Postales de Latinoamérica y el Caribe en lucha

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Javier Tolcachier|

Poco duró la algarabía clasista en América Latina. La tan mentada “sana alternancia” – en realidad malsana costumbre de control político por parte del poder oligárquico –, aquel publicitado “fin de ciclo progresista” que parecía arrollar el panorama político con victorias sucesivas de la derecha, no tuvo la anunciada continuidad.

La coyuntura adversa, luego del exiguo triunfo de Macri, la forzada elección de Kuczynski y el subsiguiente golpe contra Dilma Rousseff en Brasil – precedidos por sendos golpes en Paraguay y Honduras – lejos de detener la movilización popular, la ha atizado- Esto augura un ciclo de activo compromiso político ciudadano, que podría resolver una de las principales debilidades de los procesos de cambio: el alejamiento de los funcionarios de la base social. 

En un análisis más fino, han quedado debilitados o fueron momentáneamente relevados aquellos movimientos o gobiernos considerados “progresistas”, no así los gobiernos definidamente revolucionarios o de izquierda. En algunos lugares como Argentina o Perú, los representantes del gran negocio tomaron de forma directa el comando del poder político. En otros, como Chile, Uruguay, Brasil e incluso ahora Ecuador, la concesión hacia postulados propios del poder económico desdibujaron el perfil transformador de esos gobiernos, restándoles apoyo popular y capacidad de profundizar dichos procesos.

Tal vez debido a la composición más clasemediera de su población, poco afecta a apostar por transformaciones de fondo, tal vez en razón de sus propios límites ideológicos, el progresismo no ha cuestionado los límites del capitalismo como sistema social, ni el individualismo como esquema existencial. Sin embargo, la reivindicación popular en pos de una vida mejor para las mayorías, no se detiene.  

Distintas latitudes, la misma actitud

La valentía del pueblo hondureño, cuya voluntad se quiere acallar mediante fraude, represión y un nuevo golpe de Estado, se expresó en las urnas a favor de la Alianza de Oposición a la Dictadura y su candidato Salvador Nasralla. Un voto casi imposible ante un entramado de poder feroz. En extrema inferioridad de condiciones, maltratado por la pobreza y la violencia, contra todos los poderes del Estado, el ejército, las redes de narcotráfico, el Departamento de Estado estadounidense, los medios serviles y los grupos económicos, el pueblo hondureño  supo en quien volcar su esperanza.     

Venezuela, arrinconada por una estrategia golpista de guerra económica, denostada por los medios occidentales, atacada por el apéndice de los EEUU en la región, la OEA, con la complicidad de gobiernos vasallos, salió fortalecida y victoriosa de los embates que tenían como objetivo derrocar al presidente Maduro y acabar con la Revolución Bolivariana. El pueblo venezolano, dijo mayoritariamente Sí a la Asamblea Constituyente, rechazando con contundencia la violencia de la oposición. El Sí a la paz, el respaldo popular a los repetidos intentos del gobierno de instalar un diálogo  con la oposición, enhebró la victoria en las elecciones regionales, en un resultado hasta entonces muy poco probable, obteniendo las fuerzas revolucionarias 18 de las 23 gobernaciones en juego. A la nueva contienda electoral municipal a realizarse este 10 de Diciembre, el chavismo acude con viento a favor, impulsado por un logro largamente acariciado: en República Dominicana – otro gobierno valiente – han comenzado oficialmente los diálogos entre el gobierno y la oposición.

La injerencia, las tácticas conspirativas y el odio con el que un sector opositor pretendió sublevar al pueblo y producir un alzamiento armado, fracasaron por completo. El gobierno bolivariano permanece firme, echando por tierra las expectativas imperiales de derribar el principal bastión de la soberanía regional. Dándose la Revolución ahora– medianamente resuelto el frente político – a la urgente tarea de resolver las problemáticas planteadas por las sanciones financieras y comerciales, la corrupción interna, el contrabando, los precios desorbitados, la necesidad de estimular la producción y profundizar el modelo comunal.

Chile, país marcado a fuego por la dictadura y el neoliberalismo, tampoco logró todavía la tranquila alternancia de gobierno hacia la derecha empresarial y sus socios cavernarios. A contracorriente de lo que parecía ser una formalidad electoral para Sebastián Piñera, un conglomerado de partidos y movimientos contestatarios articulados como Frente Amplio obtuvo 20 % de los votos con la candidatura de Beatriz Sánchez y logró acabar con la lógica duopólica del parlamento chileno. La nueva fuerza apunta a la construcción popular de mayorías, rechazando las componendas partidarias y sobre todo, el tráfico de influencias con el que las corporaciones se adueñaron de las leyes y la vida social en el país trasandino. 

Hablando de corrupción parlamentaria, tampoco en el Brasil golpista las cosas están tranquilas para las derechas. El empresariado ha logrado allí sus objetivos de corto plazo – pulverizar las conquistas sociales del pueblo brasilero, inaugurando un paisaje neoesclavista. Sin embargo, aún contando con la complicidad del sistema judicial, el monopolio mediático y de una mayoría parlamentaria exenta de toda moralidad, la derecha teme la reacción popular y no logra levantar una o varias candidaturas  que puedan competir o socavar la victoria electoral de Lula en 2018. Una enorme porción del pueblo brasilero lo comprende muy bien: si el establishment proscribe a Lula con la cárcel, la movilización popular parará el país.

Los mismos movimientos populares han presionado para conseguir una nueva candidatura de Evo Morales en Bolivia, venciendo la manipulación mediática que torció el resultado del reñido referendo de Febrero 2016. En aquella ocasión, los principales medios privados inventaron un escándalo novelesco que afectó la credibilidad del presidente e incidió en el resultado desfavorable. Las mayorías no renunciarán fácilmente a las conquistas sociales y la soberanía alcanzada. En ese poder popular se asienta la posible reelección de Morales.

Otro Morales, pero de signo político inverso, es aún el presidente en Guatemala. Sostenido por los sectores más conservadores, el ex actor fue electo luego del escandaloso final del gobierno de Otto Pérez Molina, ex militar involucrado junto a su ex vicepresidenta en una asociación delictiva de contrabando. Las características corruptas de la política guatemalteca han suscitado el repudio en los sectores medios de la ciudadanía, que como nunca antes, han salido a protagonizar marchas multitudinarias.

La derecha tampoco pudo ganar en Ecuador, a pesar de que gruesos nubarrones auguraban la victoria de un representante de la banca. El pueblo dijo finalmente que no y encumbró a la presidencia a Lenin Moreno para dar continuidad al camino emprendido por la Revolución Ciudadana encabezada por Rafael Correa. Ahora un importante sector de la militancia de Alianza País ha vuelto a las calles para demostrar apoyo a Correa, reclamando se respete el programa por el cual fue electo Moreno.

Tampoco en Nicaragua pudo la derecha desplazar al sandinismo, que luego de conseguir la reelección de Daniel Ortega en 2016, ganó las recientes elecciones municipales con más del 70% de los sufragios.

Y el pueblo comienza a articular la resistencia en Argentina, frente al recorte de derechos sociales que impulsa el gobierno a través de reformas laborales, previsionales e impositivas.

El mismo pueblo que exige en Paraguay que Cartes cumpla los acuerdos con los campesinos, cada vez con menos tierra y más endeudados, abandonados a la lógica del agro-necrocio, exterminador de suelos y posibilidades de subsistencia autónoma y digna.  

Es la misma falta de tierra que originó la insurrección en Colombia y que continúa siendo la piedra angular del proceso de paz y del incumplimiento del Estado conservador con lo pactado en los Acuerdos de la Habana. Allí continúa con la funesta práctica del asesinato de dirigentes campesinos y se intenta, al igual que a comienzos del cincuentenario conflicto, liquidar toda posibilidad de que un liderazgo de izquierda pueda abrir las puertas a un destino más generoso para el violentado pueblo colombiano.

Violencia extrema en todas sus formas que masacra al pueblo de México. Pueblo que se moviliza y empuja la elección de Andrés Manuel López Obrador  en las próximas elecciones, pero que también, desde sus sectores más combativos y oprimidos, levanta la candidatura de María de Jesús Patricio Martínez – o simplemente Marichuy – para visibilizar la marginación de los pueblos indígenas.

Toda esta marea popular en América Latina y el Caribe presenta algunas características novedosas. No es del todo espontánea,  pero tampoco totalmente orgánica. Deposita su fe en liderazgos personales, pero es consciente de que su fortaleza está en lo colectivo. Apoya a los gobiernos transformadores, pero conserva una mirada crítica, exigiendo cada vez mayor profundidad democrática. Las señales de rechazo a la exclusión social, a la pérdida de derechos, a la violencia, a la dominación extranjera, a la mentira mediática y al patriarcado marcan el rumbo. Los pueblos de la América Latina y el Caribe, luego de siglos de exterminio, despojo y discriminación, reclaman su plena y definitiva independencia.