Venezuela: el desbar-ajuste

Luis Salas | 

En estos momentos el ritmo de crecimiento de los precios promedia el 100% mensual. Así pues, en el caso del queso blanco, que actualmente su precio ronda los 4 millones 700 el kilo, suponiendo no se acelere ese ritmo (cosa poco probable), a finales de año podría estar costando 150 millones de bolívares.

Un kilo de carne 180 millones.

Uno de café por los 600 millones.

Un litro de aceite de vehículo podría llegar a 800 millones.

Si proyectamos este ejercicio al resto de los bienes y servicios las magnitudes lucen no solo inimaginables, sino también inmanejables. Bajo escenarios como esos: ¿cómo se comportaría la política salarial? ¿Y la monetaria? ¿Y la cambiaria?

Con respecto a esta última, se supone hasta nuevo aviso que en agosto entra en vigencia la reconversión ya pospuesta una vez. Hasta la fecha se entiende que parte con la supresión de tres ceros a todas las magnitudes monetarias. Sin embargo, para estas fechas, cuando faltan menos de 15 días para que se haga efectiva, todo indica que no tendría mucho sentido su aplicación en los términos originalmente planteados: el ritmo de los precios la vuelve inútil de entrada.

En lo que concierne al tema salarial el panorama no luce para nada mejor. Siempre se puede seguir con la política de aumentar el salario indefinidamente y repartir bonos. Pero dejando de lado que, en el mejor de los casos, son paliativos frente al descalabro del poder adquisitivo y no soluciones reales, si partimos del hecho que un kilo de queso puede rondar los 200 millones para finales de año, ¿a cuánto se llevará el salario mínimo para las mismas épocas?

Este es un tema para nada menor. Tomando los valores actuales y proyectando un ritmo de incremento similar al de los precios, estaríamos hablando tambien de unos 200 millones de bolívares. No es cualquier cosa, pues en la medida en que dado el espiral de precios y la escasez en algunos rubros, un mayor salario no se traduce en recuperación del poder adqusitivo. Por esa vía, entonces, se producirá el cierre de muchos pequeños y medianos negocios y empresas, cosa que ya viene ocurriendo, lo que se traduciría en un aumento del desempleo y de la informalidad, está última ya avanzando fuertemente en la medida en que el trabajo formal –bastión y logro histórico del chavismo económico– cada vez resulta menos sostenible para los trabajadores y trabajadoras.

¿Y qué decir del tema cambiario? Alguno han comenzado a abrigar esperanzas pues los tipos de cambio parelelos tienen unas dos semanas relativamente estables. Se trata de un verdadero deja vu, que no retrata a épocas cuando en razón de lo mismo se afirmaba que “ya lo peor había pasado”. Pues el problema es que dicha estabilidad solo es posible en el marco de la devaluaciones sufrida por los tipos de cambio oficiales. O como sería más correcto decir, en el escenario actual: en el oficial DICOM (120 mil bolívares por dólar, 380% de devaluación en lo que va de año); y el cambio paraoficial de las remeseas de las casas de cambio autorizadas (Italcambio y compañía), actualmente en 2 millones 500 mil bolívares.

Asumiendo que todo indica que la estrategia escogida por el gobierno es profundizar la misma que viene aplicando desde mediados de 2016 para “vencer al dólar de guerra”, esta es, acercar (inútilmente) el tipo de cambio oficial al del parelelo (que ahora son varios), debe asumirse también –como es más que evidente en la práctica– que esto implica un abandono implícito del poder del BCV para fijar el tipo de cambio, quedando solo para reconocer y validar el que arroje “el mercado”, un poco como hace la SUNDEE pos morten con la especulación. Así las cosas, dejando por fuera los factores políticos que habitan en dicho “mercado” –es decir, asumiendo que no existe la guerra económica que el gobierno mismo jura que existe– en este escenario hiperinflacionario con caída del PIB, devaluación de los tipos de cambio a todos los niveles, más disminucion del ingreso petrolero por caída de la producción, no es difícil plantearse una proyección donde los tipos de cambio a finales de año escalen, junto a los precios, el escalon de las 8 cifras. Poco importa que los fijen las subastas del DICOM, en Dólar Today, Air-TM, cualquier otro que surja en el camino o las casas de cambio ilegales o no tanto.

Si tuvieramos en presencia de un gobierno con una agenda neoliberal expresa, sería obvio que se trata de un ajuste económico de proporciones antológicas. Sin embargo, si algo hay que reconocerle al gobierno es precisamente su manifiesta intención de no hacer eso. Pero el problema es que dicha manifestación no evita que en la práctica dicho ajuste se esté produciendo de la peor forma: por descarte, por la vía del hecho y no la formal, lo que hace que tome las formas de un desbar-ajuste, esto es, un ajuste de hecho y no anunciado que se presenta como un gran desorden, pero que como en todo ajuste, tiene ganadores y perdedores: ganan los más fuertes (que son los menos), mientras perdemos la mayoría.

Como hemos dicho en otras ocasiones, nada de esto tiene necesariamente que ser así, en el sentido que todavía se puede evitar. Pero para ello los métodos de abordar la situación deben sufrir un vuelco existencial a como vienen siendo y como todo indican seguirán siendo. Caso contrario, lo que seguirá sufriendo un vuelco existencia producto del desbarajuste, es la vida de todos y todas los que aquí seguimos.