Un alerta a los líderes del proceso revolucionario

José Manuel Rodríguez Rodríguez | 

La historia del tutelaje es milenaria, tanto que se convirtió en cultura. El capitalismo la democratizó. Ahora se ejerce en diversas esferas públicas, sus actores son los jefes de empresas, jefes de Estados (subordinados en muchos casos a los anteriores), jefes de partidos, jefes militares y los pequeños jefes regionales y locales. Todos convencidos que están haciendo lo que deben hacer, mandar.
En el caso de los procesos socialistas el intento de racionalizar la necesidad del tutelaje de esos jefes sobre el colectivo, justificado por la coyuntura (guerras, bloqueos y emergencias de todo tipo), ha llevado históricamente a cubrir la realidad con un manto mentiroso (esa es la razón de toda ideología). Sin embargo, tal encubrimiento no puede competir con el deslumbrante manto ideológico capitalista, capaz de tapar miserias, crímenes y saqueos de todo tipo, con su control absoluto de la educación, los medios de información y entretenimiento y el respaldo de las religiones.
Para desnudar cualquiera de estas dos ideologías, igualmente miserables, se requiere del desarrollo de la conciencia y de un pensamiento crítico lo suficientemente firme que pueda vencer lo que se presenta como un “orden natural” forjado durante siglos. Obviamente el desmoronamiento sin empujones de la Unión soviética y sus adlateres mostró las consecuencias de un tutelaje atroz que terminó convenciendo a sus pueblos sobre la incapacidad de esos tutores para continuar dirigiéndolos.

En el caso de China, luego de varias décadas del PCCh trabajando en consolidar el control político de su amplia geografía y variedad de naciones, emprendieron el desarrollo del modelo chino de socialismo con tres factores económicos produciendo: el estatal, el comunal y el privado. Y no les va nada mal en su planificación y control. Algo parecido sucede con Vietnam. En Cuba, pobre, pequeña y siempre bloqueada ante la indiferencia de las ONU; hay un pueblo con una enorme dignidad, generada en un profundo estado de conciencia, que permite confiar en que, más temprano que tarde, podrán superar sus grandes dificultades. Entre ellas, los efectos que aún permanecen de la ortodoxia soviética.