Un capitalismo sano

Reinaldo Iturriza

Foto: Sandra Iturriza
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I.-

Mañana celebraremos el 238 aniversario del natalicio de Simón Bolívar. Cuatro días más tarde, el alumbramiento del hombre que hizo que Bolívar resucitara de entre los muertos. Hugo Chávez estaría cumpliendo 67 años.

Esta mañana he salido a caminar junto a mi esposa y mi hija más pequeña por la avenida que lleva el nombre del Libertador, y que pasa frente a Parque Central. Me lo ha pedido mi hija, intuyo que buscando alivianar un poco los efectos del confinamiento. Sobre la acera, a la altura de una señal de mototaxis, nos ha recibido una suave brisa fría que viene del este y que amortigua los rayos de sol. Caminamos en ese sentido. A las puertas del Anauco estaba formada una cola de unas diez personas que esperaban para comprar medicamentos a bajo costo en una farmacia itinerante del Ministerio de Salud. Una nube gris se posó sobre nosotros y nos cayeron algunas gotas. Nos cruzamos con un puñado de personas de la tercera edad que seguramente venían de colocarse una dosis de la vacuna rusa en el Hotel Alba Caracas. Un par de parejas jóvenes conversaban en la plaza frente al Museo de Arte Contemporáneo. Viramos a la izquierda, cruzando sobre la avenida, y comenzamos a desandarla por la acera norte, en sentido oeste.

Caminamos dos cuadras. Pasamos la Galería de Arte Nacional. Justo en la esquina siguiente nos detuvimos en una plaza recién inaugurada, con motivo del bicentenario de la Batalla de Carabobo. Leímos la placa conmemorativa, contemplamos la escultura en forma de espada, y seguimos nuestro camino. Tras unos pocos pasos nos alcanzó la nube gris y nos lloviznó. Era una nube pasajera, pero decidimos dar vuelta atrás y regresar a casa.

El 27 de junio pasado, junto a mi esposa y mi hija mayor, recibimos la primera dosis de la vacuna cubana Abdala, en Fuerte Tiuna. El 11 de julio la segunda dosis. Alrededor de un diez por ciento de la población ha sido vacunada. Recién, el Gobierno ha anunciado la eventual eliminación de la modalidad de cuarentena “radical”, más restrictiva que la modalidad “flexible”. Todo indica que el inicio del nuevo año escolar, en septiembre próximo, será bajo la modalidad presencial.

La devaluación de la moneda avanza lenta pero sostenidamente: el 18 de junio pasado se pagaban 3.113.807,18 bolívares soberanos por dólar. Hoy son 3.784.653,84. La inflación siempre va un paso adelante: hace un par de meses había que disponer de 20 dólares para comprar un kilo de carne molida, dos pollos, un kilo de alas de pollo, un kilo de bistec y kilo y medio de chuletas de cochino. Eso mismo, hace una semana, costaba 36 dólares. La prensa económica especula sobre una inminente reconversión monetaria.

Mientras se acentúa la brecha entre los que tienen y los que no tienen, entre quienes ostentan sus lujos y quienes desaparecieron a la vista incluso de quienes sobrevivimos, al más alto nivel avanzan las negociaciones políticas que, eventualmente, podrían traducirse en la participación mayoritaria de la oposición en los comicios de noviembre próximo, en los que se disputarán gobernaciones, alcaldías y diputaciones regionales y locales, un evento que puede trastocar el mapa de fuerzas a escala nacional.

El Partido Socialista Unido de Venezuela viene de realizar, el 27 de junio, elecciones por la base para escoger precandidaturas. Tras evaluar los resultados, y alegando razones de índole táctica, la dirección nacional decidió dejar por fuera algunas figuras políticas de relevancia, como fue el caso de Elías Jaua, quien recibió la mayoría de votos en el estado Miranda. Finalmente, el 8 de agosto, y mediante elecciones universales, serán elegidas las candidaturas oficiales para gobernaciones y alcaldías.

Lo más radicalmente antidemocrático del antichavismo, como Voluntad Popular, persiste en su línea abstencionista y violenta, cual nubarrón gris impotente, incapaz de desatar una tormenta, pero obstinada, persistente.

II.-

Tres días atrás, el Gobierno nacional, a través de su Vicepresidenta Ejecutiva y otros integrantes del gabinete, hizo acto de presencia y tuvo un derecho de palabra en la 77° Asamblea Anual de la Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela (Fedecámaras). Como lo resaltara el presidente saliente de la patronal, Ricardo Cussano, la última vez que un alto representante gubernamental asistió a la cita empresarial, nada menos que el recién electo presidente Chávez, fue en 1999. Sin duda un hecho novedoso, y aunque parezca paradójico, esta suerte de reencuentro difícilmente pueda calificarse como algo sorpresivo: el acercamiento entre el Gobierno y la cúpula empresarial comenzó ya en 2016 y se mantuvo durante todo el quinquenio, con sus altos y sus bajos.

Cada cual a su manera, tanto Cussano como la Vicepresidenta Ejecutiva hicieron énfasis en la necesidad de recuperar el ingreso de la clase trabajadora. Son demasiadas las evidencias de que la versión vernácula de capitalismo del desastre no conviene a nadie o, digámoslo correctamente, beneficia a muy poca gente.

Habría que agregar, en honor a la verdad, que es igualmente evidente que se reduce cada vez más el margen para pensar en alternativas al capitalismo. Es innegable el creciente consenso contra lo que se considera un extremismo irresponsable. No faltará quien opine que hay que estar realmente desquiciado, fuera de este mundo, para perder el tiempo pensando en alternativas.

Cuando la economía de un país colapsa, como en el caso venezolano, puede parecer insensato detenerse a pensar en lo que se hizo mal o dejó de hacerse cuando eran claros los signos de tormenta. El esfuerzo suele estar concentrado en alcanzar algún salvavidas.

El detalle es que este mundo camina directo al colapso, por lo que pensar en alternativas es una cuestión de vida o muerte.

En 1999, hablando frente al auditorio reunido con motivo de la 55° Asamblea Anual de Fedecámaras, Chávez recordó las circunstancias que rodearon su participación en la reunión del año previo, siendo todavía candidato presidencial. El viejo helicóptero en el que viajaba “no podía aterrizar entre la fuerte lluvia que estaba cayendo en Puerto La Cruz”. Se vieron obligados a aterrizar en aquella ciudad, para luego, “arriesgándonos, en plano palo de agua, cruzar hacia Margarita”, lugar de la cita empresarial.

En aquella oportunidad, en 1998, Chávez afirmó que estábamos “viviendo un momento cumbre de nuestra historia”, que nos situábamos en el “mero centro de un punto de transición”. Explicó que la “ecuación problemática” a la que se enfrentaba el país iba “mucho más allá del ámbito meramente económico”. El problema era también social, político, ético. En tanto se trataba de un “problema global”, no resultaba “aplicable aquella visión cartesiana de dividir por partes la realidad para solucionarla por partes”. “Hay que mirar el todo”, afirmaba. Más adelante citaba a Bolívar: “Las gangrenas políticas no se curan con paliativos”. Para encarar los problemas, agregaba, era indispensable “un gobierno que de verdad gobierne y conduzca como un capitán conduce la nave en el medio del mar, en la tormenta”.

Se manifestó respetuoso de la propiedad privada, de la libertad de empresa, y se declaró partidario de un “modelo económico” en el que “funcionen las leyes del mercado”. Marcando distancia del “neoliberalismo salvaje”, defendió la idea de un Estado “promotor del sector privado” y con la obligación de “proteger algunos sectores de la economía”.

Al año siguiente, el presidente Chávez invitó al empresariado a construir un “capitalismo sano”, en contraste con “el capitalismo salvaje, el corrupto que acabó con Venezuela en estos últimos años”.

Habían transcurrido apenas dos años y unos pocos meses de aquel discurso cuando Fedecámaras convocó a un paro nacional. La tormenta había comenzado.

Chávez nunca volvió a hablar en una Asamblea Anual de Fedecámaras. Abundan, eso sí, los episodios que dan fe de su empeño por lograr niveles mínimos de entendimiento con el empresariado, con el cual continuó reuniéndose. Afirmar lo contrario sería faltar a la verdad histórica. Pero también lo sería pretender ignorar al Chávez que, en innumerables ocasiones, explicó detalladamente las razones por las cuales consideraba un error intentar transformar democráticamente a la sociedad venezolana siguiendo la senda del capitalismo, lo que no equivale, por cierto, a negar la existencia del mercado o la necesidad de un Estado que promueva y proteja la iniciativa privada.

Tal vez precisamente porque hoy no hay mucho margen para decirlo, es más importante recordarlo: ni el problema es exclusivamente económico, ni las gangrenas se curan con paliativos, ni existe tal cosa como un “capitalismo sano”.

Source El Otro Saber y Poder