuestras manos.