Venezuela: El mismo laberinto
Rodrigo Alonso |
Las fuerzas sociales que irrumpen en la historia tienen una única gran prueba de fuego que sentencia su validez: poder articular un amplio bloque social capaz de superar las contradicciones que en su tiempo ahogan a esa sociedad. Cómo hacerlo constituye el enigma central de la gran política. A esto hacía referencia aquella pregunta que lanzó Chávez en los inicios y que hoy resuena con más fuerza que nunca: “¿Cómo salir del laberinto?”.
La actual realidad venezolana es probablemente una versión visceral del cúmulo de contradicciones sobre las que conviven la mayoría de las sociedades latinoamericanas. Interpretar lo que allí ocurre desde la matriz mediática dominante y/o desde el mero formalismo liberal no permite ver las múltiples aristas de la profundidad de la crisis, y es a estas alturas de una candidez injustificable.
Superar el análisis turístico es clave para lograr aprendizajes estratégicos en relación con las riquezas y limitaciones del proceso bolivariano y definir con conocimiento de causa qué posición política cabe asumir ante una realidad abierta y sumamente delicada, cuyas derivaciones son, como mínimo, de alcance regional en un campo de acción cada vez más dilatado en términos espaciales. Prueba de esto último es que por momentos el frente más dinámico de la batalla por Venezuela es justamente el internacional, y el actual cerco en marcha está directamente relacionado con el cambio de orientación del eje Brasilia-Buenos Aires.
La economía política de la crisis
Hace medio siglo que la economía venezolana se sostiene sobre la base de la renta petrolera. En ese sentido comparte la inserción primario-exportadora del resto de las economías de Sudamérica pero con dos particularidades que agudizan esa condición: es monoexportadora (más del 90 por ciento de sus exportaciones son petroleras) y su producto básico tiene una fluctuación más aguda que el resto de las materias primas. En la actual reversión de los precios de los bienes primarios que comienza a procesarse desde mediados de 2014 el petróleo bajó el doble que el conjunto de las materias primas, registrando una caída cercana al 60 por ciento.
En ese tránsito de un barril por encima de los 100 dólares a uno a menos de 50 dólares, Venezuela pasó de tener un ingreso anual por sus exportaciones de cerca de 80.000 millones a uno de 26.500 en 2016. La caída de las importaciones, según la consultora venezolana Ecoanalítica, solamente entre 2015 y 2016 fue del 50 por ciento, llegando a 17.977 millones de dólares el pasado año. Para dimensionar estos números téngase en cuenta que Uruguay exporta e importa un monto cercano a los 10.000 millones de dólares anuales, pero con la décima parte de población. En materia de Pbi, la caída acumulada en los últimos años ya supera el 20 por ciento.
En este escenario, la extrema dependencia del petróleo pone a Venezuela virtualmente en una situación similar a la del período especial en Cuba luego de la caída de la Unión Soviética. Pero a diferencia de la isla, en el país caribeño persiste un metabolismo económico mercantil y la burguesía conserva gran parte de su poder de fuego, el manejo de excedentes y los puestos de mando de la economía.
Históricamente en América Latina los representantes directos del capital han respondido a estos escenarios desplegando una serie de medidas que combinan incremento de la deuda externa y privatización de activos, con un violento ajuste sobre las condiciones de vida de la población, a los efectos de restablecer las bases de la acumulación. El chavismo se resiste a aplicar en toda su magnitud el ajuste que el capitalismo venezolano requiere para relanzarse, pero tampoco tiene la fuerza para avanzar sobre su metabolismo e imponer un racionamiento y una planificación económica capaz de sobrellevar la crisis preservando los derechos socioeconómicos de su población
Por el momento la apuesta del proceso bolivariano ha sido de carácter defensivo. Por un lado intenta recomponer el flujo de divisas: opera por el repunte del precio del barril, sostiene los canales de endeudamiento al alto precio de restringir más aun las importaciones y convoca a la inversión extranjera en diferentes áreas. Por el otro busca proteger el ingreso de su base social recurriendo a controles de precios, el control directo del abastecimiento en bienes básicos y el mantenimiento de subsidios y planes sociales. Sin embargo, dada la profundidad del problema económico, los planes sociales pierden poder adquisitivo progresivamente y los controles de precios se traducen en escasez y mercados paralelos que agravan aun más el escenario.
De esta forma, el capitalismo venezolano se encuentra obturado, ni se procesa el enorme ajuste antipopular que éste precisa ni se desarticula su metabolismo; el resultado no puede ser otro que una economía desquiciada. Sobre esta contradicción gravita desde hace tres años la realidad de ese país.
En diversos análisis se ha señalado que el chavismo perdió la oportunidad de cambiar la matriz productiva. Eso es una verdad incontrastable, pero ¿qué país sudamericano lo hizo? Aun estando en el programa de los diferentes gobiernos de la región, en la mayoría de los casos hubo incluso retrocesos en ese sentido. El salto de matriz productiva no es sólo asunto de buenos gestores o voluntad política. Tiene poderosos límites en la actual división internacional del trabajo y en el movimiento de nuestros capitalismos, que reproduce una trayectoria orbital en torno a los polos de la acumulación global, “desarrollo del subdesarrollo”, en palabras de André Gunder Frank.
La política
La misión de la oposición venezolana es restablecer el proceso capitalista en el país, es decir, reunir las condiciones para llevar adelante un profundo ajuste a la baja de los salarios y el desmantelamiento del andamiaje chavista que sostiene a la enorme masa de población obrera sobrante para el capital. Si en el corto plazo lograra obtener el gobierno, salvo que hubiera una implosión estrepitosa del chavismo sus planes serían inaplicables, dado el capital político que aún conserva el bloque bolivariano.
La correlación de fuerzas en los cuerpos armados, que a pesar de la crisis han desoído sistemáticamente todos los pedidos de la oposición para desconocer a Maduro, no es favorable en lo inmediato al programa de la vieja elite venezolana, y sin ellos es imposible que lleven adelante su agenda. Las cabezas más lúcidas de la derecha no apuestan a tomar Miraflores en el corto plazo sino a continuar con el desgaste del gobierno. En términos de la realpolitik, el rol de la actual Asamblea Nacional en el marco de la estrategia general de la oposición es impedir la gobernabilidad.
El chavismo por su parte se encuentra paralizado y a la defensiva. Asediado por diferentes frentes, cada vez le es más difícil mantener la agregación dentro de sus filas. Sin una clase obrera estructurada y poderosa, el punto de apoyo chavista recae en las comunas, el campesinado, la población de las periferias urbanas, el funcionariado público, los movimientos feministas, juveniles, Lgbt, las fuerzas armadas y parte de la burguesía. Un bloque nada despreciable cuya riqueza y heterogeneidad explica tanto su resiliencia como sus limitaciones.
El proceso bolivariano siempre tuvo múltiples almas. Una de ellas, que por el momento no ha logrado imponerse, apuesta por la estabilización socialdemócrata del proceso y la renovación del pacto social, sin advertir que el nivel de las contradicciones acumuladas es tan alto que no es posible su resolución sin la desarticulación de alguno de los bloques.
El problema de fondo en Venezuela es cómo se va a superar el actual equilibrio estratégico de fuerzas que la tiene inmersa en un escenario de “empate catastrófico”.
¿Cómo desarrollar, en medio del asedio permanente, un tejido institucional superador de un marco liberal-republicano ya desbordado? ¿Cómo recomponer el proceso económico sin ceder al ajuste del capital? ¿Cómo avanzar en un sentido socializante cuando esto implica perder parte del marco de alianzas y una respuesta violenta de proporciones inciertas por parte de la elite venezolana y regional?
Es la gran política en el pantano de las profundas contradicciones del capitalismo actual.
Las vacilaciones, los silencios y la abierta colaboración del progresismo uruguayo con el cerco internacional al gobierno bolivariano es otra vuelta más de ese laberinto en el que nos toca andar.
* Economista uruguayo. Publicado en el semanario Brecha.