El problemita del peronismo

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Hernán Brienza – Tiempo Argentino

El peronismo tiene un problemita en vistas a las elecciones de segunda vuelta del 22 de noviembre. No es un obstáculo insalvable, pero genera un cuestionamiento fuerte que no hay que dejar pasar por alto. Y el problema no son las encuestas que, en su mayoría, dan ganador a Mauricio Macri, ya que en los últimos comicios han demostrado aportar menos certezas que los pronósticos de Elisa Carrió. La cuestión es que parece haber cierto cambio de “clima de época” en los sentidos comunes que atraviesan a los sectores urbanos de la sociedad.

Denomino “cambio de época” al desgaste de algunos significantes, formas de decir, preocupaciones, discursos, temáticas, demandas y el anhelo por supuestas “nuevas” explicaciones, respuestas, fantasmagorías, complicidades. Existen indicios de que las explicaciones que el peronismo ha dado a la sociedad hasta ahora parecen haber gastado su pólvora, no en cuanto a su grado de veracidad, sino de efectividad publicitaria. Y aunque a muchos no nos guste, en algunos momentos, el marketing puede más que la política racional. No siempre. Pero sí en algunos momentos de la vida pública.

La clave se encuentra en que mientras el PRO plantea una campaña alegre, divertida, positiva, cocacolera, pastorizada (en términos de tele-evangélicos) y pasteurizada (sin contenidos ideológicos), el peronismo se encierra en la exigencia de reconocimiento de lo hecho pasado y en el terror hacia el futuro. En este sentido resulta interesante mirar la película ¡No!, del director chileno Pablo Larraín, basada en la obra de teatro El Plebiscito, de Antonio Skármeta, sobre la consulta popular de 1988 por la continuidad del dictador Augusto Pinochet. Salvando las distancias políticas, ideológicas, económicas, etcétera, etcétera, la cuestión se halla en descubrir por qué lo viejo (el neoliberalismo) está hoy convertido en la novedad y por qué el cambio (el kirchnerismo) se visualiza en muchos sectores como lo estatuido. Esa es la principal operación mediático-cultural que realizó la derecha en los últimos meses.

Un subproblema es que la apelación afectiva a lo nuevo, al desgaste, al descontento, parece inutilizar los argumentos de tipo racional-político. Ni la enumeración de los miles de logros realizados por el kirchnerismo en la última década ni la mentada “campaña del miedo”, desactivada con un simple chiste en los medios de comunicación y las redes sociales, por ejemplo, hacen mella en el electorado macrista o potencialmente macrista. Ni las certezas del ajuste enunciados por el inefable Alfonso Prat-Gay, el empobrecimiento de los sectores del trabajo, el trasvasamiento de ingresos de los sectores populares, las reprivatizaciones noventistas, ni la devaluación ni el re-endeudamiento ni la realineación con la política hegemónica con los Estados Unidos y la ruptura del bloque sudamericano sirven para ayudar a tomar conciencia resultan útiles para conmover a un electorado al que cierto descontento histérico le impide tomar conciencia de lo que realmente está en juego. Existe un importante sector de la población –el 30% constitutivamente “liberal conservador”, al que se le suma un, por lo menos, 15, 20 o 30 % voluble, volátil e inconstante (que no sin cierta presunción injustificada se autodenomina “independiente” cuando es meramente inconstante)- que no sólo no ignora lo que es y significa Mauricio Macri sino que no le importa lo que sea. Y no se produce por generación espontánea: la inteligencia estadounidense la tiene clara en estas cosas, y sus asesores de marketing regionales, también.
Es por esta cuestión que la dirigencia peronista, más allá de sus diferencias, debe estar a la altura de las circunstancias. Nada que no sea la unidad del movimiento nacional debe prevalecer antes del 22 de noviembre. Ni el kirchnerismo, ni el sciolismo ni la Liga de Gobernadores, la CGT o los sectores peronistas dentro del massismo pueden faltar a la cita:

a) El kirchnerismo debe desterrar el pensamiento mágico de que es posible volver por generación espontánea tras otro hipotético 2001. Nadie ha vuelto felizmente al gobierno. Sólo Julio Argentino Roca, pero ya no era el mismo. Ni Hipólito Yrigoyen ni Juan Domingo Perón pudieron regresar con eficiencia. Y la cuestión de fondo es cuál es el costo social de la política del “cuanto peor, mejor”.

b) El sciolismo debe convencerse que si intenta realizar un pacto “pan-peronista” restringido, desprendiéndose del kirchnerismo, no sólo no va a ganar las elecciones de noviembre sino que va a generar un desguace interno a partir del 11 de diciembre, si es que gana las elecciones, capaz de reproducir los peores momentos históricos del peronismo. Hoy por hoy, el 80% del voto del Frente para la Victoria es netamente kirchnerista, por lo tanto, una alianza “anticristinista” es un cálculo equivocado. Si lo hace antes del 22 es suicida, si lo hace después es deslegitimante.

c) Para los gobernadores es claro: O gana el peronismo o se arriesgan a un período de oscilación entre la genuflexión al PEN macrista o la sequía y la consecuencia pérdida de legitimidad hacia el interior de sus provincias.

d) La opción de la CGT es más clara aún: unidad de todas las líneas internas para garantizar la victoria del peronismo o el regreso a los noventa en términos de complicidad con el “liberalismo conservador” a través de las compras selectivas por parte del poder político para resguardar las “organizaciones sindicales” y vaciamiento de sindicatos por implosión del mercado interno.

e) Para el massismo tampoco es fácil la situación. Si Sergio Massa tiene aspiraciones a futuro dentro del peronismo no puede coquetear con el macrismo ni permitir que sus laderos, José Manuel De la Sota, por ejemplo, lo hagan. Servir en bandeja la derrota del peronismo al PRO no es una carta que pueda olvidarse fácilmente por los líderes del movimiento nacional con aspiraciones en el 2019 y/o 2023. Por lo tanto, la suerte del massismo tampoco está demasiado desatada a la suerte del sciolismo. Y realizar un pacto Scioli-Massa forzando una ruptura con el kirchnerismo –tácita o explícita- es poner en riesgo la posible victoria del peronismo.

Las matemáticas, las encuestas, los climas de época son indicadores para analizar el momento político pero no son determinantes a la hora de hacer proyecciones o futurología. Nadie puede saber qué ocurrirá el 22 de noviembre. El peronismo puede ganar. Pero si y sólo si hace una demostración de unidad amplia con todos los sectores que integran el frente nacional y sin especulaciones de tipo sectoriales o individualistas y encuentran una dirección común. Si no lo hacen, pierden todos, aunque ganen a corto plazo y en la chiquita. Puede resultar muy inocente, pero la historia y las mayorías también pasan facturas por los errores cometidos y las mezquindades realizadas. Siempre es preferible la disputa hacia el interior de un gobierno que la intemperie y la clandestinidad. Sobre todo para los sectores populares que no miran la pobreza por televisión ni desde los sillones de la intelectualidad o los despachos políticos.