El largo camino de Mandela

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RAÚL CAZAL | El nombre de pila de Mandela significa “revoltoso”. No nos referimos a “Nelson” –que le colocó su maestra, la señorita Mdingane, el primer día de la escuela en un colegio británico en Sudáfrica–, sino a “Rolihlahla”, el que su padre le puso al nacer el 18 de julio de 1918 en Mvezo, una aldea establecida en la ribera del río Mbashe, en el distrito de Umtata, capital del Transkei.

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Mandela no cree que los nombres determinen el destino, pero su vida ha honrado con creces la forma en que lo llamó su padre. “En xhosa [tribu o pueblo], Rolihlahla quiere decir literalmente ‘arrancar una rama de un árbol’, pero su significado coloquial se aproxima más a ‘revoltoso”, son las primeras palabras que escribió Mandela en su autobiografía El largo camino hacia la libertad.

Actualmente es considerado el paladín de la “no violencia” y de la “desobediencia civil”, las mismas características con las que se suele reivindicar a Mahatma Gandhi. Sin embargo, Mandela escogió esa vía como estrategia a pesar de que su “corazón sabía que no era la respuesta”. No tenía más opción, dada la desventaja que representaba el luchar contra un Estado fascista, represor, criminal, que había recrudecido sus políticas racistas tras la toma del poder por el Partido Nacional (National Party, en inglés) en 1948 en Suráfrica.

Este partido simpatizaba con la Alemania nazi y llega al poder mediante una campaña de odio centrada en dos lemas: Die kaffer op sy plek (El negro en su lugar) y Die koelies uit die land (Fuera los coolies [indios] del país). Así comienza a implantarse legalmente algo que estaba de hecho ya establecido desde que los holandeses e ingleses (principalmente) comenzaron a colonizar Suráfrica a mediados del siglo XVII: el apartheid.

“El apartheid partía de una premisa: que los blancos eran superiores a los africanos, los indios y los mestizos. El objetivo del nuevo sistema era implantar de modo definitivo y para siempre la supremacía blanca. Tal y como lo expresaba el National Party: ‘Die wit man moet altyd baas wees’ (El hombre blanco debe ser siempre el amo). Su programa incorporaba el término baasskap –que literalmente significa amo–, una palabra envenenada que encarnaba el significado de la supremacía blanca en toda su crueldad”, refiere Mandela en la autobiografía.

En 1947 fue elegido miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Nacional Africano (CNA). Hasta ese momento no se había involucrado en ninguna campaña de importancia, y “aún no comprendía los riesgos y las incalculables dificultades de la vida de un luchador por la libertad”. A partir de entonces se identificó con el “Congreso en su conjunto, con sus esperanzas y desalientos, sus éxitos y sus fracasos”, y quedó “vinculado a él en cuerpo y alma”.

Precisiones de una vida militante

La formación cristiana que por entonces imponían los colegios determinaba que el modelo del “inglés culto” era el patrón que debían seguir los sudafricanos. Aspiraban a ser “ingleses negros”, como despectivamente los llamaban. Es por ello que Mandela no puede precisar el momento de su politización o cuándo supo que dedicaría su vida a “la lucha por la liberación. Ser negro en Sudáfrica supone estar politizado desde el momento de nacer, lo sepa uno o no. Los niños africanos nacen en hospitales para negros, los llevan a casa en autobuses sólo para negros, viven en barrios exclusivamente de negros y, si asisten a ella, acuden a una escuela donde únicamente hay niños negros”.

Una vez que se afilia al CNA, en 1944, ese mismo año participa en la fundación de la Liga Juvenil del Congreso y es elegido miembro del comité ejecutivo, junto con A. P. Mda, Jordan Ngubane, Lionel Majombozi, Congress Mbata y David Bopape. Anton Lembede, doctor en Arte y licenciado en Derecho, fue elegido presidente.

“La política básica de la Liga no difería en nada de la primera constitución de 1912 del CNA. Sin embargo, nos reafirmábamos y hacíamos hincapié en aquellas propuestas originales, muchas de las cuales habían quedado arrumbadas por el camino. El nacionalismo africano era nuestro grito de batalla, y nuestro credo la creación de una nación a partir de muchas tribus, el derrocamiento de la supremacía blanca y el establecimiento de una forma de gobierno genuinamente democrática”.

Mandela sostenía originalmente la tesis del “nacionalismo africano” y tuvo discrepancias que parecían irreconciliables con los militantes comunistas que compartían las mismas luchas de liberación, hasta que comenzó a estudiar a Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao Zedong, entre otros.

“Aunque me sentí muy estimulado por el Manifiesto Comunista, El capital me dejó exhausto. No obstante, me sentía fuertemente atraído por la idea de una sociedad sin clases que, a mi parecer, era un concepto similar al de la cultura tradicional africana, en la que la vida es comunal y compartida. Suscribía el dictado básico de Marx, que tiene la simplicidad y generosidad de una regla de oro: ‘De cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades”.

El materialismo dialéctico era “una luz que iluminaba la oscura noche de la opresión racial y una herramienta que podía emplearse para ponerle fin. […] Igualmente, encontraba acertado el análisis materialista de la economía. La idea de que el valor de las mercancías se basaba en la cantidad de trabajo empleado en producirlas parecía particularmente apropiada en el caso de Sudáfrica. La clase dominante pagaba a la mano de obra africana un salario de mera subsistencia y después añadía una plusvalía, de la que se apropiaba, al coste de las mercancías”.

Desde ese momento no existió para Mandela contradicción alguna entre el nacionalismo africano y el materialismo dialéctico. “Estaba dispuesto a emplear cualesquiera medios fueran necesarios para acelerar la desaparición de los prejuicios humanos y el fin del nacionalismo chovinista y violento. No necesitaba convertirme en comunista para trabajar con los comunistas. Descubrí que [existían] muchas más cosas en común que diferencias. Los más cínicos siempre han sugerido que los comunistas nos utilizaban. Pero ¿quién puede afirmar que no éramos nosotros quienes los utilizábamos a ellos?”.

Un “terrorista” presidente

Mandela sufrió persecuciones, clandestinidad, confinamiento, juicios y cárcel en varias oportunidades. En agosto de 1952, después de haber ejercido como asistente de abogado para bufetes de liberales y obtenido la licenciatura, abre una firma propia junto con Oliver Tambo.

“Trabajar como abogado en Sudáfrica significaba actuar en el seno de un sistema de justicia envilecido y atenerse a un código legal que no se basaba en la igualdad”. El 12 de junio de 1964, Mandela sufrió en carne propia esa desigualdad: fue condenado a cadena perpetua bajo la acusación de “conspiración”, considerada como “crimen de alta traición”. Para este cargo, el Estado segregacionista debía aplicar la pena de muerte, como establecían sus leyes, pero el juez dijo haber actuado con “clemencia”. Lo cierto es que las manifestaciones públicas en Sudáfrica y la presión internacional en solidaridad con todos los revolucionarios africanos en juicio fueron determinantes para que no aplicaran la pena capital.

Nelson Mandela fue enviado a la isla Robben. Posteriormente es trasladado a la cárcel de Polismoor y luego a Victor Verster, y su número de preso, el 46664, fue su nombre durante 27 años. Finalmente, en febrero de 1990, es liberado durante el mandato de Frederik de Klerk (Partido Nacional, ahora Nuevo Partido Nacional), con quien compartiría en 1993 el Premio Nobel de la Paz.

El 27 de abril de 1994 se realizan en Sudáfrica las primeras elecciones multirraciales con derecho universal al voto y la ANC gana por amplia mayoría, con Nelson Mandela como su candidato presidencial. Quedó registrado en la historia como el primer presidente negro de su país, aunque consideraba que si la “lucha había de tener éxito, debía trascender el blanco y el negro”.

Durante su presidencia, que duró hasta 1999, su nombre siguió apareciendo (junto con todo el CNA) en la lista de terroristas que hacía circular mundialmente el Departamento de Estado de Estados Unidos (EEUU), desde que el gobierno del presidente Ronald Reagan, a principios de la década de los 80, comenzó a utilizar indiscriminadamente la palabra “terrorismo” para referirse a quienes luchaban por la libertad de los pueblos. El régimen estadounidense lo mantuvo en esa lista hasta el año 2008.

Fue un largo camino el recorrido por Mandela para conseguir la libertad. Y, como reza la línea final de la autobiografía, ese “largo camino aún no ha terminado”.