¿Y tú, por qué no abdicas?

LUIS BRITTO GARCÍA |¿Por qué abdica un Rey? Por motivos tan inconfesables que debe alegar falsedades. Abdicó Carlos IV Borbón porque dejó ocupar España sin resistencia por las tropas de Bonaparte, y este le ofreció jugosa pensión por inepto. Abdicó Eduardo VIII, duque de Windsor, no por el tan cacareado romance con Wally Simpson, sino porque era nazi e Inglaterra estaba a punto de entrar en guerra con ellos. Abdica Juan Carlos, y los motivos son tantos y tan vergonzosos que los callamos por respeto a la Madre Patria.

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2 Pero alguna vela puede tener un sudaca en el entierro de lo peor de su historia. He insistido en que Dios no puede conferir su poder a los reyes sabiendo que estos lo usarán en latrocinios y hecatombes. Que la herencia genética divide ese derecho por la mitad hasta reducirlo a un dieciseisavo para el tataranieto. Que son excepciones contadísimas los monarcas competentes, y que sus descendientes degradan hacia la imbecilidad. Que la humanidad no les debe una sola gran obra de arte ni un solo gran descubrimiento. Que seres tan horribles no pueden aducir ni siquiera el papel decorativo con el que excusan su condición de parásitos.

3 Se abdica de aquello que no se tiene. Einstein no puede abdicar de la Teoría de la Relatividad ni Picasso de su pintura. Los genios no dimiten, porque son lo mismo que su obra. Ni renegando de ella, como Rimbaud o Kafka, se rompe el vínculo entre el creador y lo creado. Solo nos pertenece lo que hacemos.

4 Estamos de acuerdo, entonces, en que ninguno puede apropiarse de países que estaban allí antes de que él naciera, ni de cargos para los cuales no lo ha elegido la comunidad que gobierna; en que nadie puede ejercer un poder como el atribuido a los monarcas: absoluto, porque no es limitado; irresponsable, porque ninguno lo sanciona, y perpetuo, porque se transmite indefinidamente por herencia.

5 Pero sus majestades no se contentan con palacetes, coronas de oro y mantos de armiño: hacen consistente uso del poder público para acrecentar su riqueza privada. Son reyes los más grandes terratenientes del planeta. La más voraz es la reina Isabel II de Inglaterra, con 6 mil 600 millones de acres, seguida de lejos por el rey Abdullah de Arabia Saudita, con 553 millones, y el rey Bhumibol de Tailandia, con 126 millones (http://www.whoown stheworld.com/about-the-book/largest-landowner/). Doce transnacionales y 36 filiales integran el cartel anglo-holandés-suizo que domina y acapara la producción mundial de alimentos: las controlan el Cartel de Windsor y otras cinco casas reales (Jerónimo Guerra: “La escasez y el desabastecimiento como armas de destrucción masiva”; Rebelión, 24-02-2008). Las altezas no creen en el derecho divino ni en la alcurnia; los usan como instrumentos para acumular el verdadero poder, el del dinero.

6 ¿Cómo es esta monarquía del billete? Un estudio del World Institute for Development Economics Research en United Nations University demuestra que para el año 2000, 1% de los adultos poseían 40% de la propiedad del mundo; y que 10% más rico de ellos acaparaba 85% de ese total mundial. Al mismo tiempo, se descubrió que la mitad de la población adulta del mundo poseía apenas 1% de la riqueza global. Leamos el tedioso reporte de Forbes sobre los hombres más ricos del planeta: como los reyes, no han producido ninguna invención, obra maestra ni cura milagrosa. Al igual que los monarcas, nadie los elige: la mayoría de sus fortunas son heredadas, o robadas al trabajo de otros. Como los reyes, son hereditarios, perpetuos y absolutos: hacen lo que les da la gana; ningún tribunal los condena, no pagan impuestos porque esconden sus fondos en paraísos fiscales; si quiebran, el Estado los reflota con auxilios financieros, y si hunden la economía mundial, lo pagan los pobres. Nadie nace con corona ni se la puede llevar a la tumba. Capitalista: ¿y tú, por qué no abdicas?