Sin proyecto, la derecha argentina no sale de su embrollo

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ERNESTO ESPECHE| Asistimos a un nuevo fracaso opositor: las cacerolas de las familias acomodadas no sonaron con el ruido que se esperaba y el reclamo de las patronales agrarias pasó casi inadvertido para las grandes mayorías que, por esas horas, celebraban el lanzamiento oficial de un ambicioso plan de viviendas por parte del Estado Nacional.
¿Qué falló? La derecha argentina no sólo tiene un problema de acumulación política. Los magros resultados electorales y la evidente carencia de referentes de peso visibles ante la sociedad son sólo el síntoma de una profunda crisis de proyecto político.

Vamos al punto: el bloque político y social configurado alrededor de los grupos económicos dominantes no puede erigirse como grupo dirigente. Para ser más claros, ni la llamada oposición partidaria ni las corporaciones lobistas del establishment están en condiciones reales de conducir con cierto éxito los intereses del poder económico.

Aquí nos referimos a medios de comunicación, partidos políticos, entidades sociales, culturales y religiosas y a toda herramienta de intervención en el debate de ideas. El problema es más serio que una crisis de representación conservadora. La fracción dominante, la misma que se consolidó desde la dictadura genocida iniciada en 1976, no supo ni pudo diseñar un proyecto alternativo al iniciado en 2003.

El periodista e historiador Alejandro Horowitz reflexionó al respecto: “Alguien es de derecha cuando sabe de qué se trata y tiene, para ello, una solución conservadora. Se es de izquierda -en cambio- cuando se sabe de qué se trata y propone una solución transformadora. Pero por debajo de cierto nivel de entendimiento de los aspectos estratégicos que interviene en un escenario histórico no se es ni de derecha ni de izquierda, se es simplemente bruto”. La cita corresponde al autor de “Las dictaduras argentinas. Historia de una frustración nacional” durante su presentación el jueves 14 de junio en el Auditorio de Radio Nacional Mendoza.

Desde esa perspectiva se puede arriesgar la tesis de una derecha que se quedó sin sujeto. Los grandes conglomerados empresariales -industriales, agropecuarios y financieros- están en serios problemas: son, aún, el poder fáctico; pero no pudieron sobreponerse al estallido de 2001 en Argentina ni a la rearticulación del campo popular alrededor de un programa transformador en el terreno político. Para colmo de males, la profunda crisis del sistema financiero internacional no cede su espiral ascendente desde 2008.

El escenario, como es de suponer, no deja espacio para sutilezas. La estrategia derechista, desde entonces, no fue otra que la resistencia obsesiva compulsiva. El objetivo es entendible: aguantar la ofensiva “populista” y salvar parte de los beneficios alcanzado durante los años de bonanza.

La traducción esperable de una definición semejante no puede ser otra que la extraordinaria limitación conceptual de sus representantes en la arena política. No saben de qué se trata; con lo cual no logran sintetizar una salida conservadora que se acomode a los intereses de la derecha. Pero ese estado de cuasi brutalidad que exhiben sus exponentes más notorios no es más que una consecuencia previsible.

Los delirios de Elisa Carrió y la frivolidad de Mauricio Macri. La inconsistencia de Ricardo Alfonsín, y la impudicia de Julio Cobos. La impune relación entre Jorge Lanata y el Grupo Clarín. ¿Se trata de signos que le son propios a la derecha o estamos ante una flagrante demostración de brutalidad? La respuesta es obvia si pensamos, con cierta nostalgia, en la envergadura intelectual de los conservadores de antaño.

La derecha, como bloque, se quedó sin proyecto y pasó a la resistencia. Sus espasmos reactivos, reaccionarios, no llegan siquiera a un simple garabato o borrador de modelo alternativo. El problema es que no hay quien la interprete porque no tiene una línea clara.

Algo similar le sucedió a la izquierda en los años que siguieron a la dictadura genocida. La ola neoliberal, en tanto proyecto dominante, construyó una clase dirigente que entendió a la perfección las claves de su tiempo. En ese marco, los sectores populares no tuvieron más camino que la resistencia, un lugar desventajoso en la puja de posiciones que no permitió diagramar una salida con cierta factibilidad.

Sería pertinente, sin embargo, señalar que los ciclos históricos no se caracterizan por su previsibilidad. La dinámica política nos interpela en forma cotidiana y el azar, a veces, cumple un rol determinante. Hoy la derecha derrama torpeza política, violencia visceral y odio clasista, un coctel alarmante pero estructuralmente insuficiente para detener un movimiento transformador que sí sabe de qué se trata y cómo sostenerlo.

* Periodista e investigador universitario, doctor en Comunicación Social de la UNLP, director de Radio Nacional Mendoza y Director de APAS.