El drone que cayó del cielo

NICK TURSE | El drone había estado en el aire durante unas cinco horas antes de que el control de la misión notara que algo andaba mal. La temperatura del aceite en el turbocompresor del avión, notaron, había llegado al nivel “preventivo”. Una hora después iba peor, y seguía subiendo con el paso de los minutos. Mientras el personal revisaba desesperado su lista de control de “sobrecalentamiento del motor”, tratando de descubrir el problema, la temperatura del aceite del motor también comenzó a subir rápidamente.

Nick Turse – Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

 

Introducción del editor de Tom Dispatch

Son las 10 de la noche. ¿Sabéis dónde está nuestro drone?

¡Oh! ¡Qué confusión! Los militares estadounidenses insisten ahora en que estaban profundamente confundidos cuando afirmaron que un supersecreto drone avanzado RQ-170 Sentinel (conocido como “la bestia de Kandahar”) que cayó en manos iraníes el 4 de diciembre – evidentemente mientras buscaba presuntas instalaciones nucleares- se perdió mientras patrullaba la frontera afgana. Los militares, dijo un portavoz, “no entendieron bien lo que estaba ocurriendo porque se trataba de una misión de la CIA”.

Sea lo que se sea, la historia del drone perdido llegó a los titulares de tal manera que concedió a todos sus 15 warholianos minutos de fama. Dick Cheney apareció para insistir en que el presidente Obama deberí haber enviado aviones de la Fuerza Aérea a Irán para volar en pedazos el Sentinel aterrizado. (¿Qué importa que se provoquen hostilidades o aumentos astronómicos en los precios del petróleo?) El presidente Obama solicitó formalmente la devolución del avión, pero de alguna manera no parecía muy esperanzado de que los iraníes lo harían. (Como precedente recuerde a Gary Powers y el derribo de su avión espía U-2 sobre Rusia en 1960.) El secretario de Defensa Leon Panetta dijo que nunca detendríamos nuestra vigilancia de Irán con drones basados en Afganistán. El presidente afgano Hamid Karzai pidió que mantuvieran a su país fuera de cualquier “relación adversa entre Irán y EE.UU”.

(¡Ninguna probabilidad!) Los iraníes, que exhibieron el avión, insistieron orgullosamente que lo habían “hackeado”, que habían “engañado” a sus controles de navegación y que lo habían hecho descender en un aterrizaje relativamente suave.

Considerando todo, fue un pequeño circo robótico. Uno verdadero, de tres pistas. Mientras tanto los drones tampoco lo estaban pasando bien en otros sitios, aunque nadie les prestaba mucha atención. La medio oculta historia de los drones de la semana no estaba en el lado iraní de la frontera afgana, sino del lado paquistaní. Allí, en las zonas tribales fronterizas de ese país, la CIA ha estado realizando durante años una creciente campaña aérea de drones, cientos de ataques, a menudo varios por semana, contra presuntos militantes de al Qaida y los talibanes. Sin embargo, después de un “incidente” en el cual ataques aéreos estadounidenses mataron a 24 soldados paquistaníes en dos puestos fronterizos, los paquistaníes cerraron la frontera a los suministros estadounidenses para la guerra afgana (aumentando significativamente el coste de ese conflicto), expulsaron a EE.UU. de la base aérea Shamsi, la principal instalación de drones de la CIA en el país, y amenazaron con derribar a cualquier drone estadounidense que sebrevolara su territorio. Al hacerlo, parece que han obligado al gobierno de Obama a terminar su campaña aérea encubierta de drones. Hasta el momento, no ha habido ataques de drones desde hace casi un mes.

Cuando todavía era director de la CIA, Leon Panetta calificó la campaña de drones de la Agencia de “único juego en la ciudad”. Ahora está “en espera” (”Hay preocupación de que otro ataque [por los drones] llevará las relaciones estadounidenses-paquistaníes a superar el punto de no retorno”, dijo un funcionario a The Long War Journal. “No sabemos hasta dónde podemos empujarlos [a los paquistaníes], cuánto más están dispuestos a tolerar”.) Después de esos cientos de ataques y numerosas víctimas civiles, que han ayudado a volver a la opinión pública paquistaní contra EE.UU. -según un sondeo reciente, un impresionante 97% de los paquistaníes se opone a los ataques- es un cambio sorprendente, pero temporario y poco notado.

En otras palabras, hemos llegado muy lejos, desde el momento de 2001 en el que el secretario adjunto de Estado, Richard Armitage, supuestamente irrumpió en la oficina del director de inteligencia de Pakistán y le dijo que se aliara con Washington en la lucha contra al Qaida o se arriesgaba a que lo bombardeasen hasta llevarle “de vuelta a la Edad de Piedra”. Mientras EE.UU. se va de Iraq con el rabo entre las piernas, el revés en Pakistán (como en Irán) debe considerarse una medida de cuán poco la masiva ventaja de alta tecnología militar, drones y otros, de Washington, ha podido alterar la cambiante ecuación del poder en el planeta.

En el más reciente artículo de su nueva serie sobre la cara cambiante del imperio, el editor asociado de TomDispatch, Nick Turse, explora por qué, a pesar de las afirmaciones de sus propugnadores, la última arma maravilloa de EE.UU. nunca representará un cambio radical en el juego. Tom

 

El drone había estado en el aire durante unas cinco horas antes de que el control de la misión notara que algo andaba mal. La temperatura del aceite en el turbocompresor del avión, notaron, había llegado al nivel “preventivo”. Una hora después iba peor, y seguía subiendo con el paso de los minutos. Mientras el personal revisaba desesperado su lista de control de “sobrecalentamiento del motor”, tratando de descubrir el problema, la temperatura del aceite del motor también comenzó a subir rápidamente.

A esta altura, tenía ante sí una emergencia en vuelo hecha y derecha. “Todavía tenemos control del motor, pero la falla del mismo es inminente”, anunció el piloto por la radio. Casi dos horas después de las primeras señales de problemas, el motor se detuvo. Volando a 217 metros por minuto, el drone rompió una cerca antes de desplomarse.

El país de los drones perdidos
En estos días parece que los cielos están llenos de drones que caen. La caída más publicitada llegó a los titulares cuando Irán anunció que sus militares habían tomado posesión de una avanzada nave espía a control remoto, supuestamente un RQ-170 Sentinel.

Abundan las preguntas sobre cómo llegaron los iraníes a capturar uno de los equipos más sofisticados de los militares de EE.UU. Irán afirmó primero que sus fuerzas habían derribado el drone después de que éste “violó brevemente” el espacio aéreo oriental del país cerca de la frontera afgana. Más tarde, la República Islámica insistió en que el vehículo aéreo sin tripulación había penetrado 241 kilómetros antes de ser abatido por un sofisticado ataque cibernético. Y hace solo algunos días, un ingeniero iraní presentó una explicación más detallada, pero aún no corroborada, de cómo un ataque de hackeo secuestró el avión.

Por su parte, EE.UU. afirmó inicialmente que sus fuerzas armadas habían perdido el drone mientras estaba en misión en Afganistán occidental. Más adelante, funcionarios no identificados admitieron que de hecho la CIA había estado realizando una operación clandestina de espionaje sobre Irán.

La caída del drone del principio de este artículo tuvo lugar en Afganistán -en Kandahar, para ser preciso- en mayo de este año. No se informó en aquel entonces y tuvo que ver no con un impecable RQ-170 Sentinel con alas de murciélago, sino con el más antiguo y macizo, aunque más famoso, MQ-1 Predator, una máquina cazadora/asesina -más bien un caballo de tiro- de la guerra afgana y de la campaña de asesinatos de la CIA, por medio de drones, en las áreas tribales fronterizas de Pakistán.

Un documento que detalla una investigación de esa caída del Predator por la Fuerza Aérea de EE.UU., examinado por TomDispatch, arroja luz sobre el ciclo de vida y los defectos de los drones -todo lo que puede ir mal en operaciones aéreas sin tripulación- así como el tenebroso sistema de bases y unidades esparcidas por todo el globo que mantienen constantemente en el aire esos drones mientras EE.UU. depende cada vez más de la guerra por control remoto.

Ese informe e impresionantes nuevas estadísticas obtenidas de los militares ayudan a comprender mejor los defectos poco examinados de la tecnología de los drones. También recuerdan que los periodistas no van más allá del sobrecogimiento cuando se trata de guerra de alta tecnología y de las últimas armas milagrosas de EE.UU. -su curiosa incapacidad de examinar las agudas limitaciones el hombre y la máquina que pueden hacer que incluso la tecnología militar más avanzada se desplome a tierra.

Juego de números
Según estadísticas proporcionadas a TomDispatch por la Fuerza Aérea, los Predators han volado la mayor parte de las horas en las guerras de drones de EE.UU. Hasta el 1 de octubre, los MQ-1 habían pasado más de 1 millón de horas en el aire, 965.000 de ellas en “combate”, desde que fueron introducidos al servicio militar. El más nuevo, más fuertemente armado, MQ-9 Reaper, en comparación, ha volado 215.000 horas, 180.000 de ellas en combate. (La Fuerza Aérea se niega a revelar información sobre la carga de trabajo del R-170 Sentinel.) Y estas cifras siguen aumentando. Solo este año, los Predator han registrado 228.000 horas de vuelo en comparación con 190.000 en 2010.

Un análisis de datos oficiales de la Fuerza Aérea realizado por TomDispatch indica que sus drones se estrellaron de manera espectacular no menos de 13 veces en 2011, incluida esa caída del 5 de mayo en Kandahar.

Cerca de la mitad de esos incidentes, cuyo resultado fue en todos los casos la pérdida de un avión o el daño a la propiedad de 2 millones de dólares o más, ocurrió en Afganistán o en la pequeña nación africana de Yibuti, que sirve de base a los drones involucrados en las guerras secretas de EE.UU. en Somalia y Yemen. Todos, menos dos, de esos incidentes tuvieron que ver con el modelo MQ-1, y cuatro de ellos tuvieron lugar en mayo.

En 2010, hubo siete grandes percances de drones, todos, menos uno, relacionados con Predators; en 2009, fueron 11. En otras palabras, ha habido 31 pérdidas de drones en tres años, y al parecer ninguno fue derribado. Todos cayeron hacia el planeta por su propio problema mecánico o gracias a error humano.

Otras caídas publicitadas de drones no están incluidas en la estadística de accidentes importantes de la Fuerza Aérea en este año, como un helicóptero a control remoto de la Armada que cayó en Libia en junio y un vehículo aéreo sin tripulación cuya cámara fue supuestamente recuperada por insurgentes afganos después de una caída en agosto, así como la pérdida el 4 de diciembre del RQ-180 en Irán y una caída aún más reciente de un MQ-9 en las Seychelles.

Esfuerzo de grupo

EE.UU. realiza actualmente su guerra de drones desde 60 o más bases repartidas por todo el globo. Varían desde sitios en el sudoeste de EE.UU. con filas de tráileres desde los cuales los pilotos de drones “pilotan” esos aviones utilizando ordenadores, a otros mucho más cercanos al campo de batalla donde otros pilotos -sentados frente a un equipo semejante, que incluye múltiples monitores de ordenador, teclados, un joystick, un throttle, un rollerball, un ratón, y varios interruptores- lanzan y hacen aterrizar a los drones. En otras bases, los candidatos a pilotos de drones son entrenados en simuladores y los propios aviones se prueban antes de enviarlos a distantes campos de batalla.

El accidente del Predator del 5 de mayo a casi media milla de una pista de aterrizaje del Aeropuerto de Kandahar recuerda hasta qué punto las operaciones de drones se han hecho confusas, con múltiples unidades y bases que tienen un rol en una sola misión.

Ese drone Predator, por ejemplo, dependía del Tercer Escuadrón de Operaciones Especiales, que opera desde la Base Cannon de la Fuerza Aérea en Nuevo México, y forma parte últimamente del Comando de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea en Hurlburt Field, Florida. Cuando se estrelló, estaba conducido por un piloto dentro del país del 62 Escuadrón Expedicionario en el Aeropuerto Kandahar, cuya unidad supervisora, el 18 Escuadrón de Reconocimiento, tiene su sede en la Base Creech de la Fuerza Aérea en Nevada, zona cero de las operaciones de drones de los militares. El operador que manejaba los sensores en el drone, por otra parte, era miembro de la Guardia Nacional Aérea de Texas basado en Ellington Field en Texas.

El tramo final de esa misión destinada al fracaso -de apoyo a las fuerzas de elite de operaciones especiales- debía ser realizado por un piloto que había estado operando Predators durante 10 meses y había pilotado drones alrededor de 51 horas durante los 90 días anteriores. Con menos de 400 horas de experiencia en total, era considerado “inexperto” según los estándares de la Fuerza Aérea y, durante su entrenamiento en el despegue y la recuperación de drones, había fallado en dos sesiones de simulador y un ejercicio de vuelo. Sin embargo, había sobresalido en lo académico, habís pasado sus evaluaciones, y se le consideraba un piloto cualificado de MQ-1, aprobado para vuelos sin supervisión.

Su operador de sensores había sido cualificado por la Fuerza Aérea durante la mejor parte de dos años, con calificaciones promedio o sobre el promedio en evaluaciones de rendimiento. Después de haber “volado” un total de 677 horas -casi 50 en los 90 días antes del accidente- se le consideraba “experimentado”.

El hecho de que el dúo haya estado controlando un drone de operaciones especiales destaca la cada vez más fuerte y simbiótica relación entre las dos formas recientemente crecientes de guerra de EE.UU.: incursiones de pequeños equipos de fuerzas de elite y ataques de robots a control remoto.

Vida y muerte de drones estadounidenses

Durante la investigación posterior al accidente, se determinó que el personal en tierra en Afganistán había estado utilizando regularmente un método no autorizado de drenaje del líquido de refrigeración del motor, aunque no quedó claro si eso contribuyó al accidente. Los documentos de la investigación indican además que el motor del drone tenía 851 horas de vuelo y por lo tanto se acercaba al fin. (La vida operativa del motor de un drone Predator se supone de unas 1.080 horas).

Después del accidente, el motor se envió a la instalación de pruebas de California, donde los técnicos de General Atomics, fabricante del Predator, realizó una investigación forense. Se descubrió que un sobrecalentamiento significativo había combado y deformado la maquinaria.

Finalmente, la Fuerza Aérea dictaminó que un mal funcionamiento del sistema de enfriamiento había llevado a la falla del motor. Un investigador del accidente también concluyó que el piloto no había realizado los procedimientos apropiados después de la falla del motor, llevando a que la nave se estrellara poco antes de la pista de aterrizaje, dañando ligeramente la cerca del perímetro de la Base Aérea de Kandahar, y destruyendo el drone.

La conclusión clara a la que llegaron los investigadores en este accidente contrasta fuertemente con la falta de claridad sobre lo que ocurrió con el drone avanzado que ahora está en manos iraníes. Si este último se estrelló gracias a mal funcionamiento, fue derribado, descendido por un ciber-ataque o si terminó en el suelo por alguna otra razón completamente diferente, su pérdida y la del drone de operaciones especiales recuerdan hasta qué punto los militares de EE.UU. han llegado a depender de aviones robot de alta tecnología cuyos grandes accidentes exceden ahora los de aviones de ala fija mucho más costosos. (En 2011 hubo 10 grandes incidentes aéreos con semejantes aviones de la Fuerza Aérea).

Guerra de robots en 2012 y en el futuro

El que no se haya logrado la victoria en Iraq y Afganistán, en comparación con un éxito aparente en la guerra libia -librada significativamente mediante poder aéreo incluyendo drones- ha convencido a muchos en las fuerzas armadas de que no abandonen las guerras en el extranjero, sino también su enfoque. Las ocupaciones a largo plazo con la participación de miles de soldados y el uso de tácticas de contrainsurgencia serán permutadas por drones y operaciones de fuerzas especiales.

Los aviones pilotados por control remoto han sido pregonados regularmente, en la prensa y por los militares, como armas milagrosas, de la misma manera que, no hace tanto tiempo, se promovían las tácticas de contrainsurgencia como un elixir del fracaso militar. Como anteriormente el avión, el tanque y las armas nucleares, el drone se ha pregonado como un elemento decisivo, destinado a cambiar la esencia misma de la guerra.

En cambio, como los otros, ha demostrado cada vez más que no es un arma determinante, con vulnerabilidades ordinarias. Su tecnología es falible y sus esfuerzos a menudo han sido contraproducentes en los últimos años. Por ejemplo, la incapacidad de los pilotos que contemplan los monitores de los ordenadores al otro lado del planeta para discriminar entre combatientes armados y civiles inocentes ha resultado un problema continuo en las operaciones de drones militares, mientras que se considera que el programa de asesinato de juez-jurado-verdugo de la CIA entra en conflicto con el derecho internacional y, en el caso de Pakistán, enajena a toda la población. El drone cada vez se parece menos a un arma victoriosa que una máquina de generar oposición y enemigos.

Además, a medida que aumentan año tras año las horas de vuelo, las vulnerabilidades de las misiones a control remoto salen regularmente a la luz. Han incluido el hackeo de información vídeo de drones, un virulento virus informático que afecta a la flota sin tripulación de la Fuerza Aérea, porcentajes elevados de pilotos de drones que sufren de “alto estrés operacional”, un aumento de la cantidad de accidentes, y la posibilidad de secuestros iraníes de drones.

Aunque errores humanos y mecánicos son inherentes en la operación de todo tipo de maquinaria, pocos comentaristas han concentrado una atención significativa sobre todo el espectro de fallas y limitaciones de los drones. Durante más de una década, los aviones a control remoto han sido el sostén principal de las operaciones militares de EE.UU. y el ritmo de operaciones de drones sigue aumentando todos los años, pero relativamente poco ha sido escrito sobre los defectos de los drones o los límites y peligros de las operaciones de drones.

Es posible que la Fuerza Aérea esté comenzando a preocuparse por cuándo habrá un cambio al respecto. Después de años de conducir regularmente a periodistas por las operaciones de drones en la Base Creech de la Fuerza Aérea para recibir un torrente de publicidad brillante, incluso impresionante, sobre las glorias de los drones y los pilotos de drones, este año, sin explicación alguna, se cerró el acceso de la prensa al programa, y se ocultó en la sombra la guerra robótica.

Las recientes pérdidas del robot Sentinel del Pentágono en Irán, del Reaper en las Seychelles, y del Predator en Kandahar, sin embargo, abren una ventana en la cual un futuro en el cual los cielos del globo estén repletos de drones puede ser mucho menos maravilloso de lo que se ha hecho creer a los estadounidenses. Es posible que EE.UU. se esté basando en una flota de robots con alas de barro.

Nick Turse es historiador, ensayista, periodista de investigación, editor asociado de Tomdispatch.com y actualmente es también profesor en el Instituto Radcliffe de la Universidad de Harvard. Su libro más reciente es: The Case for Withdrawal from Afghanistan (Verso Books). Tambien es autor de The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives. Puede seguirlo em Twitter @NickTurse, en Tumblr, y en Facebook. Su sitio en la web es NickTurse.com.