G-20: Una declaración final que esconde la falta de consenso

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Claudio della Croce|

La cumbre de presidentes del G-20 cerró este sábado con una declaración conjunta que sirvió para evitar el fracaso explícito del encuentro, aunque dejó en evidencia las profundas diferencias que separan a Estados Unidos del resto de las potencias en temas centrales de la agenda global como el comercio internacional y la preservación del medio ambiente.

Por primera vez desde que se reactivó este foro multilateral hace ya diez años el texto no incluyó una condena explícita al proteccionismo económico, dejando en claro cómo impacta en los espacios multilaterales el giro que le imprimió Donald Trump a la política exterior de su país.

En la declaración final incluso se incluyó un punto que llama a la reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC), entidad que viene siendo duramente cuestionada por Trump. En lo que respecta al medio ambiente, para evitar una ruptura se optó por una decisión salomónica consistente en incorporar un párrafo con la posición de quienes respaldan el Acuerdo de París y otro donde EEUU  marca sus diferencias.

El documento consensuado, un catálogo de buenas intenciones, no puede invisibilizar los conflictos del mundo real. Si bien el G20  se autodefine como “el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política”, es el escenario de las principales confrontaciones económicas, financieras y políticas, entre potencias que coinciden en apoderarse de los recursos, y donde sobresalen la confrontación comercial de EEUU con China, y la militar con Rusia.

El documento final hace malabarismos diplomáticos “El comercio y las inversiones internacionales son motores importantes de crecimiento, productividad, innovación, creación de trabajo y desarrollo. Reconocemos la contribución que el sistema de comercio multilateral ha hecho para este fin”, pero no convoca a luchar contra el proteccionismo y crítica a la Organización Mundial de Comercio (OMC), una de los engranajes de la arquitectura internacional que Trump tiene en la mira.

“El sistema actualmente no cumple con sus objetivos y hay espacio para mejorar. Por lo tanto, apoyamos la reforma necesaria de la OMC”, señala el texto para optimizar su funcionamiento, revisaremos su progreso en nuestra próxima cumbre”.

A pesar de que se creía que el encuentro entre los presidentes Donald Trump y Xi Jinping iba a quedar en un compendio de frases optimistas, finalmente alcanzó un acuerdo temporal para aliviar la “guerra comercial”. EEUU se comprometió a suspender por 90 días la aplicación de nuevos aranceles a las importaciones de China que entraban en vigor el 1 de enero, mientras que China prometió volver a adquirir productos agrícolas estadounidenses de inmediato.

La amenaza arancelaria de Trump incluía una suba de la barrera impositiva del 10% al 25% a importaciones chinas por valor de 200 mil millones de dólares. La tregua durará 90 días, supeditada a un nuevo acuerdo en ese lapso, anunció la Casa Blanca.

Para los analistas, lo único claro pareciera ser que el modelo de liberalización comercial gradual instrumentado a mediados del siglo XX para dejar atrás el proteccionismo que derivó en las dos guerras mundiales está en rediscusión, y por eso se puso el foco en la reforma de la OMC. ¿Estos escarceos son solo un reacomodamiento dentro del mismo esquema o un punto de quiebre que le abre las puertas a un escenario todavía desconocido?, se preguntan.

Los líderes tienen claro que este tipo de reunión tiene algún sentido solo si se llega a un mínimo consenso. Pocos días antes, El presidente francés Emmanuel Macron aseguró públicamente que “si no conseguimos acuerdos concretos, nuestras reuniones internacionales se vuelven inútiles”. La declaración dejó en claro la falta de consenso: no fue chicha ni limonada, pero fue presentada como un triunfo.

Al presidente argentino Mauricio Macrì le fue mejor que a Justin Trudeau hace apenas un semestre, cuando Trump dejó la cumbre del G7 con insultos al joven anfitrión por sus desacuerdos comerciales; y que a la canciller alemana Ángela Merkel, hace un año, en Hamburgo, cuando no se firmó un documento de consenso y se exteriorizó la división 19 a 1.

En ese momento, Trump se negó a cualquier conciliación sobre el cambio climático, como prolegómeno al retiro de su país del Acuerdo de París. Diez días antes de Cumbre, la comisión oficial estadounidense sobre el tema publicó un informe que enumera las catástrofes ambientales ya producidas y advierte las que se avecinan, en plazos que se acortan en forma dramática: el calor extremo se generaliza; esto provoca cada vez mayor cantidad de incendios; la elevación del nivel del mar impondrá migraciones masivas y las ciudades costeras no se están preparando como se debe.

El documento señala que “Los firmantes del Acuerdo de París, quienes también se unieron al Plan de Acción de Hamburgo, reafirman que el Acuerdo de París es irreversible y se comprometen a su completa implementación”, aclara enseguida que EEUU reitera su decisión de retirarse del Acuerdo de París y “afirma su fuerte compromiso para el crecimiento económico y accesos a energía y seguridad, utilizando todos las fuentes de energía y tecnologías al tiempo que protege el medio ambiente”.

Mientras los medios hegemónicas hablan de la cumbre como lanzadora de la reelección de Macri, Cecilia Nahón, profesora de la American University y directora de un programa académico sobre el G-20, señala que la apuesta a los grandes respaldos internacionales no es nueva, pero no derivó ni en lluvia de inversiones ni en boom exportador, sino en endeudamiento, crisis económica y un plan de emergencia con el FMI. Los beneficios fueron para unos pocos especuladores, no para la mayoría de los argentinos. En el centro del mundo está el G20 y sus bilaterales, no la Argentina, señaló.

Para nuestra región, un elemento importante es que parece haberse firmado el acta de defunción del Tratado de Libre Comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, una de las apuestas del gobierno de Macri, que está a contramano de las actuales tendencias proteccionistas.

La primera ministra británica Theresa May y Macri hablaron de desarrollar un acuerdo de libre comercio, más allá de las limitaciones legales del Mercosur, que obliga a sus estados parte a negociar en forma conjunta con terceros países. Analizaron los caminos a seguir para profundizar una relación bilateral que gira en torno al eje que eligieron eludir: la explotación hidrocarburífera y pesquera del Mar Argentino y de la plataforma continental que rodea a las Islas Malvinas, sobre cuya soberanía el presidente argentino olvidó reclamar.

Mientras Trump, con un discurso unilateral, reafirmó su alianza regional con México y Canadá con el nuevo TLCAN, Argentina llegó sola a la cumbre, con una región dividida, habiendo debilitado el Mercosur, la Unasur y la Celac, en la falsa ilusión de que subordinándose a Estados Unidos o a Europa se avanzan los intereses nacionales. Pero el mundo de libre comercio que Macri imagina ya no existe más, añadió Naón.

Entre dos fuegos

Para Macrì la doble dependencia de EEUU y de China es un problema complejo que la cumbre puso en claro. Su agenda de apertura y desregulación chocó con el movimiento opuesto de Trump, de cuyo sostén (y su presión para el financiamiento del Fondo Monetario Internacional) precisa para llegar con algún oxígeno financiero al fin de su mandato a fines de 2019.

Pero también necesita de las inversiones y los préstamos de China, cuya impetuosa presencia es la principal preocupación de “seguridad nacional” de Washington. Trump y Macrì acordaron enfrentar la “economía predatoria” que atribuyeron a China, según el comunicado oficial de la vocera estadounidense Sarah Huckabee Sanders, pero que los funcionarios argentinos negaron.

La economía predatoria china es la misma expresión que usó el jefe del Pentágono, general John Mattis, durante su visita de agosto a Brasil y la Argentina. Advirtió que los países de la región podían perder ciertos grados de soberanía, mediante regalos o préstamos chinos que luego sea imposible devolver y den lugar a condiciones gravosas”. A Estados Unidos no le preocupa que esa misma relación asimétrica sea entablada con el Fondo Monetario Internacional.

China es un socio estratégico integral de Argentina, dijo el embajador de Macri en Beijing, que espera que en la visita oficial del mandatario chino se firmen 37 acuerdos bilaterales. De ellos dependen la construcción de dos usinas hidroeléctricas en la sureña provincia de Santa Cruz (por 4.300 millones de dólares); dos usinas nucleares (hoy paralizadas por las restricciones presupuestarias impuestas por el FMI) y un centro de observación satelital en Neuquén, que según EEUU tendría funciones militares.

Cada frase de Trump y sus funcionarios sobre el peligro chino está dirigida en forma directa a la Argentina, señala el analista Horacio Verbitski.

*Economista y docente argentino, investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)