Uruguay: Bajo el manto del progresismo y los desencantos de la modernidad

Eduardo Camín

¿Y ahora? ¿y mañana? Todo nos obliga a reconsiderar la siguiente interrogante: ¿puede identificarse la modernidad con la racionalización o, dicho más poéticamente, con el desencanto del mundo y por ende el de nuestro pequeño país?

Sin embargo, pese a que nuestra sociedad de consumo se consume en un presente cada vez más breve, en nuestro país el gobierno progresista actúa indiferente a los deterioros que produce el progreso en la sociedad y la naturaleza. Podemos afirmar entonces que el actual equipo de gestores transnacionales o los que vengan  seguirán transitando indiferentemente  a esta realidad y en sus discursos se sigue haciendo hincapié en el desarrollo económico, la modernización social y la modernización política  como los únicos elementos esenciales para los procesos de cambio estructural y de transición global.

Claro, alguien podría decirme que la seguridad y la educación también están presente en esta fase electoral en realidad creemos que estos aspectos están ligados íntimamente a la conducción económica. Pero ¿qué se entiende por desarrollo económico?

El desarrollo económico se define, en principio, como una transformación estructural de la
economía a través de la cual los mecanismos funcionalmente requeridos para el crecimiento autosostenido se incorporan permanentemente al mismo.

El tipo ideal de una economía desarrollada puede caracterizarse por la existencia de una serie de rasgos principales y distintivos en este catalogo: a) Empleo de fuentes de energía de alto potencial y de tecnología de alta eficiencia en todas las ramas de la actividad económica. b) Mecanismos de innovación tecnológica. c) Adecuada diversificación de la producción. d) Predominio de la producción industrial frente a la primaria. e) Apropiada mezcla de industrias de capital y consumo. f) Mayor tasa de inversión en relación al producto nacional g) Alta productividad per cápita. h) Predominio de las actividades intensivas en capital sobre las intensivas en trabajo. i) Mayor independencia del comercio exterior y una distribución más igualitaria del producto interno bruto.uru mate

No es contradictorio, por tanto, que el proceso de modernización política se interprete como la
adecuación de las instituciones estatales a los requisitos impuestos por la racionalidad económica proveniente del mercado.  La imagen del “despegue” económico que actúa como la dialéctica del bienestar vehiculada por el gobierno progresista, relevados por la prensa “seria”, y otros analistas (politólogos y economistas, encuestadores), nos dan la idea de que el esfuerzo, luego de pasar por una fase de torbellinos y de peligros, alcanzara una velocidad de crucero, una estabilidad tal que permitiera distenderse e incluso olvidar los puntos de llegada y partida de una economía en ruinas para una gran parte de la población. Llegados a este punto, podemos plantear esta interrogante  ¿es posible la democracia en una racionalidad construida a partir de los principios competitivos propuestos por una economía de mercado?

Diversos estudios desnudan el mito y los cantos de sirena del desarrollo económico en el capitalismo, llegando así por medios indirectos a una conclusión de la mayor importancia: el
estilo de vida promovido por el capitalismo industrial ha de ser preservado para una minoría,
pues toda tentativa de generalizarlo para el conjunto de la humanidad provocaría necesariamente un colapso global del sistema.

Esta conclusión a la que muchos científicos han llegado a establecer, es importantísima para nuestros  países, pues pone en evidencia que el desarrollo económico que viene siendo preconizado y practicado en esos países – supuesto camino de acceso a las formas de vida de los actuales países desarrollados – es un simple mito.
Sabemos ahora que los países del Tercer Mundo jamás podrán desarrollarse, si por desarrollo se entiende ascender a las formas de vida de los que ya están desarrollados. El razonamiento puede extenderse y afirmar que la forma que asume actualmente la industrialización periférica, con la exclusión de las grandes masas de los beneficios del incremento de la productividad del trabajo, no sucede por casualidad ni simplemente por malicia de las elites de los países del Tercer Mundo; también resulta de la necesidad de conciliar el gran desperdicio de reservas inherentes al sistema con la rigidez creciente de la oferta de ciertos recursos naturales no renovables.

Esa conciliación es evidente: se realiza en función de los intereses de las economías dominantes. Si el desarrollo en el marco del modo de producción capitalista se formula políticamente como un mito y su relato se refiere a la lógica económica, la posibilidad de construir un proyecto de desarrollo democrático debe apoyarse en otro tipo de argumentos. Merece la pena aquí hacer un alto para aclarar la nomenclatura actual que usan indistintamente los intelectuales institucionales cuando abordan el problema del desarrollo, un argumento que ya hemos utilizado pero que nos parece necesario retomarlo.

Ya que parece ser que se olvida, de manera inconsciente o no tanto todo un debate proveniente de los años cincuenta y sesenta donde nació el origen de las diferentes adjetivaciones que tomara el desarrollo como mito del capitalismo.

Desarrollo “sostenible” “sustentable” y “sostenido” son conceptos distintos que responden a
una propuesta integral realizada ya hace muchos años por la Administración Kennedy (1),
retomada en nuestro país por algunos dirigentes del progresismo como la panacea del desarrollo.

En realidad no debemos olvidar que lanzamientos y endeudamientos han sido la tónica del
paraíso capitalista globalizado que nos deja cada vez más cerca del infierno, en ese sendero sin
fin de los asentamientos y desheredaros del sistema y mas allá de algunos avances en esa materia  la fragilidad de estas políticas sociales son evidentes porque ellas dependen en gran parte de los organismos internacionales.

De manera que cada día debemos estar más atentos y reconsiderar la idea de modernidad, idea difícil de captar como tal, pues se encuentra oculta detrás de un discurso positivista como si no fuera una idea sino simplemente la observación de los hechos.

¿Acaso no es el pensamiento moderno de nuestro gobierno y sus voceros incondicionales los
que nos estimulan a encerrarnos en la vivencia o en la contemplación mística o poética del
mundo de lo sagrado, para considerarnos científicos y técnicos al interrogarnos sobre el cómo y ya no sobre el porqué de este estado de cosas?

Desconociendo que actualmente la imagen más visible de la modernidad globalizada es una
imagen del vacío, de un poder sin centro, de una economía fluida por los intercambios pero sin producción, la sociedad moderna no es más que un escenario sin actores. Y así, en esta lógica del desarrollo nuestro país y su gente continuara a pagar el más duro tributo de su historia, por ende, no dejemos que las rutinas del capitalismo globalizado sigan siendo simples glosas colectivas de ideales concebidos por y para la explotación del hombre por el hombre.

Atentos uruguayos que después del festejo, embriagador viene la resaca, y junto a esta la deuda eterna…

Notas

(1) Marcos Roitman (Las razones de la democracia)

*Periodista uruguayo, jefe de Redacción Internacional del Hebdolatino, Miembro de la Plataforma Descam-Ginebra, Columnista de Nodal