Un pueblo que se hizo “Chávez”
CARLOS CARCIONE | Decenas de miles de militantes chavistas se “juramentaron” Presidente el 10 de enero en Caracas. Asumieron el nuevo mandato en nombre de su comandante imposibilitado de hacerlo por la enfermedad. En una nueva muestra de lo que viene sucediendo desde el pasado 4 de octubre, día de cierre de campaña electoral de Hugo Chávez, ese jueves pudo volverse a ver la intervención activa de un pueblo que está recuperando masivamente su participación política.
Carlos Carcione, Gonzalo Gómez, Stalin Pérez Borge, Juan García, Zuleika Matamoros, Alexander Marín – Rebelión
Este hecho tiene una gran importancia porque por debajo de la información oficial sobre la salud del presidente Chávez hay una dolorosa intuición que crece y obliga a prepararse para un escenario no deseado: a pesar de la aspiración popular de que se produzca un milagro, difícilmente el Comandante de “mil batallas” podrá hacerse cargo nuevamente del gobierno bolivariano. Se ha abierto un tiempo de definiciones que marcarán en el país y en América latina la historia por venir.
Una oposición disparatada
Frente a la ausencia de Chávez y leyendo maliciosamente la Constitución Bolivariana, la oposición, en todos sus matices, pretendía dar un golpe blanco contra el presidente recién reelecto. ¿A quién se le ocurre en su sano juicio, que el torrente de pueblo que salió del anonimato en los últimos 14 años y que escribió jornadas históricas, iba a permitir que se le robara su triunfo del 7 de octubre? Eleazar Díaz Rangel, director y editorialista del periódico de mayor circulación nacional, Ultimas Noticias, de línea conciliadora y no exactamente chavista, escribe: “Uno no termina de comprender a los dirigentes opositores. Que a estas alturas no hayan entendido lo que viene pasando en Venezuela desde hace más de una década, que evalúen la política y la acción del Gobierno con los mismos criterios de siempre, como se hacía en la Cuarta República; que sean ciegos ante todas las realizaciones del Gobierno en campos como los de educación, salud, alimentación y vivienda; que no hayan comprendido los cambios habidos en la conciencia y organización del pueblo, todo ello por lo menos revela una ceguera y una falta de capacidad de reflexión, impensables en una dirigencia política después de 16 derrotas electorales y otras de magnitud política como el golpe de abril, el paro-sabotaje de 2002 y el retiro de los comicios parlamentarios de 2005.
Uno está tentado a pensar que esa falta de comprensión está inducida por los más radicales opositores, dominados por el odio a Chávez…”
El colmo de esta pretensión trasnochada, conspirativa e ingenua a la vez, era que buscaban por medio de artilugios “legales” que asumiera la presidencia del país, el “chavista más radical” como él mismo se define, Diosdado Cabello, desplazando al vicepresidente Nicolás Maduro Encargado del gobierno por Chávez y para quién él pidió la candidatura presidencial. Por eso mismo Díaz Rangel termina su editorial del domingo 13 de enero escribiendo: “¿Han visto alguna vez semejante dislate?”.
La línea de Chávez para la transición
A diferencia de sus últimas intervenciones quirúrgicas, esta vez, Chávez, consciente de la gravedad de su situación dejó establecida una hoja de ruta para lo inmediato: habría nuevas elecciones presidenciales, su candidato para esas elecciones es Nicolás Maduro, y éste deberá gobernar obedeciendo al pueblo. Y sobre esa línea, por ahora, no hay dirigente alguno del partido o el gobierno que se atreva a pronunciar una palabra en contra. Tampoco lo permitiría el pueblo bolivariano.
Los tiempos para esta transición no están escritos en un texto constitucional. Son tiempos marcados por razones emocionales, políticas y sociales y dependen mucho más del estado de ánimo del movimiento de masas o de un desenlace no querido, que de maniobras legales o politiqueras.
La conciencia de la magnitud de lo que significaría una Venezuela sin Chávez es continental. Esa es la explicación de la posición del Departamento de Estado de Estados Unidos, de la OEA, del gobierno de Brasil y del resto de los gobiernos de América latina. Por las razones que sean, muchas veces opuestas entre sí, ninguno de estos gobiernos buscan por ahora acelerar un proceso que puede volverse explosivo. Por eso 27 de ellos enviaron a la “juramentación popular” funcionarios de alto rango entre ellos 3 presidentes, en apoyo a la línea oficial para la transición.
El papel del chavismo revolucionario
Como en todos los procesos de transformaciones sociales y políticas profundas hay sectores de la población y sobre todo de sus dirigentes que buscan aprovecharse de los privilegios que brinda la administración de esas transformaciones, ellos son los que no quieren seguir avanzando, miran hacia el pasado. Pero también hay otros, mucho más numerosos que los anteriores, aunque casi sin espacio en las estructuras de poder, que luchan por defender las conquistas sociales, económicas y políticas alcanzadas y miran hacia nuevas metas y logros. Los que miran para atrás: los conservadores o reaccionarios; los que defienden y buscan avanzar con las transformaciones: los revolucionarios. Este fenómeno se da también al interior de la Revolución Bolivariana. En Venezuela hoy, esos dos sectores, estratégicamente opuestos, tienen un punto político común: que se cumpla la línea de Chávez de ser como parece, necesaria la transición. Maduro, el candidato de Chávez, es hoy el candidato de todo el chavismo.
Pero el chavismo revolucionario, al mismo tiempo que debe comprometer, de haber presidenciales, su mejor esfuerzo para el triunfo electoral, tiene tareas urgentes que enfrentar. Al menos dos de ellas son a mediano plazo pero se deben comenzar a concretar desde ahora. Una: lograr la activación del pueblo bolivariano para que participe de manera constituyente como un poder real y no solo electoral, en las decisiones graves y urgentes que el nuevo gobierno deberá tomar. La segunda, avanzar hacia la construcción de un liderazgo, de un instrumento político propio, surgido desde su seno.
En relación a la primera: para avanzar en la construcción de un poder real de la base social del pueblo bolivariano, la multitud de colectivos, organizaciones sociales, sindicales y la marea humana de luchadores organizados o no, están en un verdadero proceso de reflexión y debate. Un número importante de esos colectivos ya han dado los primeros pasos de un largo y complejo camino no exento de peligros, al fijar posición y realizar convocatorias unitarias hacia encuentros de base, regionales y un encuentro nacional. De este proceso debe surgir la dirección colectiva para ejercer una verdadera gobernabilidad revolucionaria.
Pero lo más importante, lo que le puede dar consistencia al desarrollo de un poder real del pueblo trabajador, es la segunda tarea: la construcción de un nuevo instrumento político que recupere las claves del proceso bolivariano. En una elaboración política colectiva que permita abrir sendas y reorientar el rumbo de la Revolución Bolivariana hacia la aplicación de medidas anticapitalistas. Sobre esto apenas se están escribiendo y pensando las formas de debate para diseñar los caminos a seguir. Recién están apareciendo entre las nubes de incertidumbre, angustia y esperanzas, las primeras señales de una búsqueda audaz y necesaria. Será difícil, pero no significa que sea imposible. Hay con que hacerlo. Quedó demostrado en las calles de Caracas el jueves 10. Y surgirá de allí, de un pueblo que ese día se hizo “Chávez”.